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josé pascual buxó
parte esencial de los misterios funerarios de los antiguos egipcios y griegos,
como se hará patente unos versos más adelante en los cuales se evoca a
Diana, la “Diosa / que tres veces hermosa / con tres hermosos rostros ser
ostenta”: astral, terreno e infernal. Y es justamente la violencia del hipér­
baton latinizante la causa de la perturbadora desarticulación de la sintaxis
ordinaria, que obliga al lector a restablecer el orden de los componentes
léxicos tanto como el de sus variables contenidos semánticos.
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Sin salir de los versos citados, notó en ellos Álvarez de Lugo “un segun­
do acumen” –o sutileza conceptual–, por cuanto que el hecho de dar
“alien­to vital” a aquella
sombra
ascendente de la tierra es lo mismo que
atribuirle, por medio de un “tropo traslaticio”, una acción que tiene como
fin extinguir todas las lumbres del universo. La prosopopeya de la
sombra,
el hecho de conceder voluntad propia a cosas inanimadas, trasmuta el fe­
nómeno físico de la noche en una alegoría del mal; en efecto, el sentido de
la amenazante
sombra
engendrada por la opacidad terrestre se desliza de un
campo semántico a otro: la representación astronómica, hecha en los tér­
minos rectos de una definición científica, da paso a la significación figurada
y alegórica de las temibles fuerzas de la noche en su inacabable combate
contra la luz del sol y, por consecuencia analógica, contra las luces del en­
tendimiento de las que el astro solar es símbolo perfecto.
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Por hacer más
evidente el sentido profundo de la “tenebrosa guerra” que la “altiva”
sombra
“intima” a las estrellas, también la autora “subió de punto ese tropo” atribu­
yéndoles a aquéllas “el aliento vital para estarse burlando
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de esta sombra”.
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A este respecto decía sabiamente Alfonso Méndez Plancarte en su citada edición de
El sueño
que “el incansable hipérbaton” permite a sor Juana “la holgura de su verso y de sus rimas, el resalte
estratégico de los capitales vocablos y el frecuente aislamiento de los epítetos que –a distancia del
nombre calificado– emancipan su gracia individual y ganan un valor casi sustantivo”.
39
Recordaba Macrobio en su
Comentario al Sueño de Escipión
,
que Platón “descubrió que entre
las cosas visibles sólo el Sol era muy parecido al Bien, y por medio de esta analogía abrió un camino
a su discurso para elevarse hacia lo incomprensible” (cito por la edición de Jordi Reventós, Madrid,
Siruela, 2005). En el
Corpus Hermeticum
queda cabalmente establecido el parangón entre el sol y
el Bien, así como entre los rayos solares y el influjo del esplendor inteligible. Recuérdese que para
Hebreo y la numerosa cauda de neoplatónicos, siendo el sol simulacro del entendimiento divino,
el ojo lo será del entendimiento humano (cf. León Hebreo,
Diálogos de amor
,
trad. Carlos Mazo,
Barcelona, PPU, 1986).
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Burlar,
en el sentido de “frustrarle sus designios” a alguno.