Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Lunes, 27 de Septiembre de 2021
Por: Felipe Garrido

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.

Lunes

Quejas de amor ausente

Amado dueño mío, 
escucha un rato mis cansadas quejas, 
pues del viento las fío, 
que breve las conduzca á tus orejas: 
si no se desvanece el triste acento, 
como mis esperanzas, en el viento. 
         Óyeme con los ojos, 
ya que están tan distantes los oídos, 
y de ausentes enojos 
en ecos de mi pluma mis gemidos: 
y ya que á tí no llega mi voz ruda, 
óyeme sordo, pues me quejo muda. 
         Si del campo te agradas, 
goza de sus frescuras venturosas, 
sin que aquestas cansadas 
lágrimas te detengan enfadosas; 
que en él verás, si atento te entretienes, 
ejemplos de mis males y mis bienes. 
         Si al arroyo parlero 
ves galán de las flores en el prado, 
que amante y lisonjero 
a cuantas mira intima su cuidado, 
en su corriente mi dolor te avisa 
que a costa de mi llanto tiene risa. 
         Si ves que triste llora 
su esperanza marchita en ramo verde 
tórtola gemidora, 
en él y en ella mi dolor te acuerde 
que imitan con verdor y con lamento, 
él mi esperanza y ella mi tormento. 
         Si la flor delicada, 
si la peña que altiva no consiente 
del tiempo ser hollada, 
ambas me imitan, aunque variamente, 
ya con fragilidad, ya con dureza, 
mi dicha aquélla y ésta mi firmeza. 
         Si ves el ciervo herido, 
que baja por el monte acelerado, 
buscando dolorido 
alivio al mal en un arroyo helado, 
y sediento al cristal se precipita; 
no en el alivio, en el dolor me imita. 
        Si la liebre encogida 
huye medrosa de los galgos fieros, 
y por salvar la vida, 
no deja estampa de los pies ligeros; 
tal mi esperanza en dudas y recelos 
se ve acosada de villanos celos. 
        Si ves el cielo claro, 
tal es la sencillez del alma mía; 
y si, de luz avaro, 
de tinieblas emboza el claro día, 
es con su obscuridad y su inclemencia, 
imagen de mi vida en esta ausencia. 
        Así que, Fabio amado, 
saber puedes mis males, sin costarte 
la noticia cuidado, 
pues puedes de los campos informarte: 
y pues yo a todo mi dolor ajusto, 
saber mi pena, sin dejar tu gusto. 
       Mas ¿cuándo –¡ay gloria mía!–
mereceré gozar tu luz serena? 
¿Cuándo llegará el día 
que pongas dulce fin a tanta pena? 
¿Cuándo veré tus ojos, dulce encanto, 
y de los míos quitarás el llanto? 
      ¿Cuándo tu voz sonora 
herirá mis oídos delicada, 
y el alma que te adora, 
de inundación de gozos anegada, 
a recibirte con amante prisa 
saldrá á los ojos desatada en risa? 
      ¿Cuándo tu luz hermosa 
revestirá de gloria mis sentidos? 
¿Y cuándo yo dichosa 
mis suspiros daré por bien perdidos, 
teniendo en poco el precio de mi llanto? 
Que tanto ha de penar, quien goza tanto.
      ¿Cuándo de tu apacible 
rostro alegre veré el semblante afable, 
y aquel bien indecible, 
a toda humana pluma inexplicable? 
que mal se ceñirá a lo definido 
lo que no cabe en todo lo sentido. 
      Ven, pues, mi prenda amada, 
que ya fallece mi cansada vida 
desta ausencia pesada; ven, pues, 
que mientras tarda tu venida, 
aunque me cueste su verdor enojos, 
regaré mi esperanza con mis ojos.

Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695)
Obras completas, Tomo I, Lírica personal
Edición, introducción y notas de Antonio Alatorre
Fondo de Cultura Económica, México, 2012.

Martes

Insomnio

Tú y tu desnudo sueño. No lo sabes.
Duermes. No. No lo sabes. Yo en desvelo,
y tú, inocente, duermes bajo el cielo.
Tú por tu sueño, y por el mar las naves.
        En cárceles de espacio, aéreas llaves
te me encierran, recluyen, roban. Hielo,
cristal de aire en mil hojas. No. No hay vuelo
que alce hasta ti las alas de mis aves.
        Saber que duermes tú, cierta, segura
cauce fiel de abandono, línea pura,
tan cerca de mis brazos maniatados.
        Qué pavorosa esclavitud de isleño,
yo, insomne, loco, en los acantilados,
las naves por el mar, tú por tu sueño.

Gerardo Diego (1896-1987)


No verte

Un día y otro día y otro día.
No verte.
        Poderte ver, saber que andas tan cerca,
que es probable el milagro de la suerte.
No verte.
        Y el corazón y el cálculo y la brújula,
fracasando los tres. No hay quien te acierte.
No verte.
        Miércoles, jueves, viernes, no encontrarte,
no respirar, no ser, no merecerte.
No verte.
        Desesperadamente amar, amarte
y volver a nacer para quererte.
No verte.
        Sí, nacer cada día. Todo es nuevo.
Nueva eres tú, mi vida, tú, mi muerte.
No verte.
        Andar a tientas (y era mediodía)
con temor infinito de romperte.
No verte.
        Oír tu voz, oler tu aroma, sueños,
ay, espejismos que el desierto invierte.
No verte.
        Pensar que tú me huyes, me deseas,
querrías encontrarte en mí, perderte.
No verte.
        Dos barcos en la mar, ciegas las velas.
¿Se besarán mañana sus estelas?

Eliseo Diego (1896-1987)
Poesía completa.
Alfaguara, Madrid, 1996.

Miércoles

Hombre pequeñito

Hombre pequeñito, hombre pequeñito,
suelta a tu canario que quiere volar...
Yo soy el canario, hombre pequeñito,
déjame saltar.
Estuve en tu jaula, hombre pequeñito,
hombre pequeñito que jaula me das.
Digo pequeñito porque no me entiendes,
ni me entenderás.
Tampoco te entiendo, pero mientras tanto
ábreme la jaula que quiero escapar;
hombre pequeñito, te amé media hora,
no me pidas más.
Bien pudiera ser,
pudiera ser que todo lo que en verso he sentido
no fuera más que aquello que nunca pudo ser,
no fuera más que algo vedado y reprimido
de familia en familia, de mujer en mujer.
Dicen que en los solares de mi gente, medido
estaba todo aquello que se debía hacer...
Dicen que silenciosas las mujeres han sido
de mi casa materna... Ah, bien pudiera ser...
A veces a mi madre apuntaron antojos
de liberarse, pero se le subió a los ojos
una honda amargura, y en la sombra lloró.
Y todo eso mordiente, vencido, mutilado,
todo eso que se hallaba en su alma encerrado,
pienso que sin quererlo lo he libertado yo.

Alfonsina Storni (1892-1938)
Poemas.
Biblioteca del Congreso de la Nación
Buenos Aires, 2017.

Jueves

Agonía fuera del muro

Miro las herramientas,
el mundo que los hombres hacen, donde se afanan,
sudan, paren, cohabitan.
El cuerpo de los hombres prensado por los días,
su noche de ronquido y de zarpazo
y las encrucijadas en que se reconocen.
Hay ceguera y el hambre los alumbra
y la necesidad, más dura que metales.
Sin orgullo (¿qué es el orgullo?, ¿una vértebra
que todavía la especie no produce?)
Los hombres roban, mienten,
como animal de presa olfatean, devoran
y disputan a otro la carroña.
Y cuando bailan, cuando se deslizan
o cuando burlan una ley o cuando
se envilecen, sonríen,
entornan levemente los párpados, contemplan
el vacío que se abre en sus entrañas
y se entregan a un éxtasis vegetal, inhumano.
Yo soy de alguna orilla, de otra parte,
soy de los que no saben ni arrebatar ni dar,
gente a quien compartir es imposible.
No te acerques a mí, hombre que haces el mundo,
déjame, no es preciso que me mates.
Yo soy de los que mueren solos, de los que mueren
de algo peor que vergüenza.
Yo muero de mirarte y no entender.

Rosario Castellanos (1925-1974)
Poesía no eres tú: obra poética, 1948-1971
México, FCE, 1972.

Viernes

Angelus domini

Sobre el tranquilo lago, occiduo el día,
flota impalpable y misteriosa bruma
y a lo lejos vaguísima se esfuma
profundamente azul, la serranía.
         Del cielo en la cerúlea lejanía
desfallece la luz. Tiembla la espuma
sobre las ondas de zafir, y ahúma
la chimenea gris de la alquería.
         Suenan los cantos del labriego; cava
la tarda yunta el surco postrimero.
Los últimos reflejos de luz flava
         en el límite brillan del potrero
y, a media voz, la golondrina acaba
su gárrulo trinar, bajo el alero.

II
Ondulante y azul, trémulo y vago,
el ángel de la noche se avecina,
del crepúsculo envuelto en la neblina
y en los vapores gráciles del lago.
        Del septentrión al murmurante halago
los pliegues de su túnica divina
se extienden sobre el valle y la colina,
para librarlos del nocturno estrago.
        Su voz tristezas y consuelo vierte.
Humedecen sus ojos de zafiro
auras de vida y ráfagas de muerte.
        Levanta el vuelo en silencioso giro
y, al llegar a la altura, se convierte
en oración, y lágrima, y suspiro.

Manuel José Othón
Poesías y cuentos.
Selección, estudio y notas de
Antonio Castro Leal.
Porrúa, México, 1963.

Sábado

A lo largo del día amigos muy queridos me preguntaron repetidamente por qué mi firma no viene al calce de la Declaración que en apoyo al Foro Consultivo Científico y Tecnológico pronunció ayer la Academia Mexicana de la Lengua. Debo decir que comparto la posición de mis compañeros académicos: los integrantes del FCCyT están siendo objeto de una hostilización que vulnera sus derechos humanos y, al igual que ellos, temo que esta situación pueda generalizarse, en prejuicio del desarrollo –social, científico, económico, cultural– del país. Un descuido del que no puedo culpar a nadie que no sea yo mismo, provocó que mi firma llegue ahora, con retraso.

Justo Sierra, como titular del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, fundado en 1905, logró poner en práctica su proyecto de que la educación primaria fuera nacional, integral, laica y gratuita. Cinco años después fundó la Universidad Nacional de México. Antes había ya dirigida la Academia Mexicana de la Lengua. Al estallar la Revolución, en 1910, renunció a su cargo como ministro, pero dos años más tarde el gobierno de Francisco I. Madero lo nombró ministro plenipotenciario de México en España. Murió en Madrid, en 1914. Su cadáver fue trasladado a México y sepultado con grandes honores. En el centenario de su nacimiento, en 1948, fue declarado Maestro de América por un grupo de universidades latinoamericanas, y sus restos pasaron a la Rotonda de los Hombres Ilustres, como entonces se llamaba la actual Rotonda de las Personas Ilustres, que en 1880 había sido creada por una iniciativa suya. 
Justo Sierra es autor de una prolífica obra que incursiona en la historia, la educación, la sociología y también, porque fue un hombre completo, en la novela y en la poesía. FG

Playera

Baje a la playa la dulce niña,
perlas hermosas le buscaré;
deje que el agua durmiendo ciña
con sus cristales su blanco pie...
         Venga la niña risueña y pura,
el mar su encanto reflejará
y mientras llega la noche oscura
cosas de amores le contará.
        Cuando en levante despunte el día
verá las nubes de blanco tul
–como los cisnes de la bahía–
rizar serenos el cielo azul.
        Enlazaremos a las palmeras
la suave hamaca y en su vaivén
las horas tristes irán ligeras
y sueños de oro vendrán también.
        Y si la luna sobre las olas
tiende de plata bello cendal,
oirá la niña mis barcarolas
al son del remo que hiende el mar,
mientras la noche prende en sus velos
broches de perlas y de rubí,
y exhalaciones cruzan los cielos
lágrimas de oro sobre el zafir!
       El mar velado con tenue bruma
te dará su hálito arrullador,
que bien merece besos de espuma
la concha nácar, nido de amor.
       Ya la marea, niña, comienza,
ven que ya sopla tibio terral,
ven y careyes tendrá tu trenza
y tu albo cuello rojo coral.
       La dulce niña bajó temblando,
bañó en el agua su blanco pie,
después, cuando ella se fue llorando,
dentro las olas perlas hallé.

Justo Sierra (1848-1912)
Obras completas. Tomo I, Poesía.
Edición e introducción de José Luis Martínez
UNAM, México, 1948.

Domingo

Aquí estoy esperando

Aquí estoy esperando
a que toques a mi puerta
a que brinques en mi cama
con tu vestido corto y marrón
a que laves mi cara
con tu pelo.
          Antes de que ella llegara
porque yo no la esperaba
aunque sí la imaginaba
en el acto de llegar.
          Y tu vestido levantado
aunque yo acabo de vértelo bajado.
Riendo como un niño
mirándola
y luego recorriéndola de arriba abajo.
          Antes cometí mi gran error
y te dejé satisfecha
pero sólo te reíste
pero ya no lo hiciste
desde el día de la cancelación
todo cambió en doce horas.
         ¿Puede ser real tanta inocencia?
¿Tanto asombro?
¿Tanto entusiasmo? Porque
el viento no se lo lleva.
En verdad, el tiempo comenzó
de repente
el tiempo pasó veloz después
de mis peores setenta y dos horas.
         Y bastaron dos sonrisas telefónicas
hace apenas dos días.
                                        Diciembre, 1998.

Carlos Fuentes Lemus (1973-1999)
La palabra sobrevive.
FCE, México, 2009.


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