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julio cortázar, lector
[…] es necesario que el novelista, aliado del poeta, nos dé vislumbre de esa
otra dimensión humana que, desde Shakespeare acá, nos fuera revelada para
siempre. (Y perdóneseme que saque a colación tan grandes nombres como los
de Cervantes y Shakespeare.) No es necesario ni fácilmente posible que el nove­
lista alcance adonde Cervantes y Shakespeare alcanzaron (aunque Dostoievski
y Galdós sí alcanzaron), ya basta con un acercamiento mayor o menor a esta
meta ideal.
Cortázar encierra en un círculo el nombre de Galdós y escribe al margen:
“No, hombre, por favor!”
Uno de los libros anotados con la complicidad, el respeto y la cercanía
que sólo se pueden expresar escribiendo a lápiz, es
La realidad y el deseo.
Al final de la sección que recoge las primeras poesías del poeta andaluz,
Cortázar musita: “La más íntima –sola– poesía. Rumorosa y mínima, pre­
ludio de una tristeza segura”. Como comentario de la sección siguiente,
“Égloga, elegía, oda”, escribe: “Aquí, una adjetivación suntuosa, excesiva.
¡Pero cómo ordena tanta sustancia peligrosa un ritmo sabio y una estructu­
ra serena!” De la sección “Invocaciones”, en general, dice: “Un grande, un
maravilloso libro” y, en particular, del poema “El joven marino”: “
Le plus
beau des poemas
”; y del “Himno a la tristeza”, “Bello como Hölderlin”. Del
poema “La fuente”, perteneciente a la sección “Las nubes”, exclama: “La
voz de Shelley, la voz de John Keats y tú, Poeta”. Y al calce de uno de los
poemas más adoloridos del libro entero, “Niño muerto”, de la misma sec­
ción, alude a algún suceso personal, para mí desconocido, que lo identifica
con el poeta: “1941. Después de mi 16 de abril, cómo no sentir míos estos
versos, cómo no quemar mi llanto pegado al tuyo!”
En el colofón se dice que el libro se imprimió “bajo el cuidado tipográ­
fico del poeta Emilio Prados”. Cortázar no puede contener su disgusto por
las erratas que ensucian la edición y hace una enmienda: “donde dice
el
cuidado
debe decir
el descuido
.
Si bien en la biblioteca se conservan, como dije, numerosos ejemplares
de
Las Hortensias
, de Felisberto Hernández, ninguno de ellos, hasta donde
pude ver, tiene anotaciones. El libro de cuentos del escritor uruguayo titu­
lado
Nadie encendía las lámparas
, en cambio, está subrayado y anotado con