Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Domingo, 28 de Abril de 2019
Por: Felipe Garrido

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.

Lunes

En alabanza de la muerte

1
Qué intimidad rezuma
entre aves y aire.
Se congregan sobre el agua,
apenas en la superficie:
se arrebatan el pan,
se hacen daño o miran fijamente
al habitante de otros reinos.

2
Desde el muelle,
punto medio de mi vida,
vi nacer el rayo, abrirse en triángulo
y cerrarse,
con brillos cada vez mayores,
como una estrella sobre fondo luminoso.
Un pato atravesó esa línea
sin que hubiera el menor cambio.

3
No es mi ojo
el que abre y cierra
este escenario.

4
De regreso a la costa,
el canto del gallo
me recorre.

Aquel día, al despertar, sentí la muerte cerca: una sirena muda, sin boca, a principios de la juventud, de la primavera, de la femenina flor. Al sentirse tocados, los pétalos se cerraron de inmediato con el estruendo de un portón de hierro. Alguien me susurró al oído: “Ofrécele tu pena a Dios”. Era una voz que hablaba por la piel. Le hice caso de manera maquinal, con el corazón. hecho pedazos, pensando en el camino de santidad de quien lo ignora todo. Con los ojos cerrados, miraba mi alma, sus máculas pequeñas, crueldades para con el amor. Cuando el portón terminó de sellarme los oídos, ya había olvidado aquella ofrenda. Mi perdón de entonces duró lo que una frase, y lentamente cayó al pozo. Hoy, ante un triángulo de luz sobre las aguas, me supe dentro de la cifra, parte de una huella entre las olas.

Un canto de gallo,
duelo distante.

Pura López Colomé (1952)
Aurora
Ediciones El Equilibrista,
México, 1994

Martes

De “La frente pensativa”

Amor

No has muerto, no.
Renaces,
con las rosas, en cada primavera.
Como la vida, tienes
tus hojas secas;
tienes tu nieve, como
la vida…
Mas tu tierra,
amor, está sembrada
de profundas promesas,
que han de cumplirse aun en el mismo
olvido.
¡En vano es que no quieras!
La brisa dulce torna, un día, al alma;
una noche de estrellas,
bajas, amor, a los sentidos,
casto como la vez primera.
¡Pues eres puro, eres
eterno! A tu presencia,
vuelven por el azul, en blanco bando,
tiernas palomas que creíamos muertas…
Abres la sola flor con nuevas hojas…
Doras la inmortal luz con lenguas nuevas…
¡Eres eterno, amor,
como la primavera!

Juan Ramón Jiménez (1881-1958)
Antolojía poética
Losada, Buenos Aires, 1944

Miércoles

Caída

Si una persona cae libremente,
no siente su propio peso.
Albert Einstein

Luego de caer y caer tanto
a pesar de estarnos quietos, apacibles,
en el viejo sillón, llenos de nuestros cuerpos,
luego de aprender que nada está, realmente,
quieto, de saber que la caída no termina, luego
de retar a la noche en decúbito supino
y saber que aún así caemos,
luego de tanto caer al ras del suelo,
luego de por tierra ser cortados,
luego de caer tan abatidos
en un vértigo de células caducas,
cada segundo un poco menos,
cada mes desangradas, casi otras,
luego de comprender que nunca
hemos tocado verdaderamente
fondo, luego de escuchar la caída roja
de la fruta en el pasto
y saber de pronto la gravedad de las cosas,
luego de decir de este árbol no comeré,
luego de multiplicarse nuestro dolor
en progresión geométrica y mirar
el efecto de la caída en vasos,
platos, floreros, y de fragmentos
discernir la forma, de esquirlas, esquinas,
luego de atravesar calles a destiempo,
buscando hacer pie en los vendavales,
en la ciudad sin fin ni nacimiento,
cayendo al principio de las cosas,
involucrados sin permiso en el girar de la tierra,
con su inclinarse al sol debidamente,
luego de este caer concéntrico,
empedernido, esa
otra caída a todos lados,
el desplomarse de planetas
que olvidan el consuelo de sus órbitas,
soles errabundos y sistemas,
galaxias
que se expanden
y se enfrían,
cayendo al fin
sin ningún referente,
sin punto fijo
que nos diga cómo,
qué tan rápido
caemos, enfermos
de esta gravedad ajena,
de esta velocidad
desperdiciada,
incrédulos
de que así
se sienta la caída,
de saber que aún
ahora caemos
abandonados
al abrasivo canto
de las estrellas,
su insistente
diálogo de luces,
luego de pensar
que a lo caido caido
y atenerse,
aunque no quede
ni un ápice de duda
donde colocar
la cabeza
o el cansancio,
luego

Elisa Díaz Castelo (1986)
Principia
Tierra Adentro, México, 2018

Jueves

Apunte de cocina

En la cocina de mi madre
no sólo hay ajos y cebollas,
también pulula su corazón trozado,
sus consejos aterrados de tiempo;
un pedazo de cielo, flores, altares
y luces de un porvenir que nunca llega.
El silencio y el grito desgarrado,
su risa coloreada en rosa
y la música que escucha a solas.
Surte la despensa con el piloncillo rancio
de los días tristes
y prisas, muchas prisas
que escaldan la lengua
como el café caliente.
En un frasco de sal
guarda todo noviembre y algunos recuerdos de su padre.
Por la ventana entra ella, y con ella
la brisa de una navegante
que después de un ancestral naufragio
sólo se contenta con escribir las memorias de sus viajes.

Maricela Guerrero (1977)
De lo perdido, lo hallado
Conaculta, México, 2015

Viernes

Dije Si la luz fuera compacta como mi mano

Dije Si la luz fuera compacta como mi mano
estrecharía su cintura hasta hacerla volar
como una palabra que se pierde en el aire
hasta volverse un fruto
haría en la noche un claro de sol para su vuelo
un círculo de imágenes que asciendan
con esa lentitud de las horas quemadas
al ritmo de su corazón
hallaría en el instante el espacio secreto
donde hace un sueño los cuerpos se han tocado las alas
se han encerrado juntos en alguien para siempre
han visto la alegría
en el agua profunda el verbo iluminado
tendría el color de ella la forma de sus ojos
la alabanza y el fuego el tremolar del viento
iría de vuelo en vuelo más alto que la luz
sería como los pájaros sería una aparición

Homero Aridjis (1940)
Mirándola dormir / Antes del reino
FCE / CREA, México, 1984

Sábado

Atrás de la memoria

De hinojos en el vientre de mi madre
Yo no hacía otra cosa que rezar,
Por la grieta de su boca perfumada
Alguna vez el resplandor externo sorprendí;
No estaba yo al corriente de la realidad
Pero cuando ella sonreía
Un mediterráneo fuego se posaba
En el quebradizo travesaño de mis huesos.
Era el impredecible amanecer de mí mismo
Y en aquellas vísperas de gala y de miseria
Pude oír el eco del granizo
Tras la nerviosa ventana carnal;
Arrodillado estuve muchos meses,
Velando mis armas,
Contando los instantes, los rítmicos suspiros
Que me separaban de la noche polar.
Pronto empuñé la vida,
Con manos tan pequeñas
Que apenas rodeaban un huevo de paloma;
Jugué a torcer en mil sentidos,
Como un alambre de oro,
El rayo absorto que a otra existencia me lanzaba.
Cabellos y piernas con delicado estrépito
Saludaron el semáforo canicular.
Entonces halé hasta mis labios
La cobija de vapor que yo mismo despedía
Y me dormí en la profunda felicidad
Que uno siente cuando conoce el aire.

Marco Antonio Montes de Oca (1932-2009)
Fundación del entusiasmo
UNAM, México, 1963

Domingo

Las piedras

Asoman la cabeza por el solar vecino.
Firmes, severas, grandes, manchadas por el liquen,
con la piel arrugada: grises, pardas, oscuras,
y el amarillo sucio del liquen por arriba.
Como peces cansados que el mar nos abandona.
Como ballenas tristes en la playa lejana.
Rocas color de tiempo, sacando por el barro
sus cabezas sin ojos, su dura piel manchada.
Las lluvias del verano les cambian los colores,
oscurecen los rosas, avivan los azules,
hacen cantar los verdes eléctricos del musgo,
ennegrecen la tierra, la perfuman, la esponjan.
Y a veces a su sombra se sientan los mendigos,
o cabalgan los niños sus lomos deformados.
Siguen erguidas, tensas, sacando la cabeza
con su piel arrugada, mas sin abrir los ojos.

Manuel Durán (1925)
El lugar del hombre
UNAM, México, 1965


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