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fernando serrano migallón
El jefe de la revolución constitucionalista comisionó al mexiquense, ya
con el carácter de diplomático profesional, para que cumpliera en América
del Sur con la misma misión que había afrontado en Europa. Un distin­
to marco político y una mejor técnica diplomática permitieron a Fabela
cosechar un éxito más rotundo. Lo que en Europa había sido frialdad, in­
diferencia y hasta hostilidad, en Sudamérica fue entendimiento y apoyo;
en Argentina, Chile, Brasil y Uruguay, Fabela no sólo fue recibido como
representante de un gobierno legítimo, sino que logró que estos países re­
conocieran el mando efectivo de Carranza, reanudaran relaciones diplo­
máticas con México y con ello logró remover a los diplomáticos mexicanos
remanentes del huertismo sustituyéndolos por representantes del carran­
cismo. En 1937, Cárdenas lo nombró representante de México ante la So­
ciedad de Naciones; eran varios los elementos que pudieron haber incidido
en el criterio de Cárdenas para el nombramiento; por un lado, Fabela era
un diplomático que había logrado capitalizar una experiencia rápidamente
adquirida y su desempeño podía evaluarse en resultados concretos siempre
positivos; además, era un hombre acostumbrado a trabajar bajo presión en
situaciones sumamente críticas, en las que actuaba con inteligencia y sere­
nidad, factor que resultaba por demás importante si se considera que Fabela
se dirigía a la máxima instancia internacional en un mundo sacudido por
la avanzada fascista y las amenazas de guerra. Su filiación política, a la que
había permanecido fiel en circunstancias tan duras como la proscripción y
el exilio, lo señalaba como un político y diplomático leal y comprometido
con la legalidad y la institucionalidad. Por último, es probable que influyera
asimismo el hecho de que la presencia de Fabela, pese a los años de exilio, se
hubiera mantenido vigente por medio de la prensa y de las redes de contac­
tos mundiales que había cultivado durante su primera época diplomática.
El mundo al que Fabela se iba a enfrentar en este segundo tiempo di­
plomático era radicalmente distinto del que había vivido en la década de
1920. La agresividad del fascismo y el retraimiento político de los países
libres, cuya más cruel imagen la dieron durante la Guerra Civil española,
habían redundado en un ambiente internacional preñado de desconfianza
y cuya norma era el oportunismo y la falta de respeto a las reglas jurídicas
internacionales.