"Murió Liborio Villagómez, los libros y las bibliotecas de México están de luto", por Iván Escamilla

Viernes, 01 de Agosto de 2014

AML Liverpool

El 1o de julio pasado falleció don Liborio Villagómez, bibliotecario de la Academia Mexicana de la Lengua. Su nombre tal vez no resulte familiar para muchos jóvenes estudiantes de historia ni para el público en general, pero Liborio Villagómez fue uno de los más grandes bibliotecarios y bibliófilos que ha tenido nuestro país, alguien que, sin contar con la preparación académica formal de que muchos fatuamente presumen, supo como pocos dejar su huella en la historia de libro, la imprenta y las bibliotecas en México.

Yo conocí a Liborio hace veinte años, cuando se desempeñaba como jefe del Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional, y yo empezaba allí junto con otros compañeros de la carrera mi servicio social, en lo que constituía mi primer acercamiento a la “materia prima” de la historia. Aquella terminaría por ser una de las más fructíferas experiencias de mi formación como historiador, y en ello la participación de Liborio fue fundamental. En él tuvimos a un maestro y guía, que a la par que trasmitía su conocimiento sabía contagiar su curiosidad y amor por los antiguos impresos y manuscritos que constituyen el maravilloso tesoro del Fondo Reservado de nuestra Biblioteca Nacional de México --la única y verdadera desde su creación por Benito Juárez en 1867, por más que lo ignoren los gobernantes de este país, como aquel presidente panista que dijo que carecíamos de una y que, no obstante ser advertido de su error, se empeñó en su capricho de construir una “megabiblioteca” a la que se le metía el agua por todos lados. Recuerdo cuán grande era la indignación de Liborio por este triste incidente, él que fue un gran defensor de la Biblioteca Nacional y de su patrimonio, desde que en sus días de juventud empezó a trabajar en la antigua y original sede de esa institución: el magno ex templo de San Agustín, en las calles de Uruguay e Isabel la Católica en el Centro Histórico.

Su generosidad y desinterés para compartir lo que sabía son sin duda el rasgo fundamental de su persona, aquel por el que siempre lo recordaremos. Y si bien para hacerlo tomó la pluma en pocas pero enjundiosas ocasiones, la verdadera trascendencia de su labor se virtió en realidad en el trabajo de cientos de investigadores que se beneficiaron de su saber, como lo muestran incontables testimonios de gratitud dedicados a su persona en prólogos, introducciones y notas al pie de página en libros, artículos y catálogos sobre la historia, el libro y las letras mexicanos. En una época en que no existían los catálogos electrónicos, nadie como él sabía del contenido y la ubicación de los incunables europeos y mexicanos, de las misceláneas de sermones y folletería de la Colección Lafragua, de los centenares de infolios manuscritos en latín y castellano, de los archivos y colecciones particulares incorporados a la Biblioteca Nacional. A la pregunta de todo investigador que acudía a él, sin importar si era bisoño o experimentado, mexicano o extranjero, reconocido o modesto, contestaba siempre con una respuesta, un indicio, una pista invaluables, a veces con una anécdota que interrumpía cuando, ya incapaz de contenerse de entusiasmo, solicitaba a su interlocutor un momento para adentrarse en los anaqueles del acervo y regresar con un libro o manuscrito en las manos que iluminaba el pasado y resolvía sus enigmas. El suyo fue un carácter que a lo largo de los años se conservó afable y jovial. Era un enorme placer era escucharlo conversar animada y eruditamente en la improvisada tertulia que junto con investigadores activos y retirados como el arquitecto Jorge Guerra y el licenciado Manuel Calvillo animaba en los cubículos del nuevo edificio del Fondo Reservado; o compartir con él las entretenidas y provechosas lecciones de latín que allí nos impartió Elvia Carreño, otra gran investigadora del libro antiguo, con quien Liborio después participaría en proyectos impulsados por Stella González Cícero desde ADABI (Apoyo al Desarrollo de Archivos y Bibliotecas de México, A.C.).

Pero el amor de Liborio por los testimonios del pasado trascendía los muros de la biblioteca. Su afán por difundir las maravillas que custodia la Biblioteca Nacional lo hizo participar en proyectos para digitalizar y poner en línea libros de las colecciones conocidas como Fondo de Origen y Fondo Mexicano, y los invaluables documentos del Archivo Franciscano. A todos estos proyectos, y sin faltar a sus obligaciones ordinarias, Liborio les dedicó tiempo, energía y entrega sin reserva, al punto de poner en riesgo su propia salud. En el fondo de ello estaba su convicción de que esos acervos, como patrimonio de la Nación, no deben esconderse para el provecho de unos pocos privilegiados, sino colocarse al alcance de todos, como la mejor manera de garantizar el avance del conocimiento y de preservarlos para futuras generaciones. Por desgracia en México no todo el mundo entiende las cosas así, y ello le costó a Liborio sinsabores y tristezas de los que siempre sin embargo supo reponerse para continuar participando en algunos de los más importantes proyectos de investigación histórica de los últimos años en México, como ha sido la reciente edición del manuscrito intitulado “Cantares mexicanos”, uno de los mayores tesoros de la poesía nahua de la época de la conquista, que custodia la Biblioteca Nacional. De esa manera, la última vez que vi a Liborio fue en 2012, cuando recibió, radiante y emocionado, el honroso reconocimiento que en el marco del Premio “Atanasio G. Saravia” de Historia Regional, patrocinado por Fomento Cultural Banamex, se le brindó en homenaje a su trayectoria en la salvaguarda del patrimonio bibliográfico y documental de México.

Me quedo pues con esa imagen, con un sentimiento de gratitud infinita a su persona, y acompañando respetuosamente a su familia y amigos en la dolorosa pérdida de un gran mexicano, un buen hombre y un sabio amante de los libros.

 


Comparte esta noticia

La publicación de este sitio electrónico es posible gracias al apoyo de:

Donceles #66,
Centro Histórico,
alcaldía Cuauhtémoc,
Ciudad de México,
06010.

(+52)55 5208 2526
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. 

® 2024 Academia Mexicana de la Lengua