Minucias del lenguaje - José G. Moreno de Alba, publicadas por el FCE
Minucias del lenguaje - José G. Moreno de Alba, publicadas por el FCE
UN HERMOSO SONETO de Sor Juana Inés de la Cruz va encabezado por la siguiente explicación: “Aplaude la ciencia astronómica del Padre Eusebio Francisco Kino, de la Compañía de Jesús, que escribió del Cometa que el año de ochenta apareció, absolviéndole de ominoso”. Lo que Sor Juana nos explica en su poema es que, gracias a sus conocimientos astronómicos, Kino pudo eliminar el carácter funesto, aciago, de mal agüero, que se creía que traían consigo los cometas. No parece tener el mismo sentido el adjetivo ominoso en el texto siguiente: “Hasta ahora el ominoso recuerdo de la dictadura militar que imperó entre 1976 y 1983, considerada como una de las peores violadoras de los Derechos Humanos en los anales latinoamericanos contemporáneos, parecía haber desterrado definitivamente la posibilidad de una incursión de las Fuerzas Armadas en la vida política” (La Prensa de Nicaragua, 31/12/2001). Ominoso, aquí, no equivale precisamente a ‘azaroso, de mal agüero, funesto’; en cambio puede sustituirse, creo, por ‘abominable, que desagrada profundamente’, lo que no es exactamente lo mismo, aunque ambos significados indudablemente comparten algunos rasgos semánticos. En el texto de Sor Juana, ominoso tiene como uno de sus rasgos semánticos principales ‘de mal agüero’, que no está presente en el ominoso que aparece en el transcrito pasaje de La Prensa de Nicaragua.
        La palabra ominoso procede del adjetivo latino ominosus. Éste, a su vez, parece tener origen en el verbo deponente ominor, que Cicerón emplea con el sentido de ‘hacer pronósticos por o con agüeros’. Curcio lo usó por ‘anunciarse la muerte cercana’. En la más reciente edición del DRAE se ofrecen los siguientes sinónimos: “Azaroso, de mal agüero, abominable, vitando”. En el de Autoridades (1737) se anotaba: “Azaroso, con agüero y pavor”. En 1803 se modifica la definición en los siguientes términos: “Azaroso, lo que es de mal agüero”. En 1852 se añade a lo anterior “...abominable, vitando”, definición que se conserva hasta la fecha. Las documentaciones más tempranas en el Corpus diacrónico del español (Corde) corresponden a las primeras décadas del siglo XVII. En el libro Días geniales o lúdricos (sic en Corde) (1626), de Rodrigo Caro, se lee:
 
        "A los que no habían podado, les daban grita con aquella infausta voz de la avecilla ominosa llamada cuquillo, que en el equinoccio comienza a cantar como dando la vaya a los tardíos podadores y labradores, diciéndoles cu, cu; y a su imitación, los marineros y caminantes suelen repetir la misma infausta voz cu, cu, dándose grita unos a otros"

        En el pasaje transcrito, la voz ominosa tiene, como en el texto de Sor Juana, el valor de ‘azaroso, de mal agüero’. Creo que es éste, si no el único, sí el más frecuente significado con el que se emplea el adjetivo a lo largo del siglo XVII. Hay textos del siglo XVIII en los que este significado es aún más patente:
 
        "Cuando el hijo llegaba a edad proporcionada para contraer y sostener las cargas del estado, que en los hombres era de los 20 a los 22 años y en las mujeres a los 17 ó 18, le buscaban mujer correspondiente a su calidad, para lo cual consultaban a los agoreros y estos, considerando el día del nacimiento del joven y de la doncella que pensaban darle, resolvían si era conveniente o no el matrimonio. Si por la combinación de los signos declaraban ominosa la alianza, se pensaba desde luego en otra mujer" (Francisco Javier Clavijero, Historia antigua de México, 1780).
 
        Nótese que Clavijero habla de consultas a los agoreros y de combinación de signos. Es claro, entonces, que aquí ominosa tiene el sentido de ‘mal agüero’. Hay sin embargo, en el mismo siglo XVIII, empleos de este adjetivo en que se modifica al menos parcialmente su significado:
 
        "Un mes tan ominoso para esta Capital, en que tan repetidas vezes ha experimentado en su Ruyna la poderosa vengadora mano del Altissimo, que, valiendose de las causas naturales, y de las proprias calidades de los Climas, haze sentir su castigo en pena de las culpas" (Pedro A. de Barroeta [peruano], Edictos que se han mandado publicar, 1751).
 
        Aquí, ese mes no es ominoso por constituir un mal agüero, sino porque en ese lapso hubo muchas calamidades, que lo convierten en un mes aciago, funesto, en alguna medida abominable. Un mal agüero es un pronóstico de calamidades, pero aquí, con mes ominoso no se expresa una señal de futuras desgracias, sino los efectos de que las desgracias hayan en efecto ocurrido. Me parece que es este significado (‘funesto, aciago, abominable, vitando’) el que va a predominar en el empleo del adjetivo ominoso a partir del siglo XIX hasta nuestros días. Durante los siglos XVI, XVII y buena parte del XVIII, ominoso expresaba predominantemente malos presagios, señales de futuras desgracias (no es otra cosa un mal agüero). Hubo, a partir del XIX, un deslizamiento semántico en el empleo del adjetivo, que pasó de significar un pronóstico de algo negativo a expresar o caracterizar a alguien o a algo como calamitoso, aciago, abominable... No es lo mismo, entonces, ‘de mal agüero’ que ‘calamitoso, abominable’. Por ello creo que hacen bien algunos diccionarios, como el de Manuel Seco (Diccionario del español actual), en asignar a ominoso dos acepciones: 1) Abominable; 2) De mal agüero. También me parece acertado que sea ‘abominable’ la primera acepción, porque es hoy sin duda la más frecuente. El DRAE, por lo contrario, anota esos mismos significados (azaroso, de mal agüero, abominable, vitando) pero como una sola acepción.
        Termino señalando que, en mi opinión, en el empleo de ominoso en textos recientes puede observarse un matiz semántico nuevo, diferente, no documentado en los diccionarios. Pueden servir de prueba algunos textos en los que interviene el sustantivo silencio: “Entre Vizcaíno y doña Pilar Franco están emborronando de parrafosidad el mármol ominoso del silencio de un Caudillo” (El País [España], 01/11/1980), “el líder de Izquierda Unida condenó el silencio espeso, sórdido y ominoso que ha reinado sobre el Gobierno socialista durante casi 13 años” (El Mundo [España], 28/07/1995). En términos estrictos, ¿Puede el silencio ser azaroso, de mal agüero? Creo que no. ¿Puede ser abominable, vitando? Quizá. Opino sin embargo que un silencio ominoso, en los textos transcritos, es un silencio ignominioso. Una ignominia es una afrenta pública. El silencio del dictador, en el texto, es ominoso por ignominioso, por vergonzoso y nada honroso. Eso, desde luego, puede convertirlo en abominable; pero, en mi opinión, lo que se quiso decir es que, en esas circunstancias, el silencio viene a ser una ignominia, una afrenta. En un número de la revista Proceso (26/01/1997) se escribe lo siguiente: “Pasmó el hecho insólito del encarcelamiento de Raúl Salinas de Gortari. No era tan sólo el hecho ominoso de encarcelar, juzgar, al hermano [...]”. Encarcelar a un hermano, me parece, no es algo precisamente abominable, mucho menos azaroso, sino simplemente algo vergonzoso, afrentoso, ignominioso. Si mi interpretación es correcta, valdría la pena agregar una acepción más a ominoso, que tendría las tres siguientes: 1) De mal agüero; 2) Abominable; 3) Ignominioso.

Comparte este artículo

La publicación de este sitio electrónico es posible gracias al apoyo de:

Donceles #66,
Centro Histórico,
alcaldía Cuauhtémoc,
Ciudad de México,
06010.

(+52)55 5208 2526
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. 

® 2024 Academia Mexicana de la Lengua