Ceremonia de ingreso de doña Sara Poot

Jueves, 12 de mayo de 2016.

Discurso de ingreso oficial a la Academia Mexicana de la Lengua

En primer lugar, expreso mi agradecimiento a quienes hicieron posible mi ingreso a esta Academia: 1) por la nominación [doña Margo Glantz, don Fernando Serrano Migallón, don Javier Garciadiego]; 2) por la aceptación [a los señores académicos]. Igualmente, agradezco a todos ustedes que me acompañan esta noche.

Ser correspondiente por Yucatán en la Academia Mexicana de la Lengua y hablar en la Universidad del Claustro de Sor Juana (mi gratitud por la generosidad de su rectora, a quien me presentó Elena Urrutia, y por la de la universidad en su conjunto) me lleva a comenzar estas líneas haciendo una relación entre Sor Juana y Yucatán, hermana república de las letras. Hecha esta relación –del siglo XX al XVII–, vuelvo a la clausura de la monja novohispana para señalar algunos de sus momentos en San Jerónimo, y antes y después de este convento. De ahí se desprende la necesidad y el interés por un magno proyecto de investigación de un capítulo inconcluso de la historia de México. Una biografía familiar, cortesana, monacal, literaria, cultural: una biografía integral y de época de la monja, escritora, humanista, política, economista, pensadora, intelectual, en una misma persona inmortalizada como Sor Juana Inés de la Cruz.

Comencemos, pues, a verla desde una de las orillas geográficas de México. El camino lo marca sobre todo el rastro de un documento, la pista de un posible hallazgo.

SOR JUANA Y EL “LEJANO YUCATÁN”

¿Existen estas relaciones? Sí, claro. Veamos cuáles son para después revisitar este ex templo religioso y por siempre templo de creación de la autora de El Divino Narciso.

Nacido en Mérida, Yucatán, y académico de número de 1962 a 1971 (cuarto en ocupar la silla X, antes de Artemio de Valle Arizpe, Victoriano Salado Álvarez, José María Roa Bárcena y José Martínez de Sotomayor, y a partir de 1983 de José Pascual Buxó, distinguido sorjuanista), desde 1928 Ermilo Abreu Gómez leyó a Sor Juana y a los poetas de su tiempo, a los lectores de su época y las siguientes, repasó su vida, anotó su obra, la circuló entre sus contemporáneos, se interesó por las investigaciones de Dorothy Schons, antecesora de Georgina Sabat de Rivers. De Abreu Gómez dijo Octavio Paz: “Le debemos no sólo las primeras ediciones críticas sino dos investigaciones fundamentales: Iconografía de Sor Juana Inés de la Cruz y Sor Juana Inés de la Cruz. Bibliografía y biblioteca”. Recuerda Paz, “se ha dicho que fue desordenado y descuidado; hay que agregar que fue el fundador de los estudios modernos sobre sor Juana” (¿qué será más importante?, me pregunto). Sorjuanista, académico y yucateco, pionero entre pioneros, don Ermilo no podría no ser mencionado esta noche.

Por su parte, sin estudiar directamente la obra sorjuanina, en 1938 Silvio Zavala ofreció información que sería muy útil para rastrear la autoría de la loa infantil atribuida (endosada más bien) a la niña Juana. Se trata del tercer apéndice (redactado por Wigberto Jiménez Moreno) de Francisco del Paso y Troncoso: su misión en Europa (1892-1916). La información (que relaciono con otros datos) permite contextuar dicha loa, pieza menor que sorprendentemente nos lleva a un documento original del Inventario de Lorenzo Boturini (la loa no es de él, pero sí está en uno de sus cuadernos con materiales mexicanos que, por supuesto ¡no están en México!).

Podemos citar también los aportes del historiador yucateco Jorge Ignacio Rubio Mañé. Los tomos de suIntroducción al estudio de los virreyes de Nueva España proporcionan datos oficiales (y menos oficiales) en tiempos de Sor Juana. Por cierto, no encuentro un solo poema de ella dedicado al virrey de Mancera, quien inicialmente la dio a conocer en España; sí a su esposa, Leonor Carreto. ¿Compartiría con la adolescente Juana el balcón de la virreina?

No sé qué tan leído, pero sí muy citado en las bibliografías sobre todo después del clásico libro de Octavio Paz, es el “El espíritu varonil de Sor Juana”, del médico cubano yucateco Eduardo Urzaiz Rodríguez quien, en su análisis de carácter psicológico (psiquiátrico más bien), en 1945 se adelantó a la interpretación de Ludwig Pfandl. Con la suya, Urzaiz demuestra que es un lector de la vida, la obra, los estudios sobre Sor Juana. Eso de “espíritu varonil” aparece desde la publicación de las ediciones antiguas de la poeta novohispana: mujer fuerte, mujer brava, ¡qué mujer!

Un personaje cercano a Sor Juana que años después vivió en Mérida es Juan Ignacio Castorena y Ursúa, editor de la Fama y Obras Pósthumas de Soror Juana Inés de la Cruz (1700), y a quien la poeta dedicó una décima de agradecimiento por una defensa que él hizo de su persona. Se ha relacionado esta décima con la reacción que, entre fines de 1690 y principios de 1691, provocó en México la publicación en Puebla de laCarta Athenagórica de Sor Juana (1690); gracias a los hallazgos de los últimos años, ahora sabemos que fueron muy pocos quienes hicieron eco de la crítica feroz de alguien que se hizo llamar “El Soldado”, autor de una (no localizada aún) invectiva llamada Fe de erratas en contra de la teóloga de San Jerónimo. Por el contrario, en la ristra de nombres que la defendieron está el del Obispo de Puebla: Manuel Fernández de Santa Cruz. Las dos cartas y la minuta de la Biblioteca Palafoxiana aparecidas en los últimos años son prueba del apoyo que Sor Filotea de la Cruz dio a Sor Juana Inés de la Cruz: primero al publicarla, luego al aconsejarle (no conteste al Soldado; ya no aprenda, enseñe, cuide su salud) y también mandando la Carta Athenagórica para su publicación en España, según dice en una de las dos cartas. En España el prólogo de la Carta Athenagórica, de la trinitaria Filotea y la Respuesta de la jerónima (fechada aquí en San Jerónimo el 1º de marzo de 1691) aparecieron en el tercer tomo de las obras sorjuaninas. Era 1700: Sor Juana había muerto cinco años antes.

Castorena volvió a México y a partir de 1730 fue Obispo de Yucatán. Allí murió en 1733 y sus restos reposan en la Catedral de Mérida. Los archivos de la catedral podrían aguardar sorpresas a la investigación. Cuántos, y sepan cuántos, materiales falta por hurgar, exhumar. Lo dijo Octavio Paz aquí en San Jerónimo el 17 de abril de 1995, y se ratificó su propuesta el 17 de abril de 2015; con los “sosegados huesos” de la autora de Primero Sueño, leer sus versos e iniciar una investigación interdisciplinaria y de archivos. La propuesta es hacerla desde el Claustro, en otras partes, por ejemplo en La 68, Casa de Cultura Elena Poniatowska en Mérida, más allá de este claustro ahora universidad que siempre nos abre las puertas, y aquí lo comentamos con la entrañable Claudia Parodi el 17 de abril de hace un año, cuando leímos el fragmento de una carta de la virreina de la Laguna en que hablaba de Sor Juana, y en Santa Bárbara, California, hace seis meses, donde Claudia leyó su última ponencia dedicada a Sor Juana. Hoy las imaginamos a las dos y hablando con don Luis Leal de tocotines mestizos y del magno Neptuno Alegóricode 1680, cuando Sor Juana al desplegar los lienzos de su arco/arca triunfal en la entrada de la catedral metropolitana se pronunció política al solicitar a los virreyes la conclusión de obras de la Imperial Ciudad de México, así nombrada en las portadas de las ediciones antiguas de la monja mexicana.

He mencionado el tercer volumen de éstas, publicación triple revitalizada en 1995 por las ediciones facsímiles de la UNAM sugeridas por una de las estudiosas más perspicaces y brillantes de Sor Juana: Margo Glantz. Ella misma se encargó de la edición del Segundo volumen y se detuvo en las opiniones de sus censores. Un dato importante: se trata del 15 de julio de 1691 en Sevilla y de este volumen dice D. Christoval Bañes de Salçedo: “cuya vista me cometió el Señor Conde de Montellano, Adelantado de Yucatán…” Páginas después, leemos:

El Señor D. Joseph de Solís Pacheco y Girón, Conde de Montellano, Adelantado de Yucatán, Assistente, y Maestro de Campo General en Sevilla, y su Reynado, aviendo visto la Aprobación de D. Christoval Bañes de Salçedo, diò Licencia para imprimir este segundo Volumen de las Obras de Soror Juana Inés de la Cruz, según más largo consta de su original, su fecha en 18. de Julio de 1691.

Años antes en Mérida, su nombre se anotaba también en un documento:

Auto dado por los Capitanes D. Pedro Velásquez y Valdés y D. Clemente de Marcos Bermejo, tesorero y factor general de las cajas reales de Mérida de Yucatán, por el cual mandaron que, en atención á no tener caudales con que poder satisfacer su situado actual de Adelantado al Conde de Montellano D. José de Solís de Valderrábano Maldonado y Montejo […], acudiese en tiempo en que se le pudiese satisfacer. Ante Salvador de Gorocica, escribano, en Mérida de Yucatán, á 8 de Abril de 1688.

El capitán Pedro Velásquez y Valdés citado, tesorero de la real hacienda de Yucatán, tiene el mismo nombre (pero es otro personaje) de quien se ha dicho fue padrino de profesión de Sor Juana Inés: don Pedro Velázquez de la Cadena. ¿En verdad lo fue y dio la dote para que la joven Juana Ramírez ingresara a la orden jerónima? ¿Ser padrino implicaba dar la dote de ingreso de la profesa? ¿Por qué ahora la duda y cómo se relaciona con Mérida, Yucatán?

En su testamento del 23 de febrero de 1669, un día antes de profesar como monja de velo y coro en San Jerónimo, la novicia mencionó el monto de la dote, pero no informó el nombre de quién había dado esos tres mil pesos. ¿Sería Velázquez de la Cadena que es lo que se ha dicho desde el Padre Calleja en su aprobación a la Fama?

Veamos. A principios de 1668 el cirujano Juan Caballero informa que Juana Ramírez está en el convento de San Jerónimo, que ha solicitado el hábito de bendición y que él se compromete (escrituras de por medio) a pagar la dote de la joven Juana, quince días antes de que ella profese. ¿Y quién era Juan Caballero? Esta pregunta tiene que ver con ciertas relaciones de parentesco de la niña de Nepantla que a los tres años ya caminaba sin andaderas sobre el alfabeto en la Escuela de Amigas; con la vecinita del lugar “que tiene vestido de amate” –Panoayan– en las orillas de Amecameca, donde vivían sus abuelos maternos y pasó de “entre tierras” a “entre libros”, al mundo fascinante de los libros; con la joven dama de compañía de la virreina de Mancera, “mujer noble en torno de Sor Juana”.

Antes de entrar en la corte palaciega, la niña Juana recién llevada a la ciudad de México vivió en casa de su tía María Ramírez y su esposo Juan de Mata. Su hija Isabel se casó con Juan Caballero. ¿Y cómo se conectan estos parientes de Sor Juana con Yucatán?

Leo de un documento:

El Mro Juan Caballero, cirujano vecino de la Ciudad de México y natural de la ciudad de Mérida […], es hijo legítimo y de legítimo matrimonio, de Francisco Caballero, natural de la villa de Villacastín (margen: Valladolid) en España, en Castilla la Vieja, y fue vecino de la ciudad y puerto de La Habana […], donde casó con Ana Ponce de León, natural de la ciudad de La Palma, una de las islas de Canarias; y de dicho matrimonio tuvieron a el dicho Juan Caballero; y aunque vivieron allí algún tiempo, viniendo sus padres a la Nueva España nació el dicho Juan Caballero en la dicha ciudad de Mérida…

Si Juan Caballero estuvo cercano a Sor Juana, seguramente ella oyó hablar del “lejano Yucatán”. ¿Y qué sabemos de su familia política? En el documento se habla de María, hermana de Isabel la madre de Sor Juana:

María Ramírez, mujer de Juan de Mata, madre de dicha Isabel Ramírez de Mata, vecina de la Ciudad de México, fue hija legítima de Pedro Ramírez y de Beatriz Ramírez, su legítima mujer, vecinos que fueron de la provincia de Chalco, del arzobispado de México, donde se casaron y velaron y tuvieron por su hija legítima a dicha María Ramírez. Fueron naturales de los reinos de España. Pedro Ramírez natural de San Lúcar de Barrameda, y Beatriz Ramírez, su mujer, natural de Urgel [Véjer], junto a Cádiz, hija legítima de Pedro Sánchez y de Isabel Ramírez, su mujer legítima. El bisabuelo por parte de abuelo de Isabel Ramírez de Mata se llamó Diego Ramírez, que fue casado y velado en dicho lugar de San Lúcar de Barrameda. No se acuerda cómo se llamó su bisabuela. Y dicha genealogía y noticias es cierta y verdadera, según que las he tenido y que yo y la dicha mi mujer y mis padres y abuelos ni demás ascendientes hayan sido expósitos ni de padres inciertos. Y así lo juro a Dios y a la Cruz. México y abril treinta de mil y seiscientos y sesenta y nueve años. Mro Juan Caballero [firma]

En Madrid a 22 de febrero de 1670. Su Excelencia. Désele el despacho ordinario.

De las declaraciones de Juan Cavballero copiamos el nombre de los abuelos maternos de Sor Juana: Pedro Ramírez y Beatriz Ramírez (ya lo sabíamos); los nombres de sus bisabuelos (por parte de su abuela): Pedro Sánchez e Isabel Ramírez (no lo sabíamos); el nombre de su bisabuelo (por parte de su abuelo): Diego Ramírez (tampoco lo sabíamos). El origen de Juan Caballero es por ahora entre lo más novedoso: nació en Mérida, Yucatán, era primo político de Sor Juana y está relacionado con los tres mil pesos de ingreso a San Jerónimo. Juan Caballero fue cirujano, barbero de la Santa Inquisición y gracias a su solicitud para cumplir con este oficio se amplía el conocimiento acerca de la familia Ramírez y se abren y resuelven nuevos interrogantes sobre la dote de ingreso de la joven Juana a San Jerónimo, y sobre su fecha de entrada. Y aquí estamos.

SOR JUANA EN SAN JERÓNIMO

Cuando el 30 de abril de 1669 se levanta en México el acta familiar de los Caballero Ramírez, habían pasado dos meses de cuando el primo político de Sor Juana (y nuestro paisano) diera la dote para que la novicia profesara, que fue el 24 de febrero de 1669. ¿Cuándo entró en San Jerónimo? ¿Ya era conocida como Juana Inés?

Veamos. En el Libro de Profesiones del monasterio de San Joseph de Carmelitas descalzas de la ciudad de México aparece el nombre compuesto –Juana Inés; antes, sólo el de Juana y nunca el de Inés. Dice el acta de profesión de la orden carmelita:

Recibióse para religiosa corista a Juana Inés de la Cruz, hija legítima de D. Pedro de Asuaje y de Isabel Ramírez, su mujer. Es natural de esta Nueva España. Diola el hábito de bendición, el padre capellán D. Juan de Vega, domingo 14 de agosto de 1667, asistieron los señores Marqueses de Mancera. La dicha hermana no profesó, y en 18 de noviembre de 1667 salió del convento.

¿Así se la llamó de agosto a noviembre de 1667 y en San Jerónimo siguió con el mismo nombre? Convaleciente o frágil de salud (de eso habla Juan de Oviedo, el biógrafo del Padre Núñez), al salir del convento de las carmelitas, ¿a dónde iría de inmediato? No pasó mucho tiempo del cambio de un convento a otro. Como seglar, Juana Ramírez estaba en San Jerónimo desde antes del 6 de febrero de 1668; ese día solicitó a las madres superioras que propusieran su ingreso a la comunidad conventual y, una vez aceptada, pudiera recibir el hábito de bendición y con él convertirse en novicia. Lo dice en un memorial que firma el 6 de febrero en San Jerónimo “donde –dice– estoy actualmente”.

Antecede al Memorial de Juana Ramírez precisamente la escritura de Juan Caballero, quien se comprometió a pagar y cumplió en el momento preciso la dote de 3,000 pesos de oro común en reales. Las monjas principales de San Jerónimo aceptan la escritura de Caballero, y a su vez el memorial de Sor Juana. Da fe Joseph de Lumbeira:

Al recibir el hábito de bendición, la joven cambiaría su ropa de seglar con la que entró en el convento por la ropa blanca de las novicias; la vestiría de febrero (¿segunda semana?) de 1668 al domingo 24 de febrero de 1669 por la mañana.

De unos días antes –18 de febrero–, es una carta de pago. De manos de José de Lumberra (Lombeida), Juan Caballero entrega los tres mil pesos de oro, requisito para la profesión de la novicia Juana Ramírez. Uno de los testigos de la entrega fue Antonio de Cárdenas, sacerdote ante quien profesa Juana Inés de la Cruz. Dos días después (20 de febrero de 1669) Juana Inés solicita hacer su testamento, se le autoriza, y el 23 de febrero lo hace: como novicia se llama Juana Inés, menciona su nombre de seglar –Juana Ramírez de Asuaje– y se dice hija legítima (no de “matrimonio legítimo”) al mismo tiempo que informa que su padre es difunto. Si no fue “hija legítima”, ¿por qué lo diría –y lo hizo en su acta de profesión– cuando en el convento profesaron hijas de la iglesia y así lo declararon? Incluso lo hicieron sin dar señales de padre y madre. No fue el caso de Sor Juana. La investigación sigue pidiendo justicia.

Amanece el domingo 24 de febrero de 1669. Horas más tarde, en el Libro de profesiones del Convento de San Jerónimo de México se asienta el acta de protesta número 251, la de “Soror Juana Inés de la Cruz”. Ante el Señor Doctor don Antonio de Cárdenas y Salazar, Sor Juana ha profesado. Es día de fiesta en San Jerónimo. Las campanas tocan. Las luminarias pronostican a la gran luminaria del siglo XVII.

CLAUSTRO DE SAN JERÓNIMO DE LA IMPERIAL CIUDAD DE MÉXICO

El buen juez por el claustro empieza, y “nuevos viejos datos” de este convento nos acercan un poco más a lo que fue la vida de la monja jerónima. Si ella legó finezas mayores con su genialidad, es fuerza corresponderle con información sustentada en documentos para que sus lectores –especialistas o no– sepan con más certeza quién fue Sor Juana Inés de la Cruz. Entender el pensamiento religioso, teológico, filosófico de sus reflexiones, recapacitar sobre su búsqueda de la libertad desde la clausura, leer con deleite la infinitud de su poesía, entender su concepción ética y estética de su tiempo, considerar sus estrategias personales y políticas, aplaudir sus habilidades en el arte de la esgrima intelectual, sus aciertos económicos, verla sonreír con la travesura y la sabiduría de su ironía, es girar nuestros días en la rueda (de la fortuna, más que de los infortunios) de México, que aún se ilumina con su cultura, sus universidades, sus jóvenes, sus menos jóvenes, sus nada jóvenes; un país del que estamos obligados a fortalecer su visión –no sólo de violencia y desencuentros– hacia dentro y hacia fuera.

Si Sor Juana respondió con caridad a la envidia, ¿por qué no responder nosotros no con la difusión (o no sólo con la difusión) de un México violento y violentado sino con el contagio de la cultura, la educación, la civilidad, en la calle, en la universidad, en el margen y los centros? México sigue en estas manos que sí nos pertenecen. Con sus manos –la mano, “índice del corazón”–, Juana Inés cocinó, bordó, se persignó también, se protegió, hizo números, escribió, y no nos digan que sus tiempos variopintos (certámenes y espectáculos, teatros efímeros, motines, terremotos, Inquisición, cultura mayormente masculina) eran felices y que en este convento sólo se dedicaba a cantar y a coser (“Érase una niña/ como digo a usté/ cuyos años eran/ ocho sobre diez/ ésta [qué sé yo/ cómo pudo ser] dizque supo mucho/ aunque era mujer./ Esperen, aguarden,/ que yo lo diré./ Porque, como dizque/ dice no sé quién/ ellas sólo saben/ hilar y coser”).

Aquí en San Jerónimo, Sor Juana ocupó muchos cargos (tornera, secretaria, contadora, una, dos, tres veces), escribió poesía en todos los metros (sonetos, romances, endechas, seguidillas, redondillas, glosas, décimas, homenajes, billetes, liras, ovillejos, silvas, loas, autos sacramentales y comedias profanas) ¡y en sus ratos libres!), versos y prosa en varios tonos (místicos y filosóficos), de lo científico y literal a lo metafórico y metonímico de sus líneas, aderezadas muchas con su incomparable sentido del humor, del buen humor. Divertida, firmó con su nombre; formal, también lo hizo. En el ovillejo donde “pinta en jocoso numen, igual que con el tan célebre de Jacinto Polo una belleza”, se autonombró: “Veinte años de cumplir en Mayo acaba,/Juana Inés de la Cruz la retrataba” (eso fue aquí hace más de 300 mayos). Y con el nombre de Juana Inés de la Cruz cierra su Respuesta a Sor Filotea de la Cruz el 1º de marzo de 1691 (también en San Jerónimo) En uno y otro escrito el nombre está integrado, y por supuesto que aparece con el sello de autoría en sus publicaciones y sobre todo en documentos religiosos.

En la cotidianidad conventual intramuros de una sociedad represiva colonial, Sor Juana construyó un espacio de reflexión y de creación, y lo que de ella ha trascendido desde hace más de tres siglos no es la violencia de su tiempo, que también la hubo y mucha, además de los embates de la naturaleza (¿influiría en ella esta situación para su renuncia final entre 1693 y 1694, como sugiere Marie Cécile Bénnassy, a falta de pruebas contundentes de represión por parte de las autoridades de la iglesia?), sino el mundo iluminado con el despertar de su palabra, la de este ser humano excepcional, única mujer que vemos en esta galería de retratos del México letrado. Aquí, Sor Juana junto a Cervantes. ¿Lo leería Sor Juana? El registro de títulos y autores que entraron a México en los años ochenta del siglo XVII nos da la respuesta (NovelasParte de don Quijote primera y segundaLos trabajos de Persiles y Segismunda, dos tomos de Don Quijote[estampado]). Es imposible que no lo hubiera conocido; en algunas de sus líneas está la estampa cervantina.

Qué y quiénes más trascenderán a pesar de los tiempos ya idos y los que vendrán? Sor Juana es modelo y hoy (esta noche) estamos literalmente en el espacio de sus lecturas; aquí donde se gestaron sus figuras poéticas, mitológicas, históricas, sus alegorías (¡cuánta poesía en todos los metros, ritmos y rimas!); sus precisiones con la palabra y los números (¡cuánta inteligencia!, lenguaje formal). Desde San Jerónimo Sor Juana se comunicó con el mundo. ¡Cuánta carta, además de las públicas y privadas, cuántas expectativas desde la Nueva Granada por conocerla (pienso en el enamorado de Sor Juana), cuánta correspondencia entre Perú y México, cuántos elogios y cartas desde España y dentro de la Nueva España, ¡cuánta Sor Juana a lo largo de los siglos!

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