En el nombre de Azar por Héctor Rivera. Texto en memoria de Héctor Azar, abogado, escritor y miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua

Lunes, 11 de Junio de 2012
En el nombre de Azar por Héctor Rivera. Texto en memoria de Héctor Azar, abogado, escritor y miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua
Foto: Academia Mexicana de la Lengua

Por Héctor Rivera

Héctor Azar era un hombre grande de estatura con una buena barriga. Hablaba pausado mientras ordenaba cuidadosamente un discurso pleno de sarcasmos y definiciones burlonas. Aficionado a los placeres, gozaba la lectura, la escritura, la conversación y también la buena mesa. Era como un remolino de vitalidad y capacidad creadora.

Hace 12 años exactos, durante los primeros días de mayo del 2000, me invitó a comer en el Centro Libanés. Me hizo probar todo lo que le gustaba del menú. Él comió poco, pero trajo en jaque al capitán y al chef pidiéndoles cuanto plato se le ocurría. Durante años había insistido en esa comida, que lo regresaba placenteramente a sus orígenes libaneses. La pasamos muy bien hasta el anochecer. Sin llegar a los 70, se fue para siempre unos cuantos días después a causa de una insuficiencia cardíaca.

Encima de su mesa quedó la última de sus obras teatrales, Juan de Dios o la divina tragedia de amar y ser amado, en espera de un director y un grupo de actores. Poco antes de su partida me había dicho que la estaba guardando para su regreso a los foros escénicos, “como una manera de decir a todos mis amigos y a todos mis colegas del teatro: ya estoy nuevamente aquí, ya estoy en disposición, a ver quién se anima a poner esta obra, a producirla”. Con sangre fría no negaba que estaba en la etapa final de su carrera.

Acababa de dejar en esos días la secretaría de Cultura del gobierno de Puebla. Con una larga y fecunda trayectoria en el medio teatral como director escénico, dramaturgo, editor y funcionario, autor de un centenar de textos dramáticos, fundador de buena parte de las instituciones teatrales mexicanas, como el Teatro en Coapa, el Centro Universitario de Teatro, el Foro Isabelino, la Compañía Nacional de Teatro del INBA, el Teatro Trashumante y el Centro de Teatro Infantil, había recorrido oficinas y burócratas llevando bajo el brazo su obra sobre Juan Ciudad Duarte, el personaje que más tarde se convirtió en San Juan de Dios, el fundador de las instituciones psiquiátricas para los desposeídos, a quienes se curaba ahí prodigándoles amor, 500 años antes de la aparición de Sigmund Freud. Tanto le apasionaba Juan Ciudad que derivó de él una biografía, un libro de arte, un auto sacramental en tres actos, una novela y un instituto de investigaciones socioculturales en Atlixco.

Pero todos le volvieron la espalda. Cuando le pregunté a qué atribuía los malos tratos que le prodigaban me dijo sin exaltarse: “La constante que he encontrado en mi carrera frente a mi obra ha sido desde luego de muy severa envidia en todos lados”. Más que nada le dolía la manera como lo habían tratado en la UNAM, una institución a la que dotó durante buena parte de su vida de intensa actividad escénica. Con un suspiro largo y sereno aceptaba entonces: “parece que ya lo he tenido todo y que ya es hora de que me vaya”.

Le habían lastimado en particular los modos de un empleado del área de teatro de la UNAM que luego de preguntarle si en verdad era el fundador del Centro Universitario de Teatro lo mandó a volar sin motivos precisos. El pobre diablo ni siquiera conocía a quien vivió y murió con la obsesión de formar teatristas.

Con esa preocupación Azar fundó en febrero de 1975 en una vieja casona de Coyoacán el Centro de Arte Dramático. La ayuda en esos días de María Luisa Mendoza, Eduardo Césarman, Amalia Hernández, Henrique González Casanova, Horacio Flores de la Peña, Víctor y Gloria Bravo Ahuja, y de sus hermanos Virginia y Alberto Azar fue determinante para la consolidación del proyecto. Diez años después, había formado en sus aulas y foros a unos seis mil profesionales del teatro, con énfasis en la dirección escénica y en el trabajo actoral. Se ufanaba entonces de que en tan corto plazo no existía prácticamente un grupo de teatro donde no participara algún egresado de su Centro de Arte Dramático, del que planeaba llevar filiales a Atlixco, a Polanco, a Nueva York.

Cuando Azar se fue, su Centro de Arte Dramático quedó como la esencia de su empuje, de su creatividad, de su generosidad y de sus empeños en la formación de jóvenes teatristas. Y así ha perdurado hasta la fecha. No obstante, ha vivido a lo largo de los últimos días horas inciertas. El Instituto de Administración y Avalúos de Bienes Nacionales de la Secretaría de la Función Pública informó hace poco a sus directivos que había caducado el contrato de comodato que les permitía hacer uso del inmueble que ocupan sin pago alguno.

Sin duda, el espíritu de Azar revolotea ahora sobre la mesa donde ambas partes buscan llegar a un acuerdo. Sabemos por eso que todo saldrá bien.

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http://www.milenio.com/cdb/doc/impreso/9149297

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