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su perdón. “Ante la testa truncada de Avidio –cierra el episodio don Anto­
nio–, deploró el soberano que no lo hubieran dejado con vida para haber
podido perdonarlo y hacer un amigo de un ingrato”.
De manera similar, don Antonio Gómez Robledo buscaba atraerse a
quie­nes lo esquivaban por su ceño adusto. Por el contrario, sus mejores
ami­gos hemos coincidido en admirar la entraña de nobleza de este eminen­
te humanista nacido hace 100 años. Esa nobleza quedó reflejada en sus la­
bores diplomáticas en Atenas, en Roma, en Nueva York y en Ginebra. Mas,
sobre todo, don Antonio queda inmortalizado en las obras magistrales de su
pluma, con la cual elevó a los genios de Platón, Aristóteles, Marco Aurelio,
Dante, Vitoria y fray Alonso, un
monumentum aere perennius, regalique situ
pyramidum altius
[Les alzó un monumento más perenne que el bronce y
alto más que las pirámides].
A PROPÓSITO DE ANTONIO GÓMEZ ROBLEDO
Jaime Labastida
¿De qué modo acercarse a la obra, amplia y compleja, de Antonio Gómez
Robledo, sin mutilarla, empero, en su coherencia interna? En la medida en
que Gómez Robledo fue diplomático, académico, jurista, filósofo, ¿cuál, de
entre todas esas aristas, elegir hoy con objeto de examinar su pensamiento?
Gómez Robledo era un pensador, por supuesto y sin la menor duda. Pero,
¿qué clase de pensador? Fue jurista, lo cual significa que se formó en el
estudio riguroso del derecho, en una dirección filosófica paralela y a la vez
distinta a la que siguió otro ilustre filósofo mexicano, contemporáneo suyo
(ambos nacieron el mismo año de 1908); el jurista que tradujo la obra de
Hans Kelsen al español e hizo posible la teoría filosófica pura del derecho,
Eduardo García Máynez.
Gómez Robledo no hizo un análisis del derecho desde un ángulo filo­
sófico puro, como Kant, Kelsen y García Máynez, sino que del derecho
acaso extrajo dos de sus preocupaciones centrales: la demanda cardinal por
la racionalidad social y la exigencia de justicia. Llama, y poderosamente, la
jaime labastida