Page 254 - tomo34

Basic HTML Version

256
nes que se intentó superar asumiéndolas aquella carta constitucional tan
debatida en el salón de sesiones y en la vida histórica de México.
A
ctum
est
de República
El establecimiento de la República Federal, en 1824, fue un acto de la ma­
yor trascendencia que comenzó una transición que todavía, en muchos
aspectos, seguimos viviendo. De ahí que sea tan importante desentrañar la
trama
¿trampa?
de la transición:
las diputaciones provinciales crearon,
de
hecho
, la República con la unión de los estados libres y soberanos, mientras
que el gobierno central, debilitado por el estira y afloja de los últimos meses
de iturbidismo, veía cómo las provincias y el Congreso actuaban por su
cuenta.
Así, las provincias obtuvieron su federación
de jure
pero con la persisten­
cia de fueros y privilegios para clero y ejército, centrales estructuralmente
por organización y jerarquías. Federación
de
jure
en la Constitución y cen­
tralismo
de facto
en la práctica.
Comenzó entonces, en el México independiente, la dualidad esquizoide
de un país legal y otro país real –algo que continúa hasta nuestros días–. En
concreto, el país finalmente quedó integrado por 24 estados, en un régi­
men bicameral, periodos de gobierno de cuatro años y una vicepresidencia
que había reproducido fielmente el sistema estadounidense.
La crítica al esquema era justa. Sin embargo, hay que matizarla con un
grano de sal. En la Constitución de 1824 persistió un elemento de la tra­
dición que se incrustó en medio de lo novísimo de las instituciones repu­
blicanas: los fueros y los privilegios de dos organismos que venían de lo
más profundo de la Nueva España: la Iglesia y el ejército. Es decir, las cor­
poraciones que fueron los brazos más poderosos de la Colonia y que sólo
desaparecerían como tales hasta las Guerras de Reforma. Aquella suerte de
derecho consuetudinario corporativo se volvió derecho positivo en la se­
gunda mitad del siglo xix al desaparecer de la letra de la ley, pero que siguió
persistiendo desde la nebulosidad emanada del tiempo y la costumbre, has­
ta un nuevo orden. El Constituyente de 1823-1824 buscó “fijar la suerte de
seis millones de hombres libres que habitan las provincias mexicanas”.
11
leopoldo solís manjarrez