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víctor hugo rascón banda
En este teatro se hace verdad lo que falsamente decimos todos los días
“Muero por el teatro”. Sólo en el teatro maya se moría por el teatro.
El teatro fue utilizado como apoyo durante la evangelización de los in­
dígenas. A pocos años de la caída de Tenochtitlán, en 1523, en Tlatelolco
hubo una función de teatro con 5 000 actores indígenas que interpretaban
en náhuatl
El juicio,
para mostrar el cielo, el purgatorio y el infierno, ilus­
trado este con grandes llamas subterráneas. Había una trampa en el escena­
rio por la que caían los que eran condenados al infierno.
Ahí están las pastorelas del teatro evangelizador, que sobreviven en to­
dos los pueblos del país, en atrios de iglesias, en plazas, en calles, jardines
y teatros, para recordarnos la Navidad y la Adoración de los Reyes Magos,
recurso teatral inventado en Italia por Francisco de Asís y reinterpretado en
este continente durante el virreinato de la Nueva España.
El teatro ha estado también cerca de la lucha por la Independencia de
México. Recordemos cómo don Miguel Hidalgo y Costilla reunía a los
insurgentes conspiradores en tertulias, en donde se leía poesía, se cantaba,
se tocaba el piano y se representaban obras teatrales.
Durante el México independiente, en el siglo xix, el teatro mexicano fue
español, hasta que varios autores de este país estrenaron valiosas y trascen­
dentes obras teatrales. Fernando Calderón, José Peón Contreras, Manuel
Eduardo de Gorostiza, Vicente Riva Palacio, José Joaquín Fernández de
Lizardi y Manuel José Othón son los primeros dramaturgos que surgen en
ese siglo.
El emperador Maximiliano de Habsburgo, recién instalado en Chapul­
tepec, creó la primera Compañía Nacional de Teatro y trajo desde España
a José Zorrilla, el popular autor de
Don Juan Tenorio,
para que ayudara a
promover el surgimiento de autores nacionales.
Vino la Revolución Mexicana y los mexicanos inventaron el teatro de
revista o la revista política mexicana, espectáculo integrado con bailes, can­
ciones y diálogos en el que se decía lo que no se podía decir en los perió­
dicos o en la calle. Por supuesto, sus creadores fueron perseguidos por la
policía.
Los admiradores de María Conesa, la Gatita Blanca, se cooperaban para
pagar las multas que le imponía la policía por sus canciones pícaras y por
sus burlas al presidente o al general en turno.