Miércoles, 13 de Abril de 2016

Ceremonia de ingreso de don Everardo Mendoza Guerrero

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Discurso de ingreso:
Léxico, identidad y diccionario

  • Léxico, identidad y diccionario

    Señor director, don Jaime Labastida Ochoa

    Señor secretario, don Vicente Quirarte

    Señoras académicas y señores académicos

    Queridos amigos y familiares

    Aunque hace ya algunos años que la Academia me hizo la distinción de nombrarme miembro correspondiente, diversas situaciones me llevaron a posponer la decisión de dar lectura a este discurso que, sin ser una obligación estatutaria, significa para mí un compromiso moral con quienes, además de encontrar en mis trabajos los méritos necesarios para ser propuesto, tuvieron el valor de presentarlo y convocar el respaldo para ser admitido como individuo suyo. Sé que la decisión es facultad del pleno pero, si me permiten, deseo dedicar esta lectura a don José G. Moreno de Alba, director de la Academia en el momento en que se aprobó mi ingreso, como agradecimiento no sólo por su respaldo para ser incorporado a la institución sino, muy especialmente, por lo que ha significado en mi vida académica; sin duda, el Dr. Moreno de Alba es responsable, para mi fortuna, de mucho de lo que yo he caminado en la lingüística.

    Tener la oportunidad de compartir con académicos e intelectuales de gran trayectoria y prestigio como los que integran la Academia es, sin duda, un privilegio. Saberse parte de este colectivo es verdaderamente un honor, lo cual agradezco y asumo con responsabilidad, refrendando mi compromiso de seguir sumando esfuerzos en la reflexión y estudio del español, particularmente del hablado en México, en general, y en sus distintas regiones.

    Quiero agradecer de antemano a doña Concepción Company, con quien me une no sólo el interés por la misma disciplina sino particularmente la amistad, el haber aceptado dar respuesta a este discurso. Estoy seguro que sus palabras lo ubicarán en la dimensión que le corresponde y quizá lo precise en algunos aspectos que yo no haya logrado ser claro, pues el deseo de aprovechar tan especial oportunidad para exponer las ideas que han sido mi preocupación académica tal vez no me haya permitido tejer un texto de mejor hilvanadura.

    Sin más preámbulo, doy inicio a la exposición del tema.

    Me dijeron que el mundo era
    inmenso y cuando salí a verlo
    sentí que cabía en la palma de mi
    mano

    EM

    Aunque a muy temprana edad llegué a Culiacán, ciudad en la que he vivido prácticamente toda mi vida, el vínculo con mi lugar de origen se ha mantenido muy vivo hasta el día de hoy por diversas razones: entre otras, porque mi padre y algunos de mis hermanos nunca se vinieron del todo y porque, además, ahí siguieron viviendo mis abuelos, tíos, primos y otros familiares, lo que me permitió, y aún me permite, ir y venir constantemente y poder experimentar esas dos realidades, de crecer entre esas dos formas de ver la vida, de asombrarme ante el dinamismo y la diversidad de la ciudad y de perderme en la magia del pueblo en sus silencios y susurros.

    Desde esos años infantiles me di cuenta de las diferencias entre el habla de la ciudad y la del pueblo serrano de donde provengo, diferencias que no representaron dificultad alguna para sentirme parte de ambas comunidades, aunque esto último, como creo que sucede con todo hablante que emigra a temprana edad, no resultó tan pleno y la pertenencia a mi comunidad de origen quedó más en la lealtad sentimental que en un uso real de las variantes que la distinguen, pues la ciudad me fue arropando y su habla me fue dando una identidad frente a sí y frente a los demás, de tal suerte que, aunque aceptado en el lugar donde nací, con el tiempo mi habla fue resultando ajena a la de la comunidad de la que aún reivindico mi pertenencia. Así, con sentimientos encontrados me fui haciendo citadino y el habla de la ciudad se fue imponiendo con sus rasgos hasta tenerlos y sentirlos como propios.

    No pretende ser esto, claro, un relato de mi vida, sino sólo un pretexto para entrar a eso mismo que yo viví y sentí y que ahora lo veo desde mi posición de lingüista: que el hablante no sólo aprende unas variantes determinadas sino que en ellas va implícita una carga cultural que lo identifican como parte de una comunidad y con la que él se siente identificado; y, que las variedades se constituyen de rasgos prominentes que fortalecen los vínculos de identidad de sus hablantes y dan carácter a su personalidad. Es innegable que “para el establecimiento de nuestra identidad, esto es, de esa sensación de pertenencia a un determinado grupo o comunidad, la lengua juega un papel de primer orden pues es la unidad que determina y favorece en nosotros la sensación de que haya una variedad lingüística propia y característica de nuestro grupo o comunidad, que a su vez, nos distingue de los demás”. (Zambrano)

    A diferencia de la variedad lingüística nacional, en la que los factores de cohesión son más urgentes y de mayor prioridad, la variedad regional consolida su identidad a pesar de las acciones que el Estado legítimamente ejecuta a través de sus instituciones para mantener la unidad de la nación en todos sus ámbitos, entre ellos el lingüístico; la educación, las leyes, los medios de comunicación masiva y muchos otros instrumentos son decisivos en ese propósito. No digo con esto que la variedad regional se oponga a la nacional, pues de ser así no formaría parte de esta última; digo con ello que la variedad regional genera y promueve en su ámbito su propia valoración cultural, producto de su entorno, lo que le da la identidad que la sustenta y distingue.

    En este tenor, la variedad sinaloense del español mexicano, a la que he dedicado mi interés académico y de la que, por supuesto, hoy me ocupo, no sólo podríamos decir que comparte sino que la conforman los rasgos esenciales de la variedad nacional y los propios que la distinguen del resto del mosaico dialectal del español de México. Hago un alto para atender lo que seguramente debería ser el punto de partida de esta formulación: ¿Hay una variedad lingüística sinaloense o sólo es una designación dada al habla del estado por su nombre? De tratarse sólo de una designación, entonces tendríamos que reconocer treinta y dos variedades del español mexicano, pero de no ser así, como no lo es, creo yo, estamos obligados a delimitar las variedades que postulemos. Es de sobra conocido que los límites geopolíticos de una entidad no necesariamente coinciden con los que pueden establecerse para una variedad lingüística, pues aquéllos comúnmente no atienden factores de integración e identidad de las comunidades sino que responden a los intereses de poder y, por lo general, se acuerdan como salida de un conflicto.

    La variedad sinaloense, de la que he presentado diversos estudios de carácter léxico y fonético, principalmente, para acreditar su expresión, se extiende por todo el territorio de Sinaloa, adentrándose en el sur sonorense hasta la línea que forman Álamos y Navojoa, alcanzando en ocasiones Ciudad Obregón, y en el norte nayarita hasta la línea formada por Acaponeta, Tecuala y Novillero, extendiéndose ocasionalmente hasta Tuxpan; comprende también el territorio de las partes bajas y medias de la cara poniente de la Sierra Madre Occidental, perteneciente al estado de Durango, cuyas comunidades, por razones históricas y por su situación geográfica, se han visto unidas en su destino al de Sinaloa, manteniendo una relación más estrecha con las poblaciones y los centros político administrativos de esta última entidad; destacan, además, las innumerables coincidencias de las hablas sudbajacalifornianas, sobre todo la de las comunidades del extremo sur peninsular.

    Sin duda que los pobladores de las áreas no sinaloenses que he señalado se identifican como sonorenses, nayaritas, duranguenses o sudbajacalifornianos, según sea el caso, aunque respecto a su habla aceptan que hay una mayor coincidencia con la de los sinaloenses que con la del resto de sus entidades. La frase “es que somos la misma gente”, usada por muchos hablantes para explicar tal coincidencia y como una forma de expresar su pertenencia a la comunidad, sin importar los límites y el gentilicio que les corresponda, da cuenta de esta realidad que sobrepasa las convenciones políticas y administrativas.

    En el léxico, cuyo nivel atenderé en esta ocasión, se muestra claramente lo que antes he expuesto. Hay vocablos del léxico sinaloense como ‘plazuela’ o ‘güina’ que se registran en toda esta amplia zona que he señalado como escenario de la variedad; otros, en cambio, no se registran en alguna o algunas de las áreas no sinaloenses, como ‘güíjolo’ o ‘cigarrón’, por ejemplo, que no aparecen en los usos documentados del norte nayarita, a diferencia de ‘güingo’ que sí aparece en dicha área pero no en la del sur sonorense ya mencionado. Por supuesto que junto a las variantes regionales con frecuencia se registran otras tanto del español llamado general como del español mexicano, así como del de las zonas dialectales colindantes; por ejemplo, junto a ‘güíjolo’ aparece el mexicanismo ‘guajolote’, que es la variante más generalizada, y ‘pavo’, del español culto, que en la variedad sinaloense se usa preferentemente para referirse al animal cocinado, de manera particular el que se prepara en Navidad, además hay registros de la variante ‘cócono’, usual en una amplia región que comprende los estados de Durango y Chihuahua.

    Estas y muchas otras palabras no necesariamente deben verse como una pincelada que le dan colorido al léxico sinaloense, desde una visión folclórica, sino como expresión de los valores históricos y culturales. ‘Tiro’, ‘ademe’ y ‘zurrapa’, por ejemplo, son una muestra de la presencia que la actividad minera, una de las más importantes desde la Colonia hasta entrado el siglo XX, tuvo en las comunidades y en la vida cotidiana de los pobladores, tanto que sus significantes salieron de los socavones para ir a significar otros referentes: ‘tiro’, el pozo de agua profundo; ‘ademe’, el muro que sobresale en la boca del pozo; y, ‘zurrapa’, las algas que nacen en las aguas mansas de las orillas de los ríos o en las estancadas fuera del cauce. De igual forma, ‘güico’, ‘cachora’, ‘copeche’ y ‘chinacate’ no sólo son botones ilustrativos de la fauna de la región sino evidencia de las aportaciones que las lenguas indígenas han dejado en el español sinaloense, los dos primeros del cahíta y los otros dos del náhuatl.

    La mirada prejuiciada del léxico regional no sólo estriba en verlo con un sesgo folclórico, creer que es curioso y pintoresco, con un dejo de romanticismo, sino también discriminatorio, producto de una visión desviacionista del regionalismo, pues sólo por ser tal es con frecuencia considerado marginal, incorrecto, sin prestigio ni ejemplaridad, constituido de manera principal por palabras del habla rural, arcaicas o de origen indígena de las lenguas locales. Es claro que esta visión de los usos regionales desconoce la naturaleza de este tipo de comunidades lingüísticas y la importancia de sus manifestaciones culturales, producto de su historia y de su entorno. Por ello, no es nada extraordinario, ni tiene porque causar extrañeza, que en el léxico sinaloense, como sucede en el de otras variedades, se registren también variantes de origen rural, menos si tomamos en consideración que no hace tanto tiempo que la población del campo era mayor al de las ciudades y que la migración masiva hacia los centros urbanos de la entidad se dio apenas en las décadas de los sesenta y setenta, continuando en las subsiguientes con menor intensidad. Con todo esto, debo decir que las palabras de origen rural y las provenientes de las lenguas indígenas de la región no son lo más significativo del léxico regional sinaloense, sin que con ello pretenda negar su expresión y el valor que tienen en la identidad de los hablantes; lo que sí es indiscutible es que el léxico regional se distingue por las variantes que los hablantes han hecho suyas para dar cuenta de la relación con su entorno natural, social, histórico y cultural, y como en cualquier otra variedad, incluso la nacional, éstas provienen de distintos afluentes marcando la particularidad que le dan sustento.

    He dicho en reiteradas ocasiones que el estereotipo que se ha creado en la visión del léxico regional, compartido con frecuencia por los mismos hablantes de la variedad, sobre todo por aquéllos que cuentan con instrucción escolar, se finca en esa visión folclórica y marginal, por ello cuando se trata de mostrar algunos usos léxicos distintivos del dialecto se acude a ese tipo de ejemplos, siendo los indigenismos los más socorridos, tal vez por la extrañeza de sus formas o sonidos; por ejemplo: ‘bichi’, ‘tochi’ y ‘colti’, entre otros, nunca faltan en la lista. Pero junto a estas palabras hay muchas otras que provienen de la lengua española y que tienen un uso particular en el léxico regional, las cuales, por el solo hecho de ser del español, pasan inadvertidas, aunque se registran en cualquier tipo de hablantes, forman parte de distintas clases de discurso y se leen en textos de diversa índole.

    Cuando hablo de este último asunto, siempre recuerdo el caso de un periodista que me comentaba que hasta antes de leer mis trabajos él desconocía que ‘plazuela’ era un regionalismo, que por no saberlo en su programa de televisión y en su columna periodística él siempre usó esta palabra “como si fuera la correcta”; al darse cuenta del error en el que por mucho tiempo había incurrido, quiso corregirlo y buscó en el Manualdel medio en el que trabajaba para saber qué palabra debía usar, pensando que, como en otros casos, habría una lista de sugerencias. Pero el Manual, a diferencia de muchos otros temas, no contenía un tratamiento mayor sobre usos regionales que el de indicar que “en cuanto a los regionalismos sinaloenses, debe restringir su uso a aquellos que sean ampliamente conocidos, y en situaciones que en verdad se amerite su presencia”, luego concluía con la disposición: “Requieren comillas para su escritura”. Difícil situación, me decía, pues ese es el problema, el Manual nos deja la tarea de decidir cuáles palabras son regionalismos sinaloenses, y si creemos que alguna lo es determinar si es ampliamente conocida y luego establecer si la situación amerita que se use. Al ver que aquello no le resolvía el problema, siguiendo lo indicado por el mismo Manual, acudió al DRAE para buscar si estaba “aceptada” dicha palabra, también repasó una cantidad importante de números del periódico de distintos años para averiguar si había alguna marca, acotación o indicio que sugiriera la condición regional de la misma, ni en uno ni en otro encontró respuesta a su inquietud. En el periódico todas las ocurrencias de la palabra ‘plazuela’ estaban sin marca, lo que significaba que era considerada del español “normal”. En el DRAE encontró la entrada pero no tenía definición, sólo señalaba el origen de la palabra: “Del dim. de plaza; lat. platĕola”, esto lo llevó a buscar en el mismo diccionario la definición de ‘plaza’, pero ninguna de las acepciones llenaba lo que para él y su comunidad significaba ‘plazuela’, así que cambiar su uso por ‘plaza’ no era una opción, ya que este vocablo significa otra cosa en su variedad lingüística. Ante la sugerencia de que como en otras partes del país se usan otras formas como ‘plaza de armas’, ‘zócalo’, ‘parque’ o ‘jardín’, quizá buscando sus definiciones podría encontrar “la forma correcta” en la que debiera escribirla, pero al buscar no encontró definición alguna que coincidiera con lo que es una plazuela; ante tal situación, me dijo un tanto resignado, sigo llamándole ‘plazuela’ a la plazuela. Y tiene razón el acongojado periodista en seguir usando ese vocablo y no otro, pues los hablantes de la variedad sinaloense han decidido que ‘plazuela’ significa el “Espacio de convivencia en el que generalmente hay un kiosco o una explanada en la parte central, bancas en las orillas, jardines y árboles, y al que acuden las personas a platicar, entretenerse o descansar” y “es punto de referencia y encuentro de la comunidad” (DLRS), no importa si dicho espacio de convivencia es grande o chico, si es el principal o no, si está en el centro del poblado o en otra área o si es de una ciudad o de un pueblo.

    De regreso al punto que me trajo a la memoria este pasaje, efectivamente no sólo quienes arrancan botones de muestra para ilustrar el léxico que distingue a la comunidad de esta zona dialectal sino los mismos interesados en recoger el léxico en publicaciones como las que he señalado dejan fuera de consideración estas palabras por ser del español; también contribuye el hecho de que algunas palabras como ‘plazuela’ son tan generales en la variedad, además de no haber otra variante para el mismo significado, que ni siquiera levanta la menor sospecha de su carácter regional.

    Como el vocablo ‘plazuela’, muchos otros, ya sea a nivel de sus significantes o de sus acepciones, provienen del inventario léxico del español o han sido creados siguiendo las pautas de dicha lengua. Veamos dos casos para cerrar esto: En el léxico sinaloense se usa ‘cena’ con el mismo significado que en el español culto: “última comida del día” que comúnmente se toma por la noche (DEMDRAE), pero también se ha creado una acepción particular cuyo significado es “Antojitos consistentes en gorditas, tacos dorados y tostadas, los cuales se venden por las noches en cenadurías o en puestos improvisados en domicilios particulares” (DLRS), de tal manera que es común leer letreros que anuncian: «Se vende cena», o escuchar decir que alguien de la cuadra «Sacó cena» o que alguien está invitando a «Cenar cena». En cambio, ‘calca’ no se registra en el español culto ni en la variedad mexicana con el significado que tiene en el español sinaloense, aunque existe la variante como forma conjugada del verbo ‘calcar, por ejemplo: “La niña calca el dibujo” o “Se calca con facilidad”, pero en el léxico sinaloense ‘calca’ es un vocablo que significa “Calcomanía que se emite anualmente como prueba del pago de impuestos de circulación para vehículos automotores, la cual debe adherirse en lugar visible” (DLRS), así pueden encontrarse infinidad de ejemplos del tipo “Hoy hay descuento del 100 por ciento en el pago de multas, honorarios y gastos, tenencia, calca y placas” o “Prevalece rezago en el pago de calca y tenencia”. Cuando preguntamos a los hablantes sinaloenses ¿Qué es una ‘calca’?, aparece como primera respuesta el significado de la variante que nos ocupa y como segunda la “copia de una imagen original”; pero al preguntar ¿Qué es la ‘calca’?, sólo se registra como respuesta el significado que hemos dado en la definición anterior. Esto es, como dice un informante de mis materiales, me pregunta qué es la ‘calca’ como si usted no supiera, pues la ‘calca’ es la ‘calca’, ¿o hay otra?

    A manera de síntesis sobre lo hasta aquí expuesto, se puede decir que hay suficientes elementos para sostener la personalidad de la variedad lingüística sinaloense y la delimitación de la zona en la que se expresa; que en el nivel léxico, como probablemente en otros niveles, se registran variantes de muy diverso origen: de la tradición lingüística española, de las lenguas indígenas que acompañaron al español en su expansión, de las lenguas indígenas de la región y del inglés, aunque no en la dimensión que a veces se supone; además, que no hay una prominencia de las variantes de origen rural respecto a las urbanas; y, que algunas variantes consideradas arcaicas, si lo fueran no lo serían en sentido estricto, esto es, como lo señala Moreno de Alba, que en todo caso se trataría de arcaísmos en sentido relativo o seudoarcaísmos, lo que supone que se usan en este dialecto y “han dejado de pertenecer a la norma de los demás”.

    Como seguramente sucede en todas las variedades del español, el registro del léxico sinaloense ha sido una tarea que ha atraído el interés de los mismos usuarios de la variedad o de quienes se han identificado con ella. Hay quienes como muestra de su orgullo de pertenecer a la comunidad lingüística y con el interés de dejar constancia y difundir los usos que la hacen singular han recogido y presentado en diversos textos un amplio repertorio de variantes léxicas reclamadas como propias; otros han elaborado glosarios de palabras consideradas regionales, principalmente en obras narrativas, no sólo con la intención de facilitar a los lectores la comprensión de las mismas sino, también y principalmente, para resaltar lo distintivo del léxico sinaloense; y, algunos más han incluido en trabajos dedicados a la toponimia de la región o en textos de carácter histórico, geográfico o biográfico, entre otros, palabras que consideran peculiares del dialecto. Más recientemente, las nuevas tecnologías han permitido a los hablantes sinaloenses una mayor posibilidad y libertad de difundir en páginas y blogs o a través de las plataformas como Facebook, Twiter y Watsup palabras, expresiones, acepciones y cualquier otra información sobre el léxico que los identifica como tales frente al resto de los hablantes del español. Todas estas manifestaciones coinciden en su generosidad de abrazar toda palabra que les parezca que forma parte de su tradición y que supongan que tiene raigambre regional; esto, por supuesto, ha llevado a configurar un relajado inventario léxico que lo mismo incluye palabras muy poco conocidas por los hablantes o circunscritas a un ámbito muy cerrado, aportadas como verdaderas curiosidades, y aquéllas que son de uso corriente en otras variedades de la lengua. Curiosamente, y a pesar de que la motivación subyacente es la expresión de la identidad como hablantes de esta región, un rasgo común en este tipo de trabajos es la tendencia a definir los vocablos con una equivalencia sinonímica, por ejemplo en el Lexicón de Sinaloa de Carlos Esqueda se registra “CHONGO, m. Molote, moño, molonco de pelo” o en el Vocabulario Sinaloense!!! de la página www.chalino.com se muestran casos como “Bichi: Desnudo; Plebe: Niño, joven; Troka: Camioneta; y, Suato: Tonto, menso”. Más allá del desconocimiento de las herramientas teóricas y metodológicas y de los alcances lexicográficos que algunos les atribuyen a sus trabajos, lo realmente destacable en esta tarea de los interesados es la preocupación por mostrar lo que desde su perspectiva les es propio, lo que los representa ante los demás.

    Lo cierto es que hay un manifiesto interés de la comunidad por explicar sus usos lingüísticos, de cuestionar la “validez” de sus palabras y de resaltar el vínculo que éstas tienen con su expresión cultural que la hacen diferente. Ante este cúmulo de manifestaciones y como resultado de un ya largo recorrido en la investigación para dar respuesta a muchas inquietudes que la comunidad ha expresado sobre su léxico, la configuración de un diccionario es una consecuencia esperada; por ello, en los últimos años junto a un entusiasta equipo me he dedicado a elaborar el Diccionario del Léxico Regional de Sinaloa o DLRS. En tanto que es expresión de la variedad lingüística ya descrita, de la que interesa destacar su léxico peculiar, el DLRS es una obra lexicográfica de tipo diferencial, cuyo método, según lo propone Günther Haensch, consiste en “recoger sólo unidades léxicas de uso exclusivo de la zona dialectal o bien unidades léxicas que se dan también en otras zonas dialectales pero que tienen en la variedad regional otras condiciones de uso: otra denotación, connotación, frecuencia, distinto uso contextual, distinto género o número” (cursivas mías).

    El DLRS está anclado en el trabajo dialectológico que anteriormente he expuesto y en una serie de estudios sobre distintos aspectos del léxico de la variedad lingüística sinaloense, y se sustenta en un corpus integral que recoge materiales de diversa índole tanto de la lengua oral como escrita, de los diferentes niveles de lengua y distintos tipos de discurso, registros y fuentes, todos producidos en una sincronía que garantiza que son usados actualmente por la comunidad. La construcción del corpus de manera integral permite obtener usos lingüísticos en contexto en una diversidad de temas, situaciones comunicativas y momentos de la sincronía establecida, lo que asegura el registro tanto de formas como de significados de uso peculiar, con una frecuencia y dispersión significativa descartando la inclusión de variantes desconocidas o no reconocidas por la comunidad.

    En un diccionario como el DLRS, que pretende ser descriptivo, contrastivo, diferencial y cultural, las restricciones son mayores que las que se dan en un diccionario integral; ello no implica, claro, que uno sea mejor que otro, sólo son diferentes en su naturaleza, alcances y propósitos. En el diccionario integral “se toma como objeto todo el vocabulario de una lengua o de un dialecto”, mientras que en el de tipo diferencial “a partir de una comparación previa entre vocablos considerados ‘generales’ y los que se registren en cierto dialecto o sociolecto, se ocupa exclusivamente de aquellos que no estén incluidos en el diccionario integral” (Lara, 2008). Este es el punto que no han tomado en cuenta, o que simplemente desconocen, los distintos autores que se han dado a la tarea de recoger el vocabulario supuestamente sinaloense, puesto que no han distinguido los usos privativos de los que no lo son, llenando sus inventarios con palabras que son de uso corriente en otras variedades junto a las que son totalmente desconocidas por la propia comunidad.

    Una característica que comparten los hablantes de la variedad lingüística regional es creer, y así lo sostienen, que su dialecto posee innumerables palabras que les dan identidad como sinaloenses; ello, desde luego, responde más a la exageración de ciertos valores socioculturales que a la consideración de los elementos léxicos que verdaderamente los identifican como hablantes de la comunidad en el concierto del español; es decir, reclaman como suyo el léxico del dialecto como si se tratara del léxico dialectal. Como sucede con toda exageración, ésta los lleva a decir cosas que no resultan ciertas del todo, de tal suerte que al momento de analizar los materiales del corpus comprobamos que no todos los usos que reclaman como propios lo son, por lo que la mencionada abundancia es sólo una manera de hacer notar su sentimiento de pertenencia y de compromiso con la comunidad de la que forman parte; no obstante, como ya lo he señalado al inicio de esta exposición, tampoco debe pensarse que los usos distintivos son reducidos e insignificantes. En todo caso, lo que quiero dejar asentado es que para postular cualquier vocablo como peculiar del dialecto debe haber un criterio aplicable a todos los que así se consideren o, incluso, a los que no son reconocidos como propios, y sí lo son, pero que por desconocimiento o por lo que ya expliqué antes pasan inadvertidos.

    Considero con Luis Fernando Lara que “el diccionario es un producto cultural” en tanto resultado “de la reflexión sobre la lengua, que se gesta en la sociedad, y que obedece a una lenta y larga selección de experiencias del mundo manifiestas en palabras”. En este tenor, el DLRS se aleja de todos los trabajos que le anteceden y que aquí he referido, pues si bien coincide con aquéllos en el propósito de dar cuenta de la identidad lingüística de la comunidad, espero que difiera exactamente en eso, en el logro del mismo, el cual habrá de alcanzarse a partir del andamiaje teórico que lo sustenta y en la consistencia de la metodología para el modelo de diccionario que hemos decidido hacer.

    Un diccionario diferencial de una variedad lingüística regional, como el DLRS, puede convertirse en referencia necesaria de los propios hablantes de la comunidad de la que es expresión y de quienes entren en contacto con ella, de hecho ese sería un propósito primordial, si logra que dichos hablantes no sólo reconozcan su léxico en él reunido y se reconozcan en su expresión sino, muy especialmente, si puede contrarrestar las ideas que han propagado en la comunidad los trabajos de aficionados que hasta ahora se han ocupado del léxico regional. Es importante que el diccionario, más allá de su carácter regional, diferencial o de cualquier otro rasgo, logre verse como eso, como un diccionario, no como como un listado de palabras producto de la memoria y la nostalgia de sus autores, cuyo objetivo es el rescate ante el peligro de extinción de las palabras recogidas o como forma de exorcismo cultural ante los embates de la modernidad. El diccionario, pues, debe verse como objeto verbal “en cuya veracidad cree la comunidad lingüística”.

    Si bien un diccionario como el DLRS no es prescriptivo, no cabe duda que por esa veracidad a la que me refiero antes llega a vérsele como modelo confiriéndole cierta autoridad para resolver las dudas que se presentan entre los hablantes del dialecto, ya sea sobre el significado de las palabras o sobre las formas ortográficas de las mismas, ya sobre la pertenencia de éstas a la variedad lingüística o sobre la significación cultural que tienen en la comunidad.

  • Un caso como el que a continuación comento nos ilustra la función e importancia del diccionario para los hablantes del propio dialecto: Un profesor me contó que mandó a dos de sus alumnos a tirar la basura del salón en el depósito recolector de la escuela, que al salir los niños con el bote de la basura les dijo: “La tiran y se vienen, no se entretengan”, que los dos enviados no tardaron mucho en regresar y le informaron: “Profe, ya, la jondeamos y nos venimos derechito para el salón”; que él ni tarde ni perezoso les hizo ver, no sólo a ellos sino al grupo en general, que no se decía ‘jondear’, que aunque significaba lo mismo, ‘tirar’ era la palabra correcta, y que para respaldar su explicación les pidió que buscaran aquella palabra en el diccionario para mostrarles que ni siquiera existía. Que ante la observación, uno de los niños le replicó señalando que no habían podido tirar la basura en el depósito, que por eso la tuvieron que jondear. Me dijo que por su interés de aprovechar la situación para corregir los usos indebidos de estas palabras vulgares no puso mucha atención en lo que el niño le había dicho y reiteró su recomendación sobre la palabra correcta que debían usar. Que ante su insistencia, el niño de nueva cuenta le aclaró: “Es que no alcanzábamos y tuvimos que jondearla para venirnos pronto”. Pensando que aquello era una terquedad del niño, resolvió que no tenía caso seguir con lo mismo ante el grupo y decidió cerrar el asunto, no sin antes remarcar la recomendación sobre el uso de la palabra correcta. Más tarde, antes de salir, llamó a los dos niños a su escritorio y en tono de amonestación les reconvino: “Olvídense por un momento de la palabra correcta, pero la basura no se jondea, debe echarse al contenedor para no contaminar los espacios de la escuela”. El niño que no había participado le aclaró que la basura no la habían jondeado en cualquier lugar sino en el tambo grande donde la echan todos. ¡Ah!, dijo el profesor, ¡Ya entendí! Es que cuando se dice ‘jondear’ significa que se arroja en cualquier parte, sin orden ni cuidado. ¡Ah, no profe!, dijo uno de ellos, nosotros lo que hicimos fue aventarla al tambo. ¡Oiga profe!, intervino el otro, ¿qué no dijo que las dos palabras significaban lo mismo, pero nomás que una era la correcta y la otra no? Ahora dice que ‘jondear’ significa otra cosa; entonces, ¿no debemos decirla porque no es correcta o porque no dice lo que quisimos decir? De verdad no supe que contestar y por eso te busqué, me dijo el profesor con la esperanza de que yo le aclarara el asunto, después de pensarlo bien creo que ‘jondear’ tiene un sentido y, no sé, algo que no cumplen las otras palabras que son sinónimas. Como no está en el Diccionario, supongo que se refería a alguno de los llamados generales, quiero ver si en el diccionario regional ya la tienes contemplada, pues debe aparecer como de aquí, para saber exactamente qué significa. Ahora pienso que a lo mejor los niños tienen razón, que por la forma en que dicen que realizaron la acción, ‘jondear’ es la palabra más precisa, aunque sigo creyendo que no es la correcta porque si la fuera estaría en el Diccionario.

    La situación descrita por el maestro tiene varios aspectos que hay que considerar tanto para dar una respuesta a sus dudas como para explicar las vacilaciones respecto al uso y significado de la palabra en cuestión. Hay que aceptar que la primera reacción del profesor es explicable en tanto que se espera que su función sea la de promotor de los usos canónicos, lo cual pretende respaldar con el principio de autoridad que representa el diccionario; aunque, como puede advertirse en el pasaje, ello no pudo resolver ni el entendimiento en la situación comunicativa dada ni el aprendizaje que el maestro insistió en lograr en sus alumnos.

    Los niños, en tanto hablantes de la comunidad, echaron mano de la palabra que ésta les ha provisto para significar lo que insistentemente señalaron al profesor, pues para ellos ‘jondear’ no era otra cosa que “Lanzar algo bruscamente, sin cuidado ni previsión” (DLRS), que fue lo que hicieron, pues, según se desprende de sus participaciones, entendieron que ‘tirar la basura’ era, como lo señala la quinta acepción del DRAE, “Desechar algo, deshacerse de ello”, sólo que no lo pudieron hacer de boca a boca del bote al recolector como tal vez entendieron que debería hacerse, pues la altura del recipiente no se los permitió.

    El profesor, sin duda, fue complicando las cosas después de establecer que no se decía ‘jondear’, que aunque era un sinónimo de ‘tirar’, ésta última era la palabra correcta; más adelante él mismo se desdijo y definió el primer verbo con otro significado diferente al de ‘tirar’, lo que provocó que los alumnos lo cuestionaran. Detrás de esta posición del profesor se evidencia más que nada confusión y falta de conocimiento al momento de afrontar la situación, pues es claro que ‘tirar’ y ‘jondear’ no son sinónimos como él mismo lo admitió con la definición dada; que ‘jondear’ no es una palabra incorrecta con relación a ‘tirar’, pues ello es inexacto, por decir lo menos, quizá lo que debió señalar es que ésta última es de uso regional y coloquial, lo que tampoco la hace incorrecta. Sustentar su postura en la inclusión o no de la palabra ‘jondear’ en el Diccionario para mostrar su incorrección es aceptar que todas las palabras que no aparezcan incluidas son incorrectas, por lo que no deben usarse y menos enseñarse en la escuela; esto mismo llevaría a admitir que todo diccionario diferencial, como el DLRS o uno de mexicanismos, por ejemplo, se compone de palabras incorrectas, pues casualmente su rasgo definitorio es que se integre con palabras no registradas en otras variedades lingüísticas o en el español culto, nivel de lengua éste último del que dicho diccionario es expresión.

    Deseo concluir mi exposición señalando que esta travesía que ha llegado hasta la elaboración del Diccionario del Léxico Regional de Sinaloa inició con el acercamiento a dos importantes obras cuando aún no veían la luz y, más todavía, con el afortunado privilegio de haber tratado a sus autores cuando yo apenas buscaba mi camino como lingüista. La primera obra, El español en América de José G. Moreno de Alba, despertó en mí el interés por la diversidad de la lengua, fuente de riqueza y expresión natural de la misma, además me permitió valorar la importancia de las variedades lingüísticas como expresión de las regiones de la dilatada América y el valor de las lenguas indígenas en la constitución de dichas variedades; la otra obra, el Atlas Lingüístico de México de Juan M. Lope Blanch, me ofreció una imagen amplia del español de México, en cuya representación advertí la zona que me interesaba estudiar, la cual obviamente no deduje por mi perspicacia sino que retomé del mismo Lope Blanch la propuesta hecha años atrás en su célebre artículo “El léxico de la zona maya en el marco de la dialectología mexicana”. Con ambas obras como detonantes de mis inquietudes investigativas y como buenos puertos para encontrar refugio cuando me veía perdido, surgió mi primer trabajo: “El español hablado en Sinaloa: el léxico en la conformación dialectal del Noroeste”. Después de caminar por el sendero que se abrió con este proyecto, como tengo dicho, un día como consecuencia esperada los pasos me llevaron necesariamente a la lexicografía, así aparecieron otras dos obras significativa para mis intereses de investigación: el Diccionario del español usual en México y Teoría del diccionario monolingüe de Luis Fernando Lara, de cuyo autor he aprendido mucho de lo poco que sé de lexicografía y de teoría del diccionario.

    MUCHAS GRACIAS.

     

    REFERENCIAS

    Haensch, Gúnther(1999) Los diccionarios del español en el umbral del siglo XXI, Ediciones Universidad de Salamanca.

    Lara, Luis Fernando (1996) Diccionario del español usual en México, El Colegio de México.

    Lara, Luis Fernando (1997) Teoría del diccionario monolingüe, El Colegio de México.

    Lara, Luis Fernando (2008) “Método integral lexicológico y lexicografía regional”, en Everardo Mendoza Guerrero et al (coords.) Estudios Lingüísticos y Literarios, vol. I, Estudios Lingüísticos, UAS-H. Ayuntamiento de Culiacán-DIFOCUR, pp. 33-48.

    Lara, Luis Fernando (Director) Diccionario del Español de México (DEM), versión electrónica, El Colegio de México, en http://dem.colmex.mx/moduls/Buscador.aspx

    Lope Blanch, Juan M. (1971) “El léxico de la zona maya en el marco de la dialectología mexicana”, NRFH, vol. 20, n° 1, El Colegio de México, pp. 1-63.

    Lope Blanch, Juan M. (1999) Atlas Lingüístico de México, tomo III vol. V, Léxico, El Colegio de México.

    Mendoza guerrero, Everardo (Director) Diccionario del Léxico Regional de Sinaloa, Universidad Autónoma de Sinaloa-Academia Mexicana de la Lengua-El Colegio de Sinaloa-Instituto Sinaloense de Cultura.

    Moreno de Alba, José G. (2003) El español en América, FCE, México.

    Real Academia Española Diccionario de la Lengua Española (DRAE), versión electrónica, en http://dle.rae.es/?id=DvFJZYE

    Zambrano Castro, Wilmer “La lengua: espejo de la identidad”, en http://www.saber.ula.ve/bitstream/123456789/27675/1/articulo19.pdf. Consultado el 23 de febrero de 2016.


Respuesta al discurso de ingreso de don Everardo Mendoza Guerrero por Concepción Company Company

Es un grato deber y un honor representar a la Academia Mexicana de la Lengua en este acto para dar la bienvenida a don Everardo Mendoza Guerrero como miembro correspondiente en Culiacán, capital del estado de Sinaloa. Es asimismo un placer y un honor en lo personal contestar su discurso de ingreso porque conozco a don Everardo desde hace muchos años, cuando en la UNAM él era alumno de José Moreno de Alba, nuestro querido compañero y director de esta institución, hoy tristemente ausente, y porque conozco los trabajos de don Everardo Mendoza. Bienvenido a esta Corporación, que es ya tu casa académica, muy apreciado Everardo. 

Everardo Mendoza Guerrero realizó sus estudios de posgrado, Maestría en Lingüística y Doctorado en Lingüística, en la Universidad Nacional Autónoma de México, la UNAM. Es, por tanto, lingüista de formación, y así lo reflejan su práctica docente y su quehacer de investigación. Sus libros, artículos y abundantes ponencias en congresos se han centrado por más de 30 años en la Lingüística, y dentro de esta disciplina su quehacer se ha centrado en la Dialectología y, más específicamente, sus afanes han estado centrados en describir y analizar la lengua, la lengua oral, sobre todo, de su estado y, de manera particular, el léxico de Sinaloa y con él hacer lexicografía diferencial regional. No debo dejar de mencionar su trabajo de campo para recabar datos y textos orales sobre el habla de Culiacán y de otras entidades de Sinaloa. Con estos materiales, los estudiosos de la lengua podemos contar con los textos adecuados para acercarnos al habla de ese estado del noroeste mexicano. Por esos estudios léxicos especializados y por su trabajo de lexicografía diferencial regional fue elegido miembro de nuestra Academia.

La elección e ingreso de Everardo Mendoza Guerrero como académico correspondiente en Sinaloa y el perfil profesional que él representa atiende cabalmente el artículo 1 de los Estatutos de nuestra Academia, que a la letra dice: “La Academia Mexicana de la Lengua tiene por objeto el estudio de la lengua española y en especial cuanto se refiera a los modos peculiares de hablarla y escribirla en México”. Los modos que hoy nos convocan son los propios del estado de Sinaloa.

El discurso de don Everardo Mendoza se centra, a primera vista, digamos, por fuera, en el léxico de Sinaloa y en las actitudes sociolingüísticas que los propios hablantes sinaloenses manifiestan hacia ese léxico. Sin embargo, el discurso de ingreso de Everardo tiene un hilo conductor mucho más profundo, hecho explícito también en diversos puntos del texto, a saber, el sentimiento de dualidad, a veces de pluralidad y de enfrentamiento interior, que tiene casi cualquier hablante de vivir constantemente entre dos o más realidades lingüísticas. La mayoría de esas veces, ese sentimiento de dualidad, aunque real y presente, dista de ser algo consciente en los seres humanos.

Esas dos realidades lingüísticas pueden ser de naturaleza social, porque en el día a día debemos acoplar nuestro modo de hablar a situaciones sociales y comunicativas diversas, por ejemplo, el habla de la casa frente al habla del trabajo, o la plática informal entre amigos frente al habla con el jefe. Pueden ser dos realidades geográficas internas a un país, la provincia frente a la capital del país, como es la planteada por Everardo Mendoza en su texto, o el habla rural frente al habla urbana, como fue la experiencia de vida de Everardo, según podemos leer en las páginas iniciales de su discurso. O pueden ser dos realidades geográficas y sociales, de manera simultánea y de forma extrema, tal es el caso de los hablantes que han emigrado de un país a otro, así sean las migraciones dentro del mundo hispanohablante. La dualidad de realidades e identidades en estos casos extremos puede ser tan radical que se manifiesta, las más de las veces, como un enfrentamiento cultural interior, nada fácil de consensar y poner en equilibrio.

La dualidad de que nos habla Everardo Mendoza se ancla en dos conceptos esenciales para entender qué es la lengua y cómo funcionan sus hablantes, a saber, los conceptos de Identidad y de Valoración Lingüística. El problema de identidad está avisado ya desde el título de su discurso, “Léxico, identidad y diccionario”. El asunto de valoración, más complejo y sutil, recorre las páginas de su texto de manera implícita. A estos dos conceptos regresaremos enseguida.

El texto que nos leyó don Everardo Mendoza toca además tres aspectos importantes para entender qué es la lengua española y, en particular, el español de México. En primer lugar, el hecho de que el contacto y los préstamos ─vengan estos de las lenguas indígenas, vengan del inglés o vengan de cualquier lengua─ son parte integral de la lengua española. En segundo lugar, nos dice implícitamente que la variación dialectal y social es inherente al funcionamiento de cualquier lengua, porque las lenguas viven en sus variantes, como así vive el Romancero, viven los corridos o vive cualquier manifestación de la lírica tradicional. Y en tercer lugar, Everardo Mendoza nos plantea el aspecto lingüístico nodal de que todo hablante y toda comunidad de hablantes se enfrenta al problema básico y fundamental de la estandarización, es decir, al problema de qué lengua enseñar y por qué enseñar esa modalidad dialectal, y no otra u otras posibles, que son igualmente válidas y correctas desde el punto de vista de la Gramática.

Retomemos el concepto de identidad. El Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española, mejor conocido como el DRAE ─aunque esta sigla nunca haya correspondido a su nombre─ define identidad en sus acepciones 2 y 3 (en línea: s.v. identidad), como el “Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás” y “Conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás”. Es decir, identidad es tanto compararse o confrontarse uno mismo con el otro o los otros, como el auto-reconocimiento que deriva de tal comparación o confrontación. El discurso de Everardo Mendoza toca de lleno la confrontación de los hablantes sinaloenses con los usos lingüísticos del Centro, aparentemente más normativos que los regionales, y el autorreconocimiento de lo sinaloenses en los usos regionales y la incertidumbre del grado de normatividad lingüística que esos usos tienen. 

Para los profesionales de la lengua ─aunque quizá no para los hablantes normales, porque ‘nosotros’ no somos normales, aclaro─, es una obviedad que nadie habla EL español, sino una variante del español, a la vez que cualquier hablante habla EL español. Es una obviedad también que todas las variantes contribuyen por igual al concierto de hacer del español una lengua integral, viva y funcional, policéntrica y multinormativa, como lo es cualquier lengua. Y es también una obviedad ─al menos para quienes nos interesamos por la historia de la lengua─ que la capacidad de hablar una lengua es lo único que nos hace ser seres históricos. Y hablar un determinado dialecto nos hace ser seres con una determinada historia y con una determinada identidad. De esa determinada identidad nos ha hablado hoy don Everardo Mendoza. Identidad e historicidad van siempre unidas de la mano.

Todos los seres humanos hemos recibido la lengua que hablamos como una herencia del pasado, que, además de permitirnos la comunicación, con nuestros semejantes, nos hace depositarios también de la cultura y de la visión de mundo de los seres que la utilizaron antes de nosotros. Gracias a la lengua somos seres históricos ya que por medio de ella transmitimos experiencias de padres a hijos, de abuelos a nietos, de amigos a amigos. Posiblemente lo que nos hace únicos en el planeta es la posibilidad de transmitir experiencia mediante la lengua. La historicidad está cargada de rutinas ritualmente repetidas a lo largo de siglos y generaciones; está cargada también de innovaciones, de creación léxica y metafórica y de adaptación constante a nuevas necesidades culturales, sociales o económicas. Ese conjunto de rutinas o hábitos aprendidos y sobre todo heredados por los hablantes, transmitido de padres a hijos, es, en esencia, la lengua. En esta historicidad surge, vive y se recrea el español hablado en Sinaloa, con lo que comparte con otros dialectos de México, y en sus regionalismos, de los que hoy nos ha hablado Everardo Mendoza.

Pasemos al problema de la valoración lingüística. Al problema de por qué los propios hablantes nativos de Sinaloa, incluso los cultos, dudan de la corrección y del estatus normativo de las formas regionales propias y cotidianas del habla de Sinaloa. Consustancial a la estructura gramatical es que esta es ajena, neutra o indiferente a asuntos de calidad, es decir, en la gramática no existen ni buenas ni malas estructuras, ni mejores ni peores construcciones, todas están presentes por algo y todas operan a la perfección en tanto que los hablantes logran comunicarse exitosamente con ellas. La prueba de ese éxito es que el oyente-interlocutor responde y reacciona de manera adecuada a lo que quiere o solicita el hablante. Es decir, las voces correcto o incorrecto no caben en la gramática, sólo le son pertinentes gramatical o agramatical. Por otro lado, consustancial también a los hablantes es el sentido y la búsqueda de corrección lingüística, en tanto que somos seres insertos en sociedad, en convivencia social cotidiana, y nos importa, y mucho, la valoración que el otro haga de nosotros, de ahí que preguntas importantes y frecuentes en todo hablante sean: ¿qué está mejor dicho?, ¿cómo suena mejor? Podría resumirse la razón de la preocupación de los hablantes por la calidad lingüística con la paráfrasis, que he repetido en muchas ocasiones, de un conocido refrán: “dime cómo hablas y te diré quién eres”. En efecto, el modo de hablar es una variable importante en el “diagnóstico”, en la “valoración”, que el otro hace de nosotros.

La pregunta en términos de calidad no es gratuita ni banal, porque bajo ella subyacen dos objetivos sociales inherentes al hablar: ser aceptado el hablante en su grupo, esto es, ser uno más del grupo, a la vez que sobresalir del grupo, esto es, parecer más educado, más cosmopolita, más original, más brillante, etc. Ambos objetivos son complementarios en cualquier hablante, sea cual sea su nivel social y educativo.

En suma, la neutralidad de la estructura gramatical y la búsqueda de corrección lingüística son dos aspectos, contrapuestos pero reales, de la lengua y de sus hablantes, y los dos se enfrentan y crean una verdadera tensión ─tensión imperceptible las más de las veces─ en el funcionamiento lingüístico diario. Tal tensión se agudiza enormemente cuando se incorporan la variación social y la variación regional, de la que hoy se ha ocupado don Everardo Mendoza.

En el trasfondo de esta tensión entre la neutralidad de la gramática y la preocupación de cómo el otro nos evalúa está un problema que es nodal a la hora de enseñar español, sobre todo en los niveles primario y secundario, mencionado por Everardo Mendoza en la bonita pero dolorosa, anécdota del maestro que reprime a sus alumnos en el uso de jondear. ¿Qué lengua enseñar: la regional, la central, la nacional ─aunque no exista tal cosa como un español mexicano nacional─? O en otras palabras, ¿cómo conciliar en la enseñanza de la lengua la identidad regional sin mermar la enseñanza de un español general, estándar, y quizá por ello más neutro? Porque esa conciliación o equilibrio va a otorgar a decenas de millones de niños seguridad, autoestima y, en definitiva, mejor calidad de vida. Es decir, tras el reconocimiento de la identidad regional, sea cual sea el ámbito o extensión del adjetivo regional, está el problema del derecho a la estandarización de la lengua, que es patrimonio y propiedad de cualquier hablante.

Finalizaré con una invitación. Nos dice don Everardo Mendoza que un diccionario “es un producto cultural”, sin duda, aunque cultura es todo lo relativo al ser humano, y que es “un objeto verbal en cuya veracidad cree la comunidad lingüística”, sin duda, también. Y añado que un diccionario es también un gran repositorio histórico de identidad lingüística. Las instituciones académicas tenemos la obligación de describir, de plasmar correctamente y de preservar esa identidad. Un modo de otorgar visibilidad, estatus nacional y estandarización a los usos regionales es consignarlos en diccionarios de ámbito nacional y de gran difusión, sean estos diferenciales o integrales, porque es dar un gran espaldarazo a la legitimidad de plazuela, jondear, calca o cena. Pero, curiosamente el Diccionario de mexicanismos de la Academia Mexicana de la Lengua, editado en 2010 en una primera edición, y muy modificado y enriquecido en una versión casi concluida subida a la página de nuestra Academia, que verá la luz próximamente, no está citado en el texto de Everardo, y curiosamente el diccionario académico mexicano no contiene ninguno de esos regionalismos mencionados por Everardo, y que él refiere como no consignados en varias obras lexicográficas, porque no nos han sido enviados aunque lo hayamos solicitado. La Academia Mexicana de la Lengua no rechaza la legitimidad y el carácter estándar de esas formas y de esos significados, porque todas contribuyen a formar y caracterizar el español de la república mexicana.

La invitación, estimado Everardo, es muy clara: estemos en estrecho contacto y envíanos el léxico, con sus definiciones claro está, con el que los sinaloenses deseen estar incluidos, verse representados y hacerse más visibles en un diccionario contrastivo de carácter nacional, como lo es el Diccionario de mexicanismos de la institución que hoy te acoge y da la bienvenida.

Sólo me queda, para concluir, darte las gracias, muy estimado Everardo, en nombre de todos mis compañeros académicos por tan jugoso discurso y en nombre de la Academia Mexicana de la Lengua darte nuestra más cordial acogida en esta tu casa.

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