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gonzalo celorio
un evidente sentido de las coincidencias y las afinidades. Cortázar subraya,
por ejemplo, el segundo párrafo del cuento “El balcón”:
El teatro donde yo daba los conciertos también tenía poca gente y lo había
invadido el silencio: yo lo veía agrandarse en la gran tapa negra del piano. Al
silencio le gustaba escuchar la música; oía hasta la última resonancia y después
se quedaba pensando en lo que había escuchado. Sus opiniones tardaban. Pero
cuando el silencio ya era de confianza, intervenía en la música: pasaba entre
los sonidos como un gato con su gran cola negra y los dejaba llenos de inten­
ciones.
Cómo no recordar el capítulo 23 de
Rayuela
en el que se relata el patético
concierto, lleno de silencios, que ofrece la pianista y compositora Berthe
Trépat ante un público magro que se va esfumando hasta quedar reducido
a la sola presencia de Oliveira.
Pero el subrayado más significativo, a mi manera de ver, es el que marca
estas líneas del mismo cuento: “Empezaron a entrar en el mantel nuestros
pares de manos: ellas parecían habitantes naturales de la mesa”.
Remite, en primer lugar, al cuento juvenil de Cortázar “La estación de la
mano” que, como dije, él mismo invocaba para oponer su lenguaje al de