Dicho popular que significa, según Rubio, "que todos los sentimientos, las pasiones por grandes que sean, no conservan siempre su misma fuerza, sino que poco a poco van perdiendo la intensidad hasta llegar a la nada." Se aplica a situaciones de efervescencia pasional para aconsejar calma. Tiene la forma de una sentencia a la que ayuda tanto la forma sentenciosa "no hay + N +que" como su carácter de verso octosílabo. Variante: "no hay caldo que no se enfríe, caramelo que no empalague ni amor que no enfade" (F. 70).