Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.
Lunes
Hace unos días, cuando estaba en Guadalajara como miembro del jurado de la III Bienal Mario Vargas Llosa, compré en la Librería Carlos Fuentes de la UdeG, Poetas en blanco y negro. Contemporáneos. Este libro recoge el resultado de cinco años de trabajo en un ejercicio paralelo al mío en el diario ABC, de Madrid. Uno más de los que seguramente por decenas se han dado en el mundo: en México, por ejemplo, Milenio tiene el suyo, y no es el único. Transcribo aquí el primer párrafo del texto introductorio de Amalia Iglesias. Describe el trabajo realizado por ella, con los seis miembros de su consejo editor, y por mí.
Esto no es una antología
Esto no es una antología, sino una invitación a la Poesía. No es un libro que pretenda influir en el “mundo poético”, ni ambiciona marcar un canon, ni defiende a una escuela determinada, ni quiere hacer la fotografía de una generación, ni respeta la “suficiente perspectiva”, ni aspira a sistematizar nada. En este Parnaso tan poblado hay espacio para todos: verdades reveladas, experiencia, diferencia, herméticos surrealistas, silenciosos, metafísicos, conceptuales, místicos o épicos, existenciales o comprometidos, figurativos o posvanguardistas, localistas o extraterritoriales… Esto no es una antología, ni pretende llegar a serlo. Es una recopilación de voces dispersas, un balance de versos aventados en el bieldo de nuestro tiempo.
Amalia Iglesias (Ed. 1962)
Poetas en blanco y negro. Contemporáneos
Prólogo de Fernando Rodríguez Lafuente
Abada Editores, Madrid, 2006
Martes
Los seres desnudos por dentro
A mi padre
Pero qué lejos están ahora los seres desnudos,
los caballos detrás de la cerca
pastando bajo la luz del atardecer.
La desnudez en el pétalo de la rosa
y en el plumaje del gallo
cuanto más intenso es su color.
Es la luz de los seres sobre sí misma
como una galería de espejos
en el fondo misterioso.
Sólo el hombre está vestido de ciudad
y sus brillos.
¿Acaso no habrá de encontrar una desnudez nueva
en la poesía,
puesta como un horizonte de pureza
en el paisaje cotidiano,
en el paisaje heroico?
Un día el hombre le puso al hombre una armadura,
y fue su primer vestido,
frío como las escamas de los peces.
¿Cuándo la guerra no necesitará más del hombre,
y será contra sí misma,
como torbellino que pasa por fuera
derrumbando las cercas?
Sólo el traje de fiesta es hermoso;
el trabajo habría que llevarlo puesto,
vestirse con él todo el día,
desde la mañana;
dar nueva forma con él
a todo lo existente.
Quién es el hombre,
que a la vez se viste y se desnuda
en su historia de siglos.
Quizá el único que ya no está bajo su piel,
sino sobrepuesto a ella.
Hay una playa de fina arena
para los seres desnudos por dentro,
donde la luz a todo se ofrece.
María Antonia Ortega (1954)
Poetas en blanco y negro. Contemporáneos
Edición de Amalia Iglesias
Prólogo de Fernando Rodríguez Lafuente
Abada Editores, Madrid, 2006
Miércoles
Deseos
Trópico, para qué me diste
las manos llenas de color.
Todo lo que yo toque
se llenará de sol.
En las tardes sutiles de otras tierras
pasaré con mis ruidos de vidrio tornasol.
Déjame un solo instante
cambiar de clima el corazón,
beber la penumbra de una cosa desierta,
inclinarme en silencio sobre un remoto balcón,
ahondarme en el manto de pliegues finos,
dispersarme en el manto de pliegues finos,
dispersarme en la orilla de una suave devoción,
acariciar dulcemente las cabelleras lacias
y escribir con un lápiz muy fino mi meditación.
¡Oh, dejar de ser un solo instante
el Ayudante de Campo del sol!
¡Trópico, para qué me diste
las manos llenas de color!
Carlos Pellicer (1897-1977)
Seis, siete poemas
Aztlán-Editores, México, 1924
Jueves
Ciudad bajo la lluvia
El lunes la lluvia amaneció amando a la ciudad
desprevenida;
se desnudó de luz detrás de los rosales deshojados,
subió al techo de tejas rojas y corrió
golpeando las ventanas
y gritando nombres olvidados
que ni el viento del sur guardaba en la memoria.
En los charcos del patio acunó a las ranas
que buscaban la oronda frigidez de la luna
en sus abismos,
y se asomó para vernos naufragar desnudos
en la frutal tibieza del mar de nuestros cuerpos.
El lunes la lluvia amaneció amando a la ciudad
desprevenida.
Daniel Baruc Espinal Rivera (1962)
Memoriales y naufragios
Premio María Luisa Ocampo, 2010
En XV premios de poesía María Luisa Ocampo
Compilación de Luis Armenta Malpica
Mantis Editores, Gobierno del estado de Guerrero,
Conaculta, Guadalajara, 2015
Viernes
Al releer las Historias
¿Moriremos a la sombra? Aquellas flechas
con las que nos enemigos quieren destrozarnos,
¿serán tantas que cubrirán la luz del Sol?
¿Habremos de impedir, a costa de la vida,
el avance del déspota y los bárbaros?
¿Moriremos en este lugar, sin que podamos
retroceder un solo paso? ¿Así obtendremos
la gloria? Pero, ¿en qué consiste la gloria?
¿En morir ofreciendo el rostro al cielo y a la luz?
¿En morir por la libertad? ¿En construirla?
¿Hacia quién elevo estas preguntas absurdas?
El déspota ordenó el castigo del mar
y lo azotó con oscuras cadenas de hierro.
¿Qué llevó al tirano a cometer ese acto de locura?
¿Gimió el mar de dolor? ¿Se agitó, herido,
por la crueldad del déspota? El mar había deshecho,
ciego, el puente de barcazas y después,
pese a todo, al frente de cien pueblos
extranjeros, el tirano avanzó contra nosotros,
que sólo defendíamos la tierra.
Aquel déspota enorme, ¿estaba fuera de sí?
¿Había enloquecido cuando azotó al mar
con sus cadenas? ¿Acaso el mar
sufrió el dolor del látigo despótico?
¿Qué hemos logrado, al cabo de los siglos?
¿Nos hemos hecho diferentes? Derrotamos
a la tiranía, es cierto. Pero ¿qué somos?
¿Vencedores o vencidos? ¿Procedemos de cultos
o de bárbaros? Para establecer el orden,
invadimos países, destruimos continentes,
nos desgarramos los unos a los otros
y luego lamemos las heridas.
¿Somos los jueces? Otra vez lo pregunto,
¿hay diferencias entre vencedores y vencidos?
¿Quién juzga a quién? ¿A quién le asiste
el derecho espantoso de juzgar y matar?
¿Podré matar, sin ser llamado asesino?
La muerte moderna, la muerte en el hospital,
con la luz de la lámpara en los ojos,
¿carece entonces de grandeza?
¿Es preferible morir en defensa
de la patria, de alguna idea memorable,
sonriente, mientras conversamos
con los escasos amigos en prisión,
al tiempo que bebemos la cicuta?
¿Quiénes son los dueños de la vida?
¿Quiénes, oh dioses, los dueños de la muerte?
¿Quién castiga a quién y por qué?
¿Quién detenta el poder? ¿Por qué alguien
se apodera de un hombre y lo ejecuta?
¿Qué nos conduce al abismo? ¿Somos,
a un tiempo, los jueces y la víctima?
¿Y si la cicuta fuera el veneno cotidiano,
la rutina molesta, el diente y su dolor inoportuno?
Avanzan las huestes enemigas contra
la tierra nuestra, pero también avanzan
los gusanos en contra de la piel
que nos recubre, los virus alteran su estructura,
el cáncer carcome, con ruidos implacables,
la belleza del día. Nadie está a salvo.
Avanzará la muerte hacia nosotros.
Habremos de aguardarla con pie firme
Y sin retroceder un solo paso.
Jaime Labastida (1939)
La sal me sabría a polvo
Siglo XXI, México, 2009
Sábado
Abrí un cofre…
Abrí un cofre
obsequio de mi madre
con el tesoro de mi infancia
lo vi tan pobre
noté que ya había perdido la ilusión
estoy aprendiendo a verlo como antes
mas las aves de rapiña
estas culpas
me lo impiden
regar macetas en el estudio de Ludwig Mies Van Der Rohe
desayunando la soledad en la vajilla de Kandinsky
miré el triolobite
y aquella postal con peces de colores
el escarabajo de Ra
y un diminuto ajolote en alcohol.
Juan Coronel Rivera (1961)
Animales domésticos
Envidia, México, 1995
Domingo
Oda segunda
¿Para qué sirve decirlo?
¿Para qué recordar?
El poema se pierde con el sabor del café negro,
del cigarrillo encendido, del ruido
de la mañana y los automóviles
en la calle de mi casa.
Todos vemos en la ciudad,
en el cruel señuelo del empleo,
en los diarios, en el amorfo sueño
de las inquietudes oficiales, en la conversación fraudulenta
de las poderosas rebeliones que repiten su eco
de café en café, de libro en libro,
la dulce descomposición de nuestra vida.
Un hombre habrá igual a muchos otros
que aprenda a decir lo que sus iguales buscan.
O lo que pierden con la intratable memoria de su silencio y su carne.
Los que al azar escuchen, lo entenderán.
Porque en algún momento repentino de la noche o de la embriaguez,
en alguna caricia o furor, en alguna sensación de objetos;
cuando la miseria nos detiene
o cuando la piel arranca todo recuerdo y odio
porque ella nos pierde;
en algún instante de la mentira que alienta en el alma
para vencer las horas, su ignorante pasión
de ser más, de ser,
todo, en algún momento, cada día, lo entendemos,
¿para qué añadir algo más?
Es mirar el día que inútilmente ocurre
con la misma libertad de perder,
la misma decisión inconsciente y tumultuosa
de rebelarnos a ciegas y a solas,
de defender la mentira en el sorbo dulce
de las primeras horas y el primer cigarrillo,
y aceptar la noche que llega volcando en calzadas iluminadas
el turno de postergar nuestra triste cauda de cometas inofensivos.
¿Para qué repetirlo?
¿Quién, en medio de los que duermen,
se jacta de que sueña?
¿A qué hablar cuando nada retiene su nombre,
pues no sirve para comprenderlo mantener su nombre?
¿Para qué el poeta? ¿Para qué escucharlo?
(ahora, ¿quién lo escucha?)
Silencio también es la palabra.
Al aliento que lo expulsa en el espacio de la memoria,
en el oído quieto de los años
que se torna inútil para la vida.
Oído también es la memoria,
la mirada en cada hora en las calles,
el centavo en la mañana que rueda
en oficinas, en hombres, en la matanza paulatina
de los diarios, de la riqueza ajena,
de la oferta de recuerdos, angustias, risa,
que llaman empleado.
Palabra también es este instante que se mira
y llamamos recuerdo, llamamos rencor.
Carlos Montemayor (1947-2010)
Abril y otras estaciones (1977-1989)
Fondo de Cultura Económica, México, 1989
Donceles #66,
Centro Histórico,
alcaldía Cuauhtémoc,
Ciudad de México,
06010.
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