Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Lunes, 06 de Enero de 2020
Por: Felipe Garrido

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria

 

Lunes

Hoy me he quedado

Hoy me he quedado
haciéndole compañía al refrigerador.
Escuchando
el trabajo que le cuesta
funcionar, cumplir,
estar al día
con sus frías labores, con sus tareas congeladas.
Lo que se espera pues
de un refrigerador de cocina.
Y literalmente
tomé una silla y me puse en ella
a su lado. Y ahí estuvimos.
Quejándonos. Oyéndonos mutuamente funcionar,
respirar.
Pensando en las cosas que deben congelarse
para que el mundo siga. En nuestras cosas,
supongo. En la vida
mecánica o no, eléctrica o no. Programada.
Lineal, independientemente de la curva, o el zigzag,
que marca en el monitor de pulso, el pulso.
Y allí estuvimos
prestándonos dos horas de nuestro tiempo.
Sin conclusión alguna
respecto a nuestra última estancia
por seguir;
eso que es congelar lo que se lleva dentro.

A. E. Quintero (1969)
Wikaráame
Poesía del mundo y sus alrededores
Volumen 2
Compilador, Édgar Trevizo
Secretaría de Cultura de Chihuahua
Chihuahua, 2019

Martes

Dura patria

Miré los muros de la patria mía…
Francisco de Quevedo

Miré los muros de la patria y había en ellos
polvo y cenizas, argamasa seca.
Ninguna suavidad, ningún diamante.
Un río sin agua convertido en cloaca.
Me pregunté, aterido entonces por la angustia,
si la patria era solamente un proyecto,
¿por qué no?, la pura nada, un espejismo,
futuro sólo. ¿Con qué cemento, dije,
se hicieron los muros de la patria?
Los muros de la patria, ¿fueron hechos de
adobe? ¿Por qué se desmoronan?
¿Nos marca el pasado para siempre?
¿Losa, cenizas, argamasa seca?
¿Rodamos? ¿Jamás podremos escapar
de las leyes de la gravedad o de la historia?
¿Somos sólo una vana arquitectura
de palabras? La palabra que somos,
¿edifica? Pero, al final de todo,
me pregunto, ¿qué es la patria
si una palabra no, una leve
vibración en el aire, un viento abstracto,
sonidos sordos, rasgos materiales?
La patria, ¿es sólo una palabra extraña
que cobra vida por la madre, un sustantivo
grave que guarda en sus entrañas el rostro
oscuro del padre de la horda? ¿Pueden
ser firmes los muros de la patria?
¿Estamos marcados por la historia?
¿Podremos cambiar, desear, desde el fondo
de nosotros mismos, una patria distinta?
         No quiero una patria igual, sin rumbo
ni abatida. Sangre sobre sangre, derrota
tras derrota, ¿eso es nuestro país?
Petróleo y plata, sí, la inteligencia
¿dónde? ¿Para qué los tesoros si la patria
parece estar podrida, si sus hijos hieden
y sus cuerpos se corrompen al contacto
del aire y sus hombres se venden
por un plato de lentejas y los niños
parecen marionetas que bailaran
al compás terrible de las drogas
y los criminales regalan casas de oro
a los alcaldes? ¿Esto es la patria?
¿Podría cantarla así, desvencijada y rota?
¿Somos sólo un país desvencijado y roto?
¿Acaso no somos la frontera de un mundo
contra otro? Hechos de ruinas sordas,
construidos tal vez nuestros paisajes interiores
con vagos retazos de palabras llanas,
palabras llenas de locura que vienen
desde el principio amargo de los tiempos,
somos el límite, la frontera imposible
de todo un continente. Hemos de ser fuertes.
         No cantaré a la patria con música de selva.
¿Podría cantarla entonces como si fuera
un diamante? Esto ni siquiera es un canto,
es un grito desgarrado, apenas un lamento.
La patria está muy sucia, contrahecha,
negras ya sus lagunas por petróleo,
secos los cauces de sus ríos, torrentes
beodos de cieno y de basura.
         Está quebrado, opaco el espejo diario
donde el Sol se gozaba. ¿Cómo podría pedirle
que siguiera fiel a sí misma, cuando ha sido
violada y malherida? Ah, patria cruel, patria
durísima y terrible, nos hiciste hermanos
contra hermanos enemigos. Empiezo
a enloquecer. ¿Qué es la patria?
¿Una promesa, un tiempo que no ha sido?
¿Somos futuro, insisto, somos nada?
¿Qué es, oh dioses, aquello que llamamos
patria? Porque a fin de cuentas, detrás
de la palabra patria están los pueblos
y detrás de los pueblos unos hombres
menudos, una historia y la sangre.
Uno es el pueblo que danza, ebrio
de Luna llena, sonámbulo de luz, un astro
diurno que degüella al Sol en una fiesta
dionisíaca y terrible, y otro, distinto,
el borracho que mata a su hermano carnal.
         Somos nosotros y los otros y hemos
de defender al bello animal que nos habita,
oscuro, en las entrañas, el que habla
con palabras que nadie entiende ya,
como nadie entendía las palabras
de aquel papagayo solitario. Pregunto,
¿a dónde huyeron los caballos de plata?
¿Qué se hicieron la sota de bastos
y el rey de oros? ¿Qué se hicieron los veneros
que nos escriturará alguna vez el diablo?
Miré los muros de la patria y había en ellos
basura y lodo, podredumbre y muerte.
¿En todo aquello que posé los ojos
hallé sólo el recuerdo borroso de la muerte?
¿Estaba, vencida por la edad, mi espada?
¿En qué bastón, torcido y ya sin fuerza,
habré de reposar mis piernas?
¿Qué sucede, oh dioses, en dónde
está la patria? ¿Acaso no podría
levantar hacia el cielo la mirada?
¿Nada se salva en esta noche oscura?
¿Está completamente negra la noche
de la patria? ¿Hay algo en este túnel
largo, oh dioses muertos, alguna
llama, quizá triste, que alumbre, allá,
en lo oscuro, un fuego débil,
una lumbre pequeña oscilante?
No quiero recordar el paraíso perdido
ni anhelo edades de oro.
Quiero una patria dura, una patria que sufra
pero avance, un país verdadero,
no una playa plagada de turistas.
          ¿Podría cambiar la patria? ¿Podremos
volverla diferente? No quiero repetir
cincuenta veces el ave del rosario,
no quiero que la patria sea ceniza, fuego
fatuo, la pólvora encendida por un instante
leve en las entrañas ciegas de la noche.
Dibujé entonces es el aire
un signo, abrí los brazos y me dije:
avanza contra el viento, deshecha
la amenaza, el futuro está abierto,
levanta otros muros sólidos, mejores.
Que tus ojos se posen en la vida.

Jaime Labastida (1939)
Animal de silencios (1958-2018)
Universidad Autónoma de Sinaloa,
Guadalajara, 2019.

Miércoles

El salvavidas

No es inútil amarse,
finalmente.
Lo mismo que amaestrar serpientes, nos exige
técnica refinada y perder la vergüenza
de actuar frente al mundo en taparrabos.
Y unos nervios de acero.
Pero amar es oficio
saludable también: su liturgia apacigua
el ocio que enajena –como supo Catulo–
y perdió a las ciudades más felices.
Bajo la cuerda floja dispone –no pidáis
una red, porque tal no es posible– otra cuerda,
tan floja, pero última,
tan inútil a veces,
bajo la cual no hay nada.
Y entreabre
ventanas que te oreen la cólera y exhiban
a tu noche otras noches diferentes, y así
sólo el amor nos salva a fin de cuentas
del peligro peor que se conoce:
ser sólo –y nada más– nosotros mismos.
Por eso,
ahora que está ya dicho todo y tengo
un sitio en el país de la blasfemia,
ahora que este dolor de hacer palabras
con el propio dolor
traspasa los umbrales
del miedo,
necesito de tu amor como analgésico;
que vengas con tus besos de morfina a sedarme,
y rodees mi talle con tus brazos
haciendo un salvavidas, para impedir que me hunda
la plomada letal de la tristeza;
que me pongas vestido de esperanza –ya casi
no recordaba una palabra así–,
aunque me quedaban grandes, como a un niño
la camisa más grande de su padre;
que administres mi olvido y el don de la inconsciencia;
que me albergue de mí –mi enemigo peor
y más tenaz–, que me hagas un socaire,
aunque sea mentira
–porque todo es mentira
y la tuya es piadosa–;
que me tapes los ojos
y digas ya pasó, ya pasó, ya pasó
–aunque nada se pase, porque nada se pasa–,
ya pasó,
ya pasó,
ya pasó,
ya pasó.
Y si nada nos libra de la muerte,
al menos que el amor nos salve de la vida.

Javier Velaza (1963)
Wikaráame
Poesía del mundo y sus alrededores
Volumen 2
Compilador, Édgar Trevizo
Secretaría de Cultura de Chihuahua
Chihuahua, 2019

Jueves

2. (el arroz)

¡Ay! ¡Se me quemó el arroz!
Estoy devastada.
El olor me ha dejado el alma
hediendo a trapo de cocina jediondo,
nunca seco, nunca limpio, siempre a mano.
         Cada grano del arroz quedó enmarcado
con un reborde negro por el incendio,
y con él unido a sus hermanos.
Todos los arrocitos son uno,
un mismo desastre,
costra de una llaga abierta.
       ¿Qué daré de cenar a las visitas?
Tenía mi esperanza puesta
en el guiso de arroz mayúsculo
(semillas múltiples, blancas, independientes),
bañado en agua de coco,
rebozando camarones y callo de hacha.
         Ahora la cazuela parece un torso sin cabeza o cuello
que colgara exhibido en algún puente de peatones.
El platón como una cárcel gringa,
como un tiro adrede contra un niño
negro.
         Desmembrados o prisioneros los cuerpos
que debían ser un conjunto vital.
Apelmazados, negruzcos.
         No era un arroz para comer
sino para vivir, reír, charlar, gozar.
Frente a él,
nos hubiéramos sentido eternos.
Por lo menos
hubiéramos charlado con los amigos,
y, mientras tanto, nos habríamos llenado de nietos.
         Ahora sólo tenemos deudos.
Los padres entierran a sus hijos.
Los nietos entierran a sus padres
después de exhumarlos.
Los derechoshumanos desentierran
para identificar
cadáveres perdidos en la maraña.
En la mesa común, sólo hay arroz
quemado
y silencio.

Carmen Boullosa (1954)
La impropia
Taller Martín Pescador,
Santa Rosa, Las Joyas,
Tacámbaro, 2017

Viernes

Despedida

Nuestras inscripciones fueron barridas,
nuestros lugares devorados por la arena,
nuestras fiestas convertidas en fogatas que avientan su ilusorio mediodía.
Contemplamos la devastación.
Todas las creaciones de nuestros ojos
se hunden.
Respiramos
separación. El cisma
es nuestro
refugio.
No hay luz que nos enlace
pero una vez
corrió el licor abandonado,
desconocidas fuerzas de unión
manaron para marcar a fuego
toda la vida.
Ahora
quiero sentir sobre mí la alianza
que anonadó nuestros rostros.
Devuélveme el fulgor
y los ojos que le pertenecen.
El vino se ha eclipsado.
Los días de los amantes también pasan.
Excelencia de lo vivo sobre lo vivido.
Costa que se aleja,
puedes
darme el poder
de vivir en otra parte.

Rafael Cárdenas (1930)
Material de lectura 189
UNAM, México, 1995

Sábado

Depresión tropical

De tan delgado acrilán
camisa porta
que se le ve el alma
atrancada a piedra y lodo
         padezco su desprecio
ése es mi quehacer cotidiano
         obviamente miento madres
que espero desazolven su estancia
lloro trombas
lloro a veces pequeños aguaceros perniciosos
         soltar la vida pasada
en la piel como serpiente
desollar cada recuerdo
quisiera
esta conciencia
de vez en vez
se me indigesta
y de noche
casi ahogado me despierta
y eructo
un “te extraño”
tan sincero
que me aterra

Juan Coronel Rivera (1961)
Dead placebo (minuta)
Envidia, México, 2000

Domingo

Las abarcas desiertas

Por el cinco de enero,
cada enero ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.
          Y encontraban los días
que derriban las puertas,
mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas.
         Nunca tuve zapatos,
ni trajes, ni palabras:
siempre tuve regatos,
siempre penas y cabras.
        Me vistió la pobreza,
me lamió el cuerpo el río,
y del pie a la cabeza
pasto fui del rocío.
        Por el cinco de enero,
para el seis yo quería
que fuera el mundo entero
una juguetería.
        Y al andar la alborada
removiendo las huertas,
mis abarcas sin nada,
mis abarcas desiertas.
        Ningún rey coronado
tuvo pie, tuvo gana
para ver el calzado
de mi pobre ventana.
        Toda gente de trono,
toda gente de botas
se rio con encono
de mis abarcas rotas.
        Rabié de llanto, hasta
cubrir de sal mi piel,
por un mundo de pasta
y unos hombres de miel.
        Por el cinco de enero,
de la majada mía
mi calzado cabrero
a la escarcha salía.
        Y hacia el seis, mis miradas
hallaban en sus puertas
mis abarcas heladas,
mis abarcas desiertas.

Miguel Hernández (1910-1942)
Según me informa Eduardo Mosches, este poema
–sugerido por él mismo– fue publicado por primera
vez el 2 de enero de 1937 en Ayuda. Semanario
de la solidaridad, núm. 36, Madrid, cuando el poeta
colaboraba en una campaña de Socorro Rojo,
colectando juguetes y donativos. Ese mismo año “Las
abarcas desiertas” fue incluido en Viento del pueblo,
publicado por Hernández en Valencia por Socorro Rojo
del P.O.U.M. [Partido Obrero de Unificación
Marxista]. Hoy en día, la mejor edición de este poeta
es La obra completa de Miguel Hernández. Edición
crítica de Jesucristo Riquelme; EDAF, Madrid, 2017.

 


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