Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Lunes, 07 de Noviembre de 2022
Por: Felipe Garrido
Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.

Lunes

Figuras a contraluz

Transfigurada

Venías sobre la noche,
transfigurada en sauce
o en lamento,
pintando de cal negra las paredes.
Con ese filo azul de los cuchillos
degollabas fantasmas,
hundías la desventura de tu reino
en los ojos de infantas dormidas.
Has olvidado todo,
y yo te sigo viendo amarrada del cuello
a un alfiler,
visitando los fardos del corredor vacío.

Canciones para Drusila

Abres, Drusila, los ojos
y el delfín que navega en tus pupilas
reconoce en un salto los rosales.
Al verdor has vuelto niña.
Joven cantil, es tu rastro la llama
para incendiar la seda,
origami tu paso que persigue
el verde garabato del cocuyo.
Niña volátil que el papalote envidia,
cierras los ojos:
ronroneo imperceptible que me evoca
la imagen de la niña que no tengo.

Figuras contra la luz

1. He sido la sombra del relpampago
tú el consorte.
Hemos sido,
en el vértigo de la carne conferida
a cuentagotas,
figuras perdedizas recostadas contra la luz.

2. Nada fluye.
Ni un insecto desmantela el cuenco desnudo de la tarde.
Entre piedras la sangre es incienso,
el rescoldo, amor.
Miramos los residuos del día
bajo la luz de sitios donde nunca habremos de mirar.
Allí, los tiestos de violetas,
el sonido de un mar siempre de vuelta,
las manos en la luz.

3. Obstruimos los postigos a la calle.
Papel de cera, la cerradura y su ojo.
Para esconder la claridad
bebí la flama que guardas en tus dedos
como crisol de estaño
–lentejuelas mi cuerpo,
jícara que derrama
la azul fosforescencia de tu boca.

4. En la ciénega del día,
en el lodo de todas las recámaras.
¿No alcanzas a ver el perfil luminoso del agua?
Elegiste lo obscuro.
Se alarga la penumbra en mi lomo
de perra suplicante.

5. Oigo tu voz,
ronco maullido,
gato alrevesado contra la noche sola.
No ves los cangrejos que estremecen mi insomnio,
ni cuántos niños muertos afilan en mi pecho
sus colmillos de leche.
En las horas del sueño,
infinitos los surcos
que en uñas de tu voz abren mis tímpanos.

6. Eres el holograma de la noche,
mezquina habitación de sanguijuelas
contra tu propia sangre.
Qué rara disposición la de tu cuerpo en despedida,
catalejo vuelto contra sí,
almena donde buscan mi rastro las ballestas.

7. Un peso abrumador esta casa de sombras;
su densidad desarbola el paisaje.
Sin gobierno,
sumida en la violencia espiral de los adioses,
es un gusano ciego,
un búcaro de sangre putrefacta.
Todo en mi casa es Babel.
Magma sobre piedras en dislocado encuentro.

8. El consorte de la sombra
es la otra sombra.

La casa

Paciente viuda negra en la red
que atesora el error del trapecista.
Sitio de los espejos cóncavos.
No deja que te marches.
Cuando logras escapar de la urna de vidrio
ya impregnó en tus pulmones un rumor de aguacero
y en tus ojos
ese reflejo azul de los que mueren
sin volver al mar.
La casa no tiene paradero
ni llaves
ni postigos.
Es un ángel de la guarda
con colmillos de lobo.

Regreso a Perugia

Ahora comprendo por qué me lanzáis llamas tan obscuras, como si quisierais
agolpar todo vuestro poder en una sola mirada.
Rückert Mahler, Kindertotenlieder

Como quien regresa de penosa travesía, he vuelto al sitio que escogiste para usurpar también mi muerte. Y aquí, donde la soprano recreó las notas doloridas, las estatuas infantiles que escoltan tu presencia ominosa parecen celebrar la involuntaria rendición del tiempo, la ausencia de palomas.
Sabías lo inútil del periplo, la transitoria luz de otras ciudades. He olvidado ya todos sus nombres y la azul displicencia de sus jóvenes.
Hay falsa luz en el paisaje del ciego.
Agua que duerme, la opacidad de tus formas. Me has seguido, incansable, en el alma del cielo y tus manos de niño se filtraron en todos mis espejos.
Hubiera querido morir en otro lado, donde perdí el zureo de las aves blancas. He vuelto a ti, anudado del tiempo, y la sombra de tusojos de piedra me ancla, irremediable, en este cementerio sin palomas.

Malva Flores (1961)
Poesía joven. Veinticinco años
de un premio literario.

Selección, nota introductoria y prólogo de
Eduardo Langagne y Juan Domingo Argüelles
Premio Nacional de Poesía Joven de México 1991.

Martes

Gente desconocida

A una vieja flor

mi abuela
lleva en los ojos
fotografías color sepia

*

se llama flor
es más simple que su nombre
viene del campo como la manzanilla
a veces no duerme comoel huele de noche
llora desbaratada igualque un diente de león
que aconseja y da palabras
en ramos de nomeolvides
(mientras
sus amigos mueren
girasoles ciegos)

su nombre es flor
clavel y rosa
flor de naranjo nochebuena
piel de flor a flor de piel
flor con alma sensitiva
aunque es fácil nombrarla
otras palabras florecen en mi boca

*

ella no es gris
sino azul
es el mar
viva y oleante
quien dice atrevido que marchita hacia la muerte

nadie diga que sus canas son tristes
que su sexo palidece deshojado
que camina lerdamente entre fantasmas
que le quedan palabras de polvo y nostalgia
mi abuela es mía desde que la elegí
su voz escucho cada vez que le canto
porque la llamo todavía
no digan que no existe
ni que es una flor muy vieja
no
nadie la jubile de vivir
pues aún la habitan peces
inagotable agua
semillas marinas que germinan siempre
es un océano de luz y presencia
o al menos la gota

cuyo nombre termina
hasta que toca la tierra 

Marcela Reyna (1972)
Poesía joven. Veinticinco años
de un premio literario.

Selección, nota introductoria y prólogo de
Eduardo Langagne y Juan Domingo Argüelles
Premio Nacional de Poesía Joven de México 1995.

Miércoles

Solitario

Alguien toca los vidrios de la ventana
Yo estoy desnudo escribiendo una carta
a un amigo muerto hace un montón de años
Me asomo a la ventana y no hay nadie
sólo un gato camina por un muro vecino
Debe ser el viento digo
Vuelvo a sentarme a la máquina
Alguien ha borrado lo que yo
había escrito
Se nota claramente que lo han borrado
Quién diablos ha hecho esto
Abro el closet
Busco debajo de la cama
Muevo la mesa
Debo estar viendo visiones
Hace tres días que no como
Empiezo de nuevo a escribir la carta
Le cuento lo difícil que está la vida
que sería bueno pensar en un viaje
Ahora mueven la puerta
Alguien da golpes con la aldaba
Pregunto que quién es
Nadie responde
Mi cuerpo se pone carne de gallina
Disimulo tener valor y abro la puerta
Adelante digo bondadosamente
No entra nadie
Debo estar loco
Estoy perdiendo el juicio
Me hace falta una mujer
Haré pedazos esta carta
Retiro el papel de la máquina
Apago la luz
Dudo si masturbarme o rezar
En ese momento me acuerdo
de una película en la TV
Enciendo el televisor
Mañana escribiré la carta

Tomás Harris (1956)

Debo estar viendo visiones

Te voy a contar una historia,
te voy a contar una historia, paloma,
aquí en esta solitaria playa de Cipango,
desnudos tu y yo,
aunque sólo sirva para disminuir un instante de tu odio;
a esta historia miserable
la investiremos de gesta,
de gesta individual y podrida,
gestada entre el silencio y el cielorraso,
entre los crujidos de la noche en medio del vacío
y con el deseo como único sol fulgurando al borde
de la muerte;
esta gesta de la nada que te narro
debe ser como una fuente de perlas y rubí,
el blanco y el rojo confundidos
en estas sábanas junto al mar
para derramarnos al siguiente paso
este es mi deseo: así como te he cubierto,
así como me he derramado en tu cuerpo tan joven,
así,
derramarme y cubrir este panorama desolado
que contemplamos
mar y silencio,
rezumantes de jugos corporales,
tú y yo:
ya se apagaban los ultimos neones como emblemas
de un falso mundo luminoso,
ya se iban los 90,
la peste desbordó por esos mismso parajes:
estas que ves frente a tu cuerpo todavía tembloroso,
pálidas y desmendradas,
a punto de apagarse para siempre al primer soplo
de verdadera pasión
son las últimas ciudades de Sudamérica:
Cipango, Tebas,
Cathay, California,
Argel, Tenochtitlan:
perros son esos que ladran en las esquinas
contra el miedo;
viento, esos murmullos que sobrevuelan los callejones
borrando las señas de la muerte;
tiempo, eso que transcurre sin huella,
empedrando las ganas, esas momias de nuestros pueblos;
estas que ves son las 7 últimas ciudades de Sudamerica
como 7 planetas de barro y silencio
fulgurando sin luz propia
en 7 descampados estancos:
aunque el camuflage sea perfecto,
la ornamentación de la decrepitud y las tablas y la tierra,
esta gesta transcurre en pleno Reino del Poder;
soy el viejo Helicón y no miento,
es peligroso, paloma,
que estemos aquí en esta playa baldía
hablando como hablamos
de la muerte,
del amor,
del silencio;
es peligroso hablar así:
yo no sé nada de poesía,
sólo me sé a tu lado
en esta intemperie,
en los margenes de Cipango,
bañados por la luna cruel.

Tomás Harris (1956)
En el mismo río, antología con selección del autor (1985)
Ediciones UDP, Santiago, 2017.

Jueves

Sollozos

Yo siempre llego tarde
a los entierros,
cuando los ojos
de los concurrentes
ya han secado
y algunos ya olvidaron
la cara del difunto,
qué edad tenía,
de qué murió.
Entonces llego yo
con mi llanto anacrómico,
con el negro de mi luto
en todo su candor aún,
reparto abrazos
como incendios,
retengo entre mis manos
las manos de la viuda
y de los huérfanos,
todo el cortejo asiste
a mi dolor,
nadie se atreve a contrariarlo,
la gente se avergüenza
y vuelve a apretujarse
alrededor del muerto,
la viuda no resiste
y rompea sollozar,
los huérfanos también
y el llanto crece nuevamente,
alcanza a todos,
los que no habíamos llorado aún,
los que andan por ahí,
que advierten que es un llanto
de reflujo,
de envergadura,
y entran en él,
se olvidan de sus muertos,
o los recuerdan con más claridad,
y el llanto se hace caudaloso,
arrastra llantos de otras épocas,
se advierte su bramido de gran llanto
que se expande
y se desliga de los muertos,
por eso llego tarde
al llanto de los otros,
vengo con otro llanto
en la garganta
que suelto entre los cuerpos húmedos
y veo cómo se prende en cada lágrima,
cómo se enrosca,
cómo crepita en cada uno,
y soy el único que sabe
que es mi desdicha
la que están llorando,
que están llorando por mis muertos,
que me regalan sus sollozos.

Fabio Morábito (1955).

Viernes

Secrecía de cocina y alcoba

7
En el secreter:
mueble tablero secretario
–guardián de la letra i–
(línea corta de la mano)
–y de la larga ele–
(a veces la vida va largamente a la deriva).
Guardo picos de golondrina
–consagrada a la Madre Isis–
(en el cajón más oculto).
Y guardo la yesca el fuego la hoguera
y mi sapiencia de una espía doble.

8
“Dueña del secretismo más secreto
se ocultó secretamente”
(entre la gente de bien).
Este cuento no se lo traga nadie…
ni la madre que la parió (en secreto)
y que la engendró (en secreto)
ni la secretaría del Tesoro.
Dueña de secretos
(en el más secretísimo secreto)
se oculta bajo la cama
donde nadie mete la escoba,
donde se guardan los orines
y anidan los fantasmas.

10
Se dieron el sí en secreto
y hasta el canario se enteró
y hasta el gato
recién bajado del árbol
y hasta la abuela
con dolor de panza
y hasta el mismísimo Señor de los Cielos.
Y se dieron el anillo en secreto
–alfa y omega de metal desenterrado por
manos laboriosas de cuentos ya leídos–.
Y en secreto
invocaron al canario (en la panza del gato)
al gato (en la panza de la abuela)
y al mismísimo Dios
y el secreto (que nunca fue secreto)
desapareció como una nube entre las hojas
de un árbol de ocultas raíces
y de bien plantada fronda.

12
Hay secretos y secretos:
los hay pequeños como fístulas
y grandes como infiernos de pueblo chico.
Hay secretos que pocos comprenden
–lasluces no están hechas para todos–.
Ya se dijo:
“No hay que arrojar joyas a los cerdos”.
Los secretos ocultan un secreto
mayor y desmedido…
Y el Gran Secreto se oculta en sí mismo…
Y yo me oculto de mis secretos
como de la peste.

Becky Rubinstein F. (1946)
Secrecía de cocina y alcoba
Tintanueva Ediciones, México, 2014.

Sábado

La desterrada

I

Yo no canto
para dejar testimonio de mi estancia,
ni para que me escuchen los que, conmigo, mueren,
ni para sobrevivirme en las palabras.
Canto para salir de mi rostro en tinieblas
a recordar los muros de mi casa,
porque entrando en mis ojos quedé ciega
y a tientas reconozco, cuando canto,
el infinito umbral de mi morada.

II

Cuando me dividiste de ti, cuando me diste
el país de mi cuerpo y me alejaste
del jardín de tus manos,
yo tuve, en prenda tuya, las palabras,
temblorosos espejos donde a veces
sorprendo tus señales.
Sólo tengo tus palabras, sólo tengo
mi voz infiel para buscarte.
Reino oscuro de enigmas me entregaste
y un ángel que me hiere cuando te olvido y callo,
y es lengua doliente y una copa sellada.
Esto es la poesía. No un don de fácil música
ni una gracia riente.
Apenas una forma de recordar, apenas
—entre el hombre y tu orilla—
una señal, un puente.
Por él voy con mis pasos,
con mi tiempo y mi muerte,
llevando en estas manos prometidas al polvo
que de ti me separan, que en otra me convierten
y que es mi frontera inexpugnable,
un hilo misterioso, una escala secreta,
una llave que a veces abre puertas de sombra,
una lejana punta del velo centelleante.
Esto tengo y no más. Una manera
de zarpar por instantes de mi carne,
del límite y del nombre que me diste,
del ser y el tiempo en que me confinaste.
Has querido dejarme un torpe vuelo,
la raíz de mis alas anteriores
y este nublado espejo, teatro apenas
de la memoria que me arrebataste.
Y yo que fui contigo solamente
una sonora gota de tu música oceánica,
lloro bajo la cifra de mi nombre,
en esta soledad de ser yo misma,
de ser entre mi sangre un nostálgico huésped
que su idioma ha olvidado, mas no olvida
que es hoja separada de su ramo celeste.


III

Pero voy caminando hacia el retorno.
Pero voy caminado hacia el silencio.
Pero voy caminando hacia tu rostro,
allá donde la música dejó ya de ser tiempo,
allá donde las voces son todas la voz tuya.
Aún es mi camino de palabras
aún no me disuelves de tu música,
aún no me confundes y me salvas.
Mas tú me tomarás desde el cadáver
vacío de mis pasos,
derribará tu soplo la muralla
y apagará la vacilante antorcha
con que mi voz, abajo, te buscaba.
Recobrarás la espada
que un ángel puso en mi costado
y este sonoro sello que en mi frente
me señaló un destino de nostalgia.
Y callaré. Devolveré este reino
a frágiles palabras.
¿A qué cantar entonces, si ya habré recordado,
si estará abierta entonces esta rosa enigmática?

Margarita Michelena (1917-1998)
Poesía en movimiento. México 1915-1966
Selecciones y notas de Octavio Paz,
Alí Chumacero, José Emilio Pacheco
y Homero Aridjis. Prólogo de Octavio Paz.
Siglo XXI, México, 1966.

Domingo

El holograma de Tiresias, Auguste Dupin de la tragedia, instruye a
Lobo sobre la resurrección

La expresión “la muerte de los relatos” es una santa huevada,
Lobo, para mantener a los nuevos sabios de la tribu
bien pagados de sus confortables catedrales y lujosos papiros.
Pero no te confundas, bestia salvaje, que no son catedrales
ni papiros arcanos esos, sino idolas post medievales,
y alquimistas masturbatorios en decadencia cantada.
Te lo doy firmado por mis aciertos tebanos.
Ahora afina tu eólico sentido, lupus canis, que ésta es la firme.
Un sacrificio sin un viaje iniciático es como eyacular
en el vacío. Y tu semen de bestia salvaje, fluido sagrado,
es una potencia de tu cuerpo que no puedes desperdiciar.
Y antes de hacerte a la mar océana, debes saber las causas
y las formas de tu búsqueda: qué esperan las sombras de los lobos
masacrados por los Cazadores del Deseo, para liberar a tu
loba Eurídice de aquellas confusas oscuridades.
Los lobos masacrados por los Cazadores del Deseo que aúllan
por toda la eternidad en el Lupus Hades, ya son vampiros
ávidos, pero no todo vampiro ni licántropo tiene sed de sangre.
Estos licántropos de sombra a los que habrás de enfrentarte en
el Hades Lupus no ansían sangre para seguir aullando
en las confusas oscuridades, sino oro, oro líquido,
que deberás llevar a las profundidades en forma de lingotes
o pepitas como por las que se mataron en California
los buscadores del áureo metal, o por los que masacraron
a los habitantes originarios de las Indias Occidentales, cuando aún
no eran esta Putamérica de hoy, los portentosos conquistadores
del imperio peninsular de España. Deberás aprender a oler,
a aguzar tu olfato aún más, a obliterar tu instinto de sangre
por el instinto del oro, que ambos, sangre y oro, son
portadores del Poder y la Muerte.
Ergo, Lupus Áureo, si me permites que te llame así,
deberás hacerte de una stultifera navis y un puñado
de tus bráder lupinos y enfilar la negra cóncava nave hacia
las Indias de las que te hablo, una tierra que día a día decae más:
La tierra de los muertos, la tierra de los cactos,
donde las imágenes de piedra se levantan y la mano
de un muerto implora bajo el parpadeo de las estrellas,
que se les van en sus ciudades donde los labios han olvidado besar
y el amor se acurruca bajo las fauces de neón, temblando.
El castigo del cuerpo, en su sueño de perro.
No te confíes sólo de la luna a la que tanto has aullado de amor y odio,
Ni del cielo agujereado de estrellas, lo primero que viste
al ser parido en lo más umbrío de tu bosque natal,
porque las estrellas en altamar son cambiantes en su
cielo borracho, no como las del bosque, fijas en su
elemento, el humus y los erguidos pinares.
Por eso te obsequiaré esta rosa. Es la rosa de Paracelso,
una rosa transmutada en el elemento de tu búsqueda.
Sus pétalos dorados te guiarán hacia las madrigueras del oro,
allá, en el cada vez más desolado y transparente Nuevo Mundo.
Hazte de un puñado de lobos hambrientos y marcados,
ya sea por las trampas herrumbrosas o por las balas de
plata de esos Cazadores del Deseo que siempre los han acosado.
Esta estrategia te proporcionará una manada licántropa
que no dudará en morder al primer aullido, por su ira
acumulada. Escucha, Lupus Enamorado, la ira será
tu más deletérea arma, la ira y el amor perdido serán
El alma salvaje de tus colmillos y de los colmillos
de tu tripulación lobuna. Y el deseo, te lo repito,
el deseo, vuestra causa teñida de sangre y crueldad.

Tomás Harris (1956)

El holograma de Tiresias se le aparece a Lobo en las
Indias Occidentales y le da consejos estratégicos

Deberás buscar aliados en estas tierras extrañas, Lobo.
Lee con atención este libro que ahora te cito:
Relación de la conquista de México, su autor,
el tan diestro en ardides como Odiseo, Hernán Cortés,
pero tan colérico en la guerra como Aquiles,
y tan ansioso del oro como Cristoforo Columbus.
Tu ahora mágico y precioso metal.
Adéntrate en sus páginas y aprende sus estrategias,
Mas no cometas sus errores, Lobo, en tus correrías.
No quemes tus naves ni traiciones a los traidores.
Busca en las Indias Occidentales a tus hermanos,
los nahuales, cada uno de ellos un doble animal.
Pero con dominio sobre los humanos a los que replican.
No son como los Döpenngangler de tu burgo post-medieval;
más bien mantienen la herencia del animal que los
habita y su doble condición los hace inapresables
para trampas humanas, y no son objetos de cacería.
Busca a los pumas, a lobos americanos, y a los nahuales
del aire, águilas y murciélagos. Pero no desdeñes a los perros
ni a los coyotes; te servirán en tu causa si sabes
hermanarte con sus respectivas naturalezas;
no son asesinos, pero si te enfrentas a ellos sucumbirás
a su magia, porque están en hermandad con los cielos
y la Tierra, con las flores que se agostan por las
noches y con el sol que despunta el oro bermellón
de cada madrugada donde se aparean la vida y la muerte.
En alguna urbe perdida, entre las abras de las torres
relumbrantes de neón, en las ya fulgurantes ciudades,
debes buscar una hembra humana que te guarezca
de los hombres. En las Indias también te temen,
Lobo, los hombres. Aquella hembra debe ser una
aborigen de esas tierras, una Malinche urbana.
La reconocerás por su fulgor crepuscular,
por su conocimiento de la noche y las calles ciegas,
por su frágil silueta negra como a punto de desaparecer
al primer atisbo de luz solar.
Se llama, como siempre, Aurelia, y dirá de sí misma
Je suis l’otre, recordando a su amante suicidado
en una miserable callejuela de París,
ese príncipe de Aquitania de la torre abolida.
Su cuerpo es una extensión de geroglifos y pinturas rupestres,
en llanuras como las de Nazca y grutas como las de Lascaux,
donde deberás leer no el mapa sino sus sinuosidades;
no el cuerpo, sino el camino hacia el oro.
Su nahual, el animal que la duplica, no sé cuál es.
Eso deberás leerlo con tus garras
en sus geroglifos y pinturas rupestres, o en los temblores de
su carótida que palpitará 7 veces 7
cuando le cites el desgarro fatal de Nerval:
Sí, soy yo, pero póstumo.
Porque en una grieta de su mente,
que decae prematuramente en su deseo,
como todo en este Nuevo Mundo en el que ahora husmeas,
Lobo, los románticos tardíos se le pueden haber
infiltrado clandestinos por un sueño de madrugada
donde le oprimió el pecho un súcubo de Nerval.
Tal vez lleve el verso que hará de sortilegio a su doble,
marcado a fuego en algún confín remoto de su cuerpo.
No sé en qué lengua, si en náhuatl, quechua, sáncrito,
mapundungun, arameo, latín bajo o splanglish…
Esas que susurraban el Primer Día de la Creación, acá.
Aurelia será tu Beatrice de las Indias, Circe y
Calipso a la vez, mas debes ser cauto, Lobo, y no clavar
tus colmillos en su cuello: ya alguna vez fue mordida
por un vampiro de estas tierras del confín,
en un amanecer Mood Indigo como la melodía.
Por lo tanto, no podrás contaminarla por segunda vez:
india, vestal, monja, puta, santa o fantasma,
si hallas el verso adecuado, sin duda reconocerá
tu licántropa condición y te llevará por los laberintos
de las Indias que conducen a tu implacable talismán:
el oro. Pero, como Odiseo, Lobo, no debes dejarte
atrapar por sus dádivas ni por sus negras sábanas.
Recuerda que es como cualquier nahual de las Indias.
Un recurso para liberar a Loba del Hades Lupus:
debes ser despiadado y cruel, el cuchillo y la herida a la vez.
Sedúcela con tus colmillos, sácale el mapa del oro
y abandónala después en un cementerio clandestino
o en una carretera perdida, con esas gasolineras de Hopper,
tan tristes, pero eficaces para los amores despiadados.

Tomás Harris (1956)
Lobo
Lom Ediciones, Santiago, 2007.


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