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riesgo y fortuna de la interpretación simbólica
Notemos, sin embargo, que el epíteto
funesta
atribuido a la
sombra
de la
tierra no es pertinente a la cronografía o descripción del fenómeno físi­
co, sino que se desplaza a otras consideraciones de índole moral, toda vez
que
funesto
es precisamente lo “triste, deplorable, infeliz y desgraciado”; en
suma, según define el
Diccionario de autoridades,
lo que “causa inquietud
o congoja de la voluntad que aprehende algún objeto contrario a su deseo
con aversión insuficiente para resistirle, y le causa pesar, aflicción y tormen­
to”. De hecho, los epítetos
piramidal
y
funesta
introducen abruptamente
las primeras marcas semánticas del plano figurado, el cual alcanzará su más
amplio desarrollo cuando se pase a describir a las criaturas que pueblan
aquel espacio “infeliz y desgraciado” de la noche. Diremos más, la estruc­
tura fuertemente hiperbática del primer enunciado del poema (como de la
inmensa mayoría de sus enunciados) introduce al lector en las continuadas
sorpresas que
El sueño
le tiene reservadas: primero, por causa de la pospo­
sición del núcleo del sujeto oracional (“de la tierra nacida
sombra
”) a sus
atributos, y luego por el carácter ciertamente disémico o ambiguo de estos,
puesto que
piramidal
alude tanto a la forma geométrica de la sombra pro­
yectada por la tierra (su sentido recto) como a un elemento arquitectónico
cargado de connotaciones herméticas (su sentido figurado).
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El segundo
epíteto (
funesta
) abona doblemente la significación a un tiempo literal y
metafórica del primero que, aludiendo a la oscuridad natural de la noche,
insinúa también el ánimo amenazante de aquella
sombra
capaz de declarar
una “tenebrosa guerra” a las “estrellas” y aun de proyectar sobre su octavo
cielo “la punta altiva de sus vanos obeliscos”.
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Tales pirámides y obelis­
cos se inscriben en un doble paradigma cultural: por una parte, su forma
termi­nada en punta imita o representa los rayos solares y, por exten­sión me­
tafórica, las luces del entendimiento; por otra, pirámides y obeliscos son
36
En la “
Sphera amoris
” (
Oedipus aegyptiacus,
III), representó Atanasio Kircher el tema de las
pirámides luminosa o solar, que infunde al cosmos su rayo de amor, y la sombría, que nace de la
opacidad terrestre y se proyecta hacia las esferas superiores.
37
De conformidad con la teología platónica de Ficino (y su fundamentación en el Pseudo Dio­
nisio) la esfera octava de las estrellas se caracteriza por sus cualidades de
candor
y
splendor,
de suerte,
pues, que la sombra engendrada por los cuatro elementos terráqueos pretendería opacar la luz de
la esfera cristalina y aun del mismo Empíreo (cf. Frances A. Yates,
Giordano Bruno y la tradición
hermética
, Barcelona, Ariel, 1983).