Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Lunes, 16 de Enero de 2023
Por: Felipe Garrido

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.

Lunes

Abuela crecimiento

Ne turi
mis niños
la abuela Nakawé
la más vieja
la creadora del mundo
desde abajo del suelo
empuja las raíces.
Empuja porque broten
el árbol y la milpa
que habrá de regalarnos.
Nakawé
viejecita
abuela crecimiento
empuja más y más.
Nakawé infatigable
añosa y encorvada
por cargar en le espalda nuestros días.
¿No piensas descansar?
Nakawé
Nakawué
bisabuela del mundo
apóyate en bastones
a pasitos camina
acércate a tus hijos
acércate a tus hijos
que a visitarte vienen.
Ríe con la blancura
que en tus canas se vierte.
Desdentada la boca
arrugados los labios
ríe ríe
que tu risa es un pájaro
empeñado en volar.
Sagrada bisabuela
la del cuerpo reseco
y las manos soleadas
han venido a mirarte
los niños chuparrosa.
Desdentada la boca
ríe ríe
Nakawué
Nakawué,

Queta Navagómez (1954)

Tatei Nakawué

Tiene sed nuestra abuela
nuestra madre quiere agua
quiere ofrendas en jícaras
de chaquira azules.
Denle agua mis niños,
en la celeste jícara
que nuestra fe adornó.
Gran oreja significa tu nombre.
Largas orejas tiene Nakawué.
Enormes las orejas
para escuchar los ruegos
de los niños.
Nakawué
Nakawué
la amada bisabuela
la creadora del mundo
siempre estará al pendiente
siempre habrá de escucharlos
pajarillos en flor.
Queta Navagómez (1954)

Tatei Matinieri

Ne turi
mis niñitos
en Tatei Matinieri
tienen su casa nuestras madres agua.
Madres agua del este y el oeste
aquellas que están viendo para acá.
Para acá
donde está nuestra casa
para acá
donde está nuestra angustia
nuestra milpa y la sed.
Víboras y tortugas
tienen de mensajeras.
Se presentan
lamen piedras
tocan aires
ven arroyos
dicen a nuestras madres
si ya debe llover.
En Tatei Matinieri
en Tatei Matinieri
a medio manantial tienen su casa
circundada por aguas transparentes.
En el fondo
brillan piedras de color.
¡Vean pequeños pájaros
colibríes chiquitos
las piedras de colores!
Cuarzos anaranjados
verdes jades
moradas amatistas
jaspes rojos
como las piedras tébali
en que han de convertirse
las almas de hombres sabios.
¡Vean pequeños pájaros
colibríes chiquitos
las piedras de colores!

Queta Navagómez (1954)
Canto para desplegar las alas.
Primer lugar en el Concurso Nacional
Bienal de Poesía “Alí Chumacero”
2003-2004. En este certamen el libro
fue premiado con el título Canto para
desplegar las alas de los niños pájaro.
Tintanueva Ediciones, México, 2006.

Martes

Oda a la edad

Yo no creo en la edad.
Todos los viejos
llevan
en los ojos
un niño,
y los niños
a veces
nos observan
como ancianos profundos.
Mediremos
la vida
por metros o kilómetros
o meses?
Tanto desde que naces?
Cuánto
debes andar
hasta que
como todos
en vez de caminarla por encima
descansemos, debajo de la tierra?
Al hombre, a la mujer
que consumaron
acciones, bondad, fuerza,
cólera, amor, ternura,
a los que verdaderamente
vivos
florecieron
y en su naturaleza maduraron,
no acerquemos nosotros
la medida
del tiempo
que tal vez
es otra cosa, un manto
mineral, un ave
planetaria, una flor,
otra cosa tal vez,
pero no una medida.
Tiempo, metal
o pájaro, flor
de largo pecíolo,
extiéndete
a lo largo
de los hombres,
florécelos
y lávalos
con
agua
abierta
o con sol escondido.
Te proclamo
camino
y no mortaja,
escala
pura
con peldaños
de aire,
traje sinceramente
renovado
por longitudinales
primaveras.
Ahora,
tiempo, te enrollo,
te deposito en mi
caja silvestre
y me voy a pescar
con tu hilo largo
los peces de la aurora.

Pablo Neruda (1904-1973)
Odas elementales.
Ed. Jaime Concha.
Cátedra, Madrid, 1985. 

Hay que cuidarla mucho

Mañana cumpliremos
quince años de vida en esta casa.
¡Qué horror, hermana, cómo envejecemos,
y cómo pasa el tiempo, cómo pasa!
Llegamos niños, y ya somos hombres,
hemos visto pasar muchos inviernos
y tenemos tristeza. Nuestros nombres
no dicen ya diminutivos tiernos,
ingenuos, maternales, ya no hay esa
infantil alegría
de cuando éramos todos a la mesa:
“—¡Que abuela cuente, que abuelita cuente
un cuento antes de dormir, que diga
la historia del rey indio…”
Gravemente
la voz querida comenzaba…:
“—Siga
la abuela, siga, no se duerma!”
“—¡Bueno!…”
¡Ah, la casa de entonces! La modesta
casita en donde todo era sereno,
¡Nuestra casita de antes! No, no es esta
la misma. ¿Y los amigos, las triviales
ocurrencias, la gente que vivía
en el barrio… las cosas habituales?
¡Ah, la vecina enferma que leía
su novela de amor! ¿Qué se habrá hecho
de la vecina pensativa y triste
que sufría del pecho?
¡Era de linda! Tú la conociste,
¿No te acuerdas, hermana?
Ella leía siempre una novela
sentada a una ventana.
Nosotros la mirábamos. Y abuela
la miraba también. ¡Pobre! Quién sabe
qué la afligía. A veces ocultaba
el bello rostro, de expresión muy suave,
entre sus blancas manos, y lloraba.
¡Cómo ha ido cambiando todo, hermana,
tan despaciosamente! Cómo ha ido
cambiando todo… ¿Qué se irá mañana
de lo que todavía no se ha ido?
Ya no la abuela nos dirá su cuento.
La abuela se ha dormido, se ha callado:
la abuela interrumpió por un momento
muy largo el cuento amado.
Aquellas risas límpidas y claras
se han vuelto graves poco a poco, aquellas
risas que no se habrán de oír. Las caras
tienen sombras de tiempo en tiempo, huellas
de pesares antiguos, de pesares
que aunque se saben ocultar existen.
En las nocturnas charlas familiares
hay silencios de plomo que persisten
hoscos, malos. En torno de la mesa
faltan algunas sillas. Las miradas
fijas en ellas, como con sorpresa,
evocan dulces cosas esfumadas:
rostros llenos de paz, un tanto inciertos
pero nunca olvidados. ¿Y los otros?,
Nos preguntamos muchas veces. Muertos
o ausentes, ya no están: sólo nosotros
quedamos por aquellos que se han ido,
y aunque la casa nos parezca extraña,
fría, como sin sol, aún el nido
guarda calor: mamá nos acompaña.
Resignada, quizá, sin un reproche
para la suerte ingrata, va olvidando,
pero, de cuando en cuando, por la noche,
la sorprendo llorando:
“—¿Qué tiene, madre? ¿Qué es lo que la apena?
¿No se lo dirá a su hijo al hijo viejo?
¡Vamos, madre, no llore, sea buena,
no nos aflija más… basta!” —¡Y la dejo
calmada, libre al fin de la amargura
de su congoja atroz, y así se duerme!
¡Húmedas las pupilas de ternura!
¡Ah, Dios no quiera que se nos enferme!
Es mi preocupación… ¡Dios no lo quiera!
Es mi eterno temor. ¡Vieras! No puedo
explicártelo. Sí ella se nos fuera
¿Qué haríamos nosotros? Tengo miedo
de pensarlo. Me admiro
de cómo ha encanecido su cabeza
en estos meses últimos: la miro,
la veo vieja y siento una tristeza
tan grande… ¿Esa aprensión nada te anuncia
hermana? Tú tampoco estás tranquila:
tu perdida alegría te denuncia…
También tu corazón bueno vigila.
Yo no sé, pero creo que me falta
algo cuando no escucho
su voz. Una inquietud vaga me asalta…
Hay que cuidarla mucho, hermana, mucho.

Evaristo Carriego (1883-1912)
La Canción del Barrio y otros poemas.
Selección e Introducción de Javier Aduriz
Editorial Biblos, Buenos Aires, 1984.

Miércoles

Di por qué

Di por qué, dime abuelita,
di ¿por qué eres viejita?,
di ¿por qué sobre las camas
ya no te gusta brincar?
Di ¿por qué usas los lentes?
Di ¿por qué no tienes dientes?
Di ¿por qué, son tus cabellos
como la espuma del mar?
Micifuz siempre está
junto al calor, igual que tú,
Di por qué, frente al ropero
donde hay tantos retratos,
di ¿por qué lloras a ratos?
Dime abuelita, ¿por qué?

Abuelito

Abuelito, "Voy, voy",
ven a contarme algún cuento
de esos mil que tú te sabes
y que trate de misterio o de amor.
Abuelito, "Voy, voy",
se acaba el día, es ya muy tarde,
sonó la hora deslumbrante
de princesas, caballeros y el dragón.
Y si Blanca Nieves en el bosque
con los enanitos va a jugar
y si en el castillo del gigante
el Gato con Botas dice "miauuu".
Abuelito, "Voy, voy",
quiero subir a tus rodillas
para escuchar las maravillas
que relatas, abuelito, abuelito
"voy, voy, voy, ya voy".
Abuelito, "voy, voy"
cuando la noche va cayendo
cuando ya brillan los luceros
quiero cuentos y más cuentos, por favor.
Abuelito, "voy, voy"
tu fantasia jamás me cansa
pues me conduce en sus alas
hasta el reino de la magia y el valor.
Vuelve a repetirme Pulgarcito
que en un dedal puede caber
y que con sus botas encantadas
salta las montañas a placer.
Abuelito, "Voy, voy",
cerca de ti estoy contento
sintiendo reales esos cuentos
que me cuentas, abuelito, abuelito…
"Voy, voy, voy, ya voy".

El ropero

¡Toma el llavero, abuelita,
y enséñame tu ropero!
Con cosas maravillosas
y tan hermosas que guardas tú.
¡Toma el llavero, abuelita,
y enseñame tu ropero!
Prometo estarme quieto
y no tocar lo que saques tú.
¡Ay, qué bonita espada
de mi abuelito el coronel!
Deja que me la ponga
y entonces dime si así era él.
Dame la muñequita
de grandes ojos color de mar.
Deja que le pregunte
a que jugaba con mi mamá.
¡Toma el llavero abuelita
y enseñame tu ropero!
Con cosas maravillosas
y tan hermosas que guardas tú.
¡Toma el llavero abuelita
y enseñame tu ropero!
Prometo estarme quieto
y no tocar lo que saques tú.
Enséñame tu vestido
que hace ruidito al caminar,
y cuéntame cuando ibas
en carretela con tu papá.
Dame aquel libro viejo
de mil estampas, lo quiero abrir.
A los niños en estos tiempos
los mismos cuentos nos gusta oír.

Cri-Cri
Francisco Gabilondo Soler (1907-1990)
Cri-Cri-Letras.com

Jueves

Rima XXIX

Sobre la falda tenía
el libro abierto,
en mi mejilla tocaban
sus rizos negros:
no veíamos las letras
ninguno, creo,
mas guardábamos entrambos
hondo silencio.
¿Cuánto duró? ni aun entonces
pude saberlo;
sólo sé que no se oía
más que el aliento,
que apresurado escapaba
del labio seco.
Sólo sé que nos volvimos
los dos a un tiempo
y nuestros ojos se hallaron
y sonó un beso.
Creación de Dante era el libro,
era su Infierno.
Cuando a él bajamos los ojos
yo dije trémulo:
¿comprendes ya que un poema
cabe en un verso?
y ella respondió encendida:
¡ya lo comprendo!

Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870)
Rimas y leyendas
Porrúa, México, 2016.

Viernes

Casida de la muchacha dorada

La muchacha dorada
se bañaba en el agua
y el agua se doraba.
Las algas y las ramas
en sombra la asombraban
y el ruiseñor cantaba
por la muchacha blanca.
Vino la noche clara,
turbia de plata mata,
con peladas montañas
bajo la brisa parda.
La muchacha mojada
era blanca en el agua,
y el agua, llamarada.
Vino el alba sin mancha,
con mil caras de vaca,
yerta y amortajada
con heladas guirnaldas.
La muchacha de lágrimas
se bañaba entre llamas,
y el ruiseñor lloraba
con las alas quemadas.
La muchacha dorada
era una blanca garza
y el agua la doraba.

Federico García Lorca (1898-1936),
Obras completas.
Recopilación y notas de Arturo del Hoyo.
Prólogo de Jorge Guillén.
Epílogo de Vicente Aleixandre.
Aguilar, Madrid, 1960

Lourdes

Esta muchacha está pintada
en un papel de arroz que es transparente
a la luz; ella vuela en su papel
al aire... Vuela con las hojas secas
y con los suspires perdidos.
Es la muchacha de papel y fuga;
es la leve, la ingrávida
muchacha de papel iluminado,
la de colores de agua...
La que nadie se atrevería
a besar por el miedo de borrarla...

Dulce María Loynaz (1902-1997)
Poesía completa
Letras Cubanas, La Habana, 1993

Gavota

Señor, Dios mío: no vayas
a querer desfigurar
mi pobre cuerpo, pasajero
más que la espuma del mar.
Ni me des enfermedad larga
en mi carne, que fue la carga
de la nave de los hechizos,
del dolor el aposento
y la genuflexión verídica
de tu trágico pavimento.
No me hieras ningún costado,
no me castigues a mi cuerpo
por haber vivido endiosado
ante la Naturaleza
y junto a los vertebrales
espejos de la belleza.
Yo reconozco mi osadía
de haber vivido profesando
la moral de la simetría.
Amé los talles zalameros
y el virginal sacrificio;
amé los ojos pendencieros
y las frentes en armisticio.
No tengo miedo de morir,
porque probé de todo un poco,
y el frenesí del pensamiento
todavía no me vuelve loco.
Mas con el pie en el estribo
imploro rápida agonía
en mi final hostería.
Para que me encomiende a Dios,
en la hostería, una muchacha,
con su peinado de bandós,
y que de ir por los caminos
tenga la carne de luz
de los peroles cristalinos.
Y que en sus manos, inundadas
de luz, mi vida quede rota
en un tiempo de gavota.

Ramón López Velarde (1888-1921),
Obras.
Edición de José Luis Martínez.
Fondo de Cultura Económica,
México, segunda edición, 1990.

El sueño

Yo vi dos soles rojos dominando el espacio.
Perlaban en sus rayos las luces de topacio
y tendí mis dos manos hambrientas de infinito
para estrujar en ellas un inefable mito.
Las dos pupilas rojas como rosas del cielo
cegaron mis pupilas, soberbias en su anhelo
de mirar cara a cara los toques de diamantes.
Después, como un crujido de nudos que se quiebran...
Tempestades soberbias que en los mares se enhebran;
parto de los dioses... Un quejido de dios...
¡Y bocas que se muerden en un supremo adiós!
Más tarde una sonata más dulce que la miel;
agonía de lirios en el jardín aquel.
Palacio de oro y oro donde habita una maga
que ha dormido cien años por maldición aciaga.
Y después manos blancas desparramando rosas
sobre el alma escondida y serena de las cosas...
Y un silencio de muerte cansado y sepulcral
donde se prende el lotus venenoso del mal.
Y después la mañana que llega a los cristales
del cuarto miserable donde muerdo mis males...
Y después otro día que se esboza en el lloro
de mis días sin sol, de mis soles sin oro!...

Alfonsina Storni (1892-1938)

Versos 201 a 236

“Mañana”. La palabra
iba suelta, vacante,
ingrávida, en el aire,
tan sin alma y sin cuerpo,
tan sin color ni beso,
que la dejé pasar
por mi lado, en mi hoy.
Pero de pronto tú
dijiste: “yo, mañana...”
Y todo se pobló
de carne y de banderas.
Se me precipitaban
encima las promesas
de seiscientos colores,
con vestidos de moda,
desnudas, pero todas
cargadas de caricias.
En trenes o en gacelas
me llegaban agudas,
sones de violines
esperanzas delgadas
de bocas virginales.
O veloces y grandes
como buques, de lejos,
como ballenas
desde mares distantes,
inmensas esperanzas
de un amor sin final.
¡Mañana! qué palabra
toda vibrante, tensa
de alma y carne rosada,
cuerda del arco donde
tú pusiste, agudísima,
arma de veinte años,
la flecha más segura
cuando dijiste: “yo...”

Pedro Salinas (1891-1951)
Poesía completas.
Barcelona, Barral, 1971.

Sábado

Me levanté temprano y anduve descalza
por los corredores: bajé a los jardines
y besé las plantas.
Absorbí los vahos limpios de la tierra,
tirada en la grama;
me bañé en la fuente que verdes achiras
circundan. Más tarde, mojados de agua
peiné mis cabellos. Perfumé las manos
con zumo oloroso de diamelas. Garzas
quisquillosas, finas,
de mi falda hurtaron doradas migajas.
Luego puse traje de clarín más leve
que la misma gasa.
De un salto ligero llevé hasta el vestíbulo
mi sillón de paja.
Fijos en la verja mis ojos quedaron,
fijos en la verja.
El reloj me dijo: diez de la mañana.
Adentro un sonido de loza y cristales:
comedor en sombra; manos que aprestaban
manteles.
Afuera, sol como no he visto
sobre el mármol blanco de la escalinata.
Fijos en la verja siguieron mis ojos,
fijos. Te esperaba.

Alfonsina Storni (1892-1938)
Poemas.
Biblioteca del Congreso de la Nación
Buenos Aires, 2017.

Domingo

Negra soy

¿Por qué me dicen morena?
Si moreno no es color,
yo tengo una raza que es negra
y negra me hizo Dios.
Y otros arreglan el cuento
diciéndome de color
dizque pa’ endúlzame la cosa
y que no me ofenda yo.
Yo tengo mi raza pura
y de ella orgullosa estoy,
de mis ancestros africanos
y del sonar del tambó.
Yo vengo de una raza que tiene
una historia pa’ contá
que rompiendo sus cadenas
alcanzó la libertá.
A sangre y fuego rompieron,
las cadenas de opresión,
y ese yugo esclavista
que por siglos nos aplastó.
La sangre en mi cuerpo
se empieza a desbocá,
se me sube a la cabeza
y comienza a protestá.
Yo soy negra como la noche,
como el carbón mineral,
como las entrañas de la tierra
y como el oscuro pedernal.
Así que no disimulen
llamándome de color,
diciéndome morena,
porque negra es que soy yo.

Elcina Valencia Córdoba (1963)
Todos somos culpables. Poemas y cantos.
Imprenta Departamental del Valle del Cauca, 1993

Yaé

Yembé yembelé
yembé yembeló
ajá tambá
tayambé tayambó.
Dondé Maía?
bayé cayé aleía.
Ya vo yambó aquí vo
tayambé tayambó.
Yembé yembelé
yembé yembeló
ajá tambá
tayambé tayambó.
Agua mi negra
fiesta mestiza
damé dameló
yambé yambó
tayambé tayambó.
Voa mi rumbo
e mundo
tambá
yambá
puyá bongó
yambé yambó
tayambé tayambó.
Yagua piragua
cava maraca
sudó
soní rumbá
aquító aquitó.
Yembé yembelé
yembé yembeló.
Aya cumbaya
aya Tepango
aya bongó yambó
tayambé tayambó.
Yembé yembel
yembé yembeló
yaé yaé
aquitó aquitó.

Flavio Ramón. 2020.
Peña Literaria de Santiago Tuxtla, Veracruz.

Mulata

Ya yo me enteré, mulata,
mulata, ya sé que dise
que yo tengo la narise
como nudo de cobbata.
Y fíjate bien que tú
no ere tan adelantá,
poqque tu boca é bien grande,
y tu pasa, colorá.
Tanto tren con tu cueppo,
tanto tren;
tanto tren con tu boca,
tanto tren;
tanto tren con tu sojo,
tanto tren.
Si tú supiera, mulata,
la veddá;
¡que yo con mi negra tengo,
y no te quiero pa na!

Nicolás Guillén (1902-1989)
Summa poética.
Cátedra, Madrid, 2005.


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