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bramientos de miembro del Colegio Nacional, del Seminario de Cultura
Mexicana y de esta Academia Mexicana de la Lengua, a la cual perteneció
por casi 40 años, hasta su muerte en 1994, a sus 86 años.
Nunca relegó, además, sus infatigables tareas filosóficas en la unam, en la
cual llegó a ser director interino del Instituto de Investigaciones Filosóficas,
de 1946 a 54. Don Antonio ha sabido remontarse, en sus conferencias, a
san Pablo predicando en la Acrópolis de Atenas y señalando a la estatua
del dios desconocido (
tô agnóti theô
), en esta civilización moderna que tie­
ne como religión oficial la no religión, según afirma Gabriel Zaid en su
aproximativa “Muerte y resurrección de la cultura católica”.
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Mas recor­
demos que luego, sorpresivamente, añadía don Antonio: “Estaba también
allí en el Areópago la estatua de la diosa Tyxé, la Fortuna, la buena suerte”.
Y comentaba: “Esa diosa quedaría muy bien en México, a causa de aquel
dicho que reza: ‘Suerte te dé dios, hijo, que el saber nada te importa’”. En
el estudio citado, Zaid coloca a don Antonio en la gloriosa lista de los cató­
licos que han visto necesaria la cultura al lado de la religión en el agnóstico
siglo xx.
Por cierto que Gómez Robledo vivió ese siglo casi completo: de no­
viembre 7 de 1908 a octubre 3 de 1994: ¡86 años! Zaid sitúa a Gómez Ro­
bledo en la galería que comienza con Antonio Caso, Ramón López Ve­larde
y Car­los Pellicer, y llega hasta Octaviano Valdés, Alfonso Junco, Gabriel y
Alfonso Méndez Plancarte, culminando con Manuel Ponce y Joaquín A.
Peñalosa.
Una anécdota de Grocio
En cierta ocasión pronunciaba Gómez Robledo una conferencia acerca de
Grocio, el destacado jurista holandés amigo de Erasmo, en pleno Renaci­
miento. Grocio fue a dar a la cárcel por cargos calumniosos. Ahí en prisión,
fue un lector insaciable. Cada semana hacía que le introdujeran a su celda
un enorme baúl con libros nuevos, en el cual, a su vez, se llevaban a su casa
los libros ya leídos por él, junto con sus ropas para lavar. Así sucedió por
tarsicio herrera zapién
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Véase Gabriel Zaid, “Discurso de ingreso a la Academia Mexicana”,
Memorias de la Academia
Mexicana de la Lengua
, tomo xxvi, p. 21. Discurso del 14 de septiembre de 1989.