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josé pascual buxó
da secuencia analógica entre los componentes de una fábula pagana y los
principales misterios de la doctrina de Cristo, sino la indagación racional
de las leyes que rigen el Universo creado. Por su estilo manifiestamente
ceñido a los principios de la poética culterana, en
El sueño
de sor Juana
no podían prevalecer los modos de la alegoría abierta, sino los de aque­lla
otra en la cual se intersecan léxica y semánticamente los elementos pro­pios
de cada uno de los distintos niveles de significación, al punto de produ­
cir numerosos pasajes oscuros y enigmáticos. Y a esto, si no me engaño,
se refería el padre Calleja al ponderar el surgimiento de un nuevo y más
com­plejo sentido traslaticio del poema de sor Juana a partir del “careo” de
los elementos “alegorizados” (propios del plano “serio” o recto de la signi­
ficación) y los alegorizantes (pertenecientes al plano figurado), de suerte
que, al concederle un estatuto alegórico al magno poema de sor Juana, no
deberíamos ignorar las diferencias anteriormente anotadas con el fin de
proceder a su análisis e interpretación de conformidad con su propia natu­
raleza semiótica y, especialmente, para mantenernos sobre aviso de una de
la más constantes asechanzas que la alegoría perfecta tiende a sus lectores:
el propiciamiento de nuevas interpretaciones alegóricas cuyos sentidos no
siempre parecen formar parte de la intención semántica del poeta, pero que
la ambigüedad connatural de su discurso suscita en la libre imaginación de
los destinatarios.
Como sabemos, los casos más notorios de aquella capacidad de los tex­
tos engendradores de metatextos exegéticos han sido los corpus bíblico y
mitológico, al punto de haber dado lugar a la constitución de la teoría de
los cuatro sentidos: histórico o literal, alegórico, tropológico y anagógico,
que concurren en un mismo discurso, cuya vocación metafórica nos los
representa cargados de múltiples intenciones semánticas. Pero, más allá de
la prestigiosa hermenéutica medieval, tan bien acogida y renovada por los
modernos humanistas, en todo tiempo se ha dado la libre interpretación
de la poesía, no sólo por parte de su público contemporáneo, sino en mu­
cha mayor medida por los destinatarios alejados temporal y culturalmente
de las obras que provocan su admiración. Sucede, pues, que esos públicos
remotos “incrusten” en un determinado texto alegórico otras “alegorías”
ajustadas a sus propias inferencias o experiencias, aun cuando éstas puedan