Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Lunes, 20 de Junio de 2022
Por: Felipe Garrido

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.

 

Lunes

Los motivos del lobo

El varón que tiene corazón de lis,
alma de querube, lengua celestial,
el mínimo y dulce Francisco de Asís,
está con un rudo y torvo animal,
bestia temerosa, de sangre y de robo,
las fauces de furia, los ojos de mal:
el lobo de Gubbia, el terrible lobo,
rabioso, ha asolado los alrededores;
cruel ha deshecho todos los rebaños;
devoró corderos, devoró pastores,
y son incontables sus muertes y daños.
          Fuertes cazadores armados de hierros
fueron destrozados. Los duros colmillos
dieron cuenta de los más bravos perros,
como de cabritos y de corderillos.
         Francisco salió:
al lobo buscó
en su madriguera.
Cerca de la cueva encontró a la fiera
enorme, que al verle se lanzó feroz
contra él. Francisco, con su dulce voz,
alzando la mano,
al lobo furioso dijo: –¡Paz, hermano
lobo! El animal
contempló al varón de tosco sayal;
dejó su aire arisco,
cerró las abiertas fauces agresivas,
y dijo: –¡Está bien, hermano Francisco!
–¡Cómo! –exclamó el santo–. ¿Es ley que tú vivas
de horror y de muerte?
¿La sangre que vierte
tu hocico diabólico, el duelo y espanto
que esparces, el llanto
de los campesinos, el grito, el dolor
de tanta criatura de Nuestro Señor,
no han de contener tu encono infernal?
¿Vienes del infierno?
¿Te ha infundido acaso su rencor eterno
Luzbel o Belial?
            Y el gran lobo, humilde: –¡Es duro el invierno,
y es horrible el hambre! En el bosque helado
no hallé qué comer; y busqué el ganado,
y en veces comí ganado y pastor.
¿La sangre? Yo vi más de un cazador
sobre su caballo, llevando el azor
al puño; o correr tras el jabalí,
el oso o el ciervo; y a más de uno vi
mancharse de sangre, herir, torturar,
de las roncas trompas al sordo clamor,
a los animales de Nuestro Señor.
Y no era por hambre, que iban a cazar.
           Francisco responde: –En el hombre existe
mala levadura.
Cuando nace viene con pecado. Es triste.
Mas el alma simple de la bestia es pura.
Tú vas a tener
desde hoy qué comer.
Dejarás en paz
rebaños y gente en este país.
¡Que Dios melifique tu ser montaraz!
        –Está bien, hermano Francisco de Asís.
        –Ante el Señor, que todo ata y desata,
en fe de promesa tiéndeme la pata.
El lobo tendió la pata al hermano
de Asís, que a su vez le alargó la mano.
Fueron a la aldea. La gente veía
y lo que miraba casi no creía.
Tras el religioso iba el lobo fiero,
y, baja la testa, quieto le seguía
como un can de casa, o como un cordero.
         Francisco llamó la gente a la plaza
y allí predicó. Y dijo:
         –He aquí una amable caza.
El hermano lobo se viene conmigo;
me juró no ser ya vuestro enemigo,
y no repetir su ataque sangriento.
Vosotros, en cambio, daréis su alimento
a la pobre bestia de Dios.
        –¡Así sea!,
contestó la gente toda de la aldea.
Y luego, en señal
de contentamiento,
movió testa y cola el buen animal,
y entró con Francisco de Asís al convento.

Algún tiempo estuvo el lobo tranquilo
en el santo asilo.
Sus bastas orejas los salmos oían
y los claros ojos se le humedecían.
Aprendió mil gracias y hacía mil juegos
cuando a la cocina iba con los legos.
Y cuando Francisco su oración hacía,
el lobo las pobres sandalias lamía.
Salía a la calle,
iba por el monte, descendía al valle,
entraba en las casas y le daban algo
de comer. Mirábanle como a un manso galgo.
         Un día, Francisco se ausentó. Y el lobo
dulce, el lobo manso y bueno, el lobo probo,
desapareció; tornó a la montaña,
y recomenzaron su aullido y su saña.
Otra vez sintióse el temor, la alarma,
entre los vecinos y entre los pastores;
colmaba el espanto los alrededores,
de nada servían el valor y el arma,
pues la bestia fiera
no dio treguas a su furor jamás,
como si tuviera
fuegos de Moloch y de Satanás.
       Cuando volvió al pueblo el divino santo,
todos lo buscaron con quejas y llanto,
y con mil querellas dieron testimonio
de lo que sufrían y perdían tanto
por aquel infame lobo del demonio.
       Francisco de Asís se puso severo.
Se fue a la montaña
a buscar al falso lobo carnicero.
Y junto a su cueva halló a la alimaña.
       –En nombre del Padre del sacro universo,
conjúrote –dijo–, ¡oh lobo perverso!,
a que me respondas: ¿Por qué has vuelto al mal?
Contesta. Te escucho.
        Como en sorda lucha, habló el animal,
la boca espumosa y el ojo fatal:
       -Hermano Francisco, no te acerques mucho...
Yo estaba tranquilo allá en el convento;
al pueblo salía,
y si algo me daban estaba contento
y manso comía.
Mas empecé a ver que en todas las casas
estaban la envidia, la saña, la ira,
y en todos los rostros ardían las brasas
de odio, de lujuria, de infamia y mentira.
Hermanos a hermanos hacían la guerra,
perdían los débiles, ganaban los malos,
hembra y macho eran como perro y perra,
y un buen día todos me dieron de palos.
Me vieron humilde, lamía las manos
y los pies. Seguía tus sagradas leyes,
todas las criaturas eran mis hermanos:
los hermanos hombres, los hermanos bueyes,
hermanas estrellas y hermanos gusanos.
Y así, me apalearon y me echaron fuera.
Y su risa fue como un agua hirviente,
y entre mis entrañas revivió la fiera,
y me sentí lobo malo de repente;
mas siempre mejor que esa mala gente.
y recomencé a luchar aquí,
a me defender y a me alimentar.
Como el oso hace, como el jabalí,
que para vivir tienen que matar.
Déjame en el monte, déjame en el risco,
déjame existir en mi libertad,
vete a tu convento, hermano Francisco,
sigue tu camino y tu santidad.
        El santo de Asís no le dijo nada.
Le miró con una profunda mirada,
y partió con lágrimas y con desconsuelos,
y habló al Dios eterno con su corazón.
El viento del bosque llevó su oración,
que era: Padre nuestro, que estás en los cielos...

Rubén Darío (1867-1916)
Poesías.
Edición de Ernesto Mejía Sánchez.
Estudio preliminar de Enrique Anderson Imbert.
FCE, México, 1952.

Martes

Porque estando él durmiendo le besó su amiga

Vos cometistes traición,
pues me heristes, durmiendo,
d’una herida qu’entiendo
el deseo d’otra tal
herida como me distes,
que no la llaga ni mal
ni daño que me hezistes.
      Perdono la muerte mía;
mas con tales condiciones,
que de tales traiciones
cometáis mil cada día;
pero todas contra mí,
porque, d’aquesta manera,
no me plaze que otro muera
pues que yo lo merescí.

Fin

Más placer es que pesar
herida c’otro mal sana:
quien durmiendo tanto gana,
nunca debe despertar.

Jorge Manrique (c. 1440-1479)
Poesía.
Edición de Jesús-Manuel Alda Tesán
REI-México, México, 1987.

Miércoles

Miro los ojos en blanco…

Miro los ojos en blanco
del ángel esmeralda de los sueños
      Tampoco los silencios conocen la palabra
El silencio es el hábito del verso
      Si digo primavera
mi pecho no florece
      sigue la luz corriendo
                                     por los patios de mi infancia
a la muerte le crecieron mis coletas.

Con su capa de raso…

Con su capa de raso
viene la luz al mundo como a un ruedo
Torea a los corazones
que frecuentan la noche y se hipnotizan
       Son los espectros de mis quemaduras
No se regeneran porque ya se iluminaron
       La muerte lanza dados frente a la noria
El seis flota y los números aplauden
El abecedario desfila con su ejército
La e se dio a la diplomacia
      Se estableció en el sueño de los reyes
      se enaltecía
      se hizo efervescencia en nuestro idioma
      y enfermó de entender al enemigo

El escondite

Vuelve.
Mis ojos son los niños que te lloran.
Se trepan a la luz para buscarte
en los breves colores del olvido
y hacer del universo un garabato.
          Todos tus parques te recuerdan,
se tiran del tobogán
a las líneas de mi mano
y, entonces, huyes de ellas
como si de mi alma
se abriera un cuarto oscuro.
          Pero no me temas como antes.
La fiera de mis años no tiene dientes
ni ganas de cazar más soledades.
La fiera ya no se mueve.
Mira el escondite
donde guardaba sus juegos
y al cachorro que perdió en una apuesta.
         Qué voy a decirte ahora
que el tiempo no me enseñase.
Aprendí cómo tus ojos me veían
y como ellos te lloro.
         Vuelve.
Aún me quedan charcos para que saltes.

Carmen Nozal (1964)
Poesía reunida 1991-2021
Nieve de Chamoy / Mastodonte,
México, 2021.

Jueves

II
Mis ojos, sin tus ojos, no son ojos,
que son dos hormigueros solitarios,
y son mis manos sin las tuyas varios
intratables espinos a manojos..
       No me encuentro los labios sin tus rojos,
que me llenan de dulces campanarios,
sin ti mis pensamientos son calvarios
criando nardos y agostando hinojos.
       No sé qué es de mi oreja sin tu acento,
ni hacia qué polo yerro sin tu estrella,
y mi voz sin tu trato se afemina.
       Los olores persigo de tu viento
y la olvidada imagen de tu huella,
que en ti principia, amor, y en mí termina.

Miguel Hernández (1910-1942)
Imagen de tu huella (1934)

17
El toro sabe al fin de la corrida,
donde prueba su chorro repentino,
que el sabor de la muerte es el de un vino
que el equilibrio impide de la vida.
      Respira corazones por la herida
desde un gigante corazón vecino,
y su vasto poder de piedra y pino
cesa debilitado en la caída.
      Y como el toro tú, mi sangre astada,
que el cotidiano cáliz de la muerte,
edificado con un turbio acero,
      vierte sobre mi lengua un gusto a espada
diluida en un vino espeso y fuerte
desde mi corazón donde me muero.

Miguel Hernández (1910-1942)
El rayo que no cesa (1934-1935)

20
No me conformo, no: me desespero
como si fuera un huracán de lava
en el presidio de una almendra esclava
o en el penal colgante de un jilguero.
        Besarte fue besar un avispero
que me clama al tormento y me desclava
y cava un hoyo fúnebre y lo cava
dentro del corazón donde me muero.
        No me conformo, no: ya es tanto y tanto
idolatrar la imagen de tu beso
y perseguir el curso de tu aroma.
        Un enterrado vivo por el llanto,
una revolución dentro de un hueso,
un rayo soy sujeto a una redoma.

Miguel Hernández (1910-1942)
El rayo que no cesa (1934-1935)

23
Como el toro he nacido para el luto
y el dolor, como el toro estoy marcado
por un hierro infernal en el costado
y por varón en la ingle con un fruto.
       Como el toro la encuentra diminuto
todo mi corazón desmesurado,
y del rostro del beso enamorado,
como el toro a tu amor se lo disputo.
       Como el toro me crezco en el castigo,
la lengua en corazón tengo bañada
y llevo al cuello un vendaval sonoro.
       Como el toro te sigo y te persigo,
y dejas mi deseo en una espada,
como el toro burlado, como el toro.

Miguel Hernández (1910-1942)
El rayo que no cesa (1934-1935)

Miguel Hernández (1910-1942)
Poesías completas
Losada, Buenos Aires, 1997.

Viernes

Declinaciones del monólogo

I
Estoy sola,
muy sola,
           entre mi cintura y mi vestido,
sola entre mi voz entera,
           con una carga de ángeles menudos
como esas caricias
que se desploman solas en los dedos.
Entre mi pelo, a la deriva,
un remero azul,
confundido,
busca un niño de arena.
Sosteniendo sus tribus de olores
con un hilo pálido,
contra un perfil de rosa,
en el rincón más quieto de mis párpados
trece peregrinos se agolpan.

II
Arqueándome ligeramente
sobre mi corazón de piedra en flor
para verlo,
para calzarme sus arterias y mi voz
en un momento dado
en que alguien venga,
y me llame...
pero ahora que no me llame nadie,
que no quepo en la voz de nadie,
que no me llamen,
porque estoy bajando al fondo de mi pequeñez,
a la raíz complacida de mi sombra,
porque ahora estoy bajando al agónico
tacto de un minero, con su media flor al hombro,
y una gran letra de te quiero al cinto.
          Y bajo más,
a las inmediaciones del aire
que aligerado espera las letras de su nombre
para nacer perfecto y habitable.
Bajo,
desciendo mucho más,
¿quién me encontrará?
Me calzo mis arterias
(qué gran prisa tengo),
         me calzo mis arterias y mi voz,
me pongo mi corazón de piedra en flor,
para que en un momento dado
alguien venga,
         y me llame,
y no esté yo
ligeramente arqueada sobre mi corazón, para verlo,
y no tenga yo que irme y dejar mi gran voz,
y mi alto corazón
de piedra en flor.

Eunice Odio (1919-1974)
Obras completas (tres tomos).
Edición de Peggy von Mayer
Universidad de Costa Rica,
Costa Rica, 1996.

Sábado

El caballo muerto

Media noche. Sobre las piedras
de la calzada hay un caballo muerto.
Aún faltan cinco horas
para que venga el carro de “La Única”
y se lo lleve. Ese caballo viejo,
hedoroso de sangre coagulada,
ese pobre vencido, fue un obrero.
Un hermano del pájaro, un hermano del perro.
Fue el hermano caballo que anduvo bajo el sol,
que anduvo bajo el agua, que anduvo entre los vientos
tirando de los carros
con los ojos cubiertos.
Fue el hermano caballo. Ninguno irá a su entierro.

Raúl González Tuñón (1905-1974)

La luna con gatillo

Es preciso que nos entendamos.
Yo hablo de algo seguro y de algo posible.
Seguro es que todos coman
y vivan dignamente
y es posible saber algún día
muchas cosas que hoy ignoramos.
Entonces, es necesario que esto cambie.
       El carpintero ha hecho esta mesa
verdaderamente perfecta
donde se inclina la niña dorada
y el celeste padre rezonga.
Un ebanista, un albañil,
un herrero, un zapatero,
también saben lo suyo.
       El minero baja a la mina,
al fondo de la estrella muerta.
El campesino siembra y siega
la estrella ya resucitada.
Todo sería maravilloso
si cada cual viviera dignamente.
       Un poema no es una mesa,
ni un pan,
ni un muro,
ni una silla,
ni una bota.
       Con una mesa,
con un pan,
con un muro,
con una silla,
con una bota,
no se puede cambiar el mundo.
       Con una carabina,
con un libro,
eso es posible.
      ¿Comprendéis por qué
el poeta y el soldado
pueden ser una misma cosa?
        He marchado detrás de los obreros lúcidos
y no me arrepiento.
Ellos saben lo que quieren
y yo quiero lo que ellos quieren:
la libertad, bien entendida.
       El poeta es siempre poeta
pero es bueno que al fin comprenda
de una manera alegre y terrible
cuánto mejor sería para todos
que esto cambiara.
       Yo los seguí
y ellos me siguieron.
¡Ahí está la cosa!
       Cuando haya que lanzar la pólvora
el hombre lanzará la pólvora.
Cuando haya que lanzar el libro
el hombre lanzará el libro.
De la unión de la pólvora y el libro
puede brotar la rosa más pura.
       Digo al pequeño cura
y al ateo de rebotica
y al ensayista,
al neutral,
al solemne
y al frívolo,
al notario y a la corista,
al buen enterrador,
al silencioso vecino del tercero,
a mi amiga que toca el acordeón:
—Mirad la mosca aplastada
bajo la campana de vidrio.
      No quiero ser la mosca aplastada.
Tampoco tengo nada que ver con el mono.
No quiero ser abeja.
No quiero ser únicamente cigarra.
Tampoco tengo nada que ver con el mono.
Yo soy un hombre o quiero ser un verdadero hombre
y no quiero ser, jamás,
una mosca aplastada bajo la campana de vidrio.
      Ni colmena, ni hormiguero,
no comparéis a los hombres
nada más que con los hombres.
      Dadle al hombre todo lo que necesite.
Las pesas para pesar,
las medidas para medir,
el pan ganado altivamente,
la flor del aire,
el dolor auténtico,
la alegría sin una mancha.
      Tengo derecho al vino,
al aceite, al Museo,
a la Enciclopedia Británica,
a un lugar en el ómnibus,
a un parque abandonado,
a un muelle,
a una azucena,
a salir,
a quedarme,
a bailar sobre la piel
del Último Hombre Antiguo,
con mi esqueleto nuevo,
cubierto con piel nueva
de hombre flamante.
      No puedo cruzarme de brazos
e interrogar ahora al vacío.
Me rodean la indignidad
y el desprecio;
me amenazan la cárcel y el hambre.
¡No me dejaré sobornar!
      No. No se puede ser libre enteramente
ni estrictamente digno ahora
cuando el chacal está a la puerta
esperando
que nuestra carne caiga, podrida.
      Subiré al cielo,
le pondré gatillo a la luna
y desde arriba fusilaré al mundo,
suavemente,
para que esto cambie de una vez.

Raúl González Tuñón (1905-1974)
Poesía reunida
Seix Barral, Barcelona, 2012.

Domingo

Filial

Por las noches
mi madre apagaba sus angustias
y encendía una oración.
       Manos unidas,
corazón ungido
con amarillo aceite de humildad,
por nosotros oraba
y engendraba milagros.
       Al creador de esperanzas
rogaba por un pan multiplicado.
Burbujeante y traslúcida
adoraba su fe.
       Entonces
Padrenuestro bajaba de los cielos
veía la pobreza de las sábanas
y se quedaba a dormir en nuestra almohada.

Queta Navagómez (1954)

Nostalgia de luciérnagas

Duerme mi madre en una tierra ajena.
Cosecha nomeolvides
bajo montes de un sepia funerario.
        Ya no pudo volver
quien herida partió…
        Y mi pueblo continúa guardando
jirones de su acento,
el vuelo de su falda,
los ecos de su prisa.
La esconde entre sus muros,
le da abrigo en su iglesia,
le permite rezar
a la luz compasiva de los cirios.
       Terminó para ella
la torridezde marzo
sangrando en buganvilias.
Sin sus labios
en vano fructifican aguasmalas.
       ¿Padecerá nostalgia de luciérnagas?
¿Extrañará en agosto
los minuetos del grillo?
        Persigo su fantasma
para untarme sus manos.
       Como sol veraniego
al borde de la plaza su imagen se entretiene,
enciende clavellinas,
desparrama gardenias,
hace danzar al agua
y en muros de salitre se disuelve.

Queta Navagómez (1954)

Hornillas sin lumbre

En tierras ajenas duerme mi madre
y escucha lo delgado de la lluvia
gotear entre el mutismo y las raíces.
        Se me estará enfermando de nostalgia
mientras cuento a la casa que ella ha muerto
y tiemblan de pesar las telarañas.
        Y esta casa la espera todavía
con una puerta tercamente abierta
y la quietud de sillas empolvadas.
        Las hornillas sin lumbre
preguntan por sus manos.
Por sus manos preguntan
sin lumbre las hornillas.
       En el huerto aún la aguardan
la brutal desnudez de los ciruelos
y el maltrecho esqueleto de un rosal.
       En tanto que mi madre y su fantasma
–anónimos y solos–
escuchan lo delgado de la lluvia
bajar en espirales
y un anhelo de azaleas encendidas
estremece el descanso.

Queta Navagómez (1954)
Raíces de mangle.
Primer lugar nacional del
VIII Concurso de Poesía del Pitic
y Reconocimiento Alonso Vidal.
Instituto Municipal de Cultura y Arte,
Hermosillo, Sonora, 2009.


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