Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Domingo, 29 de Abril de 2018
Por: Felipe Garrido

Lunes

XXIII

Los cantineros, en todos los países,
tienen algo en común. Muestran siempre
cierta facilidad para adaptarse al mundo,
para ver los problemas como algo venidero,
inevitable. Uno habla con ellos como con un hermano,
con ese simple lenguaje universal
de lo incomprensible.
Se invita mutuamente la cerveza, el vino,
el cognac acaso, si el bar es lujoso,
y se mira pasar toda esa larga historia
a la que los viajeros nos hemos ya acostumbrado.
Se puede hablar lo mismo del costo de la vida,
la calidad de la cerveza consumida a solas
o algún otro tema no menos trascendente: las mujeres,
los dioses o el beisbol.
Ellos están siempre dispuestos,
filósofos eternos, a discurrir sobre todos los temas peliagudos,
sobre asuntos confusos a los que el simple bebedor
no ve salida, y tiene la virtud de saber conservar,
cuando el viajero pierde el juicio, la ecuanimidad.
Pero igual que nosotros están solos. Los cantineros
siempre están solos: se ven ir por los días
hablando todo el tiempo con esporádicos
andantes, con buscadores de la vida, aventureros siempre
son lugar preciso, y ven venir la muerte como cualquier humano,
a pesar de su casi idílica frescura,
y hay cantineros en el mundo que no podrán morir jamás.

Gilberto Mesa (1954)
Nadina y los patos
SEP/Crea, México, 1984

Martes

De niña no salía…

De niña no salía a jugar a la calle,
no hubo parques ni aceras
donde poder crecer sin darme cuenta.
La acera era una vía que nos acompañaba
o nos salía al paso.
Nunca sentí cómo crecían los árboles,
los nuevos edificios.
A la ciudad siempre la vi de lejos,
al pasar,
al margen de los juegos, de los amigos
con los que la haces tuya.
Los muros y el rebote de pelotas,
o los niños paseando en bicicleta
eran islas lejanas, veranos por la tarde
que iba a visitar de vez en cuando.
A una ciudad extraña llegó mi adolescencia,
yo la fui descubriendo con mi hermano y mis primos
recién llegados de Madrid.
Parecía un verano interminable,
persiguiendo una infancia que se iba
junto con los lugares que nunca conocimos realmente.
La ciudad caminaba con nosotros al ritmo de los Beatles
y otras ciudades poblaron nuestras vidas.
Yendo a San Ángel desde la Condesa,
ya no mirábamos pues nos volvimos parte del paisaje.
La ciudad iba cambiando con nosotros,
íbamos rumbo a la universidad,
y de pronto dejamos de seguir
esos últimos cabos de la infancia,
ya no nos importaban, fingíamos ser otros
que la ciudad había dejado atrás desde hacía tiempo.

Alicia García Bergua (1954)
La anchura de la calle
Conaculta, México, 1995

Miércoles

De “El poema del lago”

VII
El baño del centauro

Chasquea el agua y salta el cristal hecho astillas,
y él se hunde; y sólo flotan, del potro encabritado
la escultural cabeza de crines amarillas
y el torso del jinete, moreno y musculado.
Remuévense las ondas mordiendo las orillas,
con estremecimiento convulso y agitado,
y el animal y el hombre comienzan un airado
combate, en actitudes heroicas y sencillas.
Una risueña ninfa de carne roja y dura,
cabello lacio y rostro primitivo, se baña;
las aguas, como un cíngulo, le ciñen la cintura;
y ella ve sin pudores… y le palpita el seno
con el afán de darse, voluptuosa y huraña,
a las rudas caricias del centauro moreno.

Luis G. Urbina (1864-1934)
Poesía mexicana I, 1810-1914
Introducción, selección y notas de José Emilio Pacheco
Promexa, México, 1979

Jueves

Escribo de madrugada...

Escribo de madrugada,
cuando todos duermen,
a una hora que no siento
y todas las luces se apagan.
Lo hago de la mano
de una misteriosa quimera,
que en el susurrar del tiempo
me dicta lo que nunca ocurre
en mi velado pensamiento.
Y con mi duende evoco aquellos paisajes
que, con lápices, iluminé de niño,
obsesiones, que, ya sin coraje,
invariablemente recuerdo y repito.
Un mar azul que inventó el color,
la esperanza, la poesía y el amor,
planicies llenas de viñas y olivos,
montes cubiertos de luz y de olor
y valles surcados por caudalosos ríos.
¿Cómo dibujar hoy aquellos espacios
perdidos entre la bruma del olvido?
¿Qué me decían esos campos
que me acompañaban de niño?
Todo se perdió en un abismo.
Duró un instante
como la jacaranda en flor,
ya nadie ha sido lo de entonces,
ni mis sueños, ni mis lápices,
ni el color.

Vicente Guarner (1893-1981)
Palabras de ausencia
Ardiente Paciencia, México, 2011

Viernes

Fuego

Purísima la sombra, dormida como tú.
Igual que un agua mansa.
Igual que un fuego dulce.
La sombra espesa, quieta, suave,
sombra que el aire
trae hasta mis manos, sombra que sangra
en medio de la luz, la densa sombra.
Hermano de lo oscuro, hermano
del silencio que asciende
de la estrella, hermano mineral
de los espejos,
igual que dos palomas, enemigas.
Tu mano izquierda, gemela de mi amor.
Tu muslo en la batalla con mi beso duro.
La mirada desciende.
Negra es la casa. Mis dedos se confunden
en la sombra, la sombra
suave que zozobra en medio de la luz,
esa sombra que abraza con dulzura
mi cuerpo hecho de fuego,
de fuego y de memoria,
fuego y más fuego.
Qué deleite mortal en la caverna
oscura. La sombra quieta avanza,
dulcemente encendida.
Igual que un animal petrificado,
igual que los diamantes puros
de luz azul, llagados por la sombra.
Inmóviles los dos, vivos y en llamas,
consumida la sangre. Gira la tierra,
ignora que vivimos. El mar regresa
con un canto suave. La dulce sombra
en párpados se abate. Los ojos
están ciegos, deslumbrados
por una llama oscura.
Miran sin ver los ojos, adentro de la sombra
encendida por fin, con todos los colores.

Jaime Labastida (1939)
Dominio de la tarde
Siglo XXI, México, 2003

Sábado

Esa noche en que juntos estuvimos…

Esa noche en que juntos estuvimos
yo no quise mirarte a tu mirada.
La noche estaba clara y constelada
y en un espejo gris los dos nos vimos.
Tu copa y la mía los dos unimos
en una mesa de oros recamada,
y una luz amarilla arrebatada
brillaba aún cuando los dos partimos.
Tú saliste primero por la puerta,
la estancia se quedó sola, desierta.
Yo fui pisando las pisadas tuyas
y rezando secretas aleluyas.
Y al llegar a mi lecho devastado
consumé solitaria mi pecado.

Guadalupe Amor (1918-2000)
Soy dueña del universo
Edición de la autora, México, 1984

Domingo

Dama de luz

Luego me dijo que se iba un rato a la playa. Me guiñó un ojo. Se calzó las sandalias. Se ajustó los tirantes. Abrió las cortinas y se volvió de oro y sombra. Cerró los ojos deslumbrada. Tropezó con la mesa, tiró la botella de agua, lanzó un gritito, se rio cubriéndose la boca con las manos enjoyadas, trajo una toalla y me vio un momento como si fuera a decir algo, pero el canto de las cigarras la intimidó. Se miró en el espejo por delante y por detrás y después de lado mientras aspiraba hondo, parada de puntas, y se le dibujaron las costillas. Se puso una falda de manta y los lentes oscuros. Al llegar a la puerta me tiró un beso. Nunca la volví a ver.

Felipe Garrido (1942)
La Musa y el Garabato
FCE, México, 1992


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