Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Lunes, 08 de Junio de 2020
Por: Felipe Garrido

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria

 

Lunes

Nadie tiene la culpa…

Nadie tiene la culpa de nada. Las cosas,
simplemente, suceden. Y sucedió, eso fue todo.
El ejemplo del pájaro: el pájaro en su nido, sucede.
Como todos sucedemos y no terminamos de suceder. Nunca.
¿Para qué terminar de suceder? ¿Cesar de suceder? Dale
al César lo que es del César para que ellos, los ánsares,
los causares, los sinceros y los de oro no dejan,
nunca dejan de sucederse en el trono, en el trueno, en el
trino. Y ahora vuelve el ejemplo del pájaro.

Eduardo Milán (1952)
Errar.
Texto introductorio de
Víctor Manuel Mendiola.
El Tucán de Virginia,
México, 1991

Martes

Tierra de todos

Un gran amor que la mantenía completamente pura.
Un tembloroso disolverse de todos los antagonismos.
Robert Musil

Me levanto en el acto de la carne.
Soy el deseo. Soy la conciencia que se toca a secas.
Soy el amor.
Rojos los laberintos y las historias ciegas
y el tacto suspendido de la mirada
fija en los ojos vueltos en sí sedas,
tela de carne,
amor cubierto de su sombra.
Al despertar las horas de los hombres
pasan los cuerpos y reposan.
Barcos ajenos al amor del agua
o a la disolución
mecen sus quillas en el fondo
entregados seguros a sus anclas.
Ante tanta batalla detenida,
en el agua del metro
busco a solas de mi imaginación
la representación del amor,
el espejo en los ojos que se escapan.
En la redonda forma de las calles
o en el más hondo sondeo de los recuerdos,
de los teléfonos,
de los labios ardiendo en escapada
o demorando su metal al rojo,
tejo la carne que se inventa
y allí se entrega poderosa y pura,
a la enajenación enamorada.
Todos estos movimientos de ala,
bailes al sesgo,
que demoran su entrega o se confunden
entre la multitud,
reposadas o confusas seguridades
tejiendo eternamente la tela de su tacto
en un ir y venir de pasión
descubriéndose siempre
en ascuas siempre
en duda,
vertiginosos inventos del deseo
perdidos a la vuelta de la esquina
en un vacío que se toca a solas,
entrevistos secretos
en el sojuzgado azar de los ojos.
Repetidos encuentros
en el lugar común que es el amor.

Pedro Serrano (1957)
Ignorancia.
El Equilibrista, México, 1994.

Miércoles

Los libros

Los libros son parte de mi vida
y de mi muerte,
de mi ayer y de mi mañana.
Me han acompañado
desde que nos conocimos.
Han sido mis maestros,
mis amigos, confidentes,
compañeros de viaje.
Unos han envejecido en mis manos,
otros han rejuvenecido.
La mayoría los he comprado
y otros tantos han sido regalos
y alguno que otro lo he robado.
No importa cómo estén:
rotos o desvencijados,
con amor los he reparado
y les he devuelto vida útil.
Me han servido de almohada,
de colchón,
de pared,
de cuña,
de tranca.
Los huelo,
los beso,
los abrazo,
los acaricio.
Lo único que no he hecho
es comérmelos.

Humberto Ak’abal (1952-2019)
El sueño de ser poeta.
Prólogo de Francisco José Cruz.
Piedra Santa, Guatemala, en prensa.

Jueves

Ciudad vieja

Un mudo cielo oscuro
un auto quieto, solo,
una torre de estrellas derrumbadas,
ajena a esta región bancaria,
bellota seca, cáscara muerta,
pronta a crujir
si el tiempo pisa fuerte,
si los hombres de golpe se amoscaran.
Letras extintas
entre las telarañas del vidrio
izan consignas corredizas,
lazos, cepos
del cambio y de la compraventa,
mientras los gentilicios duermen,
abierto el ojo frío del amo,
entre sus fueros protegidos
por un cambio del día favorable.
Duerme todo sin sueños,
los balcones inútiles, barandas
donde asomarse fuera sancionado.
El viento gira, muerde
los papeles del día,
las cintas sumadoras,
las fugaces flores del interés,
a falta de árboles, pájaros o musgo,
en este insomnio
de eléctricas alarmas.
Tengo de pronto miedo de quedarme
Mercando, como Nils,
obligado a venderme o a venderte,
para evitar que algo –inútil–
se desmorone en el orden del mundo.

Ida Vitale (1923)
Sueños de la constancia.
FCE, México, 1988.

Viernes

Versos de otoño

Cuando mi pensamiento va hacia ti, se perfuma;
tu mirar es tan dulce, que se torna profundo.
Bajo tus pies desnudos aún hay blancor de espuma,
y en tus labios compendias la alegría del mundo.
El amor pasajero tiene el encanto breve,
y ofrece un igual termino para el gozo y la pena.
Hace una hora que un nombre grabé sobre la nieve;
hace un minuto dije mi amor sobre la arena.
Las hojas amarillas caen en la alameda,
en donde yagan tantas parejas amorosas.
Y en la copa de Otoño un vago vino queda
en que han de deshojarse, Primavera, tus rosas.

El canto errante, 1907.


Triste, muy tristemente…

Un día estaba yo triste, muy tristemente
viendo cómo caía el agua de una fuente;
era la noche dulce y argentina. Lloraba
la noche. Y el crepúsculo en su suave amatista,
diluía la lágrima de un misterioso artista.
Y ese artista era yo, misterioso y gimiente,
que mezclaba mi alma al chorro de la fuente.

Lira póstuma, 1919

Rubén Darío (1867-1916)
Selección poética.
Editores Mexicanos Unidos, México, 1998.

Sábado

Quiero ver…

Quiero ver más allá del horizonte,
padre,
más allá de las desoladas planicies conocidas
y no escuchar más gritos
ni sollozos contenidos.
Abrir los brazos sin empuñar
un arma.
Abrir los brazos para abrazar
a uno y a otro, a todos los que amamos
en la paz
y ahora.
Ah, pero los alaridos
de violencia se imponen
y el dolor
y la conmiseración son olas
que nos abaten una y otra vez
hasta no saber ya
si somos o no
culpables de estar
entre los vivos.

Dolores Castro (1923)
Sombra domesticada.
Parentalia, México, 2013

Domingo

Hace tiempo sostenía…

Hace tiempo sostenía en mi mano la castaña que Padre me regaló cuando nos contó de dónde su raíz al aire. Ha venido conmigo casi treinta años y habrá de ser para los tuyos, Hermana, cuando ni siquiera pronombres seamos en la memoria de los otros, quizá sí estas palabras escritas.
La imagen de esta tarde ha perdurado en mí con gran nitidez, no fue lo dicho, ¿era el círculo que formábamos? No lo sé. De uno a uno lo que permanece es el roce del sol al caer de las horas, ¿será que desde entonces empezamos a huir?
Según los antiguos, las primicias eran la ofrenda a los dioses, pero no fueron tus pies los que llegaron al umbral sino los míos, y ahora de rodillas, frente a esta grieta, me pregunto si habremos de ser perdonados por una culpa que desconozco y que rebasa mi comprensión.
Atolondrada, te busco para cerrar de nuevo el círculo, y siento la reverberación de la luz escapando.
La luz Hermana
la luz con la que Madre y Padre me bautizaron
y por la que me sé nombrada
Sangre de su Sangre
He aquí mi cuerpo no roto.

Mariana Bernárdez (1964)
Nervadura del relámpago.
Gobierno del Estado de México,
Foem, Guadalajara, 2013.


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