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riesgo y fortuna de la interpretación simbólica
Sed tengo, que el amor que ha abrasado
aun con todo el dolor que padeciendo
estoy, mi corazón aún no ha saciado.
¡Padre! ¿Por qué en trance tan tremendo
me desamparas? Ya está consumado.
¡En tus manos mi espíritu encomiendo!
Y muy atenta sor Juana a que no se deslizara alguna inadvertida irreverencia
o, de ser el caso, que se le perdonase, pide al “curioso” lector que “mire si
concuerdan / verdad y ficción, el sentido y letra”, esto es, si ha conseguido
emparejar sin riesgo de herejía la ficción poética con las “verdades” esen­
ciales del dogma cristiano. Pese al carácter lírico-dramático de su discurso,
no estaba de más que tomara las precauciones necesarias para el caso de
que alguno de aquellos zoilos, que nunca le faltaron, le censurase el haber
referido aquella suprema “historia” sagrada “con la metáfora mesma” de
Narciso.
III
No ha sido ahora nuestro propósito ponderar la maravillosa sabiduría li­
teraria de sor Juana, capaz de ir hilando con sorprendente belleza y agu­
deza cada uno de los aspectos del mito ovidiano respecto de los misterios
cristológicos ni la prodigiosa habilidad por hacer de su auto de
El Divino
Narciso
un brillante palimpsesto de textos bíblicos, clásicos y modernos
que resulta ser, a un tiempo, un ejemplar ejercicio de “imitación” poéti­
ca y una deslumbrante creación original. Todo esto podrá comprobar el
lector curioso, asistido –quizá– por los eruditos y oportunos comentarios
de Alfonso Méndez Plancarte en su edición de
El Divino Narciso.
Nuestro
propósito actual no ha sido otro que el intento de precisar los modos de
argumentación metafórica propios de las alegorías “mixtas” o “abiertas”, tal
como se advierten en el auto sacramental y su loa, para entrar enseguida a
la consideración de la “alegoría total” que, a nuestro entender, es caracte­
rística del magno poema de sor Juana. En efecto, el
Primero sueño
no tiene
el expreso propósito, doctrinario o didáctico, de establecer una sosteni­