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Repasando mi vida con el retroscopio (voy a cumplir 80 años, de los que
he vivido más de 50 como médico), la veo como muy afortunada y muy
feliz. Pero creo que hubiera podido invertirla en otras actividades profe­
sionales distintas, como la historia o la filosofía, y que también la hubiera
disfrutado. Pero en el fondo sigo pensando que también podría haber sido
músico y que también hubiera sido muy feliz, porque amo la música.
V
He escrito estas notas enmi biblioteca, en donde siempre hay música (en este
momento escucho a Mikhail Pletnev tocar sonatas de Scarlatti). Mi an­tigua
melomanía creció conmigo y nunca me ha abandonado. Inicié mi noviazgo
con mi hoy esposa (cumplimos 54 años de casados este abril) invitándola
a oír las 32 sonatas de Beethoven tocadas por Claudio Arrau en 10 inolvi­
dables conciertos en el Palacio de Bellas Artes (primer piso, que pagué en
abonos durante seis largos meses a la Asociación Musical Daniel, creo que
en 1947), y próximamente viajaremos a Berlín, a la Staatsoper, a escuchar
seis conciertos con música de Bach, Chaikovski y Schönberg interpretados
por la Sinfónica de Chicago bajo la batuta de Daniel Barenboim. En la casa
de mis padres también siempre hubo música y cuando mi padre empezó
a trabajar como locutor en Radio unam tuvo acceso a su legendaria disco­
teca (la más rica y variada de México, que alguna vez visité con él y tuve
mi primera visión borgiana), de la que obtenía prestados los discos de las
obras musicales más extraordinarias, que después tocábamos todo el día en
el fonógrafo de la casa. Desayunar aprisa con la
Sinfonía del Nuevo Mundo
,
de Dvorak, comer con las
Variaciones Goldberg
, de Bach, hacer la tarea con
Los Pinos de Roma
, de Respighi, cenar con los
Nocturnos
, de Chopin e irse a
la cama con un cuarteto de Schubert (
La Muerte y la Doncella
, mi favorito
de muchos años) fue experiencia cotidiana de mi infancia y juventud; la he
conservado toda mi vida y espero seguirla disfrutando hasta el final.
ruy perez tamayo