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fernando serrano migallón
o la alegría. Fabela lleva al campo del ensayo temas que ya habían sido tra­
tados por otros escritores en repetidas ocasiones, pero al igual que sucedía
con instituciones jurídicas o situaciones políticas, propone siempre lecturas
novedosas y enfoques poco ensayados, lleva la cultura con cariño, tratándo­
la como algo tan valioso que es digno de ser compartido. En ese sentido, no
hay límites para la prosa fabeliana, toca temas de aquí y de allá, dándoles la
propiedad de la cultura de ser ubicua sin perder estilo; si bien trata temas
tan universales y tan españoles como don Quijote, lo hace como sólo una
sensibilidad mexicana y revolucionaria puede hacerlo, descendiendo de la
anécdota al análisis y al retrato de lo sensible. En su ensayo sobre la inmor­
tal obra de Cervantes, Fabela logra con éxito el uso de un lenguaje claro,
diáfano buscando al lector antes que al crítico o al estilista:
Cervantes, después de hacer prototipo de lealtad a don Quijote, hace a Sancho
paradigma de fidelidad […] Sancho no es la cordura ni la razón, es el buen
sentido acomodaticio y egoísta que ve la realidad tal como es y la aprovecha,
cuando puede. Su amo dice de él que “tiene malicias que le condenan por bella­
co y descuidos que le confirman por bobo; duda de todo y créelo todo; cuando
pienso que se va a despeñar de tonto, sale con unas discreciones que le levantan
al cielo” […] Sancho es el sentido común vulgar y corriente, el hombre pueblo
con sus bondades y sus malicias. Y si bien, el criado no se pertenece a sí mismo,
es de su señor, vivía para él porque el amo era una especie de divinidad en la
tierra como si fuese un Dios del cielo. Él no era nada comparándose con su
mandante, porque no se sentía dentro de sí mismo, sino dentro del superior,
que es casi su dueño, o sin el casi. Le mandaba y obedecía, y más que eso: don
Quijote creía una cosa, y él, aunque le contradijera y replicara, al fin de cuentas
creía lo mismo.
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Si en Fabela la narrativa es un mundo donde la creatividad va de la mano
con la sensibilidad del terruño o bien con la universalidad de los deseos
humanos, en su ensayo son las ideas las que mandan, una literatura de
palabras hecha con base en ideas correctamente conectadas, pero en ambos
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Isidro Fabela,
A mi señor don Quijote
, edición de “algunos amigos y admiradores republicanos”,
México, 1966.