Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Lunes, 10 de Abril de 2023
Por: Felipe Garrido

Lunes

Engarce

El misterio nocturno era divino.
Eudora estaba como nunca bella,
y tenía en los ojos la centella,
la luz de un gozo conquistado al vino.
         De alto balcón apostrofome a tino,
y rostro al cielo departí con ella
tierno y audaz como con una estrella…
¡Oh qué timbre de voz trémulo y fino!
         ¡Y aquel fruto vedado e indiscreto
se puso el manto, se quitó el decoro,
y fue conmigo a responder a un reto!
        ¡Aventura feliz! La rememoro
con inútil afán; y en un soneto
monto un suspiro como perla en oro.

Salvador Díaz Mirón (1853-1928)

El fantasma

Blancas y finas, y en el manto apenas
visibles, y con aire de azucenas,
las manos –que no rompen mis cadenas.
          Azules y con oro enarenados,
como las noches limpias de nublados,
los ojos –que contemplan mis pecados.
          Como albo pecho de paloma el cuello,
y como crin de sol barba y cabello,
y como plata el pie descalzo y bello.
          Dulce y triste la faz; la veste zarca.
Así, del mar sobre la inmensa charca,
Jesús vino a mi unción, como a la barca.
          Y abrillantó a mi espíritu la cumbre
con fugaz cuanto rica certidumbre,
como con tintas de refleja lumbre.
          Y suele retornar, y me reintegra
la fe que salva y la ilusión que alegra
–y un relámpago enciende mi alma negra.

Salvador Díaz Mirón (1853-1928)
En Las cien mejores poesías mexicanas modernas.
De Manuel Gutiérrez Nájera a nuestros días.

Selección y Prólogo de Antonio Castro Leal.
Editorial Porrúa, México, 1945.

Martes

Relato

Puntual,
asistente de líquen y de ortigas
llegas, oh soledad, puntual como la noche,
como la lluvia de este otoño, llegas como
la estricta jaula que nos forma el aire.
¿A qué hora del día nos duele más la vida?
Decimos soledad por no decir “qué frío”,
decimos “voy contigo”, para quedarnos solos.
Un día
alguien ama nuestro silencio,
esta forma de viajar sobre la tierra.
Se tropieza, fumamos, hacemos el amor,
y al comer cubrimos el pan de espesa mantequilla
parecida a la sombra,
seguros de caminar mañana
entre escritorios grises de oficinas.
Y sin embargo el sueño llega.
         Una vez, cuando el mundo se hizo de otra edad
y cabía en un grano de arena,
las hojas amortajaban al rocío, el viento
rasgaba las cuerdas de las rocas, y los bosques
eran las astas de los ciervos.
Luego vinieron los mares ateridos.
Alguien vino, también, y abrió la roja puerta
de par en par, y las oscuras dehesas
del polvo y de la nieve
salieron como radiantes novias
arrodilladas en los valles.
El baile se acabó y sólo la alegría fósil
fue cruel bajo el otoño.
         Ante un grupo y en medio de la plaza,
un minero barbado y casi ciego siguió el relato:
--Hubo una vez un hombre que cosía su piel,
poro a poro, sin poder cubrir toda su desgarradura.
Llegó de siempre
y era su ropa la furiosa larva.
Cuando reunía a la gente desenjaulaba el mar
con su palabra. Arena su ademán,
los campos del elogio no tuvieron fronteras,
y lo que dijo fue como corderos
saliendo transparentes de un río:
Echaos una adularia en la boca
y vuestra memoria se refrescará.
Bebed vino en cuya copa hayáis puesto
una amatista, y jamás os embriagaréis.

Pero un día se bañó de légamo y betún
y su espíritu fue como aquel que tiene hambre y duerme
y sueña con la mesa servvida para todos.
Mas cuando abrió los ojos su alma estaba seca,
fue escupido y arrastrado por una multitud.
Y su nombre no fue nunca pronunciado.
Por largas galerías corrió el eco
como un vigilante de sentencias,
y en las paredes únicamente
quedó escrito:
“Me han llamado Extranjero y Gran digitador,
cuando yo sólo reunía la luz.”

Juan Bañuelos (1932-2017)

Visión desde un cráneo verde

Cuando somos un instrumento peligroso
no parpadea la locura.
          O amanecer en la fruta del día
y en la boca del diablo
es grave, porque esa fruta
se nombra soledad y sabe a pez despacio.
Una vez y otra vez somos fecha de alguien
que nos mancha de tiempo como un calendario.
Nos usan las palabras, nos usan los vestidos,
el triste rato de pensarnos;
nos ladra el mastín corpulento del miedo,
nos arrastran los mares cuando mueren sus brazos.
Somos la brasa, el amante que flota
lascivamente ahogado.
         Algo muere en nosotros
cuando se apagan los astros.
Y es que a través de humo,
del cuervo espejo diario,
nos damos cuenta, al fin, por un largo cabello,
de que somos humanos.
          Al pasar por la vida
¿qué sentirá aquel árbol desgajado?

Juan Bañuelos (1932-2017)
Veinte años de poesía (1968-1987).
Selección de Alejandro Sandoval
Joaquín Mortiz, México, 1988.

Miércoles

Poblaciones lejanas

Sus relieves candentes, sus pasajes, son un salmo/
luctuoso y monocorde;/
los niños corren y gritan,/
como pequeños lapsos, en un eterno, enmudecido/
sepia demente. Hay ciudades, también,/
que dulcifican la luz del sol:/
En sus espejos de oro crepuscular las aguas abren y encienden/
cercos de aromas y caricias rituales; en sus baños:/
las risas, paredes reverdecientes;/
--Sus templos beben del mar./

Vagos lindes desiertos (las caravanas, los vendavales, las noches combas y despobladas, las tardes lentas,/
son arenas franqueables que las separan), mirajes, ecos que las enturbian,/
que las empalman;/
un gusto líquido a sal en las furtivas comisuras;/
Y esta evocada resonancia.//

Coral Bracho (1951)

Abre sus cienos índigos al contacto

De tu boca, de tus ojos, ahondados bebo, de tu vientre, en tus flancos;/
entre mis manos arden, se humedecen/
(la avidez se emulsifica a estos bordes,/
cobra textura al tenso palpitar de esta piel, cierra su esfínter suave, quemante,/
hasta el cúmulo anular,/
el dolor). Este canto palpado, lamido al linde./
         El frío levísimo de tu lengua,/
Contraigo (de tus labios, en mi torso, se expanden –hielos astillados–/
las puntas nítidas) hasta el ansia./
Vuelto estrechez, contorno, vuelto grito ceñido al tacto, mi sexo:/
llama lapidada en la cóncava, ungida; intenso vacío sucinto, intersticial;/
vuelto a su cadencia compacta, a su yermo adicto;/

De tu boca, de tus sombras colmadas, bebo, de tus ingles, tus palmas./
Entre mis muslos arde, se condensa –fiebre crispada y lenta–/
tu imantación; entre mis labios. Hiedra silenciosa, resina, agua/
encendida, sílice, mi humedad, funde y conjuga: plexo,/
calor salino, pulpa sensitiva, apremiante, este tímpano prenetable,/
este nudo, este exceso vulvar. Busco/
el volumen firme que me descentre. La tersura, el calor henchido,/
profundo, que me fuerce, me desate con su roce./
Busco integrar tu sexo (lava que se repliega, costa, para envolverlo, lago adensado el ritmo/
capilar de esta sed), su abundancia aprehensible y lenta, su densidad, a mis límites; viña/
apretada al pulso, sorbida al vórtice; cima bullente, fulcro luminoso, el deseo/
(lamo en tu espesura candente; vierto) abre sus cienos índigos, al contacto, moja./
Los humores, los brillos íntimos, los reflejos/
         (tus muslos cavan en mis muslos;/
          tu beso escinde)/
de una caricia; el mosto;//

Coral Bracho (1951)
Veinte años de poesía (1968-1987).
Premios de poesía Aguascaientes.
Selección de Alejandro Sandoval
Joaquín Mortiz, México, 1988.

Jueves

Cruz del Sur

Arden las hojas del otoño
en la humedad crepuscular
de Buenos Aires. Contra un parque
dividido por tres colinas,
la opacidad de su belleza
busca en follajes la mirada
que acompañó la luz. Las lámparas
doradas guardan sus memorias
y encienden sombras en el césped.
Al atardecer se disponen
el horizonte de cortezas
y el suave tacto de los ojos
para construirse otra estancia
con los pájaros. En silencio
subes las calles y regresas
al canto de la noche. Queda
entre tus labios el murmullo
que al abandono pronunciaste,
la rozadura de palabras
dejadas en la soledad
de un cuarto cálido, ya oscuro.
Áspera en su constelación,
la Cruz del Sur abre sus puntas
mientras aguardo tu llegada
porque no eres tú quien ha vuelto
a resplandecer junto al eco,
sino tus huellas hondas, tenues
fragmentos de un espejo en llamas
que te observó al entrar a ciegas
en las membranas del deseo.

Jorge Valdés Díaz-Vélez (1955)

Nadie
Para Piedad Bonett

Volví a Ítaca, a sus médanos
de bruma evanescente, al sol
que la traspasa y a las calles
que mi memoria soñó hermosas.
Degusté el sexo de los higos,
la pulpa de un dátil, el cálido
resplandecer de la aceituna.
Fui un extranjero entre los míos.
Nadie advirtió que tras la máscara
tallada por la espuma, iba
yo, el heroico (ese mendigo
sin sombra que salió una noche
de lágrimas al mar) Ulises,
el pródigo en historias vuelto
del más allá de su leyenda.
Antes que el alba, regresé
a la costa y enfilé al sur.
No reconoceré los muelles
a donde vaya mi deliro.
Sólo sabré que estuve en Ítaca
para reinar sobre mi espectro.

Jorge Valdés Díaz-Vélez (1955)

Parque México

Un dulce olor a primavera
entró al crepúsculo sin sombras.
Cuerpos de joven insolencia
van abrazados a otros cuerpos
debajo de las jacarandas.
Han empezado a florecer
antes de tiempo. Morirán
también sus pétalos muy pronto,
memoria en ruinas del verano
su sangre aún por reinventarse.
Pero hoy me muestran su belleza
con certidumbre, la esperanza
del resplandor violáceo y tenue
de su fugacidad perpetua.
Se adelantó la primavera.
Llegó de súbito su aroma
como la luna entre las ramas
y este dolor al fin del día.

Jorge Valdés Díaz-Vélez (1955)

Purple rain

entre piadosos,
remotos murmullos de tormenta

       Rubén Bonifaz Nuño

Para Ana Istarú

Fuera de sí, de todo cuanto
existe, acaso inadvertida
por la lluvia, toma su copa
con brusquedad y habla con alguien
por el móvil sin que le importe
que la vean llorar. Agita
el húmedo cabello, cierra
y abre las manos en su sombra
para escuchar al que no está
con ella. Le tiemblan los labios
y el corazón tal vez le tiemble
al sollozar, cuando la voz
del otro lado la maldice
o le reclama, o quizá llora
también, pidiéndole perdón;
o suspire y caiga en silencio
lejos de aquí, desde el vacío
de algún solar inhabitado
bajo la piel fugaz del trueno.

Jorge Valdés Díaz-Vélez (1955)
La Guarida, revista electrónica.
Literatura de España, India y América Latina
Director, Cosme Álvarez.
Año 8, 2023.

Viernes

¿Por qué duelen tanto los pies?
(con ritmo de vals)

Cómo se pasa la vida, tan callando,
cómo se nos viene la muervida de manicuro
en pedicuro, de pedicuro con soplo
en manicuro que a veces no tiene soplo
y no sabe cómo dar luz y salir de las tinieblas,
cómo se pasa la vida tan callando.
         ¿Por qué duelen tanto los pies? Se necesita
una investigación a fondo. ¿Por qué duelen tanto los pies?
Porque ni el hombre ni la mujer fueron diseñados genéticamente
para ir y venir por este mundo erguidos en dos patas,
sino gateando como demonios y olfateando a Dios en cuatro pies
con el espinazo desnudo al aire libre, qué libre
aquel espinazo del amor ciego y luminoso, aquel espinazo
del primer soplo que voló por primera vez desde las cavernas
con aquela música en la danza donde tuvo su origen
el desliz y el pulso de la concordia, el desliz y el pulso de la discordia.
        Los antiguos dicen que la vida apareció en el mundo
al cambiar la sintaxis de los pies,
pero ¿por qué duele tanto esa mutación en la sintaxis?
La ciencia del Azar puede subir al cielo en la punta de los pies,
aunque también podría derrumbarse en cuatro patas
cómo el amor, qué cuego el amor y qué luminoso.
        Cómo se pasa la vida, tan callando
cómo se nos viene la muervida de manicuro
en pedicuro, de pedicuro con soplo
en manicuro que a veces no tiene soplo
y no sabe cómo dar luz y salir de las tinieblas,
cómo se pasa la vida tan callando.
       ¿Por qué duelen tanto los pies? Se necesita
una investigación a fondo. ¿Por qué duelen tanto los pies?
Sin duda que los lectores tendrán una respuesta inteligente.

Hernán Lavín-Cerda (1939) 

La voz de la Luna

Aún tengo nostalgia de mí, de la Eternidad, de la sombra
del niño y de la luz, del pequeño y gran amor, de la ternura
de hoy y de siempre: siento que todavía hay nostalgia,
mucha nostalgia en mí del futuro que fuimos
y nunca volveremos a ser, tal vez nunca
en este mundo alumbrado y deslumbrado
por el prodigio inagotable de la rotación y la traslación
del futuro en el presente, un presente cuya inmovilidad es luz,
la luz de aquel niño que aparece y desaparece a cada instante.
        Aún tengo nostalgia de mí, del error de cada día, del zumbido
del tiempo alejado de su propia música, la vibración
                                                       de aquel tiempo
casi fuera del Dios del Tiempo: siento que todavía
                                                           hay nostagia
de mí en tu luz, tu sombra, nostalgia de mi luz
y de mi sombra en ti, amor más allá del Amor,
                                                  aquella desnudez
y aquel humor que pudimos haber sido, de gloria en gloria.
          Aún tengo nostalgia de la risa, del asombro y de la sonrisa,
nostalgia de las palpitaciones del Sol y de la Luna:
somos la voz de la Luna, la voz de Sol,
aún somos la antigua voz de la Luna, mientras la noche avanza
y no deja de avanzar con lentitud de animal tardígrado,
paso a paso, parsimoniosamente, noche solar y lunática.
         Aún tengo nostalgia de la noche que avanza, silenciosa,
nostalgia de aquella noche infinita que pudimos haber sido
sin saber que avanzamos, inmóviles, y nunca
dejaremos de avanzar por el mundo, de sueño en sueño.

Hernán Lavín Cerda (1939)

Algo sobre la vida e invocación
al dios de las transfiguraciones

/3/
Para algunos especialistas de la vieja Europa, Dios es un huérfano sin estilo propio, aunque siempre está experimentando. Inventó la plenitud de la jirafa, los sueños más o menos elípticos de la mosca, el acúfeno pulsátil del gato, la luz no siempre líquida bajo el agua de la lluvia, el temblor del jabalí, el soplo indomable de la musaraña, el espasmo en los tentáculos del pulpo, la soledad en los ojos de la medusa, la visión corpuscular del murciélago, el júbilo de la pulga, el brinco de los zancudos cristianos con su música de comedia un poco triste, y el asombro de la lombriz inmortal, más astuta y finalmente más hermosa que la jirafa.
          Puede ser que Dios sea menos original que yo en más de alguna circunstancia, pero su sentido del humor es más agudo, más tierno y más fino, mucho más estimulante. Dios no pierde el entusiasmo, casi nunca, porque recibe la inspiración de su Padre, quien lo observa desde lejos, abriendo y cerrando los ojos, y también sonríe con la misma felicidad que aparece en la mirada un tanto febril de algunas parturientas.

Hernán Lavín Cerda (1939)
La Sublime Comedia.
Editorial Praxis, México, 2006.

Sábado

De
Borrar los nombres

Primera de dos partes

* Los coras viven en la Sierra Madre Occidental. Son la tribu que mayor resistencia opuso a
las armas del imperio de la razón española. En la hostilidad de la sierra nayarita dieron fiera batalla hasta llegar a ser el último territorio indígena sometido por la corona, más de dos siglos después de la caída de Tenochtitlan. Doscientos cincuenta años de sometimiento posterior no han impedido a la resistencia cora encontrar pausa y modo para vivir su propio tiempo y pensamiento. Al igual que otras tribus durante la Semana Santa, a través de la representación de la pasión de Cristo, los guerreros coras perviven, convocan y reviven su historia, magia y religión, en un acto de sagrada imaginería, donde la alusión indirecta, el tomarle el pelo a todo, a la razón práctica, al sempiterno sentido de la individualidad, parece ser el eje de ese ojo de tormenta que es la borrada. Ancianos, hombres y adolescentes se tiznan a la orilla del río para desaparecer y surgir en la piel de un demonio, en un borrado, en un soldado de la Judea cora. Durante el jueves santo y el viernes de sangre todos habrán de resistir la disciplina en el vértigo de la carrera y la paciencia dentro del incendio inmóvil: la grave espera del enjuiciamiento de un Cristo niño que morirá en cada puntocardinal. Borrar los nombres es el testimonio de quien cedió, de pronto, en las calles de Jesús María, muy lejos de sí, desnudo y danzando, con los afanes de un corredor ritual.

1
El jueves y el viernes hay que correr como vértebra de una de las dos serpientes, pero el viernes, además, hay que estar quieto como una piedra que ya no llora. El sábado es el baño final, la desborrada en el río prometido. Pero tú no puedes decirlo ni adivinarlo pues tú tan sólo conoces un montón de imágenes rotas donde el sol bate.

2
Sueño indócil
recuerdo ceniciento
de la extravagancia de haber nacido
ser borrado
y ver las alas de la urraca sacudir el viento
       por el que te has ido
el viento y el labio del silencio puesto en la pulpa
       del hechizo
de ser salvaje, pleno de vacío, eterno, negro.
Ser la sombra, lo que no eres,
negro como lo que nunca ha sido,
ser por dos días lo que nunca será,
sombra que proyecta sombra
y el tambor y la carrera y la danza cora
embriaga la sangre del que no soy
      ni es
¿de quién son mis antiguos pies?
¿a quién sabe este sudor
que mis labios beben?
aceptemos que el tiempo es una máscara
      de múltiples cabellos
y que somos el puente que se borra
y que estamos en otra parte
donde los muertos olvidan sus amores y sus miedos
donde los muertos se acostumbran a la penumbra
donde el corazón es el espacio entero y el mundo gira
      al revés.

Ricardo Castillo (1954)
Islario
Conaculta
Coordinación Nacional de Descentralización
Instituto Coahuilense de Cultura
Ocelote, México, 1995.

Domingo

De
Borrar los nombres

Segunda de dos partes

3
Cuando los bufones me señalan y se ríen
cuando los veo patear perros y cerdos
cuando hacen llorar a los niños
cuando le agarran la verga al turista
cuando el guerrero le enseña el culo
a niños y ancianos
cuando los demonios hacen reír a las mujeres
cuando monto el burro al revés
cuando todos tienen sed
y el río fluye indiferente
cuando pienso en mí y ya no hay
quien responda.

4
En la sorna del diablo
en sus gritillos
en su machete que remueve lo baldío de la tierra
en el sudor de los ojos que hace graumos de ceniza
en el polvo que encala el paladar
en el sabor del tabaco después de la carrera
en la sombra de los borrados en la pared
en los filos de las piedras que no han de pisar
los corredores
en los guamúchiles que mueve el viento y nadie corta
en el río que fluye y que ordena sin ser tocado
en la inmovilidad de la guardia que padece el horror
del sol mientras es más alto y bello
en la sangre de los borrados que se quitan la sed
danzando
en los ojos de sombra en las piedras de los ancianos
coras
en el secreto que a todo es reacio excepto
a las mentiras
en el acto de magia en el costumbre que nadie entiende
en los hilos de música cuando todos se han ido y ya no
toca la flauta ni el tambor
en los hilos de música que persisten cuando la calle
está sola
y conversas con el ausente en un mundo que miras
existir sin ti.

5
Al doblar la esquina en la carrera
me miro más en los bufones
que en mi propio cuerpo compañero
corro detrás de sus gritos y sus burlas
y una fuerza involuntaria te socorre el corazón
con su acento primitivo
imán de pluma que regala ritmo en las pisadas
luna llena que te honró como su hijo
eres parte de la mentira que hace recordar el tatuaje
sobreviviente
eres un animal que en los nervios lleva al diablo
de jinete muy tranquilo
eres la raíz oscura que ignorará toda la vida cómo es
la luz pero no lo que le pertenece
el tizne de lo que siempre quisiste y ni siquiera sabías
o la luz de esto que no podrías haber sido
si los sucesos sombríos
si los sucesos lumínicos otra red hubieran tejido
eres la mata que creció sin jardinero y te han salido
espínas
eres el no soy de una tribu que ríe en lo peor
del tiempo
como si supieran la cifra final de tanto juego
de tanta sed de sol de tanta necesidad de encarar
el horror para conjurarlo
de tanto honor de darse a la causa de la víbora
del cielo.

Hay que resistir entonces el vértigo de no entender
pero sentir que la carrera no es sobre las piedras
y que la tarde suena como piedras de oro
que jamás serán monedas.

6
Del baño final saldrá un extraño
que mira su propio cuerpo fotar en el río.
Retorna a la serpiente que nunca supo lo que hizo
y escucha por última vez al bufón que ofertó valor
a los guerreros
y escucha pardamente la respiración de nadie.

Ricardo Castillo (1954)
Islario
Conaculta
Coordinación Nacional de Descentralización
Instituto Coahuilense de Cultura
Ocelote, México, 1995.


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