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Y lo más grave, una anciana, representada por la actriz Brígida Alexan­
der, se quedaba dormida frente al televisor y al final de la programación,
como pasa todavía todos los días, la señal terminaba con el himno nacio­
nal y una bandera mexicana ondeando en la pantalla. Dos sacrilegios: una
mascada y presentar en el teatro la bandera tricolor y el himno nacional en
un televisor.
La obra fue suspendida y ante las protestas de la comunidad artística,
repuesta con el cambio de gobierno federal. En 1970 hubo otro caso de
censura al teatro, pero ahora por un festival y un gobierno local. El Festi­
val Internacional Cervantino convocó a un concurso de dramaturgia para
conmemorar su décimo aniversario, el premio consistía en la producción y
el estreno de la obra sin escatimar recursos económicos.
La obra ganadora fue
El baile de los montañeses
, de Víctor Hugo Rascón
Banda, y el autor fue invitado a dialogar con las autoridades del fic. “Esco­
ja el director que guste y seleccione a los actores, escenógrafo, iluminación
y vestuarista que requiera”, se me dijo. Yo, feliz. “Pero nos gustaría que
hiciera unos pequeñísimos cambios. Que la obra no suceda en Chihuahua,
sino en un país latinoamericano, que no se use la música norteña del grupo
Los Montañeses del Álamo, sino salsa o algo tropical, y que se sustituya la
palabra
guerrillero
por
revoltoso
o
agitador
”.
Por supuesto que no acepté. La obra fue producida con las tres compa­
ñías del teatro veracruzano y dirigida por Marta Luna.
La obra gustó al público y después de breve temporada en el Distrito
Fe­deral fue enviada de gira por el país por instrucciones de la esposa del
presidente, para beneficiar a los diferentes sistemas del dif en los estados,
quienes recibirían la taquilla. La obra partió hacia el norte y se representó
en todos los estados, menos en Chihuahua, donde sucedían los hechos,
porque el gobernador Óscar Ornelas creyó que era sobre el ataque al Cuar­
tel de Madera, acontecido 27 años antes, ya que uno de los personajes se
llamaba Fermín Lucero y uno de los guerrilleros de Madera se llamó Diego
Lucero.
La obra se presentó años después, ante las presiones, cosa insólita, del
sector empresarial, a través del arquitecto Mario Arras, quien tenía un pro­
grama cultural en Comermex, superior al del gobierno estatal.
un acto de fe