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un acto de fe
Años después, en el caso de la carpa, otro invento mexicano heredero de
la revista, sus actores, recordemos a Palillo, tenían que andar con un ampa­
ro en el bolsillo para poder actuar.
Viene el México posrevolucionario y se escriben decenas de obras sobre
la Revolución:
Los de abajo
, de Azuela, y
La venganza de la gleba,
de Federi­
co Gamboa;
La sirena roja,
de Marcelino Dávalos;
La paz ficticia,
de Luisa
Josefina Hernández;
Pánuco 137
,
Trópico
y
Zapata
,
de Mauricio Magdale­
no;
Felipe Ángeles,
de Elena Garro, y
El atentado
, de Ibangüengoitia.
En 1928 se funda el grupo llamado los Contemporáneos, formado por
Xavier Villaurrutia, Salvador Novo, Gilberto Owen y otros intelectuales,
quienes vuelven su mirada a Europa y traducen, dirigen y representan los
textos más recientes de Genet, de Cocteau y de Ionesco.
Pero con todo y mantener al público al día de los éxitos teatrales fran­
ceses, los Contemporáneos dieron la espalda al teatro nacional, que difícil­
mente podía constituir una alternativa. Hasta que aparecen Rodolfo Usi­gli
y Celestino Gorostiza y escriben sobre temas nacionales, con personajes
me­xicanos y con una visión crítica del país.
El teatro nacional sigue fortaleciéndose con el surgimiento de Emilio
Carballido, Sergio Magaña y Luisa Josefina Hernández, quienes estrenan
sus primeras obras, siendo muy jóvenes, en el Palacio de Bellas Artes apoya­
dos por Salvador Novo, jefe del departamento de teatro del inba.
Las obras de este grupo se ubican en hogares de provincia, en vecinda­
des, en barrios y colonias populares, con personajes que el público recono­
ce, con el lenguaje coloquial que hablan los mexicanos del altiplano. Ahora
sí, el teatro es espejo de la realidad y el mexicano se reconoce en él.
Llegan a México directores extranjeros como Seki Sano, Andre Moreau,
Fernando Wagner, Álvaro Custodio, Charles Rooner, Dimitrio Sarrás, Ale­
jandro Jodorovski, que revolucionan la dirección escénica y forman discí­
pulos que continúan la renovación de la escena.
La gente de teatro, contra lo que pueda pensarse, es gregaria. Su tem­
peramento y sensibilidad los llevan a organizarse para mejorar su gremio.
En el siglo xx, directores, actores y dramaturgos se organizaron en las más
diversas compañías para crear teatro.
Destaca una veintena de compañías, cuyos nombres nos permiten adivi­