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josé pascual buxó
la Gracia– los últimos sucesos de su pasión. En Ovidio, al comprobar Nar­
ciso que su imagen reflejada en la fuente va deshaciéndose al contacto de
las lágrimas que derrama, le suplica: “¡Quédate y no me abandones, cruel,
a mí que estoy enamorado!”, y ruega a sus dioses: “¡Que se me permita ver
lo que no puedo tocar y alimentar mi desgraciada locura de amor!” Por ra­
zones imaginables, sor Juana tenía que desechar el establecimiento de una
abierta relación alegórica de este comprometido episodio, lleno también de
perturbadoras implicaciones de un claro autoerotismo, con el amor divino
por la Naturaleza Humana, situación difícilmente manejable para los fines
de una lección de ortodoxia cristiana, ya fuese dirigida a los ignorantes ca­
tecúmenos o a los plenamente convertidos Es esta la razón por la cual deci­
dió sor Juana romper el esquema tradicional de la alegoría mixta o abierta,
haciendo que del cotejo de los planos alegorizado y alegorizante surgiera
un tercer sentido que los abrace a ambos: finalmente la Imagen y la Persona
de Cristo quedarán instauradas como el único y verdadero sentido de ese
complicado proceso en el cual han de asimilarse, con sutileza y sin engaño,
las ficciones poéticas y las verdades dogmáticas.
El caso más notable de esta fusión de los planos de significación recta
y figurada es el soneto que –después de aquel dramático contrapunto sos­
tenido por el garzón agonizante con la tartamuda Eco, esto es, de Cristo
con el Demonio de las tentaciones– pronuncia Narciso, trasmutada ya en­
teramente su significación alegórica y teológica en la del mismo Redentor,
y donde sor Juana realiza otro venturoso ejercicio de imitación poética a
partir de la acción intertextual de conocidos pasajes evangélicos de Juan,
Mateo y Lucas sobre la agonía, muerte y resurrección del crucificado:
Mas ya el dolor me vence. Ya, ya llego
al término fatal por mi querida;
que es poca la materia de mi vida
para la forma de tan grande fuego.
Ya licencia a la Muerte doy, ya entrego
el alma a que el cuerpo la divida,
aunque en ella y en él quedará asida
mi deidad, que las vuelva a reunir luego.