Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.
Lunes
Cómo galopa la sangre...
¡Cómo galopa la sangre!
¡Qué difícil detenerla
para que nos vaya al paso
cuando vive con tal fuerza!
Le he puesto duros bocados;
la he sujetado las riendas;
hay un viento que me puede
y la clava mil espuelas.
¡Yo no sé con este empuje,
yo no sé a dónde me lleva!
No es aire lo que respiro...
No es aire lo que respiro,
que es hielo que me está helando
la sangre de mis sentidos.
Tierra que piso se me abre.
Cuanto miro se oscurece.
Mis ojos se abren al llanto
ya cuando el día amanece.
Y antes del amanecer,
abiertos miran al mundo
y no lo quieren creer...
Recuerdo de sombras
Sobre la blanca almohada,
más allá del deseo,
sobre la blanca noche,
sobre el blanco silencio,
sobre nosotros mismos,
las almas en su encuentro.
Sobre mi frente erguido
el exacto momento,
dices que en una sombra
vives en mi recuerdo.
Sínteis de las horas.
Tú y yo en movimiento
luchando vida a vida,
gozando cuerpo a cuerpo.
Dices que en estas sombras
vives en mi recuerdo,
Y son las mismas sombras
que están en mí viviendo.
Fantasmas de hielo y sombra...
Fantasmas de hielo y sombra
animados y sin alma
me cercan por todas partes
adondequiera que vaya.
Me cercan y me persiguen,
pero nunca me acobardan,
porque al hielo que me oponen,
les opongo fuego o llama.
Con ellos estoy en duelo,
en duelo que no se acaba.
Concha Méndez (1898-1986)
Poemas 1926-1986
Edición del marido de su nieta
Paloma, James Valender.
Hiperión, Madrid, 1995.
Martes
Dolor
Quisiera esta tarde divina de octubre
pasear por la orilla lejana del mar;
Que la arena de oro, y las aguas verdes,
y los cielos puros me vieran pasar.
Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera,
como una romana, para concordar
con las grandes olas, y las rocas muertas
y las anchas playas que ciñen el mar.
Con el paso lento, y los ojos fríos
y la boca muda, dejarme llevar;
ver cómo se rompen las olas azules
contra los granitos y no parpadear.
Ver cómo las aves rapaces se comen
los peces pequeños y no despertar;
pensar que pudieran las frágiles barcas
hundirse en las aguas y no suspirar;
ver que se adelanta, la garganta al aire,
el hombre más bello; no desear amar...
Perder la mirada, distraídamente,
perderla, y que nunca la vuelva a encontrar;
y, figura erguida, entre cielo y playa,
sentir el olvido perenne del mar.
Alfonsina Storni (1892-1938)
Poemas
Biblioteca del Congreso de la Nación
Buenos Aires, 2017.
Miércoles
Muerte del olvido
Se me murió el olvido
de repente.
Inesperada-
mente,
se le borraron las palabras
y fue desvaneciéndose
en el viento.
En busca suya el corazón tocaba
todas las puertas.
Nadie. Nada.
Y allí donde estuviera se instaló
de nuevo,
el doloroso amor,
el implacable,
interminable-
mente.
Meira Delmar (1922-2009)
Meira Delmar / Poesía y prosa
Editorial Universidad del Norte,
Bogotá, 2006 (2ª ed.)
Jueves
Olvido
Cierra los ojos y a oscuras piérdete
bajo el follaje rojo de tus párpados.
Húndete en esas espirales
del sonido que zumba y cae
y suena allá, remoto,
hacia el sitio del tímpano,
como una catarata ensordecida.
Hunde tu ser a oscuras,
anégate en tu piel,
y más, en tus entrañas;
que te deslumbre y ciegue
el hueso, lívida centella,
y entre simas y golfos de tiniebla
abra su azul penacho el fuego fatuo.
En esa sombra líquida del sueño
moja tu desnudez;
abandona tu forma, espuma
que no se sabe quién dejó en la orilla;
piérdete en ti, infinita,
en tu infinito ser,
mar que se pierde en otro mar:
olvídate y olvídame.
En ese olvido sin edad ni fondo
labios, besos, amor, todo, renace:
las estrellas son hijas de la noche.
Octavio Paz (1914-1998)
Obra poética (1935-1988)
Seix Barral, Barcelona, 1990.
Viernes
Donde habite el olvido
Donde habite el olvido,
en los vastos jardines sin aurora;
donde yo sólo sea
memoria de una piedra sepultada entre ortigas
sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
Donde mi nombre deje
al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
donde el deseo no exista.
En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
no esconda como acero
en mi pecho su ala,
sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.
Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
sometiendo a otra vida su vida,
sin más horizonte que otros ojos frente a frente.
Donde penas y dichas no sean más que nombres,
cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
disuelto en niebla, ausencia,
ausencia leve como carne de niño.
Allá, allá lejos;
donde habite el olvido.
Luis Cernuda (1902-1963)
La Realidad y el Deseo.
Alianza Editorial, Madrid, 1962.
Sábado
Arte poética
Mirar el río hecho de tiempo y agua
y recordar que el tiempo es otro río,
saber que nos perdemos como el río
y que los rostros pasan como el agua.
Sentir que la vigilia es otro sueño
que sueña no soñar y que la muerte
que teme nuestra carne es esa muerte
de cada noche, que se llama sueño.
Ver en el día o en el año un símbolo
de los días del hombre y de sus años,
convertir el ultraje de los años
en una música, un rumor y un símbolo,
ver en la muerte el sueño, en el ocaso
un triste oro, tal es la poesía
que es inmortal y pobre. La poesía
vuelve como la aurora y el ocaso.
A veces en las tardes una cara
nos mira desde el fondo de un espejo;
el arte debe ser como ese espejo
que nos revela nuestra propia cara.
Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
lloró de amor al divisar su Ítaca
verde y humilde. El arte es esa Ítaca
de verde eternidad, no de prodigios.
También es como el río interminable
que pasa y queda y es cristal de un mismo
Heráclito inconstante, que es el mismo
y es otro, como el río interminable.
Jorge Luis Borges (1899-1986)
Poesía completa.
Emecé, Buenos Aires, 1984.
Domingo
Entre la soledad ruidosa de las gentes
para Wenceslao Rodríguez
Busco un hombre y no sé si sea para amarlo
o para castrarlo con mi angustia.
Tengo hambre de ser
y me siento frente a la ventana
a masticar estrellas
para que este dolor de estómago sea cierto.
La verdad es que duele en los nervios
todo el cuerpo, esta noche, hasta los tuétanos.
En la casa contigua
grita una mujer las glorias de la Biblia
y no conoce a Dios.
Su voz huele a vinagre, a aceite de ricino,
y Dios no huele a eso.
Entre mil olores reconocería el suyo.
Algo que no digiero me ha hecho daño esta tarde.
He visto a otros más humildes que yo.
No quiero reconocerme en ellos.
De tanto huir se me han caído las palabras
hasta el fondo del miedo:
no salen, rebotan dentro como canicas, suenan sordas.
Sin querer, me doy cuenta que me he quedado en la ruina.
Me falta lo mejor antes de irme: el Amor.
Y es tarde para alcanzarlo,
y me resulta falso decir:
–Señor, apóyame en tu corazón
que tengo ganas de morir madura.
Nadie madura sin el fruto.
El fruto es lo vivido y no lo tengo:
lo busco ya tarde,
entre la soledad ruidosa de las gentes
o en el amor que intento, y doy, y espero,
y que no llega.
Enriqueta Ochoa (1928-2008)
Material de lectura. Poesía moderna. 182
Selección y notas introductorias de
Esther Hernández Palacios
UNAM, México, 1968.
Donceles #66,
Centro Histórico,
alcaldía Cuauhtémoc,
Ciudad de México,
06010.
(+52)55 5208 2526
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