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eulalio ferrer
nal. El
New York Times
le rinde homenaje en una nota destacada en la que,
incluso, refiere la hora de su muerte: las 3:10 de la tarde.
Le Figaro
habla
de la influencia de las novelas de Julio Verne en las generaciones que lo
leyeron, de su concepto dilatado del mundo y de su enorme aportación
educativa. Guillermo II, en el trance difícil de las negociaciones coloniales
entre Alemania y Francia, no vacila en sumarse de inmediato a este home­
naje póstumo lamentando no poder asistir al sepelio de un escritor al que
había leído con profunda admiración. Entre los testimonios franceses de
exaltación a la figura de Julio Verne vale subrayar el de León Blum, en el
diario
L’Humanite,
órgano del recién fundado Partido Socialista, por cuan­
to el famoso novelista, tras de una trayectoria de hombre liberal, que lo
unió espiritualmente a los revolucionarios franceses de 1848, cambiaría de
signo, volviéndose conservador en la madurez, aunque fue valioso colabo­
rador del alcalde republicano de Amiens. Por inconformarse con el
Yo acuso
–el caso del capitán Dreyfus de Emilio Zola– perdió la amistad de éste y
su elogio literario. Pese a que se le tildó de antisemita, fue presidente de la
Agrupación Esperantista de Amiens, un lenguaje de fraternidad universal,
el esperanto, en el que no pocos creímos, concebido por el eminente judío
polaco Lejzer Zamenhof.
Verne hubo de enfrentarse a la crítica adversa de quienes calificaron su
obra de superficial, más prolífica que trascendente, más imaginativa que
literaria. No sólo pusieron en duda su originalidad y el mérito total de su
autoría, sino que algunos escarbaron en su vida privada, según refiere Her­
bert Lottman, para atribuirle amoríos femeninos en sus viajes secretos de
Amiens a París. Más aún, otros mencionan una posible bisexualidad, con
el pretexto del poco espacio dedicado a las mujeres en sus novelas, asocian­
do su nombre al del joven Arístides Briand, nacido también en Nantes, de
quien Verne sería tutor. (Arístides Briand, que ejerció el cargo más alto en
el gobierno de la Tercera República, confesaría haber navegado en alguno
de los yates de Julio Verne.) Justificados pueden ser los disgustos y dolores de
cabeza que le causó su hijo Michel, lo que no disminuyó el cariño pater­
nal, ya que los tres yates que alegraron la próspera vida familiar llevaron,
en su honor, el nombre de
Saint-Michel
y Verne nunca descalificó, sino al
contrario, las habilidades literarias de su hijo, con las que este especuló a la
muerte de su padre.