Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Domingo, 03 de Junio de 2018
Por: Felipe Garrido

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.

Lunes

Mi madre La Oca

La vieja inmensa, inmóvil junto al fuego.
Largo rostro rugoso,
Manos rudas.
Las llamas charlan en la chimenea
Con el obeso calderón de cobre.
Las ristras cuelgan lacias,
Las magistrales ristras
de cebollas.
En la penumbra el fuego escoge
bien un surco reseco
junto a una boca mustia, bien
el voraz amarillo de unos ojos.
Hay gente allí muy quieta en la penumbra.
Tan callada, la gente,
como las ristras blancas,
esas tan blancas ristras de cebollas.
Mira, tú estás allí también, un poco aparte.
aunque nunca lo sabes, podrán verte.
Como un ratón en la pared,
al otro lado, quedo, inmóvil.
Qué bajas son las vigas, y qué oscuras.
Por fin bulle el caldero entre las llamas.
La enorme vieja ahora suspira.
Dónde se fue tu aliento, dónde el aire.
Tan pura es la quietud
que oyes la leve
huella de la ceniza. Entonces,
entre el oro del fuego, la caverna
de la gran boca. Un huracán susurra
“había una vez…”
Y nace todo.

Eliseo Diego (1920-1994)
Veintiséis poemas recientes
Edciones del Equilibrista, México, 1986

Martes

Historia de un amor

Ya no estás más a mi lado, corazón,
en el alma sólo tengo soledad,
y si ya no puedo verte
por qué Dios me hizo quererte
para hacerme sufrir más.
Siempre fuiste la razón de mi existir,
adorarte para mí fue religión,
en tus besos yo encontraba
el amor que me brindaba
el calor de tu pasión.
Es la historia de un amor
como no habrá otro igual,
que me hizo comprender
todo el bien, todo el mal,
que le dio luz a mi vida
apagándola después.
¡Ay que vida tan oscura,
sin tu amor no viviré!
Ya no estás más a mi lado,
corazón…

Carlos Almarán (1918-2013)
Canciones de amor y dudas
Selección de José María Plaza
Ilustraciones de Antonio de Felipe
SEP, México, 2002

Miércoles

Hablan los que migran por México

1.
Arriba el temblor del cielo.
Abajo tiemblan los corazones, los rostros,
castañean los dientes y los muñones
en el frío, rechinan las hileras de dientes,
rotos como estrellas careadas en la boca del cielo.
Arde la luna como tea inmóvil, muerta,
y La Bestia se alarga,
hacha de lenguas gemelas
que va partiendo la tierra
y los cuerpos que yacen a los pies de Dios.
Alguien enciende un cigarro y arden también,
por un momento, los rostros.
Los cigarrillos son tábanos de luz hiriendo el aire.
Orión agoniza en el techo del cielo,
va sin espada, lleva un machete.
El cíclope de acero repta por la espalda
de una patria muerta.
La corpulencia de La Bestia contrasta
con la anorexia de las sombras:
árboles esqueléticos tiemblan contra la nuebla,
al igual que nosotros, harapos de carne
inmersos en la coagulación de la noche.
Alguien que grita contra el frío, reza:
¿Centroamérica, Centroamérica,
por qué me has abandonado?

2.
Me lleno las pupilas y las manos
con flores y cabezas recién cortadas.
Luna carnívora en traje de muerte,
roja erección de un cielo yerto,
duro sobre nuestras cabezas,
zarzas de fuego nuevo, dolientes.
Esféricas guillotinas
giran alrededor del corazón:
a los lados del camino cadáveres
recién nacidos, tatuados de óxido y acero
por la estampida de los caballos redondos
que cabalgan sobre raíles.
Sobre los cadáveres
las señales del fin del mundo,
los signos del abandono de Dios:
ángeles con alas de mosca hincan sus dientes
desbocados, hambrientos, sobre la carne,
pastando larvas y lunas podridas
bajo los picotazos del sol
que relincha y calcina el corazón,
ese perro dormido bajo los árboles
y la música sorda de las cigarras,
aquí, justo bajo el tamborileo del huracán,
y yo inmóvil, aullando lluvia negra,
silbando serpientes de agua
sobre mi sábana de arena y piedra.

3.
Aquí yazgo, subterráneo, lánguido,
durmiendo en las góndolas
como los bulbos de una flor carnívora
que sueña con abrirse a la primera caricia
de la niebla para crecer frente al abismo.
Escucho el silbo funeral del tren,
su estrépito de vertebrales máquinas:
parvadas de ángeles con alas de lluvia
vuelan hacia la nada, hacia el norte.
Y de pronto el zumbido, la ira de los tábanos
formando nubes, enjambres de rostros borrosos,
exangües, perros que lamen la sangre seca de los inocentes
y escriben el destino de su abominación
(los genocidas no saben escribir con tinta).
Balan los rebaños de migrantes y se duermen,
Fríos hasta el acero, ebrios de hollín.
Sobre sus ojos apagados, sobre sus cabezas,
giran estrellas de diésel.

4.
Pero nunca pagué el “impuesto de guerra”
de las pandillas y eso me costó la muerte:
y ofrecieron mis vísceras al estrépito
de las estaciones, a la molicie de la luz
que nombra huesos con voz calcárea
y enciende en el pecho su trapo de fósforo
que restalla hondo como el trueno.
No olvides alumbrar tus ojos
con antorchas de sangre:
seré delicia de los que aduermen,
de los que lavan el cuerpo de los suicidas.
La sed es la estación más cruel,
tanto como el libro y las páginas de odio
que escribimos aquí.
Espesa, marchita, la sombra de los árboles
es imán para los pájaros.
La espiga de los cadáveres está madura
y los enemigos del amor
trillan los corazones con su hoz
de hombres rabiosos,
asesinos en horda, rojos y violentos
hasta la médula.
Y en un abrir y cerrar de alas se dará
la resurrección de los desaparecidos,
se erguirá sobre la furia y la venganza
la legión de los migrantes.
Los élitros de los insectos volverán a tajar el aire,
y el rumor ensordecedor de La Bestia
será sólo un eco mudo, y dejará de reptar
en dirección de la sangre.
Días y días sacrificados
en los maderos que sostienen los rieles
por los que viaja el dolor del mundo,
y los huesos del migrante, dispersos todos,
se reunirán alrededor de su cuerpo sin cuerpo,
floreciendo hasta erguirse en la carne del día,
hermosamente altos, azules.
Todos regresarán del viaje hacia sí,
y en sus ojos, casamatas roídas por insectos,
crecerá nuevamente la flor de la lluvia.
Y el mar no tendrá descanso,
ni sitio donde ponerse.
Agotados, seguiremos aquí,
esperando el día de la vergüenza,
el día de la resurrección y la venganza:
con la lengua y los huesos en eterna rotación.

Balam Rodrigo (1974)
Libro centroamericano de los muertos
Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2018
Instituto Nacional de Bellas Artes
Instituto Cultural de Aguascalientes
Fondo de Cultura Económica, México, 2018

Jueves

El extranjero

Allá donde encontramos lo perdido
Allá donde se va lo que se tuvo
Allá donde los muertos están muertos
y hay días en que renacen y repiten
los actos anteriores a su muerte
Allá donde lloradas lágrimas se vuelven
a llorar sin llanto
y en donde labios intangibles se buscan
y se encuentran ya sin cuerpo
Allá donde de pronto somos niños
y tenemos casa
en donde las ciudades son fotografías
y sus monumentos residen en el aire
y hay pedazos de jardines atados a unos ojos
Allá donde los árboles están en el vacío
donde hay amores y parientes mezclados
con objetos familiares
Allá donde las fiestas suceden a los duelos
los nacimientos a las muertes
los días de lluvia
a los días de sol
Allá, solitario, sin tiempo, sin infancia,
cometa sin orígenes, extranjero al paisaje
paseándote entre extraños
allá resides tú,
donde reside la memoria.


París, 1951
Elena Garro (1916-2016)
Cristales de tiempo. Poemas inéditos
Edición, estudio preliminar y notas de
Patricia Rosas Lopátegui
Universidad Autónoma de Nuevo León
Monterrey, 2016

Viernes

De “Ítaca, circa 2004”

30
Paso a paso nos dejan, las palabras,
su carga de verano y esperanza,
desde el cemento ardiente e insensible
desde el perfume del geranio y la rosa.
Las palabras, tal vez, no traicionaron,
mas los sueños que siempre prometieron,
se volvieron albur, desesperanza,
“no descanses”, “mañana”, “cumpliremos”.
Paso a paso cruzaron, insolutas,
se metieron al fondo de los huesos;
impusieron astuta encrucijada.
Nos quedaron muy grandes, las malditas;
las palabras, ciudades, encadenadas.

Francisco Morales (1940)
Tijuana tango / La ciudad que recorro /
Ítaca, circa 2004
Librería El Día, Editorial Entrelíneas, Tijuana, 2005

Sábado

Tarde fría

En la ciudad se pierde el nombre, la voz
Desaparecen en silencio
uno a uno nuestros padres
Lo que sus brazos hicieron
ya se borra en las fachadas
En la tarde mientras camino, veo
el viejo puente derrumbado,
tomo una piedra pero ya no hay nadie
contra quién lanzarla
Una bicicleta que nos llevaba a ojos cerrados,
la ciudad bajo el concreto
El día tarda en calentarse,
solo en la oscuridad pulsa
un centímetro bajo la piel
me hospeda
y guarda para ti sus ojos
Mi cuerpo muere por fuera
aunque en las tardes frías
zozobran las hojas en la estación
El hacedor de los inviernos
nos deshoja
aun por dentro
Solo cruza la frontera
el cadáver en el río del migrante
nada
que declarar
bajo un mismo sol y cielo.

Gilberto Zúñiga (1955)
Fragmentos del Pacífico
Editores del Hotel Ambosmundos /
Centro Cultural Tijuana / Instituto
Municipal de Arte y Cultura de Tijuana
México, D.F., 2006

Domingo

El templo

Es posible que la luz lo sea todo
que esta noche la geometría nos atrape
y sigamos en el periplo del tiempo,
que no podamos escapar por el triángulo.
Es posible que nunca encontremos la salida
que lleguen los murciélagos a rondar
las graderías invisibles
de esta arquitectura, y que tú y yo
absortos, en un acto de magia
nos borremos en un instante
de este templo abandonado
por falta de argumentos.

Elizabeth Cazessús
Desierto en fuga
Conaculta / Cecut
México, D.F., 2015


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