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gonzalo celorio
morias trata de hilvanar, se percata de que, tras 20 años transcurridos desde
la fecha de la donación, nadie, dice, “ha vuelto a ver ni mis libros ni mis
caracoles”. Sarcástico, Cortázar escribe, como para que Neruda se remueva
de indignación dentro de su tumba: “Pinochet se los venderá a los yanquis,
es lo más seguro”.
Confieso que he vivido
es, como se sabe, un libro póstumo, que Neruda
dejó inconcluso. Se publicó bajo el cuidado y la ordenación final de Ma­
tilde Neruda, su viuda, y del escritor venezolano Miguel Otero Silva, amigo
cercano del poeta. Pero abundan las erratas. En una página, por ejemplo, el
nombre del escritor británico Somerset Maugham tiene dos errores de orto­
grafía. Frente a tal vejamen, Cortázar monta en cólera y, como si su bolígrafo
dejara el verde apacible de la poesía para escribir en el rojo de las denuncias,
espeta: “Che Otero Silva, qué manera de revisar el manuscrito, carajo”.
En la biblioteca hay dos obras de Luis Cernuda:
Poesía y literatura
y
La
realidad y el deseo.
El ejemplar de la primera de ellas no le pertenecía a Cor­
tázar; tiene, quién lo diría ahora, el nombre de Mario Vargas Llosa escrito
en tinta azul en la primera página y está fechado en París, 1965. Aun así,
está anotado por el Cronopio mayor.
De entrada, al referirse a Cervantes, Cernuda sienta su posición con
respecto a la crítica académica:
Tan densa puede ser la masa de comentarios eruditos acumulados sobre una
obra, que es ya difícil adelantarse hasta aquella sobre la cual recaen, y ésta, ex­
traña y lejana, se nos pierde de vista, como la lucecilla que brilla remotamente
entre las sombras nocturnas del camino. Resulta así que la crítica erudita, antes
que acercarnos un texto, nos lo separa, y antes que aclararlo, lo oscurece.
¿Cuál es el comentario que escribe al lado de semejante declaración de
principios quien abjuró de todos los reduccionismos y todos los encasi­
llamientos y reivindicó el gusto –primigenio pero crítico, entusiasta pero
reflexivo, epidérmico pero vascular– por la literatura? Uno solo, contun­
dente: “¡Exacto!”
Más adelante, Cernuda habla de la capacidad de la novela para indagar
las profundidades abisales del ser humano: