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víctor hugo rascón banda
nar su objetivo: Desde el Teatro Trashumante, del maestro Azar, hasta el
Teatro de Masas, de Efrén Orozco, pasando por el Teatro Obrero, el Teatro
Club, el Teatro del Aire, La Linterna Mágica, de Ignacio Retes, el Teatro Sú
bito, el Teatro Acapulco y el Teatro Máscaras, hasta el Teatro de vecinda
des, de Javier Hernández
el Pelón.
Hubo también un teatro oficial, como el Teatro Campesino, de la Cona
supo y el Teatro de la Nación, del imss, que llenó una época.
El movimiento teatral entre los años 1956 y 1963 llamado Poesía en Voz
Alta, impulsado por Octavio Paz, Juan José Arreola, Juan Soriano, Leonora
Carrington y otros intelectuales, es otro parteaguas que propició el surgi
miento de directores renovadores de la escena (Héctor Mendoza y José Luis
Ibáñez), de actrices (como la espléndida Rosenda Monteros) y de escritores
(como Elena Garro, nuestra insuperable dramaturga).
En los años sesenta, el inba convocó a los jóvenes autores y actores a
concursar en las temporadas del teatro de primavera. De esos concursos
surgen Wilebaldo López como dramaturgo y Julio Castillo como director.
En 1968 aparece Vicente Leñero en el panorama teatral, un dramatur
go solitario, ingeniero de origen, pero periodista y narrador en sus oficios
cotidianos (
Los albañiles
). Leñero y el director Ignacio Retes forman un bi
nomio teatral. Crearán en México el teatro documental. Leñero convierte
materiales no teatrales en teatro, como el expediente de León Toral, asesino
de Obregón (
El
Juicio
), un expediente desconocido sobre Morelos (
Marti-
rio de Morelos
) y otro sobre el padre Lemercier (
Pueblo rechazado
).
En los años setenta en el inba se representan sólo obras de Rodolfo Usi
gli o de Juan Ruiz de Alarcón, y a veces de Leñero, Magaña, Carballido y
Solana.
En el teatro comercial se representan con éxito obras de Luis G. Basurto
y Antonio González Caballero, pero la Compañía Nacional de Teatro del
inba llega al extremo de convocar para su repertorio a novelistas, poetas
y ensayistas (Monsiváis, Pacheco, Elizondo) ignorando a los dramaturgos
conocidos y a la decena de autores de la Nueva Dramaturgia Mexicana, que
ya habían probado su calidad.
En los años setenta, los productores privados y las instituciones de cul
tura y universidades sólo montan obras clásicas y obras norteamericanas,