Ceremonia de ingreso de don Pedro Martín Butragueño

Miércoles, 26 de Octubre de 2016.

El presente como puerta del pasado: la documentación del español hablado en México

Don Felipe Garrido, director adjunto de la Academia, don Vicente Quirarte, doña Concepción Company, don Adolfo Castañón, señores académicos, estimados amigos y familiares, buenas noches a todos.

En especial, quiero expresar mi gratitud a doña Concepción Company, doña Yolanda Lastra y don Leopoldo Valiñas, quienes tuvieron la gentileza de proponerme para ingresar en la Academia Mexicana de la Lengua.

Es para mí un gran honor ocupar la silla xxviii, que con anterioridad perteneció a don Miguel Alemán (de 1951 a 1983), don José Rogelio Álvarez (de 1988 a 2006), don Víctor Hugo Rascón Banda (de 2007 a 2008) y don Vicente Leñero (de 2010 a 2014).

Una brújula para leer a Leñero es la alternancia de tradiciones discursivas. La novela clásica de Eça de Queirós, O crime do padre Amaro, de 1875, se transforma en manos del escritor jalisciense en un guión cinematográfico en 2002 y en una breve novela en 2003, siguiendo la estela de Los albañiles en 1964 (la novela), 1969 (la obra teatral) y 1976 (el guión), o de Los hijos de Sánchez (convertida en teatro en 1972, once años después de la obra de Lewis). Realidad y ficción se entrecruzan en Gente así y en Más gente así, como en la preciosa historia sobre la supuesta y plena recuperación de la novela de Rulfo, La cordillera, sólo que en forma de un apócrifo en 162 páginas de estilo más rulfiano que el que podría haber producido su fingido autor. Es en esos tránsitos donde se refleja de forma recurrente la fundamental honestidad literaria leñeriana, como si escenas y planteamientos preexistieran a su escritura y pudieran vivificarse en la narración, en las tablas teatrales o en el celuloide de un renovado cine nacional, en ese permanente Vivir del teatro al que se refiere el esencial dramaturgo.

No pocos son los personajes de Vicente Leñero cuyos registros lingüísticos han quedado plasmados en el teatro, los guiones y las novelas de su autor. Tal polifonía, surgida de todas las circunstancias sociales y de todas las situaciones discursivas, guía las páginas siguientes, con las palabras como clave interpretativa de espacios sociales cambiantes.

El tema que les propongo hoy es "El presente como puerta del pasado: la documentación del español hablado en México", examinando primero cómo el pasado lingüístico está inscrito en el presente, y emprendiendo luego un breve viaje retrospectivo[1].

 

La inscripción del pasado en el presente

Una de las pasiones que siente el viajero es el gozo, la conciencia y, a veces, la frustración ante la diversidad de formas que presenta el español hablado, sea que nos desplacemos a Montevideo o a Oaxaca, a Sevilla o a Los Ángeles[2].

Tan inmersos estamos en las culturas escritas[3], que a veces olvidamos que las lenguas son ante todo edificios hablados, a la manera de la arquitectura concebida por Coseriu[4], instituciones[5] donde sus miembros comparten gramáticas parecidas, hábitos conversatorios semejantes y valoraciones que se mueven más o menos en las mismas dimensiones[6]. No hay que olvidar, sin embargo, que la mayoría de las lenguas vive sólo en la oralidad, y que ésta refleja los consensos y los conflictos sociales, verdaderos precipitantes de la reconstrucción identitaria de los grupos de personas[7], al hilo de las necesidades comunes y de la administración de los recursos comunicativos[8]. Por ello mismo, la lengua hablada es el caldero donde hierve y se sazona buena parte de los procesos de variación y cambio lingüístico[9].

Si queremos entender por qué y cómo cambia el lenguaje son posibles varias miradas. Un camino es comparar lenguas o dialectos y buscar un ancestro común, digamos el proto-indoeuropeo o el proto-yutonahua. Otra vía es seguir el transcurso natural de un tiempo pretérito al avanzar hacia momentos más actuales, pasando del siglo xiv al xvi y de éste al xviii y al xx al estudiar el léxico, la sintaxis o el discurso[10]. Pero existe al menos otra forma de acercarse a los hechos, una tercera perspectiva que consiste en tomar el presente como puerta del pasado. Ésa es la idea en la que ahora quiero detenerme, y en ella tiene un papel esencial la lengua hablada, más libre de ataduras que la escrita[11], aunque en otro sentido mucho más sistemática para observar el cambio lingüístico[12].

De la misma manera que la realidad geológica actual esconde los avatares del pasado, como estableció Hutton con el principio de uniformidad y subrayó Lyell con la idea de gradualismo[13], el español contemporáneo atesora diferentes estratos, unos sedimentados desde el latín y otros desde los pueblos con los que nuestra lengua ha estado o está en contacto, sean los hablantes de árabe o los de quechua. La lengua viva goza de un espesor cuyo examen nos revela los orígenes de los que procede y los vecinos con los que se codea, pues el contacto y el préstamo antiguo y moderno son parte valiosísima de la vida ordinaria de las lenguas.

Una estrategia esencial, como ha enseñado Labov[14], es analizar el tiempo aparente. El tiempo aparente simula las varias etapas de un proceso lingüístico comparando personas de diferentes edades, de modo que los individuos de más edad representan los períodos más antiguos y los más jóvenes los más modernos. También es posible contrastar individuos de diferentes esferas sociales o de diversas latitudes, para obtener testigos de los estadios de un cambio. El ámbito en el que se considera el paso del tiempo real o la simulación del tiempo aparente es la comunidad lingüística, que se puede concebir de varias maneras. Si hablamos de los grupos de personas que comparten significados sociales y los asocian o indizan en sus soluciones lingüísticas y discursivas, al llevar a cabo determinadas prácticas sociales, nos referimos por ende a las comunidades de práctica[15]. Concebidas en un sentido más amplio, tenemos que hablar de comunidades de habla paulatinamente más vastas, sean locales, regionales o nacionales[16]. Y en un sentido más general todavía, he defendido la perspectiva del español visto desde México como una construcción histórica y lingüística con dimensiones sociales, políticas, culturales y económicas, con etapas expansivas, momentos nucleares y fracciones declinantes[17]. Por fin, la oralidad es la herramienta básica para construir los intercambios lingüísticos cotidianos que suceden cara a cara. Estos intercambios son los eventos mínimos donde el lenguaje sirve como mercancía con la que se compran, se venden, se negocian y se dilapidan significados sociales[18].

Resulta sugerente cobrar conciencia de que todo el pasado se manifiesta en el sistema lingüístico, así como en el léxico y en las tradiciones discursivas practicadas por los grupos que ejercen la cultura que acompaña a esa lengua[19], empezando por las narraciones personales surgidas al transformar las experiencias propias en lenguaje[20]. Basta abrir un diccionario para encontrar expresiones identitarias que vinculan pasado y presente. Entre el copioso léxico que ofrece el borrador de la nueva edición del Diccionario de Mexicanismos de la Academia Mexicana de la Lengua[21], se incluyen unas 800 voces que empiezan por ch, sonido por cierto propenso a rendir utilidades pragmáticas, al tiempo que buen testigo del contacto lingüístico[22]. La sección permite caminar entre arbustos como la chabelita o el chacalxóchitl, contemplar las chacamotas arrobadas por la luz, evitar a las personas que gustan de chachalaquear, para mejor chacotear un rato pero sin chamucar a nadie, en especial a los chichicuilotes, aunque tengan pico largo y sean tontos.

A veces una sola palabra o un rasgo prosódico basta para identificar el origen de una persona, si es yucateca, bogotana o rioplatense. Muy complicado, en cambio, es lo contrario: que en un proceso de contacto dialectal, como el experimentado por la colonia mexicana en Madrid, se llegaran a borrar todos los rasgos de origen, lo que sólo ocurre muy parcialmente en la primera generación[23]. No menos interesante es la prominencia perceptual de ciertas soluciones. Podría creerse que el uso del haber existencial concordado con su argumento en plural, como en Habían muchas personas, es prácticamente universal en la Ciudad de México, pues corre en boca de trabajadores y de mandatarios, en el habla común y en las ocasiones más formales. Sin embargo, un estudio reciente[24] muestra que en realidad sólo se pluraliza el 8.4% de todos los casos posibles, lo que comparado con el 54.0% de Caracas[25], da al español mexicano central un talante comparativamente conservador a propósito de esta variable lingüística. Y el caso de haberes interesante para poner a prueba la realidad inmediata de los procesos de cambio. Si los datos actuales de la Ciudad de México no son muy diferentes de los grabados hacia 1970[26], el viajero que acude a Madrid periódicamente puede observar la difusión del haber plural en el último cuarto de siglo, incluso en personas que antes no producían un solo caso[27].

Todas las lenguas cambian permanentemente, desde la génesis africana y el diluvio tipológico a la variación presente entre las formas que usamos hoy día, sean comunes o solemnes[28]. Esta variación no se presenta de una manera caótica, sino que está profundamente ordenada, en los principios lingüísticos que la sustentan y en los correlatos sociales por los que transcurre, como señalaron hace ya casi cincuenta años, en 1968, Weinreich, Labov y Herzog, en uno de los estudios más importantes publicados sobre el cambio lingüístico, formulando un magno programa empírico sobre los mecanismos del cambio, vigente al día de hoy. Se han propuesto modelos generales sobre esos mecanismos: el de ondas, el de choque, el de epidemia[29]. Lo único esencial es entender que el dinamismo lingüístico no es distinto al de otros sistemas complejos[30]. La transmisión lingüística dentro de una comunidad y la identidad asociada, y la difusión entre comunidades por vía del contacto y la acomodación son las caras del Jano sociolingüístico[31].

El estudio de las manifestaciones lingüísticas orales de comunidades de habla actuales tiene, en definitiva, mucho que decirnos sobre el cambio lingüístico. Y para desarrollar el argumento haré una breve retrospección por la documentación oral disponible para el español de México, y por algunos de los datos e interpretaciones a los que esa documentación ha permitido llegar, moviéndonos a veces por el tiempo real y a veces por el tiempo aparente que pondera las circunstancias históricas y los fenómenos lingüísticos[32].

El sonido del presente

La primera etapa en la que conviene detenerse es la que tenemos más a mano, más al oído: nuestro presente estricto. En los últimos años, entre 2010 y 2015, varios investigadores (coordinados por Érika Mendoza, Leonor Orozco y por mí mismo[33]) han trabajado en el levantamiento de un Corpus oral del español de México, en poco más de una docena de ciudades repartidas por todo el país: La Paz, Chihuahua, Monterrey, Guadalajara, Morelia, Acapulco, la Ciudad de México, Puebla, Xalapa, Veracruz, Oaxaca, Mérida y Tuxtla Gutiérrez. En cada una de ellas se ha grabado, y en parte videograbado, a un número de entre doce y dieciocho colaboradores, de diferentes edades y estudios, hombres y mujeres. La selección documenta un grupo de ciudades de importancia lingüística, por su tamaño e influencia, por su relevancia histórica, por ser representativas de una zona dialectal, o por varias de estas causas a la vez. Debe considerarse que los núcleos de una red urbana no son independientes, sino que forman subsistemas dentro de los cuales son mayores los desplazamientos de personas y los flujos sociales, económicos y culturales, lo que permite formular también hipótesis sobre la difusión de los cambios lingüísticos[34]. Por ejemplo, el corte transversal que partiendo de la Ciudad de México transcurre por Puebla y por Xalapa hasta llegar a Veracruz, permite obtener la versión urbana del problema tradicional de tierras altas frente a tierras bajas[35]. Se ha planteado también que ciertos cambios lingüísticos se difunden en cascada, pasando de una ciudad de cierta magnitud a la que le sigue en tamaño, aunque no necesariamente sea la más cercana[36]. Puede que tal sea el caso de la asibilación de los sonidos róticos, como en pasear, con [ɕ] en la -r final, o en radio, con [ɕː] en ra-, ya en retracción en la capital, mientras que en otras ciudades mantiene la vigencia de una ola anterior de difusión[37]. Comprobar tal hipótesis es trabajoso, pero el matiz de pronunciación propio de una asibilada[38] indiza suficientes valores sociales como para atisbar la forma de ser de los cambios lingüísticos[39].

El propósito general de este corpus del país es ofrecer una inscripción sonora del presente lingüístico de México, que se pueda comparar en tiempo real con otros registros efectuados en el pasado, especialmente con las numerosas grabaciones levantadas por todo el país con el Atlas Lingüístico de México hace ahora unos 40 años. Si se considera que las personas de más edad grabadas en el corpus oral del país nacieron hacia 1940, y que los rasgos vernáculos de su habla se habrían desarrollado ya hacia los 15 años, las entrevistas actuales permiten realizar proyecciones en tiempo aparente hasta más o menos 1955.

Objetivo más particular ha sido estudiar la prosodia. La entonación es una de las dimensiones más prominentes para los hablantes, a la vez que recurso dúctil para expresar complejos sentidos, como al desdibujar la certidumbre de una aseveración, o al atenuar el peso de una orden, una petición o un ofrecimiento[40], o al soslayar la inquietud de una pasión, o al romper lanzas con la ironía o el sarcasmo de una punzada[41].

Hay parte de igual y parte de diferente en las voces repartidas por toda la República Mexicana. Oigamos algunas de ellas, al llevarnos por un momento un puñado de vívidas palabras tomadas casi de punta a punta, en Veracruz, Tuxtla Gutiérrez y La Paz[42]:

[...] pues yo voy a ser honesta. Mire yo, como yo casi que me gusta, me gusta, me... lo que me gusta mucho es mi trabajo y lo disfruto, la verdad, y porque siempre a eso me he dedicado... cualquier trabajo donde yo he andado... porque aquí cuando agarré de siempre anduve de eventual... eventual, pero este... a donde he andado siempre me ha gustado mi trabajo y aquí me gusta mucho mi trabajo, la verdad, porque ya cuando uno sabe o sea su responsabilidad, y evitarse los problemas yo n- no soy de ésas del chisme, que lleva o traiga, o metiéndome con mis compañeros, o que ella me dijo, yo le dije... no, no me gusta de eso [...]

[...] —[...] pidió mil por un guajolote... [qui-] —[¿Cuánto?] —Mil, en diciembre. —¡Qué bárbaro! —Y compré uno en quinientos. —Y mi mamá compró uno, creo que quinientos se lo dieron. —¿Cuánto? —De de año, el jolote. —Sí, ¡mercado!, fui a comprar uno en tres cincuenta. Ya se quería ir el hombre, que pidió cuatro, digo "ah es que no traigo mucho dinero. "Déme tres cincuenta", dice [...]

[...] pues el muchacho con el que me casé, él ya me conocía a mí desde los once años, pero yo lo volví a ver hasta que yo ya tenía... ¿dieciocho años? Y sí, en ese baile me habló pa' novia, y pues le dije "ni te conozco". "No, que yo sí". "Ah, pues", digo, "no". , que ahora ya no se usa, yo creo, ¿no? Quieren que que te guste una muchacha y le hablas pa' novia. Pues bailamos , bailamos, y él m- me volvió a decir y le digo yo "uhm, pues no", le dije, "hasta que nos conozcamos" [...][43][Ejemplo sonoro 1].

Aunque estos ejemplos muestran hablas reconocibles en la geografía mexicana, las ciudades de las que forman parte poseen estructuras sociolingüísticas complejas, de gran personalidad, al tiempo que muy diferenciadas internamente, como revela su prosodia.

El español de México comparte con el de otras variedades hispánicas características como la poca diferenciación relativa entre vocales y sílabas tónicas y átonas, los acentos tonales previos a la sílaba tónica final con pico diferido a las postónicas, el núcleo prominente a la derecha de la frase entonativa o la declinación tonal en el conjunto del enunciado[44]. Sin embargo, también existen procesos muy llamativos en algunos lugares del país, como la desacentuación de sílabas intermedias, con aparición de melodías planas, o el alineamiento muy temprano de los picos no finales, tanto en ciertas hablas rurales como en situaciones de español de contacto con lenguas originarias[45]. En términos diatópicos, las configuraciones de los finales de los enunciados aseverativos revelan el origen de los hablantes: septentrional, si el tono sube y se mantiene alto; del centro, si sube y luego baja; de la península yucateca, si baja y luego asciende levemente. Tales patrones otorgan a las hablas mexicanas lugar propio en el espacio prosódico hispánico y románico[46].

Si nos centramos ahora en la capital del país, cuya zona metropolitana aglutina cerca de una quinta parte de la población de México[47], el Corpus sociolingüístico de la Ciudad de México[48], que tengo el honor de coordinar junto con doña Yolanda Lastra, y en el que ha participado un sólido conjunto de investigadores, reúne grabaciones de 320 personas recogidas en una sincronía de 10 años, entre 1997 y 2007, levantadas en la Ciudad de México y en parte de su zona metropolitana, aquélla que había estado ya conurbada por varias décadas[49], en un intento por representar la parte medular de una mancha urbana que alcanza en 2010 los 20,116,842 habitantes. Los registros incluyen personas nacidas en la ciudad, pero también una amplia variedad de inmigrantes, cierto número de niños y adolescentes, personas en situación de marginación y grabaciones realizadas en grupos[50].

¿Qué nos dice este conjunto de voces, en el que están representados hablantes de todas las clases sociales, de la ciudad y de otras partes de la República, de los más variados estudios y oficios, en pueblos y colonias antiguos y recientes, sea la Condesa o Santa Ana Tlacotenco, y para qué sirve esta masa documental? Tiene varias utilidades, desde luego. La primera y más evidente es el registro de un estado de habla en un momento temporal determinado, a través de una muestra socialmente estructurada y empleando una metodología homogénea. La segunda es llevar a cabo estudios lingüísticos, en especial de procesos de variación y cambio. Así, se ha constatado la vitalidad de los subjuntivos, como en Si me hubiera yo esperado... los cuatro años, me hubieran este evaluado los demás... si yo le hubiera buscado la manera, y entonces mi pensión no estuviera tan raquítica, hubiera sido jubilación completa a los treinta años[51],frente a, por ejemplo, los procesos de simplificación y pérdida del subjuntivo en Los Ángeles[52]. También se ha observado el empleo restringido del futuro morfológico, casi reservado a usos modales, como Será que las cosas tienen que ser así[53]. Y se ha constatado la expansión de lo que vienen siendo perífrasis informativas del tipo Vivimos cerca de lo que es Miramontes[54]. Una tercera utilidad del Corpus de la Ciudad es contribuir a entender mejor por qué y para qué cambian las lenguas, a partir del estudio de una de las mayores concentraciones urbanas del mundo. Esto trae de la mano conceptos como los de superdiversidad y de policentricismo, entendido como pugna entre diferentes órdenes de indización, es decir, el conflicto entre las formas de asociar significados sociales a las cosas que decimos y que oímos, que son algunas de las características de las grandes urbes[55]. Si la Ciudad de México es el núcleo de su zona metropolitana, también lo es de la megalópolis central y del sistema urbano mexicano, así como uno de los grandes nodos del mundo hispanohablante[56].

La documentación del corpus citadino registra, por ejemplo, fragmentos de historia oral de áreas que van perdiendo paulatinamente rasgos de ruralidad y adquiriendo elementos urbanos, como ocurre en Milpa Alta, Xochimilco o el Ajusco[57]; también permite documentar la regeneración de identidad lingüística y social en Ecatepec[58], los avatares y zozobras de la clase media capitalina o las complejas y a veces muy duras historias de diversos grupos de inmigrantes, sean del centro del país o de zonas más alejadas.

Nada más ilustrativo que oír las palabras de estas personas, de sus historias de vida y sus historias de muerte[59], de sus satisfacciones y sufrimientos, como los que cuenta doña Carmen[60], grabada en 2007 a los 78 años en Iztapalapa[61]:

[...] dijo “no/ ya me voy a juntar con mi mujer” le dije “pues <~pus> ándale”/ y ya dije yo “voy a traer a mi hijo <~mijo>”/ y le digo a mi hijo <~mijo> “¿sabes qué/ hijo?”/ llorando mis lágrimas/ porque él/ venía todo que se le escurrían los piojos así/ de lo que estaba sucio que nunca se bañaba/ le dije a mi hermana “¿sabes qué?/ me voy a llevar a mi hijo <~mijo>”/ me dijo “sí”/ dice “no/ no te lo lleves”/ “no” le dije/ “me lo voy a llevar a mi hijo <~mijo>/ si piedras comemos/ piedras comemos todos”[62][Ejemplo sonoro 2].

La estructura sociolingüística de la Ciudad de México tiene un papel sobresaliente en los procesos de transmisión lingüística y en los de difusión, que provocan la convergencia de las hablas centrales[63]. El trabajo con el corpus de la capital permite análisis minuciosos de problemas encubiertos en la estructura social, pero reveladores de los mecanismos del cambio lingüístico. Por ejemplo, el estudio de los sujetos pronominales expresos, en casos como Trabajamos incluso sábados y domingos, frente a Nosotros trabajamos incluso sábados y domingos,está deparando varios hallazgos. El porcentaje de pronombres expresos en la Ciudad de México, de 21.7%, no es muy disímil al documentado en otras ciudades mexicanas, como Mérida o Xalapa, o entre los mexicanos de Nueva York[64]. Un aspecto muy llamativo es que entre los verbos que aparecen al menos diez veces en una muestra de 3,600 enunciados del corpus capitalino, sólo nueve de ellos concentran casi la mitad de los casos de sujetos pronominales expresos, el 42.4% en concreto. Se trata, en orden de importancia, de creervivirquererestartrabajarllegarserver y tener, seguramente por una combinación de factores sintáctico-semánticos y de un proceso de difusión léxica, que hace que las palabras frecuentes tengan un efecto doblemente notorio en la variación[65]. De esta forma, el estudio de ciertos sujetos parece depender crucialmente del análisis de los verbos a los que acompañan. Pero lo más inesperado es la disminución de los sujetos pronominales expresos entre las personas más jóvenes. Si los hablantes de más edad muestran casi un 30% de sujetos pronominales expresos, los más jóvenes andan por el 16%. Salvo en situaciones de contacto lingüístico, en especial con el inglés, no se habían encontrado posibles casos de cambio en curso en relación a esta variable lingüística. Pero en los últimos años, además de en la Ciudad de México, el patrón ha aparecido al menos en Xalapa (Veracruz), en Barranquilla (Colombia) y en Granada (España)[66]. Quizá se trate de un epifenómeno vinculado al cambio en las formas de tratamiento, en particular al descenso marcado del uso de usted, al haberse comprobado que este pronombre emerge más veces de manera explícita cuando se usa; si fuera así, el proceso sería parte de una transformación social de orden mayor[67].

Si el Corpus oral del español de México permite una proyección en tiempo aparente que llega hasta más o menos 1955, el Corpus sociolingüístico de la Ciudad de México tiene una profundidad en tiempo aparente que lleva en promedio hasta 1940, aunque a veces es posible ir más allá, pues hay 19 personas en el Corpus que tenían 70 años o más en el momento en el que fueron grabadas. El colaborador de más edad, don Tomás, tenía 92 años cuando se le grabó en 2001 y había nacido en 1908, por lo que se estaría incorporando a las hablas adultas en la década de los veinte del siglo pasado, hace casi una centuria. Semejante es el caso de doña Amelia, nacida en 1910 y grabada a los 91 años. Ambos habían nacido en la Ciudad de México y vivían él en la Colonia Morelos, ella en el Barrio de la Santísima, en Xochimilco, y sus voces emergen de las raíces de la vieja ciudad lingüística:

[...] la mejor que escuela de la vida es la calle/ depende/ cómo la/ puedas tú/ digamos este <~este:>/ vivir/ porque si tú te co-/ te tiras al vicio/ con perdón tuyo/ pues <~pus> ya no/ pero hay que saber/ vivir la calle/ eh/ sin quemarte las manos/ sin que seas un drogadicto <~drogadito>/ o co- un/ un delincuente/ vivir/ lo que es una vida/ pacífica y tranquila/ que no/ todas las personas del <~del:>/ ahora <~ora> sí que digamos/ los agentes y todo eso/ no te estén/ golpeando no te estén este/ agarrando y pidiéndote dinero/ tú vives tu vida ya/ allí dice uno/ en el Distrito tienes/ en en las/ en <~en:>/ en las/ ¿cómo se llama?/ en/ en los barrios se dice/ “se ve/ se escucha/ pero no se/ no se platica”[68].

[...] [sí] pues era muy bonitos <~boni:tos> (sic)/ se sembraba los este <~este:>/ como era el maicito/ y cuando ya estaba alto/ pues este/ habían cañas/ elotes y la luna/ qué/ como ahora creo ya ni alumbra/ entonces <~entóns> eran las ocho de la noche y nosotros/ sentados en el patio/ y estaba un terreno luego al frente/ y daba este la caña muy este güerita ([mm]) [y esa] eran cañas dulces/ en la noche bueno pues <~pus> como caballos a cortar el/ las cañas/ y a mascar ahí en el patio/ porque pues <~pus> todavía/ la luna estaba [bonita] ([claro <~cla:ro>]) entrábanos (sic) a dormir hasta <~asa> como como las diez/ las once de la noche[69] [Ejemplo sonoro 3].

¿Qué mejor forma de recuperar el pasado lingüístico y cultural que buscándolo en el presente de las personas que lo atesoran? Estos hablantes nos dan las señas en su tiempo individual real para compararlos en el tiempo aparente con los jóvenes actuales con los que conviven. Y, desde luego, los ahora mayores eran los jóvenes hace treinta o cuarenta años.

La gran inflexión de los años setenta

Demos ahora un paso atrás para hablar de la gran inflexión lingüística de los años setenta, período en el que se decantan numerosas transformaciones sociales y lingüísticas, unas menudas y puntuales y otras de gran envergadura, como revelan los datos lingüísticos de la época y las proyecciones en tiempo aparente con datos posteriores, al considerar la edad de los hablantes grabados. Si hubiera que dar una fecha arbitraria de esa inflexión podría ser 1975, verdadero annus mirabilis por su significación lingüística[70].

Para 1970, había ya en México 174 ciudades, y Guadalajara y Monterrey habían sobrepasado el millón de habitantes, lo que había ocurrido para la Ciudad de México desde los años veinte[71]. En los setenta, la mitad de la población del país, el 47.1%, vivía en las ciudades, lo que marca el punto de quiebre entre la vida rural y la urbana. Esto se ve reflejado en la mayor presión sobre las lenguas originarias y en numerosos cambios lingüísticos en el español, especialmente por la expansión de las hablas urbanas centrales[72]. La urbanización del país, que es el hecho sociolingüístico más importante del siglo xx[73], tiene grandes consecuencias: más y mejores vías de comunicación que aumentan el trasiego de mercancías y de personas, fuerte migración del campo a la ciudad, un sistema educativo más amplio, una gran expansión de los medios de comunicación masiva y, en general, el retraimiento de las identidades locales y de los modos vernáculos. Los años setenta son, pues, la capa de iridio que apunta la exacerbación de los procesos de cambio lingüístico.

Alrededor de esas fechas se empieza a documentar de manera sistemática el español oral de México, urbano y rural, en una serie de proyectos pioneros en el mundo hispanohablante[74]. La importancia extraordinaria de este acontecimiento debe subrayarse, pues en un período de unos 15 años se vive una verdadera revolución documental. Varios de los proyectos son muy bien conocidos, como el de la Norma lingüística culta y el del Habla popular de la Ciudad de México, ambos coordinados por don Juan M. Lope Blanch en la Universidad Nacional Autónoma de México, y que entre 1967 y 1974 grabaron las hablas de más de 800 personas de todos los estratos sociales[75]. La selección de transcripciones publicadas, por ellas mismas o en comparación con materiales análogos de otros países, dieron lugar a una plétora de trabajos descriptivos[76].

Quiero referirme asimismo a dos conjuntos de grabaciones resguardadas hasta ahora en El Colegio de México, y de cuya preservación nos estamos ocupando Julia Pozas y un servidor. Se trata del "Habla de la Ciudad de México" y del "Habla de la República Mexicana", en proceso de digitalización en este momento en la Fonoteca Nacional[77].

A lo que parece, el Seminario de Dialectología coordinado por Lope Blanch en El Colegio entrevistó a un gran número de personas en la Ciudad de México entre marzo de 1963 y octubre de 1969. Se trata de unos 375 hablantes, nacidos en la capital y en diversas poblaciones de la República. Se ha llamado a este cuerpo el "Habla de la Ciudad de México". Probablemente se emplearon en el célebre libro de Lope Blanch dedicado al Léxico indígena en el español de México[78]. En las grabaciones aparecen personas de diferentes condiciones, incluidos nombres muy conocidos, como los de don Juan José Arreola o don Vicente Leñero, pero también, por decir, el del señor Joaquín V., nacido en 1887, cuya habla adulta se estaría formando en los albores del siglo xx, o el del señor Librado H., con 79 años en 1964 y nacido hacia 1885, entre muchas otras personas.

Por su parte, el "Habla de la República Mexicana" recoge grabaciones levantadas fundamentalmente entre 1967 y 1977[79], y el inventario preliminar incluye unos 1200 registros. Las grabaciones pueden dividirse en anteriores y posteriores a 1970, pues las previas a esa fecha son preparatorias del Atlas Lingüístico de México[80], mientras que las posteriores parecen corresponder al levantamiento en firme en las 193 localidades encuestadas[81]. Las personas más jóvenes grabadas tenían 14 y 15 años, y hay medio centenar de individuos de 70 años o más. Así, el señor Benedicto F., un campesino grabado en San Felipe, San Luis Potosí, en 1969, tenía 87 años en el momento de la entrevista[82], lo que implica que nació hacia 1882, diez años después de la muerte de Benito Juárez, y que era un joven en la época en que España perdía Cuba, Puerto Rico y Filipinas ante los Estados Unidos. Una de las mayores innovaciones del Atlasconsistió en levantar pequeñas muestras de hablantes en cada localidad, y en combinar cuestionarios y grabaciones[83]. La calidad de la recopilación no es parigual, ni en su interés social y discursivo ni en la limpieza sonora, pero el conjunto es un documento extraordinario de vida lingüística[84], no exenta de historias curiosas, como la de Alfredo F., el pescador músico, grabado en Bahía Kino, Sonora, en 1972[85]:

[...] somos cuatro los que tocamos. (Ah, qué bien) Primeramente tocábamos, tocaba en un trío, ¿no? Pero nos deshicimos, y a-, en un trío romántico, ¿no? Y ahora toco en un un conjunto... norteño que hay a- que hay aquí, que se hizo de aquí de Kino. (¿Y por qué deshicieron el trío, tuvieron algunos disgustos [o qué?]). [Pues sí], precisamente tuvimos algunos disgustos, [pues]... ([¿Y] debido a qué?). A que e- e- el vocalista, ¿no? El... el del que lleva la primera voz, pues, tiene muy buena voz, pa' qué vamos a negarlo, y canta muy bien, pero... lo... pues lo volaron, ¿no? Se se creyó... se quiso hacer muy grande, ¿no? Pero él no se daba cuenta que lo que... porque él no toca, toca la maraca, . (Uhmm). Y nosotros tocamos la guitarra, y no sabe él que nosotros le damos el ambiente a él, pues, pa' que se oiga bien, y éste se creyó que él solo i- iba a ser, iba...mucho, pues, y, pues, cuando íbamos a trabajar, pues, él quería ganar más dinero que nosotros, en la música, y nosotros le dijimos que no, que t- tenía que ser parejo con los tres [...] [Ejemplo sonoro 4].

La disponibilidad de las grabaciones de esta época, de la capital y del país, permite llevar a cabo comparaciones minuciosas en tiempo real con los materiales actuales, dotando a la investigación de herramientas formidables. Así, se ha documentado el mantenimiento de préstamos de lenguas originarias en campos como los de la comida y otras tradiciones, pero su desplazamiento de las faenas agrícolas y de ciertas instituciones sociales[86], la expansión de las palabras para innovaciones técnicas[87] y la estratificación social del léxico[88]. Los datos de hace cuarenta años muestran en la Ciudad de México un grado de asibilación de las róticas que hoy ha disminuido bastante, bajo el liderazgo de las mujeres involucradas en procesos de ascenso social[89]. Otro tanto puede decirse de la retracción de la aspiración de /s/, en entornos urbanos como los de Veracruz-Boca del Río[90], o de la retracción de las oclusivas en Mérida[91], o del posible retroceso del haber existencial con concordancia plural en hablas cultas, frente a su expansión en hablas populares, como consignan para la Ciudad de México y para Ecatepec dos trabajos recientes[92]. También se sabe, combinando el Atlas y los corpus de varias épocas de la Ciudad de México, quiénes lideran el debilitamiento vocálico: hombres de valores tradicionales que marcan solidaridad de grupo[93].

Podemos, en suma, comparando los documentos orales de los años sesenta y setenta con los actuales, conocer la evolución reciente del español de México, e incluso podemos plantear con garantías empíricas cómo se producen, transmiten y difunden la variación y el cambio en su dimensión teórica. ¿Será posible, sin embargo, dar un paso todavía más atrás?

El sonido de fondo: las primeras grabaciones

Así como los astrónomos hablan de la luz de fondo del universo, aquélla producida a mayor distancia y que tarda tanto en llegarnos que nos revela etapas remotas del pasado cósmico, también los lingüistas disponemos de nuestro propio sonido de fondo. Dejando ahora de lado los resabios de oralidad presentes en muchos documentos[94], que no es poca cosa, nuestras voces más arcaicas provienen de dos orígenes diferentes, combinando de nuevo el tiempo aparente y el tiempo real. El tiempo aparente surge al considerar los testimonios de personas de edad avanzada, como se ha visto hace un momento[95]. El tiempo real lo aportan grabaciones progresivamente más antiguas. Además, ambos métodos pueden combinarse, pues es posible disponer de registros de hablantes de edad avanzada en grabaciones antiguas o muy antiguas.

Si las personas mayores se ven como un conjunto en sí mismas, puede formarse un subcorpus muy interesante, que nos proyecta por las raíces del español oral. Sólo con los materiales del Corpus de la Ciudad de México, el Habla de la República y el Habla de la Ciudad pueden reunirse grabaciones de cerca de 75 personas de 70 o más años, así que no parece demasiado aventurado decir que sumando otros fondos, como los del Habla popular y la Norma culta de la ciudad, pueda llegarse al centenar y medio de testimonios, lo que ya sería un material respetable para proyectar la secuencia más antigua de acontecimientos lingüísticos disponible en el tiempo aparente[96].

Y es posible, además, documentar otras personas de bastante edad en el momento en que se realizaron los registros. El señor Guillermo Flores fue grabado a los 115 años en un programa de televisión el 31 de marzo de 2013. Don Guillermo había nacido el 25 de junio de 1898, y conformado su habla adulta al son de la Revolución Mexicana, pues era uno de los escoltas de Pancho Villa[97]:

 

[...] ¿Por qué haces esto, Eutemio? A mí no me gustan las traiciones, le dije <~ije>. ¿Y tú, primo? Pues <~pos> no seas abusivo, ni falto de respeto. Pues <~pos> lo volví a encontrar, le digo <~igo>. ¿Ustedes no entienden, verdad? Saqué una cuarenta y cuatro cuarenta. El mismo balazo que le di a él, lo despachó <~espachó>, en el piso, y le pegó a a Eutemio. Y pues <~pos> ella s- ella sí cayó luego luego luego [...] [Ejemplo sonoro 5].

Este ejemplo palidece ciertamente si se piensa en los cientos de grabaciones recogidas a propósito de la Revolución Mexicana en los años setenta[98] y resguardados por la Fonoteca del Instituto Nacional de Antropología e Historia, en el Archivo de la palabra y programa de historia oral[99].

Los problemas para encontrar documentos previos a las colectas sistemáticas son semejantes a los de la filología general[100]: localización, datación temporal de la grabación e identificación de los hablantes y de sus características sociales e individuales, audibilidad, tipo de soporte y circunstancias del registro, características de la digitalización y transferencia a nuevos formatos[101]. De manera análoga a la edición de un texto escrito, deben establecerse criterios para realizar la transcripción, grado de marcado de rasgos lingüísticos, número de revisiones, alineamiento de la transcripción y del audio, accesibilidad del documento[102]. Tal filología ha de permitir rehuir la anécdota y trabajar con materiales representativos[103].

La búsqueda de registros sonoros tiene límites claros. Tras trabajar en él desde 1853 o 1854 en París, el fonoautógrafo de Martinville fue patentado en 1857; el aparato era capaz de transmitir el sonido a un medio visible[104]. En 2008 el equipo de First Sounds reconstruyó el documento sonoro más antiguo conocido hasta ahora de la voz humana, obtenido por medio del fonoautógrafo. Se trata de una cancioncilla francesa registrada en 1860 en papel ahumado por Édouard-Léon Scott de Martinville, "Au Clair de la Lune"[105]:

[...] [...][106] [Ejemplo sonoro 6].

También Charles Cros desarrolló otro ingenio, el paleófono, pero no pasó de la concepción básica para la época en que Edison daba a conocer el fonógrafo[107], que fue probado en 1877 y patentado al año siguiente. La primera grabación, que al parecer incluía el célebre "Mary had a little lamb", no se ha preservado[108]. Sí se conserva alguna de las demostraciones del aparato, como una realizada en 1878 en San Luis [Missouri[109]] en papel de aluminio, con un hombre y una mujer recitando canciones de cuna, estallidos de risa, y un solo de corneta, que puede ser la grabación más antigua conservada de Edison:

[...] [Voces ininteligibles] [...] [Ejemplo sonoro 7][110].

El fonógrafo, junto con el teléfono y el micrófono, fue traído a México en octubre de 1878 por Mr. Wise, para una demostración que no debió distar mucho de la de San Luis, por cierto a los tres años de fundada la Academia Mexicana de la Lengua. Según relata fielmente Guillermo Prieto en un artículo publicado el día 21 de octubre de 1878 en El Siglo XIX, el aparato se presentó en el Teatro Nezahualcóyotl, en el callejón de Belemitas 8[111]. Prieto cuenta, tras describir minuciosamente la máquina, cómo Mr. Wise hizo que un caballero entonara la "marcha nacional” en la bocina del fonógrafo, que luego fue escuchada de modo muy claro. Se añadieron otras pruebas, como "una (sic) aria de Bum Bum en La gran duquesa"[112], que dejaron lleno de asombro al público. Prieto, en voz de Fidel, añade un nuevo cuadro a la descripción, contando que:

Por una reacción tal vez de orgullo insensato, quise ver al fonógrafo en familia, como sorprenderlo en su vida íntima, y para esto me valí de la fina amistad que se dignan dispensarme los señores Wexel y Degrees.

En una pieza de la calle del Cinco de Mayo, de todo punto deshabitada, visité el fonógrafo en unión de un querido y eminente amigo.

El fonógrafo, con la mayor indiferencia, y como si no supiéramos sus habilidades, nos dejó acercar y le vi y le examiné sin tener que añadir una coma a mi descripción.

Yo mismo tendí en el cristal la hoja de estaño, la bruñí y la coloqué.

Enseguida me senté frente a la bocina y declamé como mejor pude, unos sáficos adónicos de Villegas.

El amigo dio vuelta al manubrio, y entonces sí con la mayor claridad pudieron todos percibir que era yo quien hablaba en aquella fotografía de mi palabra, y oyeron:

Dulce vecino de la verde selva,

huésped eterno del Abril florido,

vital aliento de la madre Venus,

céfiro blando[113].

Más allá del fonógrafo, el gramófono de Berliner (1887), que se servía de un disco plano, será unos años después el medio más común de reproducción hasta mediados de los años cincuenta, cuando surge el disco de vinilo[114]. La historia oral con valor lingüístico necesita referirse a diferentes hitos, como las grabaciones realizadas por el antropólogo Carl S. Lumholtz hacia mediados de la década de los noventa del s. xix en el noroeste de México, depositadas en el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York[115].

Otra fuente interesante son las ediciones musicológicas, a veces con materiales recitados susceptibles de un análisis relativamente canónico. Por ejemplo, la "Serie de Compositores Poblanos" incluye un álbum triple con un acervo debido a Jesús Flores y Escalante y Pablo Dueñas[116]. Una de las grabaciones es un audio al parecer de 1902, en el que se representa la Batalla del 5 de mayo, a 40 años de los hechos reales:

 

[...] —¡A ver, señor telegrafista, es su último parte al supremo gobierno! —Estoy a vuestras órdenes, mi general. —Ponga usted: Puebla, mayo, 5 del 62, a las 5 y 49 minutos de la tarde. Ciudadano Ministro de la Guerra: Las armas del supremo gobierno se han cubierto de gloria; sírvase usted dar parte de todo al Ciudadano Presidente. Y firmo: Ignacio Zaragoza. —¡Viva Puebla! —¡Viva! [...] [Ejemplo sonoro 8].

Estas grabaciones son contemporáneas de uno de los primeros estudios lingüísticos sobre la Ciudad de México, el de Charles F. Marden de 1896[117]. Pero las afirmaciones de Marden, quien llegó a ser un importante medievalista[118], son poco confiables[119], y habrá que esperar prácticamente a la década de los años 30 del siglo xx para que, en parte de la mano de Henríquez Ureña, arranque el estudio científico del español de México. Pero en los años que van de Marden al celebérrimo El español en Méjico, los Estados Unidos y la América Central de 1938 puede espigarse cierto número de documentos.

Algunos registros son muy conocidos[120], como las de Porfirio Díaz, Francisco I. Madero o Lázaro Cárdenas. El de Díaz es especialmente sugerente, por ser una carta leída y dirigida a Thomas A. Edison[121] en 1909, hace 107 años. Dado que don Porfirio había nacido en 1830, y suponiendo cierta estabilidad en las formas de habla adquiridas en la juventud, la grabación nos encamina a las entrañas mismas del siglo xix, con las salvedades que se quieran hacer por tratarse de una carta, que es además leída[122]. Tal es su inicio:

 Chapultepec, agosto 15 de 1909. Señor Tomás A. Edison, estimado y buen amigo: Me refiero a su grata (sic) 8 de julio. Yo también como usted, recuerdo con placer el tiempo aquel en que tuve la satisfacción de conocerle, y conocer sus atrevidos e- experi- experimentos, haciéndome partícipe de su fe inquebrantable en el grandioso porvenir de las ciencias físicas... [Ejemplo sonoro 9].

Otro texto llamativo proviene de Madero[123]. El testimonio es del 18 de julio de 1911, una alocución en el Palacio Municipal de Puebla que empieza de la siguiente manera:

 ¡Soldados de la República! Me dirijo a todos, a los que formaron parte del ejército federal y a los que formaron parte del ejército insurgente. La guerra ha terminado...[124] [Ejemplo sonoro 10].

 Otras fuentes relevantes son el cine sonoro[125], a partir de Sangre mexicanaEl águila y el nopal y Más fuerte que el deber (cintas de 1929), pero sobre todo de Santa (de 1932)[126], y las grabaciones de radio. La XEW, por ejemplo, empezó a emitir en 1930, y ciertamente algunas de las grabaciones se pueden consultar; no es la única emisora de la que pueden encontrarse fragmentos[127]. Y hace falta un ingente trabajo filológico en archivos familiares y en grabaciones de personajes públicos.

No quiero olvidar los retratos producidos por lingüistas de la época. Uno de los más cálidos testimonios que permite constatar la sensibilidad por el español hablado procede de Rosario Gutiérrez Eskildsen, que en 1937 publicaba un trabajo pionero sobre la entonación mexicana, sea la forma en que una voceadora grita el ¡Gráfico!, sea los anuncios de los vendedores tabasqueños de tamalitos, de dulce y merengue, los de tortillas y pozol, el grito del panadero, el del que vende empanadas, los que anuncian paletas y aguas gaseosas, el del que trae pulpa de tamarindo y dulce de cocoyol, y hasta la voz del muchacho carbonero[128].

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