Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Lunes, 02 de Marzo de 2020
Por: Felipe Garrido

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria

 

Lunes

Medidas

El abuelo me mira desde
la foto de siempre, me mira
desde el fondo de Rusia y otras desgracias.
Desde el ghetto me mira. Dicen que
escribió una carta a Dios para
que inundara las casas de trigo,
de vino, de pan ázimo en Pascua,
y ató la carta a la pata de un pájaro
que voló de país en país buscando el cielo.
Me mira con las ojeras lentas
de quien veló el espanto. Nunca
lo tuve, nunca
me tuvo, nunca
es la palabra entre los dos. Quiso
que la verdad paseara por la calle
y la cubrió con una máscara
para que la quisieran.
Esa máscara es su rostro en la foto.
Le habrá pedido a Dios que no
borre ni escriba nada porque
todo podía ser peor. La foto
está enferma, levanta
una humareda de brazos que no se encontrarán.
Empoza su linaje y
me sigue como un perro.

Juan Gelman (1930-2014)
Valer la pena,
Visor, Madrid, 2008

Martes

El beso de Safo

Más pulidos que el mármol transparente,
más blancos que los blancos vellocinos,
se anudan los dos cuerpos femeninos
en un grupo escultórico y ardiente.
Ancas de cebra, escorzos de serpiente,
combas rotundas, senos colombinos,
una lumbre los labios purpurinos,
y las dos cabelleras un torrente.
En el vivo combate, los pezones
que se embisten, parecen dos pitones
trabados en eróticas pendencias,
y en medio de los muslos enlazados,
dos rosas de capullos inviolados
destilan y confunden sus esencias.

Efrén Rebolledo (1877-1929)
Obras completas
Introducción, edición y bibliografía
de Luis Mario Schneider
INBA, México, 1968

Miércoles

Non omnis moriar

¡No moriré del todo, amiga mía!
De mi ondulante espíritu disperso,
algo en la urna diáfana del verso,
piadosa guardará la poesía.
¡No moriré del todo! Cuando herido
caiga a los golpes del dolor humano,
ligera tú, del campo entenebrido
levantarás al moribundo hermano.
Tal vez entonces por la boca inerme
que muda aspira la infinita calma,
oigas la voz de todo lo que duerme
¡con los ojos abiertos en mi alma!
Hondos recuerdos de fugaces días,
ternezas tristes que suspiran solas;
pálidas, enfermizas alegrías
sollozando al compás de las violas…
Todo lo que medroso oculta el hombre
se escapará, vibrante, del poeta,
en áureo ritmo de oración secreta
que invoque en cada cláusula tu nombre.
Y acaso adviertas que de modo extraño
suenan mis versos en tu oído atento,
y en el cristal, que con mi soplo empaño,
mires aparecer mi pensamiento.
Al ver entonces lo que yo soñaba,
dirás de mi errabunda poesía:
era triste, vulgar lo que cantaba…
¡mas qué canción tan bella la que oía!
Y porque alzo en tu recuerdo notas
del coro universal, vívido y almo;
y porque brillan lágrimas ignotas
en el amargo cáliz de mi salmo;
porque existe la Santa Poesía
y en ella irradias tú, mientras disperso
átomo de mi ser esconda el verso,
¡no moriré del todo, amiga mía!

Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895)
Marfil, seda y oro: una antología general
Estudio preliminar, selección de historia,
política, periodismo, estética, crítica
literaria y crónica de Claudia Canales.
Ensayo crítico y selección de narrativa
de José María Martínez.
Ensayo crítico y selección de poesía
de Gustavo Jiménez Aguirre.
UNAM / FCE, México, 2014

Jueves


Los poemas

¿Por qué se escriben los versos?
¿Por qué salen los poemas
y se echan a andar
a trancos por las calles,
hablando a solas,
sin ver y viendo a todos?
¿Por qué andan sueltos,
como locos los poemas?
Por las noches te acompañan,
conversan,
en el insomnio
sueltan largos monólogos,
te inventan mundos y remordimientos,
recuerdos y temores,
la nostalgia de un amor lejano,
la música distante por la calle.
Toda la noche te acompañan
con un vino agobiante,
y borrachos, al alba, se despiden.

Víctor Sandoval

Viernes

El velo centelleante

A Marco Antonio Montes de Oca

I
Yo no canto
por dejar testimonio de mi paso,
ni para que me escuchen los que, conmigo, mueran,
ni por sobrevivirme en las palabras.
Canto para salir de mi rostro en tinieblas
a recordar los muros de mi casa,
porque entrando en mis ojos quedé ciega
y a ciegas reconozco, cuando canto,
el infinito umbral de mi morada.

II
Cuando me separaste de ti, cuando me diste
el país de mi cuerpo, y me alejaste del jardín de tus manos,
yo tuve, en prenda tuya, las palabras,
temblorosos espejos donde, a veces,
sorprendo tus señales.
Sólo tengo palabras. Sólo tengo
mi voz infiel para buscarte.
Reino oscuro de enigmas me entregaste.
Y un ángel que me hiere cuando te olvido y callo.
Y una lengua doliente y una copa sellada.
Esto es la poesía. No un don de fácil música
ni una gracia riente
apenas una forma
de recordar. Apenas
–entre el hombre y su orilla–
una señal, un puente.
Por él voy con mis pasos,
con mi tiempo y mi muerte,
llevando en estas manos prometidas al polvo
–que de ti me separan, que en otra me convierten–
un hilo misterioso, una escala secreta,
una llave que a veces abre puertas de sombra,
una lejana punta del velo centellante.
Eso tengo y no más. Una manera
de zarpar por instantes de mi carne,
del límite y el nombre que me diste,
del ser y el tiempo en que me confinaste.
He querido dejarme un torpe vuelo,
la raíz de mis alas anteriores
y este nublado espejo, rastro apenas
de la memoria que me arrebataste.
Y yo, que antes de la ceguera
del nacer, fui contigo
una sonora gota de tu música inmensa,
lloro bajo la cifra de mi nombre,
en esta soledad de ser yo misma,
de ser entre mi sangre un nostálgico huésped.

III
Pero voy caminando hacia el retorno.
Pero voy caminando hacia el silencio.
Pero voy caminando hacia tu rostro,
allá donde la música dejó de ser ya tiempo,
allá donde las voces son todas la voz tuya.
Aún es mi camino de palabras,
aún no me disuelves en tu música,
aún no me confundes y me salvas.
Mas tú me tomarás desde el cadáver
vacío de mis pasos.
Derribarás de un soplo las murallas
de mi nombre y mis manos
y apagarás la vacilante antorcha
con que mi voz, abajo, te buscaba.
Recordarás el incendiado espejo
en que atisbé, temblando, tu fantasma,
y este sonoro sello que en mi frente
me señaló un destino de nostalgia.
Y callaré. Devolveré tu reino
de frágiles palabras.
¿Por qué cantar entonces, si ya habré recordado,
si estará abierta entonces esta rosa enigmática?

Margarita Michelena (1917-1998)
Material de lectura. Poesía moderna. 128
Selección y nota de la autora
UNAM, México, 1987

Sábado

De Leyendas de Guatemala

Cortina negra, color de la noche…

Cortina negra, color de la noche, magia del color negro de la noche. Cuculcán va desvistiéndose. Deja caer la máscara, el carcaj, las calzas y los atavíos rojos. Parecen a sus pies manchas de sangre, salpicaduras de crepúsculo. Manos de mujeres que se agitan con movimiento de lamas, al compás de lejana melodía de cañas y ocarinas de barro, lo visten de negro en medio de una danza de reverencias ligeras. Otras que entran de rodillas, se levantan a pintarle la cara con puntos y líneas, la cara, el pecho, los brazos, las piernas, hasta dejarlo como un bucul tatuado. Y otras de cabellos sueltos, con estrellas en la noche de sus cabelleras, lo atavían con brazaletes, sarteles y aretes de piedra de tiniebla, calzas de piel oscura y plumajes negros ceñidos a su frente. Cesa la música. Las de los vestidos, las de los atavíos, las de los tatuajes se retiran danzando y pasándose unas a otras las ropas rojas y los rojos objetos que Cuculcán dejó a sus pies. Al desaparecer aquéllas, Cuculcán, se tiende junto a la cortina de la noche sobre un lecho de penumbras apaciguadas.

Miguel Ángel Asturias (1899-1977)
Leyendas de Guatemala
Losada, Buenos Aires, 1987 (2ª edición)

Domingo

Piedras

no tenemos la casa todavía,
tenemos piedras;
algunas.
trozos de pan, algo de vino tenemos
pero la casa no;
sin embargo tenemos oscuridad,
porque luz no tenemos todavía;
tenemos algunas lágrimas o besos,
otras cosas igualmente ridículas tenemos,
pero la casa no, quizá
paredes que se levantan muy despacio,
mas no tenemos casa todavía
donde encontrar el frío, la soledad,
la lluvia,
pero arriba
un cielo como sábanas tenemos
y abajo un infierno delicioso
por donde deambulamos
recogiendo piedras.
“hoy no me llevas, muerte, calavera,
no me voy, no quiero ir.
hoy no voy ni entrego mi barco de papel,
mi brazo, mi guitarra, hoy no,
hoy solamente tiro piedras,
poemas,
muchas piedras contra tu rostro
–no niego, dulce rostro–
tiro piedras,
me arranco el corazón y te lo arrojo.
hoy no, muerte, hoy no voy, no quiero,
necesito hacer la casa”.
y estoy vivo
cuando arrojo palabras, muchas palabras.
fuego.

Eduardo Langagne (1952)
Poetas de una generación 1950-1959
Selección y prólogo de Evodio Escalante
Premia - UNAM, Tlahuapan, 1988


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