Don José Moreno de Alba, director de la Academia Mexicana de la Lengua,
Señoras académicas,
Señores académicos,
Señoras y señores:
Llego a esta institución insigne gracias a la generosidad de quienes me propusieron: don Miguel León-Portilla, don Ruy Pérez Tamayo y don Carlos Montemayor (a quien recordamos con afecto), y por supuesto, gracias a la benevolencia de quienes me eligieron.
Reconozco la magnitud del don que se me hace. Me inclino agradecido ante los que así me han distinguido y me comprometo a emplear el resto de mi vida en merecer el honor que hoy se me confiere.
Me fue otorgada la silla número 3 que José Luis Martínez dejó vacante al fallecer en el año 2007. Antes de don José Luis, cuatro ilustres intelectuales mexicanos ocuparon dicha silla. Primero Joaquín García Icazbalceta, eminente bibliógrafo, biógrafo, académico fundador y tercer director de esta Academia, autor de obras fundamentales sobre la historia de México; después Porfirio Parra, médico y ensayista positivista; también Antonio Caso, eximio filósofo ateneísta; luego Antonio Mediz Bolio, gran literato, originario de la “Tierra del faisán y del venado”, y últimamente José Luis Martínez, al que no puedo sustituir pero tengo el honor de suceder.
Ca oya, ca opoliuh. Ca oceuh in ocotl, in tlahuilli. Ca ye cactimani...
Se fue, desapareció. Dejó de arder la tea, se apagó la luz. Se extendió el vacío, se derramó el silencio.
Con estas palabras, los antiguos nahuas despedían a quien había sido un sabio, un guía. Palabras que expresan magistralmente el umbroso dolor de Ia ausencia. Decían también, en este mismo contexto:
Ca ocen motopten, mopetlacalten.
“Se llenó el cofre, se llenó el arca”.
Con ello expresaban, asimismo, la plenitud que genera una labor cumplida. Don José Luis Martínez llenó el arca de Ia cultura mexicana con una obra prolífica. Fue historiador, autor de magnas obras como Hernán Cortés, documentos cortesianos, y Nezahualcóyotl. Vida y obra. Hacedor por igual de acuciosos ensayos sobre distintos próceres de la historia de México; de un notable estudio acerca de la vida y la obra de Jerónimo de Mendieta; de un análisis muy pertinente de la Historia General de Sahagún, entre otros, que ponen de manifiesto una investigación minuciosa en documentos y archivos, en busca de un pasado que reconstruye a partir de datos e informaciones que revela en una prosa amena.
Literato e historiador, José Luis Martínez estableció una relación entrañable entre la literatura y la historia. La historia se percibe a través del prisma a veces refractante del discurso que la refiere. No es precisamente “lo que fue” sino lo que se dice que fue, por lo que la mediación verbal cobra un valor determinante.
El texto historiográfico de José Luis Martínez, además de referir puntualmente lo acontecido, crea una atmósfera que da al relato un aire de novela histórica sin que el hecho narrativamente envuelto pierda su rigor heurístico.
Evoca frecuentemente las resonancias literarias que distintos aspectos de la historia dejaron en la memoria de los mexicanos. Tales el caso de su obra Nezahualcóyotl, en cuya estela encontramos arpegios poéticos con carácter parafrástico como lo son los poemas de Alva Ixtlilxóchitl, José Joaquín Pesado y Juan Dios de Villalón.
En lo que concierne a la literatura, la obra de José Luis Martínez es extensísima. Una antología de sus trabajos como ensayista, crítico, biógrafo, bibliógrafo o editor se volvería una verdadera letanía. Citaré tan sólo algunos: Elegía por Melibea y otros poemas,EI concepto de la muerte en la poesía española del siglo XV, Las letras patrias de la época de Ia Independencia a nuestros días, Guías para la navegación de Alfonso Reyes y La literatura mexicana del siglo XX, obras que me han atraído particularmente. José Luis Martínez fue académico de la Academia de la Historia y de la Academia Mexicana de la Lengua, de la que llegó a ser director y luego director honorario perpetuo.
Dejó una huella profunda como cronista de la ciudad de México (1975-1985). Fue diplomático en distintas sedes del mundo. En cuanto a sus faenas como funcionario en varias instituciones culturales del país, despejó muchos horizontes con su acción decidida, abrió nuevos surcos y sembró nuevas ideas.
Recibió en vida el reconocimiento de sus pares, en México y en el extranjero. Los numerosos premios, preseas, condecoraciones, doctorados Honoris Causa y demás distinciones son una prueba fehaciente de ello.
Citemos, entre otros, el Premio Nacional de Literatura y Lingüística (1980), el premio internacional Alfonso Reyes (1982), la medalla de honor de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander (1993), los doctorados Honoris Causa de la Universidad Nacional Autónoma de México y de la Universidad de las Américas.
Reciba hoy, don José Luis Martínez, el humilde pero afectuoso homenaje de quien le sucede en la silla 3 de la Academia Mexicana de la Lengua.
Ahora, si me lo permiten, procederé a pronunciar lo que he intitulado: El español y el náhuatl. Encuentros, desencuentros y reencuentros
Muchos son los componentes culturales que se conjugaron, a lo largo de la historia, para que la tierra firme ubicada, descubierta y conquistada por los españoles se volviera México. Entre dichos componentes figura, sin duda alguna, Ia relación estrecha que se estableció, en términos distintos según los momentos y los lugares, entre Ia lengua de los conquistadores, el español, y una de las lenguas más importantes de Mesoamérica, que fungía entonces como lingua franca: el náhuatl.
Los primeros encuentros lingüísticos entre españoles y nativos de lo que sería un día América fueron contactos tangenciales, esencialmente acústicos y visuales. En efecto, las palabras proferidas, incomprensibles, no parecían poder desprenderse de su ganga gestual y mímica. Ademanes, pucheros, muecas y visajes, así como las inflexiones de Ia voz, constituyeron la primera manifestación de un intercambio precario de ideas y sentimientos.
En México, este esquema comunicativo se reprodujo, con sus variantes locales, primero en las costas de la península de Yucatán, luego en Tabasco y Veracruz, en las expediciones respectivas de Francisco Hernández de Córdova (1517), Juan de Grijalva (1518) y Hernán Cortés (1519), sin olvidar el primer contacto lingüístico, cuyas modalidades ignoramos, pero que se estableció desde 1511 entre los náufragos Gonzalo Guerrero, Jerónimo de Aguilar y sus captores mayas.
Es probable que los nativos de las islas del Caribe, y luego los costeños mayas y nahuablantes, hayan aprendido, al interpretar una deixis gestual sugestiva y el fulgor de una mirada codiciosa, su primera palabra en español: oro.
Juan Díaz y Fernández de Oviedo, que confundían frecuentemente las voces caribeñas con las voces mayas, aciertan sin embargo en cuanto a una de las primeras palabras mayas que aprendieron los españoles: tak’in, “oro”. Conforme avanzaban, descubriendo e indagando, lo que más desconcertaba a los españoles, según lo asevera Juan Díaz, capellán en la expedición de Grijalva, era la plétora de lenguas que parecían coexistir en una extensión de tierra relativamente reducida.
No lo sabían aún los españoles, pero habían descubierto una tierra que guardaba una invaluable riqueza, superior a todo el oro del mundo: la diversidad cultural y la pluralidad lingüística de sus moradores. Estos conceptos humanísticos no cabían todavía en la mente de soldados y marinos que se regían probablemente, aunque de manera difusa, por lo que establecía su religión al respecto. Para ellos, esta tierra era una verdadera Babel, lo que complicaba seriamente la comunicación, aun con intérpretes. Pero lo que era un inconveniente para los españoles constituía un rasgo cultural con valor ontológico desde el punto de vista indígena.
1. Babel y los nuevos mundos
La actitud de los beligerantes frente a la lengua refleja mentalidades distintas si consideramos las mitologías respectivas que las fundamentan. En lo que concierne al español, el relato bíblico correspondiente a lo ocurrido en Babel expresa la trascendencia de un Dios omnipotente que castigó al hombre por su afán prometeico de elevar una torre que alcanzara el cielo, es decir, gracias a una lengua común que le permitiera juntar esfuerzos cognitivos, elevarse mediante la inteligencia, amenazando con desplazar a Dios.
El dios cristiano, creador del mundo, no podía sufrir una trascendencia humana implementada por un logos verbal que se le opusiera. El logos fue encarnado en el Verbo (con V mayúscula) y salió del ámbito humano. El lenguaje humano a su vez fue fragmentado en lenguas. Como en otros contextos religiosos cristianos, este hecho fue el resultado de un castigo infligido por una falta cometida.
Pero Dios “no contaba con nuestra astucia”...: hubo la traducción.
El español, producto de una evolución diacrónica del latín, es uno de estos muchos idiomas del mundo, fierro de lanza de una conquista que iba a imponer sus paradigmas culturales sin aniquilar, afortunadamente, a las lenguas vernáculas de América.
A este esquema dogmático punitivo se opone el carácter anímico de la lengua náhuatl tal y como lo expresa su mitología.
1.2 La lengua náhuatl y el alma indígena
El filósofo alemán Johan Gottlieb Fichte escribió: Die sprache eines volkes ist seine seele (“La lengua de un pueblo es su alma”). En circunstancias occidentales de expresión esta afirmación lapidaria, algo hiperbólica, no pasa de ser una metáfora, si bien expresa el alto valor que tiene un idioma en la identidad cultural de un pueblo. En un contexto prehispánico, cobra un valor ontológico ya que una de las almas, o principios anímicos indígenas, residía precisamente en el aliento ihíyotl, en la voz que brotaba de la interioridad física y mental de un ser y de Ia lengua esculpida en ella (tlahtolli).
El mito correspondiente a la gestación y creación del hombre en el inframundo y en Tamoanchan establece el carácter anímico de la lengua náhuatl: a petición de Mictlantecuhtli, el dios de la muerte, Quetzalcóatl Ehécatl sopla en su caracol. Después de algunas peripecias se produce el sonido característico del instrumento. El aire Ehécatl se vuelve entonces ihíyotl, el espíritu, aire sonoro, el cual fecunda la muerte cuando “lo viene a oír” Mictlantecuhtli.
El soplo seco de Quetzalcóatl-Ehécatl penetró en las circunvoluciones matriciales del caracol marino, produciendo, en última instancia, el sonido, una luz sonora en las tinieblas del inframundo. En términos iconográficos, este sonido primordial tomó la forma del conducto del caracol marino por donde pasó el aire, es decir, la forma de la voluta que expresa “el habla” en los códices.
La lengua náhuatl no está presente todavía en esta voluta roja, que expresa visualmente el sonido producido por el caracol y la voz del hombre. Sin embargo, las fuentes históricas complementan lo que establece el mito.
De acuerdo con dichas fuentes, los nahuas hacían coincidir la adquisición de la facultad lingüística por los niños con la ceremonia del destete, consagrando asimismo el desprendimiento del niño de la madre-tierra, a los tres años, y su nacimiento social. Mientras bebiera la leche materna, el niño permanecía en una especie de limbo pre-existencial y de caos verbal. Al comer maíz y hablar náhuatl, entraba en una dimensión social. La expresión inihíyotl, in tlahtolli “el aliento y la palabra” expresa este advenimiento lingüístico-anímico del ser humano al espacio social.
En otro contexto mítico-histórico náhuatl, la Historia tolteca-chichimeca establece claramente una relación causal entre el hecho de comer maíz y el de hablar náhuatl. En efecto, en dicho relato, después de haber comido el maíz desgranado por Icxicóatl y Quetzaltehuéyac, los chichimecas empiezan a “medio hablar”.
Para los nahuas “hablar” era hablar náhuatl. Los demás pueblos gruñían algo conocido como “popoloca”, fenómeno que recuerda el etnocentrismo lingüístico de los antiguos griegos.
En términos históricos, es probable que Ias tribus nómadas chichimecas que se asentaron en el centro de México descubrieran el cultivo del maíz a Ia vez que aprendían Ia lengua de los toltecas. Plasmada en el horizonte mítico, esta etapa civilizadora de Ia historia de los pueblos nahuas cobró importancia cosmogónica, confiriendo al maíz y al náhuatl un valor esencial. El maíz será el cuerpo de los seres humanos y Ia lengua náhuatl su espíritu, una de sus almas.
Es interesante observar en este contexto mítico-religioso Ia diferencia que existe entre el español y el náhuatl. Dios hizo al hombre con Ia facultad de hablar, antes de castigarlo por el proyecto insensato que tenía de construir una torre que llegara al cielo.
A la trascendencia del dios cristiano se opone aquí la inmanencia de la religiosidad indígena y, en términos más generales, de todos sus aspectos existenciales. Para el cristianismo, los humanos tienen un alma que trasciende Ias particularidades culturales de cada pueblo. Para la cultura indígena, cada pueblo es un mundo con su cosmogonía propia, su lengua propia y su alma propia. La lengua náhuatl fue y sigue siendo el alma de quienes Ia hablan.
2. Primeros contactos acústico-lingüísticos entre el español y el náhuatl
En 1518, después de haber costeado desde Cozumel, Juan de Grijalva y sus hombres llegaron a una isla a la que bautizaron “Isla de Sacrificios”, por las evidencias que encontraron en el lugar. Al no tener intérpretes, la explicación se hizo una vez más mediante gestos y mímicas. Podemos imaginar el dramatismo de la pantomima. Un poco más tarde, habiendo tomado posesión de la Tierra firme en “nombre de sus Magestades”, ocurrió el primer contacto de los españoles con la lengua náhuatl: Grijalva fue invitado a un convivio por dos principales, padre e hijo. Todos, sentados, fumaban tabaco y multiplicaban las señas de amistad. Pero dice el cronista español Fernández de Oviedo:
Como no había lengua ni se entendían unos a otros, era muy trabajosa e imposible cosa entenderse, y así como he dicho, hacíanse señas y decíanse muchas palabras, de que ningún provecho ni inteligencia se podía comprender. Y en tanto que esto pasaba, iban y venían muchos indios mostrando mucho regocijo y placer con los cristianos y parecía que muy sin temor y sin recelo venían y se allegaban a nuestros españoles, como si de largo tiempo atrás se hubieran conversado y así con mucha risa y descuido hablaban, y no acababan, señalando con los dedos y manos, como si fueran entendidos de los que se escuchaban y miraban (G. Fernández de Oviedo y Valdez, Historia natural y general de las Indias, Primera Parte, Libro XVII, cap. XV, 1535, pp. 289-290).
De hecho, lo único que Grijalva y sus hombres podían apreciar, además de los gestos, era la belleza fonética de la lengua náhuatl.
Alfonso Reyes, imaginando el bullicio del mercado de Tlatelolco, escribió en Visión de Anáhuac:
Óyense unos dulces chasquidos; fluyen las vocales, y las consonantes tienden a licuarse. La charla es una canturía gustosa. Esas xés, esas tlés, esas chés que tanto nos alarman escritas, escurren de los labios del indio con una suavidad de aguamiel (Alfonso Reyes, Visión de Anáhuac, FCE, México, 2004, p. 18).
De regreso a Cuba, Grijalva y sus hombres acariciaban el oro que les habían entregado, soñaban con otras riquezas y con nuevas tierras por conquistar. Como cascabeles de oro resonaban, quizás, en su mente las sonoridades de una lengua para ellos todavía sin sentido pero que se identificaba con un territorio, un mundo lleno de riquezas ya a su alcance.
Al año siguiente, atraído por estos dorados espejismos hechos realidades, Cortés emprendió su conquista, siguiendo la ruta de sus predecesores. Traía a Juliancillo, la “lengua”, hablante nativo de maya yucateco y había recuperado a Jerónimo de Aguilar, el español extraviado en Ia península desde 1511, quien sería una ayuda invaluable en la comunicación con los mayas.
Llegó a Potonchan (Champotón), lugar epifánico de la aparición de Malintzin, doña Marina, alias la Malinche, hablante nativa de la lengua náhuatl. Cautiva en este lugar, Malintzin hablaba también maya aunque en una variante distinta a la que hablaba Jerónimo de Aguilar, según lo afirma Torquemada. A partir de este momento y durante varios meses, la comunicación de los españoles con los indígenas de habla náhuatl se efectuaría mediante el maya.
Conforme avanzaban, la lengua náhuatl se volvía cada vez más familiar a los oídos españoles, pero lo esencial de la comunicación seguía pasando por las señas y la lengua maya. Malintzin, doña Marina, aprendió rápidamente el español por lo que, a veces, se prescindía de la mediación maya. Después de muchas tribulaciones, los españoles llegaron a México-Tenochtitlan. Allí Cortés por fin conoció a Motecuhzoma en el lugar conocido como Huitzilan. Según las fuentes, Cortés habló primero. Malintzin tradujo al náhuatl:
¿Cuix amo te?
¿Cuix amo ye te?
¿Ye te in timotecuhzoma? (Códice Florentino, Libro XII, capítulo 16).
¿No eres tú?
¿Acaso él no eres tú?
¿Tú eres él, Motecuhzoma?
La versión náhuatl de este primer diálogo resulta interesante. A los ojos de Cortés, Motecuhzoma se subdividía en el personaje mítico-histórico del que había oído hablar y al que se refería mediante la tercera persona “él”. Era también el ser de carne y hueso que tenía enfrente: te(huatl). Él y tú se fundían, por fin, en la persona del tlahtoani mexica presente. A su vez, Motecuhzoma expresó verbalmente a Cortés que había llegado “a su agua, a su monte”, mauh, motepeuh, a “ésta su casa”, expresión que perduró hasta nuestros días en México.
Los combates y las lidias verbales
A partir de este momento la comunicación verbal, todavía algo incierta, se hace más intensa pero también más tensa, hasta que se sublevan los indígenas a raíz de la masacre del Templo Mayor.
En cuanto a los combates que se libraron después, podemos imaginar los floridos intercambios lingüísticos que acompañaban a los golpes propinados. Los dulces chasquidos y la gustosa canturía de los que habla Alfonso Reyes habían sido reemplazados por ásperas oclusivas y una gritería paroxística altisonante. Las xés, las tlés y las chés (sobre todo laschés) que escurrían de los labios del indio no eran precisamente de aguamiel.
3. Los coloquios de los doce (1524): Primer encuentro propiamente lingüístico y primer desencuentro ideológicos
Los encuentros lingüísticos entre hablantes del español y del náhuatl no fueron siempre roces tan superficiales o tan agresivos. Pronto llegaron los frailes y, con ellos, después de algunos avatares, se estableció una relación más transitiva entre dos lenguas y dos cosmovisiones.
En 1524, los doce franciscanos recién llegados, organizaron un debate con principales y sabios indígenas para tratar de convencerlos de que sus dioses eran falsos, que no había más que un Dios (iceltéoti), que debían honrar a su representante en la tierra: el sumo pontífice Alejandro VI, teoyotica tlahtoani, regirse por el libro sagrado teoamoxtli, es decir, la Biblia, y obedecer al emperador, el tlahtoani Carlos V. La traducción, aunque precaria, permitía expresar lo que el otro decía, pero no hablaban el mismo lenguaje, en términos de referentes y de conceptos.
Una versión de los hechos fue publicada por Sahagún, en 1564, a partir de borradores que se habían conservado. Aunque el texto fue retocado y se “limaron” probables asperezas del encuentro, esta versión revela, sin embargo, el profundo desacuerdo entre las partes.
4. Encuentros y desencuentros de dos mundos
El verdadero encuentro entre las dos lenguas y las culturas respectivas que entrañan, ocurrió a partir de 1533, cuando la Audiencia Real de México, efectuando un giro en su estrategia evangelizadora, inició una magna empresa de conocimiento del otro nativo, para poder detectar la idolatría y convertirlo más eficazmente. Fray Andrés de Olmos y fray Bernardino de Sahagún fueron los primeros artífices de dicha empresa, pronto emulados por frailes de la misma orden u otra.
La Historia general de Ias cosas de Nueva España o Códice Florentino es una verdadera suma de usos y costumbres indígenas, preñada de humanismo. Se hicieron también gramáticas de la lengua (Olmos, 1547). Fray Alonso de Molina emprendió la elaboración de su Diccionario de la lengua castellana y mexicana y mexicana y castellana. Asimismo, la traducción de la doctrina, del latín o del español al náhuatl, fue la ocasión de una reflexión sobre el sentido de las palabras, sus campos semánticos y los referentes culturales a los que aludía la lengua. Los alumnos trilingües del Colegio Imperial de la Santa Cruz de Tlatelolco fueron una pieza clave en este verdadero encuentro de dos cosmovisiones y de tres lenguas.
4.1 La lengua española y la lengua náhuatl
De la lengua española se podría hablar durante horas. Sólo mencionaré, para contrastarla con la lengua náhuatl, el hecho de que es una lengua aislante que lleva en su caudal un aluvión cultural greco-latino, el cual determina el sistema lingüístico que la rige así como las modalidades cognitivas que manifiesta.
El náhuatl
El náhuatl es una lengua polisintética, que permite la composición de bloques nominales o verbales compactos, donde los adjetivos, los adverbios y los complementos se funden con los radicales sustantivos o verbales en una masa sonora, unidad expresiva reacia en separar lo circunstancial de lo esencial, reflejo a su vez de un mundo en el que la circunstancia y la esencia resultan inseparables. Por ejemplo, cuando el poeta náhuatl dice: xochicueponi in nocuic, “mi canto se abre (como) una flor” (literalmente: “flor abre mi canto”), prescinde del elemento comparativo “como”, herraje lingüístico que impide la fusión en una unidad sinestésica de la fragancia y de la imagen.
La ausencia de bisagras preposicionales en la lengua náhuatl da mucha movilidad al sentido y permite que se forme en el texto un verdadero espectro adjetival, nominal o verbal que incita al receptor a pasar a una dimensión sensible “impresionista” para poder percibir el mensaje con todos sus matices.
En efecto, las unidades lingüísticas que se incorporan en un compuesto verbal, además de calificar o modificar un radical determinado, se funden en una palabra compleja. Más que construir un sentido a partir de sus unidades lingüísticas, el nahua-hablante parece disponer hilos frásticos sobre el telar de la lengua y esperar que un sentido surja de esta urdimbre. Yuxtapone los distintos entes gramaticales sin establecer una relación de subordinación semántica coercitiva, proporcionando asimismo un derrame asociativo sobre el eje paradigmatico de Ia lengua.
La lengua náhuatl permite una epifanía de sentido sensible: con un impulso afectivo, el hablante encuentra el camino verbal de su expresión sin que el lastre semántico de lo que se dice llegue a oscurecer Ia luz fonética de sus componentes silábicos. El carácter polisintético de la lengua genero asimismo muchos parónimos. Espejos o espejismos sonoros, los parónimos permiten al sentido fluir, huir o perderse en la dimensión sensible del lenguaje.
Esta aprehensión asociativa del sentido encuentra su máxima expresión en la poesía pero también en el albur. La fusión de los significados que propicia el carácter polisintético y derivacional de la lengua náhuatl, así como la efervescencia semántica que genera, Ia hacen idónea para las escaramuzas verbales que son los albures.
La palabra, Ia imagen y el alfabeto
El español y el náhuatl consignaban gráficamente su pensamiento. En el caso del español, era la lengua la que se transcribía mediante lo que conocemos como el alfabeto. En lo que concierne a los nahuas, el verbo y la imagen se vinculaban estrechamente en la producción del sentido, sin que el discurso pictórico se sometiera del todo, sin embargo, a la “tiranía de su señoría la palabra” (Gaston Baty). La imagen producía un significado con recursos específicos que generaban un sentido sensible en parte subliminal e ilegible, si bien inteligible mediante la mirada.
La imagen se podía “leer” parcialmente y reducir a palabras, pero no se petrificaba en un texto verbal determinado. Existía un discurso pictórico, paralelo al discurso oral, que tenía su expresividad propia. Se pensaba también mediante imágenes.
La influencia que ejerció sobre los pintores indígenas la relación analítica de los fonemas y de los grafemas del alfabeto, llegó a provocar una recrudescencia de glifos fonéticos en Ia pictografía indígena colonial. Por otra parte, y esto fue una innovación cultural considerable, el náhuatl se escribió alfabéticamente siguiendo las reglas que prevalecían para el español.
4.2 Un encuentro de dos sistemas cognitivos
La lengua no es sólo una estructura léxica, morfológica y sintáctica. Expresa toda una visión del mundo y refleja un saber, con sus mecanismos cognitivos y sus conceptos propios. El tema es vasto y no es mi intención ni siquiera resumirlo. Me limitaré a señalar algunos aspectos de la cognición indígena que difieren, en el siglo XVI, del conocimiento occidental.
La palabra y el mito
El papel que desempeña la palabra en un contexto mitológico difiere del uso común. La producción gramatical de sentido deja de ser pertinente para dar lugar a espectros semiológicos que se configuran en estratos profundos del discurso.
En el mito prevalece una forma de cognición más directamente vinculada con el mundo, más “simbiótica”, en Ia que el sujeto conocedor comulga prácticamente con el objeto por conocer mediante esquemas de acción narrativa que evitan la mayéutica reflexiva.
Las palabras y los mecanismos cognitivos del saber
Las palabras nahuas que remiten a la cognición expresan el carácter “sensible” del conocimiento indígena. La palabra “saber”, tlamati, vincula la abstracción conceptual y el sentir: un indígena considera que sabecuando siente. A su vez, pensar, tlalnamiqui, es “recordar”, es decir, recordar “lo que dejaron dicho los abuelos”, un dixit Magister inapelable, sometido a la erosión cultural del tiempo mas no a la especulación de los hombres.
Todo parece indicar que una de las palabras que expresan el acto de pensar, nemilía, se compone del radical nemi, provisto del morfema aplicativo -lía. Ahora bien, nemi es “existir”, por lo que el compuesto verbal que refiere el hecho de pensar significaría, originalmente, “proceder al acto de existir”, con todo el valor filosófico que tiene dicha construcción derivacional.
Nenoyolnonotza , “dialogar con su corazón”, remite a lo que sería la reflexión. La creencia es: yuh quimati noyollo, “así lo siente mi corazón”. Dudar es omeyolloa, “dividirse en dos el corazón”.
En el diccionario de Molina, en la entrada “especulación filosófica” encontramos la frase correspondiente en náhuatl: ¿Canin mach nemi noyollo? “¿Dónde acaso anda mi corazón?”
Esta frase revela de manera clara la pérdida de rumbo existencial que representa el hecho de pensar en términos especulativos.
4.3 Las palabras y los conceptos
Las diferencias conceptuales que surgen de sendas configuraciones del saber complicaron la comunicación. Citemos tan sólo las nociones de “verdad”, de “mal” como entidad, de muerte y de tiempo.
Aunque se puede configurar lingüísticamente el concepto de verdad, éste no tenía en el mundo náhuatl el carácter abstracto y absoluto que tenía en la cultura cristiana neoaristotélica. No se oponía dialécticamente a una no-verdad sino que se encontraba de manera difusa en distintos aspectos de la cultura indígena. La palabra para “raíz”, por ejemplo, lo entraña. En efecto, nelhuayotl se compone de un radical léxico nelli“verdad”, de un morfema de posesión -hua, y de otro de abstracción -yotl. Literalmente, la raíz es lo que entraña la verdad, una verdad arraigada al mundo sensible y que expresa una rica variedad fenoménica, tan variada como las plantas que brotan de la madre-tierra.
El “mal”
La noción de “mal”, encarnada por el diablo, fue difícilmente asimilada por un sistema cognitivo indígena que no la contemplaba y para la cual por tanto no se disponía de una palabra. Los frailes tuvieron que forjar el neologismo ahmo cualli, literalmente “no bueno”.
La muerte
Cuando los españoles y los indígenas hablaban de la muerte, en sus respectivas lenguas, hablaban de cosas distintas. Para los indígenas, no era el fin de la existencia sino una especie de diástole en el latido de la vida. Tenía además un carácter genésico. Podemos imaginar la sorpresa de los indígenas cuando les dijeron que la muerte no era del todo natural sino que provenía de un pecado.
El tiempo
La noción cíclica del tiempo y la discursividad náhuatl que la manifestaba diferían totalmente del concepto occidental de un tiempo lineal orientado hacia un futuro indefinido. La lengua náhuatl expresaba la duración en términos que no la petrifican en una conceptualización léxica. El término cahuitl que corresponde a Ia noción de tiempo, en el diccionario de Molina, me parece haber sido inducido cuando las dos culturas entraron en contacto y se buscó un equivalente náhuatl a la noción occidental de “tiempo”.
En efecto, un análisis lingüístico de corte cognitivista parece demostrar que cahuitl, “tiempo”, fue indebidamente desprendido del sintagma ixquichcahuitl, que no tenía una correspondencia clara en español. Ixquichca es “desde” o “hasta” y el sufijo -huitl confiere un carácter sustantivo a una noción difusa difícilmente aprehensible en términos conceptuales. EI término ixquich, “todo”, contenido en la expresión parece haber justificado, en la óptica española, la escisión del sintagma, aislando asimismo el término cahuitl, el cual adquiría entonces un valor léxico independiente.
¿Qué es el tiempo?, se interrogaba San Agustín: “Si no me lo preguntan lo sé. Si me lo preguntan ya no lo sé.”
Cuando no se lo preguntaban en los términos lógicos-mayéuticos occidentales, los indígenas sabían lo que era el tiempo, ya que su “mito-logía” proveía una respuesta difusa pero con un alto valor cognitivo.
Al ser interrogados al respecto por los españoles, es probable que no pudieran responder en los términos analíticos de la pregunta. Ya no lo sabían. Los frailes no se dieron por vencidos; con la ayuda de sus auxiliares indígenas, encontraron una veta lingüística y extrajeron el concepto, de la ganga que lo contenía quizás, pero en términos radicalmente distintos. Hoy en día encontramos aberraciones conceptuales, desde un punto de vista indígena, como ahmo nicpia cahuitl, “no tengo tiempo”.
4.4 Neologismos y “neo-lógica”
A diferencia de la traducción, que supone correspondencias léxicas y conceptuales de una lengua a otra, el neologismo abre nuevos surcos discursivos en los campos semánticos de la lengua receptora. La explotación sutil de las características gramaticales de la lengua náhuatl permitió a los religiosos españoles forjar palabras y, más allá de las palabras, frases que correspondían a la lengua náhuatl mas no al pensamiento de aquellos que la hablaban.
Considero que la sustantivación de ciertas nociones verbales bajo la influencia de la lengua española, por ejemplo, alteró la lógica del discurso náhuatl. En tiempos anteriores a la conquista, creer, adorar, ser bueno y virtuoso, amar, mentir, etcétera, se integraban de manera dinámica a una totalidad axiológica sin que estas nociones se pusieran en perspectiva para volverse alegóricas.
La sustantivación de una acción verbal corresponde, de alguna manera, a lo que es el modo infinitivo para un verbo, por el carácter abstracto que implica. Ahora bien, sabemos que no existe dicho modo en náhuatl. Es probable que la sustantivación haya sido inducida por los frailes y sus ayudantes indígenas. “Amar”, por ejemplo, se volvió “el amor” (tetlazotlaliztli), y pudo ser desprendido de su contexto sexual, volviéndose asimismo una alegoría útil para la evangelización.
5. La traducción
Faltaría hablar de la traducción, estas nupcias hermenéuticas que vinculan tan estrechamente dos lenguas y nulifican la “babelización” del lenguaje humano. Es un tema extenso que no puedo abordar aquí. En términos generales, además de los neologismos ya mencionados, los españoles utilizaron diversos recursos para traducir. La estrategia más eficaz fue probablemente la que consistió en “colar” el contenido cristiano del mensaje evangélico en el molde formal de la discursividad náhuatl. Multiplicando las metáforas, imitando la retórica, la musicalidad del habla indígena, Sahagún ocultó de cierta manera el dogma cristiano en las circunvoluciones prosódicas del discurso náhuatl.
Mecidos por el oleaje frástico de su lengua, los indígenas asimilaron, sin darse cuenta, planteamientos religiosos que les eran extraños.
Pasaron los años...
Durante el periodo novohispano, y a pesar de la segregación institucional que dividía las ciudades de españoles y los pueblos de indios, los contactos entre ambas comunidades y ambas lenguas se intensificaron. El mestizaje biológico y cultural, fundamental en la construcción de la identidad nacional, fue la ocasión de nuevos contactos transculturales.
Las lenguas empezaron a entrelazarse y a generar con frecuencia discursos “mestizos”. Las “ensaladillas” de Sor Juana Inés de la Cruz revelan, de manera humorística, el carácter híbrido de lo que ella llamó “Las cláusulas tiernas del mexicano lenguaje”. Es probable que Sor Juana hablara náhuatl con cierta fluidez.
Su Tocotín, redactado en esta lengua, revela un uso sutil de la discursividad indígena. Estas relaciones entre ambas lenguas generaron poco a poco el mestizaje del español que se habla hoy en México. Numerosos son los diccionarios de nahuatlismos, que dan fe de ello. Asimismo, la lengua náhuatl fue permeada por la lengua española, en forma distinta, según la región y de una manera que pone a veces en peligro, no la lengua en sí, sino la vitalidad del pensamiento que entraña. En efecto, ciertos cambios morfológicos inducidos determinan, a largo plazo, nuevas categorías eidéticas del pensamiento indígena.
Conclusión
Hoy existe un reconocimiento pleno de la diversidad cultural y del carácter plurilingüístico de México por el cual el español y el náhuatl dejaron de ser lenguas antagónicas para integrarse en un bilingüismo fecundo. Los programas de la SEP, del Instituto Nacional de Lenguas Indígenas, de las agrupaciones de escritores en lenguas indígenas, y la Ley General de Derechos Lingüísticos de los Pueblos Indígenas lo muestran de manera fehaciente.
Asimismo, la voz indígena puede oírse de nuevo gracias al movimiento yancuic tlahtolli, “la palabra nueva”, iniciado por Miguel León-Portilla, y que se manifiesta también en la obra de difusión de Ias literaturas indígenas de Carlos Montemayor. Esta nueva palabra debe expresarse en dos lenguas, y por tanto, si acatamos los principios ontológicos antes evocados, el nahua-hablante de hoy deberá tener dos palabras, dos alientos, dos almas, sin que se divida su corazón y sin caer en la esquizofrenia.
De igual forma, una retroalimentación lingüística y conceptual del hablante abrevada en los textos en náhuatl del siglo XVI me parece aconsejable, pues la erosión del tiempo, la marginación socioeconómica, así como otros determinismos de la historia, hicieron que se debilitara el alma verbal de los pueblos originarios.
El hecho de hablar una lengua indígena es como tener oro, pero no oro en lingotes, sin forma, sin alma. Debe ser un oro labrado por el pensar y el sentir de quienes la hablan. El futuro de las lenguas indígenas de México y de las culturas que entrañan está en el bilingüismo de su expresión y en Ia perseverancia de sus hablantes. A su vez, parte de lo que define la cultura mexicana son las culturas indígenas vigentes. Sus aguas subterráneas, invisibles para muchos, pero que nutren la raíz mestiza de México, permiten a nuestro país seguir floreciendo con esta diversidad que le es propia y que lo distingue de otras naciones.
Tohuampo macehual, amo ximoquetza, ipampa monehnémiz quitiahuilía toohpitzac.
“Compañero indígena, no te detengas, porque tu caminar alumbra nuestra vereda.”
Tlazocamati , gracias.
Aunque pienso que la mayoría de ustedes sabe quién es el doctor Patrick Johansson, bien sea porque lo conocen personalmente o por haber escuchado sus doctas palabras o leído alguno de sus varios libros, comenzaré haciendo una breve presentación del mismo. Patrick nació en Francia, de padre sueco y madre francesa. En tal sentido diré que desciende, por el lado paterno, de los normandos y por el materno de los bretones. Pero como Patrick ya lleva no pocos años en México, en donde ha formado su familia y tiene sus hijos, podemos decir que, por naturalización, es también mexicano.
Y hay algo más: puesto que se ha dedicado por entero a los estudios mesoamericanos y en particular a la lengua y cultura nahuas, puede afirmarse también que es ya en buena parte mesoamericano y náhuatl. Esto porque no sólo se ha entregado al estudio de esta antigua cultura, sino que también ha convivido con personas que aún la conservan en alto grado. Y al comunicarse con ellas -me consta que con su habitual buen humor- lo hace en náhuatl, lengua que conoce con más que suficiencia. Una anécdota quiero recordar aquí. Cuando obtuvo su doctorado en la Universidad de París, es decir en la Sorbona, fui invitado a formar parte del jurado en el examen. Dado que en él estaba otro francés, también conocedor del náhuatl, una parte del interrogatorio se desarrolló en dicha lengua y así en la solemne sala barroca de nombre Lica de la Universidad resonó por vez primera el náhuatl. Establecido Patrick ya definitivamente en México, entre otras cosas imparte cursos relacionados con la lengua y la cultura nahuas en la Universidad Nacional Autónoma de México y en otras instituciones.
Lo dicho hasta aquí deja ver algunos sobresalientes atributos de Patrick Johansson. Sin embargo, me falta aclarar un punto muy importante. ¿Cómo ha sido posible que, no teniendo él como lengua materna el español, haya sido elegido miembro numerario de esta Academia Mexicana de la Lengua?
Es cierto que hay en ella un antecedente: el del querido y admirado don Guido Gómez de Silva que hasta los trece años habló veneciano. Patrick viene ahora a confirmarla apertura de nuestra Academia que ha recibido a candidatos que, sin haber tenido como materna la lengua de Cervantes y Sor Juana, Ia hablan con perfección y la han cultivado de variadas formas. Tal es el caso presente de quien, al ingresar en esta corporación, recibe este honor desde luego con las obligaciones que conlleva. Creo que todo esto ilumina quién es la persona que ahora recibimos.
Sólo quiero aludir ya a algunas de sus valiosas aportaciones como investigador y profesor en la UNAM. Más que citar títulos de sus libros, artículos y otros escritos, me referiré a las principales áreas de su interés. Conocedor de las corrientes contemporáneas de la semiótica ha hecho aplicación de ella en varios trabajos acerca de la literatura náhuatl y algunos códices indígenas. Temas relacionados con la tanatología lo han atraído en forma particular y así ha explorado las creencias nahuas en torno a la muerte y el más allá. En sus muchos artículos en revistas especializadas y en ponencias en congresos nacionales e internacionales ha ahondado sobre estos temas y ha explorado otros campos también relacionados con el pasado prehispánico de México y el temprano periodo colonial y los pueblos indígenas contemporáneos.
Reveladoras de su empeño por mantener viva la lengua náhuatl son dos obras suyas escritas en esta lengua. Una tiene por título Ahnelhuayoxochitl, Flor sin raíz. Es ésta una muy bella narración acerca de una flor que obtiene la libertad, aunque al precio de morir, al ser llevada por el viento. La otra aportación, que para algunos podrá parecer extraña, es su traducción al náhuatl de Esperando a Godot, la pieza teatral de Samuel Beckett. Su versión al náhuatl da testimonio de la capacidad expresiva de este idioma. Y también abre la posibilidad de constatar cómo reaccionarán los nahuahablantes contemporáneos al escuchar en su lengua la presentación de lo que, a la luz del absurdo, concibió Beckett.
Como no pretendo hacer aquí un resumen de su curriculum vitae, sólo añadiré que es él investigador y maestro que ha formado a muchos que hoy también lo son en México y en otros países.
Ha hecho referencia nuestro nuevo académico a quien fue su predecesor en el sitial que ahora va a ocupar. Aquí sólo diré que don José Luis Martínez fue para todos nosotros querido amigo y admirado colega. Con su pensamiento y acción -de modo particular valiéndose de la palabra, hablada y escrita- enriqueció grandemente el legado de cultura de México y ciertamente también del mundo hispanoamericano. No me corresponde enumerar aquí sus muchos méritos, bien conocidos de ustedes. Quiero recordar al menos su interés por nuestra historia prehispánica y por el dramático encuentro que fue la Conquista.
Acerca de lo primero nos dejó una espléndida biografía de Nezahualcóyotl y un volumen en la serie que publicó acerca de las grandes civilizaciones creadas por la humanidad. Respecto de lo segundo aludiré al menos a la biografía que nos dejó de Hernán Cortés, acompañada de cuatro volúmenes documentales. Gracias a ella y a los testimonios que la complementan, cabe acercarse a la figura de Cortés de manera más objetiva y equilibrada. Quiero rendir así homenaje a quien fue director ilustre de esta Academia.
Concluiré haciendo un muy breve comentario acerca del discurso de Patrick. Se centra él en varios aspectos de lo que ha sido el Encuentro, con desencuentros y reencuentros entre la lengua española y el náhuatl que, al tiempo de la Conquista, seguía siendo lingua franca en Mesoamérica. Atinadas son sus evocaciones sobre lo que ocurrió en los primeros encuentros lingüísticos entre españoles e indígenas. No pocos equívocos se produjeron entonces pero también, gracias a figuras como Jerónimo de Aguilar y Malintzin, se fue abriendo el camino a la comprensión.
Pertinente es también su consideración acerca de los coloquios que hubo entre los doce primeros frailes franciscanos llegados a México en 1524 y algunos tlamatinime o sabios mexicas. Esos tempranos diálogos que rescató fray Bernardino de Sahagún, valiéndose de viejos papeles conservados en Tlatelolco, fueron un encuentro lingüístico pero a la vez un primer desencuentro ideológico. Ello, porque hubo confrontaciones manifiestas en la defensa que hicieron los tlamatinime ante las impugnaciones religiosas de los frailes.
La serie de los desencuentros y reencuentros en los que fija su atención Patrick le da ocasión de formular varias consideraciones acerca de la naturaleza del náhuatl. Siendo una lengua polisintética e incorporante es obvio que contrasta en mucho con las características del español. Certeramente expresa Patrick que “la lengua no sólo es una estructura léxica, morfológica y sintáctica” sino que además conlleva “toda una visión del mundo y refleja un saber con sus mecanismos cognitivos y sus conceptos propios”.
A la luz de esta aseveración emprende un recorrido en el que va distinguiendo algunas principales diferencias que percibe entre el idioma español y el náhuatl en campos semánticos como los de la palabra y el mito; la palabra y la imagen; el concepto de verdad que en náhuatl no es el aristotélico sino que se halla en la raíz, como lo expresa el correspondiente vocablo, nelhuayotl, raíz que connota “el fundamento del orden cultural establecido”.
Prosiguiendo en sus comparaciones entre el español y el náhuatl, nos dice que esta última lengua, por su carácter polisintético, “congrega los distintos lexemas y morfemas en verdaderos racimos verbales” que dan lugar a muy expresivas, aunque a veces complejas, formas de manifestarse.
Erudita y a la vez lúcida es la exposición y análisis que emprende al observar las relaciones existentes entre la gramática y los diccionarios de Antonio de Nebrija y las elaboraciones gramaticales, entre las “Artes” y los vocabularios publicados por los frailes, espontáneos lingüistas, a partir del siglo XVI. Añadiré que el cronista Chimalpahin manifestó en náhuatl su admiración por el vocabulario bidireccional que había publicado fray Alonso de Molina.
Los análisis que realiza Patrick a la luz de su empeño en detectar lo que es peculiar del náhuatl lo llevan, también, a elucidar un conjunto de conceptos propios de la cultura, que se reflejan en esa lengua. Entre ellos están los “del mal, la muerte y el tiempo”.
De otros diversos rasgos y elementos característicos del náhuatl nos ha hablado aquí nuestro nuevo colega. La prudencia indica que, más que intentar aquí una valoración de cuanto él nos ha presentado, valdrá afirmar que en la parte final de su discurso muestra con claridad su interés por poner al descubierto lo que para él es el reencuentro lingüístico entre el español y el náhuatl: muchos son los nahuatlismos que hoy empleamos quienes hablamos la lengua de Castilla y también muchos son los hispanismos en el náhuatl moderno. Y no sólo aparecen esos vocablos en el léxico de una y otra lengua, sino también en no pocas formaciones léxicas y sintácticas, campo éste que sigue requiriendo estudio.
De esperanza son las palabras finales de Patrick. Subraya que en México no sólo existe un reconocimiento expresado en la Constitución nacional, que declara que el país no únicamente se finca en su diversidad cultural y lingüística, sino que éste se expresa también a través de diversas manifestaciones, entre ellas no pocas de los propios pueblos indígenas. Ahora comienza a percibirse reconocimiento y aprecio por la palabra indígena. Muy bellas, henchidas de humanismo son las postreras frases de este discurso.
Coincido plenamente con Patrick en que “hablar una lengua indígena es como tener oro, pero no oro en lingotes” [...], sino “labrado por el pensar y el sentir de quienes Ia hablan”. También, comparto con tu verdad, que es raíz nelhuayotl, tu afirmación concerniente al bilingüismo. Éste, lejos de desintegrar al país, lleva al rescate más pleno de su identidad nacional. Ojalá que nuestra Academia, que precisamente por ostentar el nombre de Mexicana y serlo en verdad, se abra cada vez más al aprecio, estudio y participación en todo lo referente a las lenguas vernáculas de México. Al luchar por su preservación y enriquecimiento, esta Academia en paralelo con lo que concierne al idioma español, cumplirá más plenamente con su destino: atender a la plenitud lingüística de la nación, manifiesta por todas partes en los nombres de incontables pueblos, montañas y ríos, así como en un rico legado histórico y en la presencia viviente de millones de indígenas mexicanos.
Bienvenido Patrick Johansson: tehhuatzin tocnihuan, tlamatini, nican ca mochantzinco, a esta tu casa, amigo nuestro y sabio, que habrás de enriquecerla con tu saber y tu trabajo.
Donceles #66,
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