Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Martes, 17 de mayo de 2022
Por: Felipe Garrido

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.

 

Lunes

Romance nuevamente rehecho de la fatal
desenvoltura de la Cava Florinda II/ II

V

[Mientras, el rey duerme con la Cava en una tienda ricamente guarnecida, rodeado de cien doncellas. Una de ellas, llamada Fortuna, lo despierta:]

Si duermes, rey don Rodrigo, despierta por cortesía
y verás tus malos hados, tu peor postrimería,
y verás tus gentes muertas y tu batalla perdida,
y tus villas y ciudades destrozadas en un día;
fortalezas y castillos otro señor las regía,
si me pides quien lo ha hecho, yo muy bien te lo diría;
ese conde don Julián por amores de su hija,
porque se la deshonraste y más de ella no tenía;
juramento viene echando que te ha de quitar la vida.
Despertó muy congojado por aquella voz que oía.
Su cara muy congojada con aquella voz que oía,
con cara triste y penosa de esta suerte respondía:
“Mercedes a ti Fortuna, de esta tu mensajería”.
Estando en esto, ha llegado uno que nueva traía.
Cómo el conde don Julián la tierra le destruía.
Con prisa pide el caballo y al encuentro le salía,
los contrarios eran tantos que esfuerzo no le valía.

[El rey don Rodrigo no descansa; su pecado lo atormenta y la sombra de la venganza del conde don Julián lo sigue a todas partes.]

VI
Las huestes de don Rodrigo desmayaban y huían
cuando en la octava batalla sus enemigos vencían.
Rodrigo deja sus tiendas y del real se salía,
solo va el desventurado, sin ninguna compañía;
el caballo, de cansado ya moverse no podía,
camina por donde quiere, sin que le estorbe la vía.
El rey va tan desmayado, que sentido no tenía;
muerto va de sed y hambre, de verle era gran mancilla;
iba tan tinto de sangre que una brasa parecía.
Las armas lleva abolladas que eran de gran pedrería;
la espada lleva hecha sierra de los golpes que tenía;
el almete de abollado en la cabeza se hundía;
la cara llevaba hinchada del trabajo que sufría.
Subiose encima de un cerro, el más alto que veía;
desde allí mira a su gente cómo iba de vencida;
de allí mira a sus banderas y estandartes que tenía,
como están todos pisados que la tierra los cubría;
miraba a sus capitanes, que ninguno parecía;
mira el campo tinto en sangre, la cual arroyos corría.
Él triste de ver aquello gran mancilla en sí tenía,
llorando de los sus ojos de esta manera decía:
“Ayer era rey de España, hoy no lo soy de una villa,
ayer villas y palacios, hoy ninguno poseía.
Ayer tenía criados, y gente que me servía.
Hoy no tengo ni una almena que pueda decir que es mía.
Desdichada fue la hora, desdichado fue aquel día
en que nací y heredé la tan grande señoría,
pues la había de perder todo junto y en un día.
¡Oh muerte! ¿por que no vienes y llevas esta alma mía
de este cuerpo mezquino, pues se te agradecería?

VII
Después que el rey don Rodrigo a España perdido había,
se iba desesperado huyendo de su desdicha.
Solo va el desventurado, no quiere otra compañía
que la del mal de la Muerte que en su seguimiento iba.
Métese por las montañas las más altas que veía.
Topado ha con un pastor que su ganado traía,
díjole: “Dime, buen hombre, que preguntarte quería
si hay por aquí monasterio o gente de clerecía.”
El pastor respondió luego que en balde lo buscaría
porque en todo aquel desierto sólo una ermita había
donde estaba un ermitaño que hacía muy santa vida.
El rey fue alegre de esto por allí acabar sus días,
pidió al hombre que le diese de comer, si algo tenía,
que las fuerzas de su cuerpo del todo desfallecían.
El pastor sacó un zurrón en donde su pan traía;
diole pan y de un tasajo que acaso allí echado había:
el pan era muy moreno, al rey mal no le sabía;
las lágrimas se le salen, detener no las podía,
acordándose en su tiempo los manjares que comía.
Después que hubo descansado por la ermita le pedía;
el pastor le enseñó luego por donde no erraría:
el rey le dio una cadena y un anillo que tenía;
joyas son de gran valor, que el rey en mucho tenía.
Comenzando a caminar, ya cerca el sol se ponía,
a la ermita había llegado en muy alta serranía.
Encontrose al ermitaño, más de cien años tenía.
“El desdichado Rodrigo yo soy, que ser rey solía,
el que por yerros de amor tiene su alma perdida,
por cuyos negros pecados toda España es destruida.
Por Dios te pido ermitaño, por Dios y Santa María,
que me oigas en confesión porque finarme quería.
El ermitaño se espanta y con lagrimas decía:
Confesarte sí, Rodrigo, absolverte no podría.
Estando en estas razones voz de los cielos se oía:
“Absuélvelo confesor, absuélvelo por su vida
y dale la penitencia en su sepultura misma.”
Según le fue revelado por obra el rey lo ponía.
Metiose en la sepultura que a par de la ermita había;
dentro duerme una culebra, mirarla espanto ponía;
tres roscas daba a la tumba, siete cabezas tenía.
El ermitaño lo esfuerza, con la losa lo cubría,
rogaba a Dios a su lado todas las horas del día.
“¿Cómo te va penitente, con tu fuerte compañía?”
“Ya me come, ya me come, por do más pecado había,
en derecho al corazón, fuente de mi gran desdicha.”
Las campanitas del cielo sones hacen de alegría;
las campanas de la tierra ellas solas se tañían;
el alma del penitente para el cielo se subía.

Anónimo. En Ramón Menéndez Pidal, Floresta de leyendas heroicas castellanas. Rodrigo, el último [rey] godo. Espasa-Calpe, Madrid, 3 vols., 1925-1928. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

Martes

Mato por rabia…

Mato por rabia, por odio, por despecho; mato por celos,
por venganza; mato para hacer(me), hacer(te) justicia,
para que entiendas de una vez y para siempre, para descansar
de ti; mato por miedo, para robar, para huir, para defenderme;
mato por hábito, para divertirme; mato por reacción,
para que no me mates, para que no me violes. Mato porque
ya no aguanto, porque quiero morirme pero no me atrevo,
porque hasta los niños matan, porque estoy enfermo, porque
estoy loco, porque estoy triste, porque ya nadie me quiere.
Mato en nombre de mi religión, en nombre de mi pueblo, de la libertad, de la democracia. Mato en nombre de Dios.
Y también mato porque se me da la gana, aquí, en la chabola,
en el barrio, en el antro, en la carretera, en tu casa, en la mía.
Mato por droga, porque me excita, porque me ejercito, porque
un día a mí me van a matar. Mato perros, gatos, puercos, gente.
Mato al que va en la calle, al que duerme, al que se divierte.
Mato con armas para que haya sangre, para que corra la sangre
como mi rabia, mi hartazgo, mi injusticia, mi fealdad, mi sexo,
mi gordura, mi diabetes, mi cirrosis, mi cáncer, mi retraso mental,
mi estupidez, mis pesadillas, mi vida sin remedio.
Te mato a ti pero puedo matar a tu hermana, a tu padre, a tu mujer,
a tus hijos, a tu amante, a tu abuela, a tu perro. Te mato hoy pero
no confíes porque puedo matarte mañana, cualquier día,
con las balas que van a perforar tu pulmón y tu estómago
y que se alojarán, muy calientes, en tu cuello, en tus ingles, en tu cabeza. Y lo tuyo no será de nadie, ya ves, lo que pregonaste,
lo que hiciste, lo que sabías, lo que tanto te gustaba: tus mañanas, tus noches acompañado, tus recuerdos, tus planes, todo se lo comerá el acero. Bullets, hermano, bullets; qué tragedia, qué dolor,
van a gritar los que te conocieron, y tú ya en cenizas, hombre,
mujer, niño, feo, bonito, bruto, genial, pobre, rico, qué importa.
¿Mataste alguna vez? ¿Lo has intentado?
Dispara, le dice al muchacho,
¿o es que no te atreves?
Nunca ha habido un arma en mi casa, nunca la hubo,
nunca he disparado.

Claudia Hernández de Valle-Arizpe (1963)
Antología general de la poesía mexicana.
Poesía del México actual.
De la segunda mitad del siglo XX
a nuestros días.

Selección, prólogo y notas
de Juan Domingo Argüelles.
Océano, México, 2014.

Miércoles

La casa

Qué muro has de llevarte,
qué ladrillo,
si todo se fraguó
con el calor del cuerpo
que nos dimos.
Te pertenecen cuadros, muebles,
o a mí me pertenecen.
Y qué es la pertenencia
sino el tiempo añejado,
el silencioso paso de los días
en las habitaciones.
La casa ha madurado
como una noble fruta,
desgajarla sería
un acto de violencia.
Llévate el techo aquel
que protegió los sueños
como una mano tibia.
Empaca una ventana,
¿no ves que tiene entre sus luces
tu mirada?
Me quedo con la puerta,
por ella entreveré
de pronto tu silueta
y pensaré que es casa todavía,
que es todavía mi casa.
Los cajones se ríen de nuestros pleitos.
Ellos saben guardar
la suave intimidad
que hizo crecer las plantas del jardín,
humedeció las vigas,
oxidó los alambres escondidos,
abrió paso al salitre en los mosaicos.
Los adornos se asustan,
temen la quebradura,
el cambio de lugar.
No podrían con las flores los floreros
si quitas esa mesa,
si la cortina se abre a otro paisaje.
Mejor dejarla sola,
plena de las palabras
que un día le dieron vida.
Mejor irnos los dos
cada uno por su lado.
Que la casa resista
como un barco encallado
después de la tormenta.
Que muera lentamente
como una vieja digna
arraigada a su polvo,
a sus recuerdos.

Carmen Villoro (1958)
Antología general de la poesía mexicana.
Poesía del México actual.
De la segunda mitad del siglo XX
a nuestros días.

Selección, prólogo y notas
de Juan Domingo Argüelles.
Océano, México, 2014.

Jueves

A Juan Ramón Jiménez

Era una noche del mes
de mayo, azul y serena.
Sobre el agudo ciprés
brillaba la luna llena,
iluminando la fuente
en donde el agua surtía
sollozando intermitente.
Sólo la fuente se oía.
Después, se escuchó el acento
de un oculto ruiseñor.
Quebró una racha de viento
la curva del surtidor.
Y una dulce melodía
vagó por todo el jardín:
entre los mirtos tañía
un músico su violín.
Era un acorde lamento
de juventud y de amor
para la luna y el viento,
el agua y el ruiseñor.
“El jardín tiene una fuente
y la fuente una quimera...”
Cantaba una voz doliente,
alma de la primavera.
Calló la voz y el violín
apagó su melodía.
Quedó la melancolía
vagando por el jardín.
Sólo la fuente se oía.

Antonio Machado (1875-1939)

A un olmo seco

Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.
¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas, de alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.

Soria 1912

Antonio Machado (1875-1939)
Poesías completas.
Editores Mexicanos Unidos
México, 1994 (1ª reimp.).

Viernes

Nada me importa. Hasta aquí he llegado…

Nada me importa. Hasta aquí he llegado
importándome todo en demasía.
Ahora, nada me importa, mi postura
es entre indiferencia y rebeldía.
Lo mejor de mi esencia lo he entregado
tan generosamente y confiada,
que por cederlo así, para mis horas,
apenas si de mí me queda nada.

La Habana, mayo 1939

Concha Méndez (1898-1986)

Si será la última pena…

Si será la última pena,
me pregunto cada vez
que una pena se me acerca
para hacerme entristecer.
Y no quiero darme cuenta
de que somos como el mar,
y las penas son las olas
que no cesan de llegar.

Concha Méndez (1898-1986)

No quiero descansar un solo instante…

No quiero descansar un solo instante.
Quiero vértigo ser a todas horas,
que ya vendrá después el largo sueño,
el reposar de piedra entre la sombra.
Quiero ser, renacer, mientras que aliente,
crear y recrear y recrearme,
y dejar una estela de mi vida
que no pueda acabarse con mi sangre.

Concha Méndez (1898-1986)
En Poetas del exilio español. Una antología.
James Valender, Gabriel Rojo Leyva, editores.
El Colegio de México, México, 2006.

Sábado

La hoja en blanco…

La hoja en blanco.
Plenitud navegable.
El mar y la playa
tendida, esperándome.
Palabras moscas
la invaden
con toscas artes.
(¿Quién habla de palomas?)
Se alzan o duermen.
Cansan y estorban.
Yo las aplasto.
Mancha viscosa.
Otras veces copulan.
Huyen como luciérnagas
y tozudas regresan
imantadas de duda.
Una mujer en blanco,
mar de Ahoras sin máscaras.
¡Oh!, isla sin relojes,
luz unánime exaltas.
Tremante de gaviotas
en ti, disuelto. Hecho
ola sola invasora
estoy. Vivo mi sueño.
¡Hola!

Luis Cardoza y Aragón (1901-1992)
Poesías completas, y algunas prosas.
Fondo de Cultura Económica, México, 1997.

Domingo

Exilio
A Raúl Gustavo Aguirre

Esta manía de saberme ángel,
sin edad,
sin muerte en qué vivirme,
sin piedad por mi nombre
ni por mis huesos que lloran vagando.
¿Y quién no tiene un amor?
¿Y quién no goza entre amapolas?
¿Y quién no posee un fuego, una muerte,
un miedo, algo horrible,
aunque fuere con plumas,
aunque fuere con sonrisas?
Siniestro delirio amar a una sombra.
La sombra no muere.
Y mi amor
sólo abraza a lo que fluye
como lava del infierno:
una logia callada,
fantasmas en dulce erección,
sacerdotes de espuma,
y sobre todo ángeles,
ángeles bellos como cuchillos
que se elevan en la noche
y devastan la esperanza.

Alejandra Pizarnik (1936-1972)

Hija del viento

Han venido.
Invaden la sangre.
Huelen a plumas,
a carencias,
a llanto.
Pero tú alimentas al miedo
y a la soledad
como a dos animales pequeños
perdidos en el desierto.
Han venido
a incendiar la edad del sueño.
Un adiós es tu vida.
Pero tú te abrazas
como la serpiente loca de movimiento
que sólo se halla a sí misma
porque no hay nadie.
Tú lloras debajo del llanto,
tú abres el cofre de tus deseos
y eres más rica que la noche.
Pero hace tanta soledad
que las palabras se suicidan.

Alejandra Pizarnick (1936-1972)
Poesía completa.
Lumen Penguin libros, México, 2016.


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