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formación del estado y evolución nacional en el xix
En la letra de la ley se implantaron las instituciones republicanas y el
federalismo. En la práctica jamás se desterró totalmente un centralismo
de añejo arraigo, acompañado por obstinados vicios burocráticos y por la
propensión de hacer depender todo de la voluntad de un sólo hombre. De
esa concentración del poder tendría que depender, en el futuro, la suerte
de los mexicanos.
Prevaleció la república, pero el imperio quedó adherido a ella. Igual que
el centralismo, aunque constitucionalmente fuéramos federales. Nos con­
vertimos, pues, en una república con presidencia imperial y con una rela­
ción entre los poderes acorde con la fuerza centralizadora del Ejecutivo.
Después de la Reforma
Se puede pensar que el siglo xix fue la época en que México pasó de ser una
colonia a formar una nación independiente y soberana.
En esto se pueden distinguir varias fases que van de la guerra de Inde­
pendencia a las disputas entre los poderes regionales, amén de los enfrenta­
mientos entre liberales y conservadores, matizadas las primeras por las ideas
prevalecientes en el ámbito internacional, y los segundos por la resistencia
al cambio y la influencia de la Iglesia católica por mantener su posición
dominante en el Patrimonio Nacional, que desemboca en la Reforma, y
que daría lugar a un marco institucional que a su vez derivaría en un aglu­
tinamiento regional que finalmente centralizaría los poderes regionales en
una nación soberana dentro de un marco jurídico que había superado el
poder omnímodo de la Iglesia con un andamiaje jurídico competitivo en
términos de producción, y comunicado territorialmente por ferrocarriles,
caminos y navegación fluvial. Hacia finales del siglo, y aun cuando todo
esto se traduciría en una evolución industrial, agrícola y financiera, tam­
bién aparecerían las fuerzas políticas que propiciarían el cambio de los en­
cargos del Ejecutivo federal, estatal y municipal, pero que sistemáticamente
serían contradichas en la práctica por la inmovilidad de los tres órganos de
gobierno. Muy cara habría de costar al país esa rigidez jerárquica.
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Edmundo O’Gorman, “Prólogo”, p. xiii.