Minucias del lenguaje - José G. Moreno de Alba, publicadas por el FCE
Minucias del lenguaje - José G. Moreno de Alba, publicadas por el FCE
En esta nota pretendo referirme, sobre todo, al nombre de la vigésima quinta letra del alfabeto (la v). Sin embargo, antes de ello es necesario explicar brevemente cómo se pronuncia. En el DRAE del 2001 se nos dice que esa letra “representa un mismo fonema bilabial sonoro, el mismo que la b”. En otras palabras, la b y la v se pronuncian exactamente igual. Sin embargo, en un interesante libro (Historia de las letras, Espasa, Madrid, 2001), Gregorio Salvador y Juan Lodares nos enseñan que, dado que en la lengua latina las letras b y v tenían sonido diferente, desde el Renacimiento se creyó que lo mismo debería suceder en la española, hija de aquélla. Se ve que estas opiniones, entre las que se cuenta la del mismo Antonio de Nebrija, no tuvieron éxito, pues en el Diccionario de autoridades (1739), en la entrada v, leemos lo siguiente: “su pronunciación es casi como la de la B; aunque más blanda [?], para distinguirla de ella”. Sin embargo, por aquellas épocas, en palabras de Salvador y Lodares, esa “larga tradición de eruditos que han tratado de llevar al español lo que era propio del latín o de lenguas románicas prestigiosas, como el francés”, se impuso nuevamente, al grado de que en la edición de 1817 del DRAE se aclara, en la misma entrada v, lo siguiente: “fórmase su sonido al apartar de los dientes altos juntos con lo interior del labio de abajo teniéndolos apretados con él, de manera que no salga aliento alguno antes de abrirlos”. Lo que quiere decirse, en esa confusa explicación es que, en opinión de los académicos de esa época, la v se debería pronunciar labiodental (como la v francesa), para que no se confundiera con la b (bilabial). Esta disparatada regla apareció en pocas ediciones. Ya en la 1852, se aclaraba, en esa misma entrada (v), lo siguiente: “se cree que en otros tiempos hubo de ser su pronunciación muy semejante a la de la f, y algunos siguen todavía esa opinión, pero en la actualidad se pronuncia comúnmente lo mismo que la b”.
        La pronunciación labiodental de la v tuvo —y, lamentablemente, sigue teniendo— mayor éxito en América que en España, entre “ciertos círculos cultivados”. Los autores del libro Historia de las letras nos recuerdan, por ejemplo, que en los discursos inaugurales del campeonato mundial de futbol (México 1986), no sólo el presidente del comité organizador (Guillermo Cañedo), sino también el presidente de la República, Miguel de la Madrid, pronunciaron como labiodentales todas las ves que aparecían en sus textos. Esta pronunciación labiodental, presente todavía en las hablas de algunos locutores de radio y de televisión y en los discursos de no pocos políticos puede explicarse, en opinión de los autores que vengo citando, como un prejuicio pedantesco que hunde sus raíces entre el fetichismo de la letra y el prurito latinista. Yo creo que más —o exclusivamente— por lo primero que por lo segundo. Ojalá esas personas que pretenden distinguir la pronunciación de la b y de la v acaben por aceptar que, en español, al menos en el español actual, esas letras se pronuncian igual. El distinguirlas es una ultracorrección (deformación de una palabra por equivocado prurito de corrección) no sólo innecesaria sino sobre todo inconveniente.
        Paso ahora al nombre de la letra v. Por lo anteriormente expuesto, lo primero que hay que decir es que no se llama —o no debe llamarse— labiodental, por la sencilla razón de que no representa un sonido labiodental, como en francés, sino bilabial. Por otra parte, no es sino en la edición de 1869 cuando por primera vez se señala que a esta letra “hoy se le da el nombre de ve”. Pasa casi un siglo para que, en 1956, se añada otra posibilidad: “su nombre es ve o uve”. Es en la más reciente edición, la vigésima segunda de 2001, donde se ofrecen cuatro alternativas: “su nombre es uve, ve, ve baja o ve corta”. Nótese que la designación uve, según el DRAE, es relativamente reciente (mediados del siglo pasado).
        Efectivamente, en las escuelas mexicanas, hacia la mitad del siglo XX, se hablaba de ve chica o, también, de ve labiodental. El primero de los dos nombres persiste, creo, hasta nuestros días. El segundo, felizmente, es cada vez más raro. Sin embargo, sobre todo por la acción de la escuela, hace unos treinta años que en México, se viene oyendo que el nombre de esta letra es uvé (aguda, con acento en la última vocal) o uve (grave, sin acento ortográfico). Ni ve chica, ni uvé aparecen entre las designaciones del DRAE del 2001. En el Diccionario del español usual de México (dirigido por Luis Fernando Lara) se anota: “Su nombre [de la letra v] es uve, uvé o ve chica”. En beneficio de la unidad de la lengua, creo que todos los hispanohablantes deberíamos adoptar una sola designación. Mucho puede ayudar la escuela. Creo que el nombre más común, ahora, y por tanto el más recomendable es uve (sin acento).
        El nombre de la letra v influye, al menos parcialmente, en la denominación de otra letra: la w. Desde el siglo XIX se viene insistiendo, por parte de diccionarios y ortografías de la Academia, en que esta letra no pertenece al abecedario español; sin embargo, siempre se consideran en esos tratados palabras que la llevan. La historia y pronunciación de esta letra merecen una nota aparte; aquí quiero sólo referirme al nombre. En el DRAE de 1925 se dice que su nombre es doble v. Casi cincuenta años después, en la edición de 1984, se corrige: “Su nombre es uve doble”. Finalmente, en la más reciente entrega, la del 2001, se anotan, como nombre de esta letra, uve doble, ve doble o doble ve. En el Diccionario panhispánico de dudas (que preparan todas las Academias), de próxima aparición, se hacen las siguientes observaciones: “Su nombre [de la w] es femenino: (la) uve doble. En América existen otras denominaciones, como ve doble, doble ve y, en México, doble u. Puesto que el nombre recomendado para la letra v es uve, la denominación más recomendable para la letra w es doble uve”. En efecto, en México, siempre hemos llamado doble u a esta letra (w). En el Diccionario del español usual en México, se anota: “Su nombre es doble u”. Me pregunto si no será por influencia del inglés, lengua en la que así se le conoce. Estando tan arraigada la denominación doble u, veo difícil sustituirla, en nuestro país, por la recomendada doble uve. Nuevamente: la escuela puede ser determinante. Habría que intentarlo.

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