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josé pascual buxó
si los campos se fecundan,
si el fruto se multiplica,
si las sementeras crecen,
si las lluvias se destilan,
todo es obra de Su diestra…
26
En cambio, no podría dudarse que sor Juana se haya propuesto suscitar en
los monarcas españoles un reconocimiento, cuando no genuino al menos
político, de la dignidad cultural del pasado prehispánico, en todo equipa­
rable con el paganismo grecolatino –como lo defendía también su amigo
don Carlos de Sigüenza y Góngora–,
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por más que, como perfecta cor­
tesana, tuviera que halagar a los remotos monarcas por el hecho de que
debajo de su patrocinio “ya conocen las Indias / al que es Verdadero Dios
de las semillas”. No podemos entrar ahora en el fondo de esta importante
cuestión: sor Juana y la élite intelectual criolla se esforzaron sin duda por
establecer un tolerable equilibrio entre su creciente admiración por el pa­
sado indígena de la nueva nación mexicana, de la que ellos eran ya parte
entrañable, y el inexcusable acatamiento y fidelidad a los gobernantes de su
patria ancestral. Sin duda, las ficciones alegóricas imaginadas por sor Juana
le permitieron superar en los terrenos del arte un conflicto no resuelto en
la vida real: así como los grandiosos mitos del mundo pagano son parte
esencial de la cultura de Occidente, los testimonios del admirable pasado
prehispánico son parte consustancial de este Nuevo Mundo americano, de
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Siempre conviene tener presentes las notas ilustrativas de Méndez Plancarte a
El Divino Nar-
ciso
por lo que hace a las fuentes bíblicas y evangélicas de las analogías que sirven de fundamento
a la Eucaristía: (Cristo como el Pan y la Sangre de la vida) y a las ceremonias indígenas relatadas
especialmente por Torquemada en su
Monarquía indiana
, quien ya veía “una manera de comunión”
en el consumo ritual de aquellas estatuas de Huitzilopoxtli hechas con semillas de bledo amasadas
con sangre inocente. En su estudio memorable, Octavio Paz, tratando de
El Divino Narciso,
postuló
un cierto sincretismo entre un pasaje del
Pimandro
hermético y el auto de sor Juana, especialmente
por lo que atañe a las “semejanzas perturbadoras” entre Cristo y el Hombre esencial, así como el
mutuo enamoramiento de su propia forma reflejada en la Naturaleza. De ser así, no se trataría de
una conciliación de la doctrina cristiana con la religión prehispánica, sino con una particular ma­
nifestación gnóstica.
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Recuérdese, por ejemplo, el programa alegórico de su
Teatro de virtudes políticas,
donde los em­
peradores aztecas representan mejor que los héroes y gobernantes del mundo grecorromano los idea­les
de un gobierno político.