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julio cortázar, lector
Octavio Paz, y que refiere el advenimiento de una mano diestra y autóno­
ma que acude cotidianamente a la casa del narrador hasta que, enamorada
de la mano izquierda de su anfitrión y dispuesta a cercenarla del brazo para
liberarla y “desposarse” con ella, es de algún modo expulsada del lugar. Sé
que ese cuento es muy temprano, pues data, según lo confiesa su autor, de
los tiempos anteriores a su traslado definitivo a París, ocurrido en 1951.
Pero ignoro si Cortázar había leído, cuando lo escribió, el cuento “La mano
del comandante Aranda” de Alfonso Reyes, fechado en febrero de 1949,
en el que el polígrafo mexicano relata la historia de una mano, perdida en
acción de guerra, que tan pronto empezó a conducirse sola, se volvió ingo­
bernable y “echó temperamento”:
No obedecía a nadie. Era burlona y traviesa. Pellizcaba las narices a las visitas,
abofeteaba en la puerta a los cobradores. Se quedaba inmóvil, “haciendo el
muerto”, para dejarse contemplar por los que aún no la conocían, y de repente
les hacía una señal obscena. Se complacía singularmente, en darle suaves sopa­
pos a su antiguo dueño, y también solía espantar las moscas.
Reyes resuelve su historia a la manera cervantina, cuando la mano insurrec­
ta decide volver a su estado sedentario tras enterarse –por los libros que,
como la mano del cuento de Cortázar, es capaz de leer– de que su historia
ya ha sido relatada y de que su autonomía a nada bueno puede conducir.
En la biblioteca del comandante Aranda, la mano
dio con un cuento de Maupassant sobre una mano cortada que acaba por es­
trangular al enemigo. Y dio con una hermosa fantasía de Nerval, donde una
mano encantada recorre el mundo haciendo primores y maleficios. Y dio con
unos apuntes de Gaos sobre la fenomenología de la mano…
Reyes no pudo haber leído el cuento de Cortázar, que el escritor argentino
publicó por primera vez en
La vuelta al día en ochenta mundos
, en 1967,
cuando Reyes ya había muerto.
De haberlo conocido, quizá lo habría incluido entre los textos que la
mano del comandante Aranda leyó.