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julio cortázar, lector
La relación literaria entre Cortázar y Lezama se remonta a los años anterio­
res a la Revolución cubana. Se inicia, como lo registra Blanca Berasátegui,
cuando Cortázar lee en París, en 1957, algún número de la revista
Orígenes
,
que llegó hasta 1956 con el número 40, y le escribe a su director para mani­
festarle su admiración y su agradecimiento por haberle permitido entrar en
“un dominio fabuloso de la literatura”. A vuelta de correo, Cortázar recibe
un paquete con todos los libros de Lezama hasta entonces publicados, en­
tre ellos
Tratados en La Habana,
que tiene una muy lezamiana dedicatoria,
tan poética como barroca: “A Julio Cortázar, por su ardido traspasar del
paredón en ancho”, que acaso aluda a la práctica narrativa de Cortázar
de transponer primero, y de abolir después, las fronteras que dividen la
realidad de la fantasía. La relación personal cristalizó posteriormente en La
Habana, donde se encontraron algunas veces, y sólo ahí, pues Lezama no
salió de su isla más que en dos ocasiones –una a República Dominicana y
otra a México–, y en ambas por contados días.
En su ejemplar de
Paradiso
, Cortázar marca al margen párrafos enteros,
subraya imágenes, pone interrogaciones y admiraciones y corrige todas y
cada una de las numerosas erratas que degradan esa primera edición.
Los subrayados suelen destacar adjetivos felices, imágenes poéticas au­
daces o de gran plasticidad, símiles insólitos o misteriosos, y revelan que
Cortázar, desde su primera lectura, comprendió que
Paradiso
, más que una
obra narrativa, era un vasto poema aunque transcurriera como si fuese
una novela o, en todo caso, era una novela que no se dejaba leer como tal,
sino que imponía una lectura abierta, sensorial, imaginativa, más propia
de la recepción de la poesía que de la prosa. Y así nos lo hizo saber en un
temprano artículo titulado “Para llegar a Lezama Lima”, que recoge en
La
vuelta al día en ochenta mundos
, en el que se pregunta: “¿dónde empieza la
novela, dónde cesa el poema…?”, y concluye: “esto no es un libro para leer
como se leen los libros, es un objeto con anverso y reverso, peso y densidad,
olor y gusto, un centro de vibración que no se deja alcanzar en su coto más
entrañable si no se va a él con algo que participe del tacto, que busque el in­
greso por ósmosis y magia simpática”.
Cito a continuación algunas líneas de Lezama que el bolígrafo de Cor­
tázar subrayó con entusiasmo inocultable: “un diamante de tamaño acari­