Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Martes, 19 de mayo de 2020
Por: Felipe Garrido

 Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria

Lunes

Corteza

Hay dolores que vienen del pasado,
que reposan en el hombro de la vergüenza,
del miedo, de la tristeza.
Hay tristezas que crecen en la boca
de los que ya no hablan su lengua,
de los que la han olvidado,
de los que nunca
la aprendieron.
Dice mi abuelo
que nosotros somos hijos
de la lluvia.
Yo no conozco el sonido
de la lluvia,
dice mi padre.
Aquí
sólo hay hormigas
que caminan en hilo,
hormigas que anuncian un pasado
que no conozco.


Ntakua

Yee tutsi kitsu kúni,
kusu soko tukanuu,
yu’ú, kukana ini.
Yee kukana ini nai yu’u
ntí’o koi kachi tu’un ku,
ntí’o koi ntuku’un ini,
ntí’o miki
kutu’vu.
Kachi me patsa’un
yoo se’e savi.
Mee koi ntakuni ntusu ka’má
savi,
kachi me paa.
Yo’ó
mitu’ún yee choko,
káka yu’va,
choko kana kúni
mee koi kunchee.

Nadia López García (1992)
Isu ichi. El camino del venado
UNAM, México, 2019.

Martes

La golondrina

¿Adónde irá veloz y fatigada
la golondrina que de aquí se va?
Oh, si en el viento se hallará extraviada
buscando abrigo y no lo encontrará.
Junto a mi pecho le pondré su nido
en donde pueda la estación pasar.
También yo estoy en la región perdido
¡oh, cielo santo! y sin poder volar.
Dejé también mi patria idolatrada,
esa mansión que me miró nacer.
Mi vida es hoy errante y angustiada
y ya no puedo a mi mansión volver.
Ave querida, amada peregrina,
mi corazón al tuyo acercaré.
Oiré tu canto, tierna golondrina;
recordaré mi patria y lloraré.

Música de Narciso Serradell Sevilla (1843-1910).
Texto atribuido por diversos autores a Francisco
Martínez de la Rosa (1787-1862), a Niceto de
Zamacois (1820-1885) y a José Zorrilla (1817-1893).
Revisado por el poeta Eduardo Langagne y por
el compositor y arreglista Jesús Echevarría para que
la canción fuera interpretada coralmente en 2018.
En un par de detalles yo mismo meto ahora la cuchara.

Miércoles

LII

Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.
Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha al contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres…
ésas... ¡no volverán!
Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.
Pero aquellas cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día...
ésas... ¡no volverán!
Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar,
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.
Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido..., desengáñate,
así... ¡no te querrán!

Gustavo Adolfo Becquer (1836-1870)
Rimas, narraciones y leyendas
Editores Mexicanos Unidos,
México, 1992 (8ª ed.)

Jueves

Las golondrinas

Vinieron en tardes serenas de estío,
cruzando los aires con vuelo veloz;
en tibios aleros formaron sus nidos,
sus nidos formaron piando de amor.
¡Qué blancos sus pechos!, sus alas qué inquietas,
¡qué inquietas y leves!, y abriéndose en cruz,
y cómo alegraban las tardes aquellas,
las tardes aquellas bañadas en luz.
Así en la mañana jovial de mi vida
llegaron en alas de la juventud
amores y ensueños como golondrinas,
como golondrinas bañadas de luz.
Mas trajo el invierno su niebla sombría,
la rubia mañana, llorosa se fue,
se fueron los sueños y las golondrinas,
y las golondrinas se fueron también.

Letra de Luis Rosado Vega (1873-1958),
Música de Ricardo Palmerín (1887-1944).

Viernes

Altazor
Del Canto IV

[…..]
No hay tiempo que perder
Ya viene la golondrina monotémpora
Trae un acento antípoda de lejanías que se acercan
Viene gondoleando la golondrina
Al horitaña de la montazonte
La violondrina y el goloncelo
Descolgada esta mañana de la lunala
Se acerca a todo galope
Ya viene viene la golondrina
Ya viene viene la golonfina
Ya viene la golontrina
Ya viene la goloncima
Viene la golonchina
Viene la golonclima
Ya viene la golonrima
Ya viene la golonrisa
La golonniña
La golongira
La golonlira
La golonbrisa
La golonchilla
Ya viene la golondía
Y la noche encoge sus uñas como el leopardo
Ya viene la golontrina
Que tiene un nido en cada uno de los dos calores
Como yo lo tengo en los cuatro horizontes
Viene la golonrisa
Y las olas se levantan en la punta de los pies
Viene la golonniña
Y siente un vahído la cabeza de la montaña
Viene la golongira
Y el viento se hace parábola de sílfides en orgía
Se llenan de notas los hilos telefónicos
Se duerme el ocaso con la cabeza escondida
Y el árbol con el pulso afiebrado
[…..]

Vicente Huidobro (1892-1938)
Obras completas, T. I
Andrés Bello, Santiago de Chile, 1976

Sábado

Hoy estará nublado…

Hoy estará nublado
en una ciudad en la que ya no vivo.
Mi teléfono calcula un sesenta por ciento
De probabilidad de lluvia Detalles
atmosféricos, temperatura, viento
y algo de granizo.
La aplicación del clima
me sugiere no olvidar
el paraguas y salir abrigado,
pero hoy como ayer, como todos
los días de los últimos meses,
este cielo está ileso y nada
lo interrumpe, y el sol cae
y rebota como en su propia playa.
Me asombra la soberbia tecnológica
de mi teléfono. Las notificaciones
que llegan tan exactas,
su nula propensión hacia la incertidumbre.
Yo sé que evitarás
las avenidas por las que caminamos,
el tránsito se intensifica
en algunas arterias Intuyo
ese trayecto alterno
para caer puntual
al capítulo que ya no
estaré viendo Tu realidad
y la mía que no se corresponden.
Mi teléfono miente o está desubicado.
Nuestros satélites triangulan datos
para dar ubicaciones exactas de las cosas.
Es una operación que no alcanzo a entender,
pero me alegra que ahora esté perdido.
Que no sepa si estoy aquí o allá,
o dónde dejé olvidado
el afecto Pero esa confusión
en la memoria
geográfica
nos hace más humanos,
falibles,
menos listos.

.Angel Vargas (1989)
Antibiótica
Tierra Adentro, México, 2019

Domingo

Gallo, gallina

Los imaginaba lentos. Con el rostro embozado
por una luz más débil que la oscuridad.
Sin voluntad para avanzar, sin fuerzas para detenerse.
Sin fuerzas para conversar
sobre los usos y costumbres de los muertos.
Pero venían a mí,
con su obsequio de miedo entre las manos.
Tardaron en llegar, pero llegaron
o yo me fui acercando a ellos, como en el juego
del gallo y la gallina
cada quien daba un pasito hacia el encuentro.
Aprendí como pude
el complicado castañear de dientes.
Memoricé los cuatrocientos nombres de la oscuridad.
Aprendí que después
de también muerta cada cosa
quiere seguir viviendo. Y esa es la fuerza –única y frágil–
que hace existir al mundo:
los muertos vuelven a la vida
sin voluntad para avanzar, sin fuerzas para detenerse;
pero todos los muertos vuelven a la vida.
Nos miran con respeto. Nos miran con envidia.
Tratan de no hacer ruido.
Vienen y van por el planeta: su neblina en el sexo y en los ojos.
Yo los imaginaba viajando a pie desde el pasado.
Ahora sé que vienen del futuro. A pie también, pero de espaldas.
Los imagino maquillándose los párpados y el pubis
con leche de polvo,
humedeciéndose los labios con lágrimas de huérfanos.
Los imagino limándose las uñas con tierra
de maceta.
Qué difícil es imaginar el pensamiento de los muertos.
Cuando esté muerto no voy a pensar nada.
El pensamiento enciende en mí los músculos del miedo.
No quiero adivinar los pensamientos de Dios,
no quiero adivinar los pensamientos de las palomas, no quiero adivinar
los pensamientos de las escobas, no quiero adivinar los pensamientos
del diablo y de la ameba, no quiero adivinar los pensamientos del viento;
pero no está en mis manos elegirlo.
Yo adivino los sueños de los muertos,
es mi única virtud,
quién sino yo: el gran cabeza hueca,
el adivinador del miedo,
el torturado telépata del todo.

Javier Acosta (1967)
Mi vida como pájaro
Bonobos Editores, Universidad Autónoma de
Zacatecas “Francisco García Salinas”,
Fonca, Toluca, 2019

 


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