Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Domingo, 18 de Noviembre de 2018
Por: Noticias

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.

Lunes

Antes I

No sé llevar bien las cuentas
Algo falla
No sé por ejemplo
Cuántos son cuarenta y tres…
o cuántos eran dos mil
Antes éramos tan ricos
que los muertos se contaban por miles…
Se me hace difícil sumar
El # de los que el periódico da por muertos cada día…
No sé cuántos ejemplares imprime el periódico
No sé cuántos periódicos hay en México
Todos parecen decir la misma
No sé tampoco ni quisiera saberlo quién los paga
A veces pienso que son el mismo periódico
Que todos los días les cambian la fecha
pero que es el mismo
con las mismas faltas de ortografía
con la misma y rota sintaxis
Que son los mismos muertos
las mismas muertas
(Éramos tan felices
cuando las usábamos como título de novela)
No lo sé no lo creo
Antes el agua no costaba
ni había guerras por el oro azul
El pan no sabía a trapo
No había gusanos en la basura.
Las casas no se derrumbaban a la primera lluvia
Las calles no se inundaban a la primera granizada
La lluvia no era ácida
No había necesidad de hacer planes de desastre
para el país o la familia o la humanidad
Los hijos no tenían que irse a otros países
Sólo había desastres
pero no nos preguntábamos
quién estaba ganando con ellos
Poco importa el color o la forma
de los ojos de ese quién…
Me imagino que a él o a ellos
sí les salen las cuentas…

12 de julio de 2015

Antes II

Me hace falta México
el México de antes
(¿no será una redundancia?
¿no es la maldición de México que siempre es el de antes?)
cuando veía sin vértigo las corridas de toros
y comía con arrojo tacos de cabeza
en tendajones improbables e insomnes
el de los charcos en que caía la piedra de sol
sin ensuciarse
Me hacen falta las tardes
jugando al trompo a la orilla del camino
Extraño la bendita mosca de tu escritura novia
y al travieso mosquito que no sabía a dengue
Lloro por el polvo perdido
y por las fiestas incendiadas por chorros de bengala
mientras en la esquina se desangraba el aguamiel
todos lloran por los desaparecidos,
pocos se acuerdan de los que no desaparecieron
y siguen ahí dando y tomando clases bajo la lluvia cruda
y el calcinado sol
entre la basura y la desesperación…
Me hace falta el antes.

15 de noviembre de 2014

Antes III

La abuela me contaba
que las indias pregonaban
“Chichicuilotitos vivos…”
recién traídos del lago
A mi padre le tocaron
los gritos alargados de
“Botella fierro viejo que vendan…”
Por nuestras calles en cambio
resuena el mismo anuncio pelado
por una voz gritona que ha sido grabada
para que los choferes sordos no tengan que desgañitarse
o la misma ininteligible grabación vendedora de tamales
(esas voces fabricadas
también se pueden comprar en un mercado)
Me alegra, aunque no compre nada,
el silbato del vendedor que pasa
con su vaporera ambulante
como un dios en el destierro
vendiendo camotes y plátanos
Aunque no tenga nada que tirar
la campana que trae el carro
de la basura me suena acallado
viático y reverencia
¿Qué recordarán los nietos
cuando ya todo esté pavimentado?

Yo me quedo callado:
¿de quién podría hablar?
“Intermitencias delOeste” (2)
Octavio Paz, Ladera Este, 1968

12 de julio de 2015

Adolfo Castañón (1952)
Local del mundo /
Civismo de Babel
Universidad Veracruzana,
Xalapa, 2018

Martes

Hecho de memoria

El poeta no duerme:
Viaja por la cuerda del tiempo.
El poeta está hecho de memoria:
por eso lo deshace el olvido.
El poeta se oculta:
es difícil sorprenderlo
en el camino de su extrañeza.
El poeta no descansa:
el tiempo lo desgasta
para probar que existe.

Francisco Hernández (1946)
En Del río que corre
Poesía en Blanco Móvil
a través de 30 años
Libros del Marqués, México, 2017

Miércoles

¿Quién leerá mis versos?

Quem sabe quem os lerá?
Quem sabe a que maôs irâo?
Alberto Caeiro, O guardador de rebanhos

¿Qué será de mis versos? ¿Quién los leerá?
Pronto me iré, y así será, y me iré ¿y qué pasará?
Me he resignado a irme, como me resigno
a los dolores de la tendinitis, a los cólicos
que arquean el cuerpo y a la mala circulación.
Qué importan las novelas, los cuentos,
las crónicas o ensayos, ¿pero mis versos?
Si en el futuro alguien los lee, tal vez perciba
que los escribí con la llama del sol en la hoguera del mediodía
sobre los girasoles, con los matices múltiples
del púrpura y del violeta en la disminución del crepúsculo,
con el grito doloroso del tigre lanceado
en el momento de fallar la red,
con gotas de sangre del pecho de las golondrinas
que no lograron completar el vuelo.

Marco Antonio Campos (1949)
El forastero en la Tierra (1970-2004)
El Tucán de Virginia / Conaculta,
México, 2007

Jueves

Niño leyendo

Cuando leo me asomo a una ventana
y veo lo que pasó mientras nacía
En el libro yo encuentro
lo que ya había soñado
Por sus páginas sé qué hicieron otros
y puedo imaginar lo que vendrá
En un libro
me encuentro con la gente y la saludo
Al leer
se abre una puerta enorme y luminosa
Y están todas las cosas
todos los sueños
todo el tiempo.

Eduardo Langagne (1952)
En Vuelo de Palabras.
Revista de Poesía
Monterrey, enero-abril de 2016

Viernes

El árbol de lágrimas

El árbol de lágrimas
que crece dentro de mi cuerpo
se ha congelado.
Árbol alto, frágil, translúcido
como un pino nevado en la montaña.
El tronco de salitre,
sus quebradizas ramas de sal
resisten los golpes con entereza.
Hay momentos
en que una pequeña rama se diluye,
quema mis ojos,
corre abrasando mis mejillas,
se deshace
al ver a mi hija
sola,
luchando
por el pan nuestro de cada día,
o porque la noche
de mil caras
me aconseja
o me muestra los rostros
que ya jamás veré.
Árbol cristalino
perfumado de mar
lava mis ojos sin consuelo,
lava mi desamparada casa
y su dintel
para que por ella entre la dicha,
palabra olvidada,
abandonada en alguna esquina,
perdida en algún jardín
al que no encuentro.
Sal, salitre
sal de vida
sal de risa
sal de duelo
sal corriendo y llena mis mejillas
de reposo.
Árbol tintineante
de la esperanza
derrite algunas de tus ramas gélidas.
Este peso,
este gran peso de mar,
de sal y agua
me está doblando.
Tal vez las lágrimas
no broten
porque carezco de una silla
donde sentarme para que corran.
Salid sin duelo lágrimas corriendo.
Salid a lavar el mundo que me rodea.
Fuente de mar
fuente de consuelo
adentro de mi cuerpo
desborda los diques,
inunda mi cuarto
y dame algún reposo.
Forma un pequeño
mar en el que bañe
mis pecados.
La sal purifica
pero el mar sigue,
quieta manchita azul
en el mapa de un libro
cerrado.
Árbol de lágrimas, conviértete en agua,
desbórdate, inúndame para que quede
yo en el fondo de un lago.

París, 1986

Elena Garro (1916-1998)
Cristales de tiempo
Poemas inéditos
Edición, estudio preliminar y notas
de Patricia Rosas Lopátegui
UANL, Monterrey, 2016

Sábado

Al centro de la lente

I
Entre la luz y el agua,
entre un regreso y otro,
el mismo lugar que no se mueve.
Entre el ojo y la indiferencia del árbol,
nuestra mirada.
Hubo mar donde nunca lo veremos;
en lugares suntuosos
donde los siglos se hacen visibles.
Al voltear hacia arriba somos nosotros
quienes vemos el árbol
porque nunca nos han mirado ni el agua,
ni los árboles que amamos.
Se pasa tiempo con ella
sobre una repisa
formándose en el vidrio,
temblando hasta que desaparece;
luz en reposo
o en el baile de sus reflejos.
Más allá, contigo,
–ladera entre nubes bajas–
la radiografía de un rayo.
Al centro de la lente
un niño escucha a los pájaros
mientras en otra imagen
se estira el sol sobre una barda.
Ninguna foto es fija.

II
Cuántas veces ha caído distinta:
lineal,
oblicua,
repentina,
penetrante,
eléctrica,
blanca y amarilla,
vertical,
inesperada,
tibia y fría.
Ha sido frágil,
fulminante,
cegadora,
descompuesta,
artificial,
sonámbula y categórica.
Es helada,
grosera,
a medias,
de cerradura.

Claudia Hernández de Valle-Arizpe (1963)
Ninguna foto es fija
Ediciones Papeles Privados, México, 2015

Domingo

Una lágrima

Muchacha, no sonrías.
No podré decir qué tristes ojos
y eso suena bien.
Haz que tiemblen tus labios arrepentidos
y no alcancen a pronunciar mi nombre.
Mira hacia la puerta como si pasaran los días
sin verme llegar.
Y si extrañaras tal vez un amor perdido…
Mira que tranquila
no eres elocuente.
Muchacha, no digas nada.
Déjame imaginar cuánto cabe en el silencio:
que eres de esas niñas
melancólicas cuando llueve,
que escriben cartas de amor y nunca las envían
y cantan bajito
para no llorar en voz alta.
Muchacha, aún no sonrías.
Nos queda el final:
tu cabello inmóvil,
un rumor de gotas,
tu mirar doliente
perdido entre las nubes obstinadas
y una lágrima,
una sola lágrima por todos los poemas
que no podremos escribir
siendo felices.

Luis Jorge Boone (1977)
En La luz que va dando nombre: Veinte años
de la poesía última en México 1965-1985
Alí Calderón (coordinador) Jorge
Mendoza, Álvaro Solís, Antonio Escobar
Gobierno del estado de Puebla, Puebla, 2007


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