Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Domingo, 09 de Diciembre de 2018
Por: Noticias

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.

Lunes

La que lleva tu nombre

He conocido ayer
a la que lleva tu nombre,
a la que deja tu aroma,
la que al andar marca tus huellas,
que responde a mi voz cuando la llamo,
que mira con tus ojos,
que sonríe en tus labios y habita tu lecho,
abre la puerta cuando al tiempo convoco
su deseada presencia,
su arcaico pulsionar.
He conocido ayer todas las cosas.
El puente entre las cosas y los sueños.
Esa que vive aquí,
la de las manos en el cielo.
Esta que va en la voz,
ésta
a la que llega el vuelo.

Benjamín Valdivia (1960)
Unas fotografías
Ediciones Caletita, Monterrey, 2013

Martes

Amorosa

Cuando la noche llega, ensueño mío,
miro, como visión blanca en la sombra,
vagar, de la llanura por la alfombra,
tu veste nívea entre el ramaje umbrío.
Del césped, de loa árboles, del río,
se alza un acento que doquier te nombra,
y el conturbado espíritu se asombra
de tu eterno y creciente poderío.
Todo va a su destino: el ave al viento,
al Hacedor el Angelus sonoro,
y a ti, ¡mi enamorado pensamiento!
Y mientras te amo en mi ferviente rito,
enciéndense las lámparas de oro
¡en el palacio azul del infinito!

Adalberto A. Esteva (1863-1919)
El Parnaso mexicano (los trovadores de México)
Maucci Hermanos, México – Buenos Aires, 1905
José López Rodríguez, Habana

Miércoles

Preguntas ociosas

A C.Z.

¿Por qué insisten en las manos el peso de su torso y sus múltiples contornos, el aire que la salva en sus pulmones, los pliegues y lisuras de sus rostros, los trazos y relieves de todas sus edades juntas afuera y hacia adentro en una sola que ya es la que sería aquí, amorosa y amorante su sonrisa?

¿Cómo se queda entonces en los ojos cerrados el calor de su persona, el viento de su impulso femenino y la sutil astucia de sus juegos, la razón soberana que sustenta el vaivén de sus caderas y ese hueso menudo y primigenio en su centro siempre tibio, fiel de la balanza que equilibra al mundo a cada paso?

¿Qué guarda desde niña el afán de su memoria que así cava sin fisuras una casa nueva en el silencio, lejos un instante poderoso de todos los asedios cotidianos, de todas las violencias ubicuas y puntuales a todas horas y deshoras que vivimos?

¿Dónde arraiga esa antigua inteligencia que no ostenta y sin embargo sostiene suavemente su presencia? ¿Y el saber que tiene del pan y la caricia, de la sal, la danza, el hielo y el cacao?

¿De qué ausencia pulida y rutinaria me trajo a esta parte suya que me ocupa?

¿Por qué me acercas sin remedio por fortuna a la orilla más lejana de mi otro lado, el que ya no piensa y si piensa le saliva el pensamiento?

¿Desde dónde me trae a veces a la altura de su ombligo con la punta de esta lengua que le digo letra a letra, boca a boca el deseo de todo el alfabeto, y la respiro en los senderos que me deja para que no y también para que sí me pierda?

Y si luego levanta el fuerte maderaje de su pelvis y me sube a sus labios aflorados para que ahí desgrane los secretos que me cede, las palabras clave que descifran el sabor de sus aromas, sílabas rotas que la engarzan a mi vos y la desatan, la despliegan y concentran, ¿qué sabe entonces ella de mí en mi garganta que yo nunca he sabido y acaso nunca sepa?

Cuando al final se aparta brillosa y descompuesta, intocable ya, ensimismada y llena toda ella al otro lado de su propia orilla, ¿a dónde va en su distancia renovada?, ¿qué soledad fecunda me propone a su costado que me calla y me cimenta?

¿Qué nos quiere el tiempo que nos tiene en el cuerpo que nos deja y nos dispensa frente a frente a más de medio siglo cada uno su principio?

¿Será tal vez por gracia de ese tiempo de pronto distraído que al fin hay otras horas sin horario, pausas a salvo del rigor de sombras, arena o mantillas, el infinito caracol de una escalera con sólo un íntimo peldaño?

Francisco Torres Córdova (1956)
Monólogos
Cuadernos del Armadillo en
el Taller Martín Pescador
Tacámbaro, 2018

Jueves

De tu muerte: El derrumbe

Bajo las arenas claras suspendido
lento bramido de sol
enraizado en sales y peces
(infatigable juego de honduras
vítreas)
tu estertor de calamar se reblandece

Grave muerte de animal que me derrumba.

Karen Rojas Kauffman (1979)
En La luz que va dando nombre: Veinte años
de la poesía última en México 1965-1985
Alí Calderón (coordinador) Jorge
Mendoza, Álvaro Solís, Antonio Escobar
Gobierno del estado de Puebla, Puebla, 2007

Viernes

Endormie

no distingo el error no la inocencia, todos los padres
tomaron el lugar del vacío sólo para prometerte algo. no
hay lugar vacío no hay padre no existe un yo para alguien
de mi sangre, la urna que está por el sustituto de mi
cuerpo. quien me nombra en el antiguo rótulo del perro
que es llamado a una cacería donde moran criaturas
demasiado perfectas (movidas en el acto de decir: esto
que se cierra no tiene peso, el silencio que persigue el
amor se ultima en palabras. a ellas y a mí que guardamos
interminables retornos). lo que se espera es el verbo de
cortar un vestido como quien pone sobre una sábana una
caja sin nada dentro. no puedo sino ver.

(a tanguito)

Marilyn Briante (1963)
En Del río que corre
Poesía en Blanco Móvil
a través de 30 años
Selección de Eduardo Mosches
Libros del Marqués, México, 2017

Sábado

Veinte años

Olvidémonos de la glucosa,
del colesterol, de la bilirrubina, amor mío:
la armónica de Toots Thielemans
en The shadow of your smile,
nos está sugiriendo que debiéramos olvidar para siempre
el impacto de las infieles bilirrubinas,
del equívoco colesterol,
de las soporíferas glucosas.
¿Por qué no somos cursis, una vez más, como el primer día?
¿Por qué no te desnudas, a media luz, poco a poco,
y frente al espejo biselado como en la noche
del primer día, cuando tu seguro servidor, con algo de tristeza,
recién había cumplido veintiún años
y era por derecho propio uno de los nuevos fantasmas
que ejercería el sufragio en la próxima contienda electoral?
Veinte años no es nada, sí, no es nada,
como tal vez hubiera dicho Julio Sosa
adelantándose al movimiento pendular del tango
en su caída como tus labios de serpiente
que se abren o se cierran
de acuerdo con la trayectoria del sol por el espacio.
Veinte años no es casi nada, diremos en medio del baile,
y son más de veinte los del abrazo a media luz en Valparaíso,
cuando ni la glucosa ni el colesterol ni las bilirrubinas
formaban parte de nuestra cultura cotidiana.
¿Será mejor que nos olvidemos de todo?
Apaga nuevamente la luz, y que la música de Toots Thielemans
siga escuchándose hasta el fin del mundo.

Hernán Lavín Cerda (1939)
En Del río que corre
Poesía en Blanco Móvil
a través de 30 años
Selección de Eduardo Mosches
Libros del Marqués, México, 2017

Domingo

Con las luces del alba

A mitad de camino entre la mar y el suelo
que hace fértil un gesto de vida proseguida,
sobre la arena oscura expuesta al sol, propongo
yo misma mi balance entre fruta y olvido;
entre amor y despecho con las luces del alba,
o las yertas palabras que acoge un laberinto
de nácar y las vierte contra el rumor del puerto.

Plaza de La Merced

Picasso

En el vidrio empañado del otoño recorta
sabiamente la mano de un niño el obelisco
a cuyo alrededor se dispersa la plaza.
Hace frío. Hace sólo humedad. Y se evade
Una paloma en vuelo desde el balcón a un árbol.
Abre el niño sus ojos a la paloma, negros
frente a la escarcha, y queda guardando en los bolsillos
de su babero a rayas un trigo de reclamo.

Voz traducida

Vuelve de nuevo el trance del traslado, y entorno
los ojos: tierna herida a un poema quizás
ya ni siquiera mío. Adolescentemente
me remito no obstante a otra voz, a otra vez,
a otras verdes olmedas del viento meneadas
que los pájaros saben en no importa qué lengua.

María Victoria Atencia (1931)
De la llama en que arde
Visor Libros, Madrid, 1988


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