"Lo que Marlon Brando vio en Francis Bacon", por Margo Glantz

Jueves, 10 de Septiembre de 2015

Francis Bacon afirmaba que sus obras provenían sobre todo de Velázquez y como ejemplo notable estaría la serie de más de 40 cuadros donde se destruye (¿o de-construye?) el retrato del papa Inocencio X. Aún más, las referencias pictóricas a las que alude Bacon -sobre todo en las maltratadas reproducciones fotográficas que cubrían los muros y el suelo de su último estudio- son a menudo las mismas imágenes que perseguían a Picasso, a Grünewald (en especial, las crucifixiones), Tiziano, Rembrandt, Poussin, Goya, Ingres.

Bacon nunca quiso contemplar directamente el cuadro de Velázquez, aun cuando estuvo a unos cuantos pasos de la galería Doria Pamphili, que lo alberga en Roma. Tenía la fotografía.

(Yo acabo de admirar ese retrato en la exposición que el Grand Palais de París le dedica a Velázquez este año de 2015).

(Obviamente, en el cuadro del pintor español, Inocencio X tiene la boca cerrada).

Casi no existe ningún otro pintor que otorgue tanta importancia a los dientes.

Peppiat, biógrafo de Bacon, cuenta que antes de filmar El último tango en París, Bernardo Bertolucci, fascinado por la obra del pintor inglés, llevó a Marlon Brando a la exposición que sobre el artista se realizaba en el Grand Palais de París en 1971 y le pidió que se inspirara en sus cuadros para que actuara en su película imitando a los personajes del pintor. ¡Fue extraordinario!

Y efectivamente, en los créditos de la película aparecen varios cuadros de Bacon a modo de apariciones fantasmales preliminares. (cfr., M. Peppiatt, Bacon. Anatomía de un enigma, Barcelona, Gedisa, 1999, pp. 292s). La interpretación de Brando ha sido sin lugar a dudas la primera y la mejor lectura que hasta hoy han tenido las pinturas de Bacon. ¿Será? Por otro lado, la vida de Bacon, particularmente su trágica relación con Georges Dyer, fue llevada al cine por John Marbury en 1998: Love is the Devil. Study for a Portrait of Francis Bacon.

¿Será verdad que la interpretación de Brando haya sido la mejor lectura de la pintura de Bacon? Representar el grito ¿y cómo representarlo, si no es con la boca abierta?

¿Qué cuáles fotos me han marcado?, pues las fotos de animales salvajes, las de Eadweard Muybridge, explica Bacon, "fotos sobre la descomposición del movimiento; también algunas fotos científicas como las que encontré en un libro que compré en París hace mucho tiempo y me interesó enormemente sobre las enfermedades de la boca".

(Se refiere al libro de Ludwig Grünwald sobre ese tema y ese título: ninguna relación existe entre este médico alemán con el pintor también alemán llamado Mathias a cuyo apellido se le agrega una e).

Curiosamente, en el cuadro de Munch conocido como El grito los dientes no aparecen. En cambio, en uno de los autorretratos a lápiz del pintor Eugenio Cosica que vi recientemente en una exposición en Buenos Aires, éste se representa lavándose los dientes: su boca es monstruosa.

Pienso que la relación sadomasoquista que Bacon sostuvo con su amante George Dyer propició (¿?) que éste se suicidara en 1971, dos días antes de que se inaugurara una de sus más esperadas exposiciones en el Grand Palais de París, hasta ese momento ¿el único artista inglés merecedor de ese privilegio, después de William Turner, quien obtuvo esa distinción 100 años antes? Dyer, 25 años más joven que Bacon, se suicidó en el cuarto de baño del hotel donde la pareja se hospedaba, con una sobredosis de barbitúricos.

El pintor creó dos años después un tríptico dedicado a la muerte de su amante, intitulado La escena del cadáver sentado en el retrete: en este cuadro el personaje aparece en tres situaciones, en la parte izquierda del espectador, es decir el primer retrato de la serie, Dyer se debate en el excusado donde está defecando; en el segundo cuadro, el del medio, éste se contempla en un espejo, y en el tercero vomita frente al lavabo de ese mismo cuarto de baño.

La deformación se instala triunfante entre sombras grises y verdes.




Para leer la nota original, visite: http://www.jornada.unam.mx/2015/09/10/opinion/a06a1cul


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