Page 24 - tomo34

Basic HTML Version

26
víctor hugo rascón banda
nar su objetivo: Desde el Teatro Trashumante, del maestro Azar, hasta el
Tea­tro de Masas, de Efrén Orozco, pasando por el Teatro Obrero, el Tea­tro
Club, el Teatro del Aire, La Linterna Mágica, de Ignacio Retes, el Tea­tro Sú­
bito, el Teatro Acapulco y el Teatro Máscaras, hasta el Teatro de vecinda­
des, de Javier Hernández
el Pelón.
Hubo también un teatro oficial, como el Teatro Campesino, de la Cona­
supo y el Teatro de la Nación, del imss, que llenó una época.
El movimiento teatral entre los años 1956 y 1963 llamado Poesía en Voz
Alta, impulsado por Octavio Paz, Juan José Arreola, Juan Soriano, Leonora
Carrington y otros intelectuales, es otro parteaguas que propició el surgi­
miento de directores renovadores de la escena (Héctor Mendoza y José Luis
Ibáñez), de actrices (como la espléndida Rosenda Monteros) y de escritores
(como Elena Garro, nuestra insuperable dramaturga).
En los años sesenta, el inba convocó a los jóvenes autores y actores a
concursar en las temporadas del teatro de primavera. De esos concursos
surgen Wilebaldo López como dramaturgo y Julio Castillo como director.
En 1968 aparece Vicente Leñero en el panorama teatral, un dramatur­
go solitario, ingeniero de origen, pero periodista y narrador en sus oficios
cotidianos (
Los albañiles
). Leñero y el director Ignacio Retes forman un bi­
nomio teatral. Crearán en México el teatro documental. Leñero convierte
materiales no teatrales en teatro, como el expediente de León Toral, asesino
de Obregón (
El
Juicio
), un expediente desconocido sobre Morelos (
Marti-
rio de Morelos
) y otro sobre el padre Lemercier (
Pueblo rechazado
).
En los años setenta en el inba se representan sólo obras de Rodolfo Usi­
gli o de Juan Ruiz de Alarcón, y a veces de Leñero, Magaña, Carballido y
Solana.
En el teatro comercial se representan con éxito obras de Luis G. Basurto
y Antonio González Caballero, pero la Compañía Nacional de Teatro del
inba llega al extremo de convocar para su repertorio a novelistas, poetas
y ensayistas (Monsiváis, Pacheco, Elizondo) ignorando a los dramaturgos
conocidos y a la decena de autores de la Nueva Dramaturgia Mexicana, que
ya habían probado su calidad.
En los años setenta, los productores privados y las instituciones de cul­
tura y universidades sólo montan obras clásicas y obras norteamericanas,